Círculos

CÍRCULOS

1. Segundo Círculo

  “Poeta, sugerí, te soy sincero: a esa pareja hablar me gustaría que al viento va con aire tan ligero”

    Dante Alighieri

  – ARCADIO, todavía no sé qué hago aquí -. Había repetido esa pregunta mil veces. En uno de sus arrebatos, a Arcadio le dio por pensar que ella realmente no tenía memoria.

Vanessa, sentada sobre la cama, mira de reojo a su compañero de habitación, que se ha sentado en una butaca en la esquina. Arcadio piensa que el pelo medio rubio de ella, porque con el tiempo se le ha ido el tinte, la hace aún más atractiva,  que toda la vida fue su fantasía tener a una mujer como ella todas las noches, sin ningún tipo de freno ni control.  Y le resulta paradójico que ahora todas las noches se la encuentre, que cada noche se apoderen de los cuerpos de una pareja y  que a pesar de ello cada vez más el tedio supere a la fascinación, que le resulte imposible ser arrastrado por el amor. Y ve en el fondo de todo esto algo parecido al equilibrio. Luego mira el rótulo luminoso sobre la puerta: Segundo círculo. Se pregunta si al resto de los habitantes de lo que en apariencia es un hotel están en ese mismo círculo. Pero tal vez ni siquiera exista un hotel, tal vez ni siquiera lo que ve, a pesar de que lo toca, huele y siente, sea real. Tal vez la ironía sea que el único lugar que es real para ellos no lo es para nadie más.

  – Te lo he dicho un montón de veces, Vanessa. Repetir otra vez lo de todas las noches, intentar que por una vez sea diferente.

Vanessa mira su picardías, se acaricia un poco, parece que va a llorar pero se contiene:

  – Todavía no me creo que esté…

Arcadio se levanta, va hacia Vanessa, extiende el brazo y la intenta tocar, pero su mano no puede ni siquiera rozarla, como siempre.  Responde como quien ha contado muchas veces la misma historia:

  – Un canalla como yo  y una mujer como tú parecen la pareja perfecta, sobre todo si cada noche tienen la facultad de tener cuerpos diferentes. Es el sueño de muchos hombres y de algunas mujeres. Muchas parejas no necesitan tener sexo para ser felices, pero no poder siquiera tocarse…

Arcadio mira al techo, como si presintiera algo:

  – Creo que va a suceder otra vez.

  Sobre la puerta del hotel en la que está grabada la leyenda Segundo Círculo, hay otro rótulo luminoso que pone SALIDA. Es irónico, porque tras muchísimos esfuerzos se dieron cuenta de que no podrían salir de allí de ningún modo salvo que de verdad un día en su sesión con los cuerpos de otra pareja sucediera algo diferente. El luminoso vuelve a parpadear como otras veces y la habitación empieza a desvanecerse. Las cortinas marrones dan paso a otras negras, de diseño, las sábanas rosas que protegían la insinuada desnudez de Vanessa se convierten en otras de color blanco. Junto a las mesas de madera se materializan otras de metal  y junto a una de ellas aparece una botella de champán, ya descorchada y metida en hielo. Al lado de Vanessa aparece un muchacho que es apenas mayor de edad, desnudo y cubierto por la sábana. Vanessa se levanta y se coloca junto a Arcadio. Observan la escena. La luz del baño está encendida y sale de él una mujer vestida con medias llamativas y botas blancas altas. El pelo rubio oxigenado, la cara muy pintada y el hecho de que sólo vaya vestida con unas bragas de encaje no dejan dudas acerca de su profesión.

  – Te llamas Javi,  ¿no? – dice al muchacho.

  – Sí – responde el chico tímidamente.

  – No te preocupes, yo he tenido varias veces primerizos, te va a gustar. Lo único que les pido es que no sean menores de edad, lo que cada vez es menos frecuente hoy día, cada vez empezáis antes-.  La mujer se sienta en la cama con desenvoltura, se despoja de sus botas y de las bragas y se mete con el chico en la cama.

  –Así que esto es un regalo de tus amigos, ¿no? Pues sí que te quieren, porque la tarifa especial, con botella de champán incluida, es bastante cara –dice mientras le atrae hacia sí.

Arcadio le hace un gesto a Vanessa:

  – ¿Lista?

  – Odio la sensación. Es como cuando despega un avión –siempre decía eso.

  – Pero mucho más corto, no te preocupes, va a  ir muy bien, ella es una profesional –le contesta.

Vanessa asiente en voz baja, cierra los ojos  y su expresión es como si la de alguien que se zambulle en una piscina. Arcadio cierra también los ojos. Lo que peor lleva siempre es la sensación de que tiran de su estómago, como si se le fuera a salir por la boca. Después de esa inercia inicial el resto de su cuerpo sigue el mismo camino y pronto tiene la sensación de que la piel se encoge. Otras veces lo que hacía era dilatarse. Aunque sabe que todo depende del cuerpo del que va a apoderarse, la sensación siempre es que su propio cuerpo se transforma. Había reflexionado algunas veces sobre ello; y llegó a la conclusión de que es porque a su mente (o su conciencia, tampoco entendía cómo su mente seguía operando si el cerebro era de otro) no le daba tiempo a hacer el cambio tan rápido como el proceso se producía; y acostumbrado a su metro sesenta y cinco de estatura, a su cabeza casi calva y su barriga incipiente, le es muy difícil adaptarse a un cuerpo de metro ochenta, delgado como un palo y con una gran mata de pelo, como el del muchacho de esta noche. Y luego estaba la postura, de repente se veía en la postura de un hombre tendido boca arriba o boca abajo. Era así la mayoría de las veces. A veces aparecía sentado, cuando que la mujer que le tocaba a Vanessa estaba sentada encima de él a horcajadas. Y tampoco era una sensación agradable. Esta noche además por su mente pasa el muchacho que era, antes de aterrizar en la gran ciudad, un chico inexperto como el que está en la cama. Antes de la noche, el alcohol, los antros de mala muerte, la bisexualidad, las camas redondas, la cocaína, las muertes de sobredosis de sus amigos, uno tras otro. Arcadio traga saliva e intenta recordar el muchacho de pueblo llamado José que se convirtió tras unos años de vida descontrolada en Arcadio Fortuna, el rey de la noche.

 Al abrir los ojos y recuperarse ve frente a sí el rostro de una mujer de poco más de cuarenta años, al que el maquillaje aplicado sabiamente oculta los pliegues más reveladores. Esta vez la postura es bastante convencional, a pesar de la profesión de ella. Arcadio aparece tendido sobre la mujer apoyando sus manos como si estuviera haciendo flexiones. El chico debe ser realmente primerizo, tiene la tensión contenida del debutante. Arcadio nota el vigor en todo su cuerpo, la fuerte erección de un chico joven lleno de energía y esto le recuerda a la época en que era joven. Esta noche es diferente. Le da la sensación de que está siendo evaluado por el que está ahí arriba, o más bien el que está ahí abajo, le parece más apropiado formularlo así en esta situación.

  -¿Por qué has tardado tanto? Esta vez casi lo hago con un desconocido–dice Vanessa con la voz más grave de la mujer.

  Arcadio no puede evitar sonreírse.

  – He intentado recordar cuando era joven.

  – Hace tiempo de eso, Arcadio -dice Vanessa con ternura-  Escucha: Tengo algo que proponerte.

Y lo que sucede a continuación es inesperado incluso para Arcadio, pero quizá porque recuerda esa noche especialmente al muchacho que era antes de llegar a la ciudad, accede. Así que esta noche los amantes relajan sus cuerpos, salen de la cama y se abrazan lenta y sostenidamente, o más bien Vanessa abraza a Arcadio mientras éste la acaricia suavemente.

 Y si es verdad que el ángel vengador tiene muchos ojos como algunos dicen, al menos uno de ellos ha desviado su mirada por un momento hacia la diminuta habitación de hotel de su Segundo Círculo. Pasado el tiempo que siempre transcurre, Arcadio y Vanessa vuelven a su lugar dentro de la cama; y Arcadio nota otra vez la náusea, el tirón de estómago, la sensación en este caso de que su cuerpo se rellena y su pelo retrocede, los ojos se dilatan y sobre su cuerpo crece la ropa, nota de nuevo sus familiares cicatrices, la luz del hotel moderno da paso a las cálidas bombillas de su habitación. Están de vuelta en el Segundo Círculo.

  En la habitación de su hotel, Arcadio está ahora sentado en la cama y Vanessa está de pie, en la posición que antes ocupaba él, contemplándolo.

  – Vanessa, tengo que decirte algo –dice Arcadio pensativo.

  Ella se mantiene al lado de él, observándole con cierto brillo en los ojos.

  – Verás,  esta noche es cuando más cerca he estado de…

  -¿Si? -dice ella ilusionada; y Arcadio vuelve a oír su voz chillona y le trae a la memoria la voz de otra chica, no tan chillona sino más bien adolescente; y como si notara el ojo de su examinador fijo sobre él, trata de evocar otra vez la imagen del muchacho que llegó de su pueblo a la ciudad hace más de veinte años.

  – No, verás, yo creo que, al principio me parecías, no sé, diferente a como eras antes de llegar aquí, pero ahora… la verdad es que  tú, tú … – Arcadio la mira el rostro de Vanessa parece desilusionado, casi implorante. Y entonces una parte de sí casi desea abofetearla, Arcadio se desploma por dentro y no tiene ya fuerzas para continuar, a pesar de que lo ha intentado con todas sus fuerzas.

  Vanessa empieza a llorar en silencio.

  – ¡No me vengas con estas ahora!- grita el Arcadio de siempre.

  Vanessa saca un pañuelo y se seca el rostro.

– ¿Por qué? ¿Pero cómo voy a salir de este lugar así? Si ya me he olvidado de todo lo malo que me hiciste, fíjate lo que te digo. No quiero nada, Arcadio, ni necesito que cumplas como hombre, yo lo único que necesito es un poco de cariño…

  Arcadio mira hacia abajo, sabe que ella está más cerca que nunca, más cerca que él, más cerca de lo que nunca ha estado de lograrlo. Vanessa se gira y se sienta de lado junto a él.

  – Arcadio, esta vez ha sido hasta tierno, bonito. Me estabas acariciando de un modo que nunca lo habías hecho.

  Se siente incómodo cuando ella intenta acariciarle el pecho, aunque como siempre su mano se queda casi imperceptiblemente a unos milímetros de su piel, sin llegar a tocarla. Es la maldición de este lugar, nunca ha podido tocarla. Así que se aparta hacia el otro lado de la cama.

  – Arcadio, yo creo que…¿sabes lo que quiero decir, verdad?

  Arcadio la mira y  nota cómo los ojos de Vanessa brillan con intensidad. Ha vivido lo suficiente como para conocer ese brillo, así que  se gira y le da la espalda, diciendo en voz baja:

  – No, por favor, ahora no…

  Entonces, como la hoja de la guillotina cae limpiamente sobre el cuerpo de un ajusticiado, ella pronuncia unas palabras que podrían ser mejores o podrían ser otras, pero que reflejan sin atisbo de duda lo que ha nacido de su interior:

  -No me importaría seguir junto a ti todos los días de la eternidad, porque te quiero.

  De repente la luz del rótulo que pone SALIDA se ilumina. Una luz blanca ilumina la habitación con un fulgor que hace a Arcadio taparse los ojos. Permanece un rato así y finalmente cuando la claridad empieza a disminuir, observa la habitación y sabe lo que siempre ha intuido: Vanessa ya no está a su lado. Arcadio se levanta de la cama, casi desnudo como está  y presiente pronto la situación y grita, aunque no sabe realmente a quién grita.

  -¡Está bien! ¡Ella se va!¡Sube ahí ariba y yo voy a estar solo para siempre!. ¡De eso se trataba desde el principio!, ¿no?

  Sólo la habitación vacía devuelve la reverberación de sus palabras. Si alguna vez alguno de los  ojos de su perverso examinador se dirigió a la habitación de Arcadio, hace tiempo que ha vuelto a vigilar otro de los asuntos que contempla a diario, ya sea en su reinado o en aquél lugar en que se resuelven los laberintos en que se pierden los hombres y las mujeres, aquel lugar donde se libra la batalla entre él y su Oponente,  aquel lugar llamado Tierra al que Arcadio sabe que no volverá, por mucho que grite o se esfuerce.

*****

  VANESSA no es su nombre verdadero. Vanessa es su nombre de guerra, tan falso como el de Arcadio Fortuna, que en realidad se llama José, ella lo sabe. Ella se llama Beatriz, Beatriz Fernández. De hecho, Marcial, su primer novio, nunca supo que se hacía llamar Vanessa Estrella. Ella  cree sinceramente que debajo de la piel de Arcadio hay un hombre entero como Marcial. Menos pirado, además, porque Marcial estaba pirado. A quién se le ocurre subirse a la caseta del jardinero del parque y decirle que se tiraría si no le decía que le quería. Marcial hacía ese tipo de cosas. Y sin embargo se quedaba dormido como un bebé abrazado a ella cuando veían el televisor. Mira a Arcadio, sentado en la butaca junto a la cama, y se pregunta si él también se quedaría dormido abrazado a su lado, porque lo que más echa de menos son unos brazos fuertes que la rodeen, unos brazos en que sentirse segura, porque no soporta dormirse con la sensación de que está sola.

  Se pregunta si José Díaz, como le dijo un día Arcadio que se llamaba, fue alguna vez un alma sensible o al menos inocente. Si antes de pegar a las mujeres con las que estuvo –ella fue la única a la que nunca puso la mano encima-, tuvo una novia en un pueblo como ella había tenido a Marcial, que la siguió como un perro abandonado cuando vino a la ciudad. Su novio Marcial, que se quedó sonado desde que dieron un día un golpe con una estaca con un clavo en una pelea callejera. El mismo que fue a perseguirlos un día cuando supo que estaban juntos.

– Todavía no sé qué hago aquí, Arcadio.

  Sigue un diálogo anodino, como tantos que han tenido antes de que el rótulo luminoso se ilumine una vez más anunciando que van a aparecer en otro lugar y siente la sensación de que tiran de su estómago hacia arriba, como si todo su ser fuera a salirse por su boca.

  Cuando se recupera de la náusea, se encuentra una vez más con el cuerpo de otra, presintiendo que no puede hacer otra cosa que interpretar su papel. Intenta tomárselo así, como si estuviera dentro de una película y a ella le tocara ser la mujer que está tumbada bajo el muchacho joven de menos de veinte años, una prostituta iniciando a un inexperto, el maquillaje y el vestuario harían el resto, se sentiría una vez más como una actriz, como Arcadio le había dicho una vez. Pero esta vez decide salirse del guión, ahora se trata de hacer algo diferente, así que le propone a Arcadio que se levante y la abrace fuerte, como si fueran novios que se están despidiendo en un andén. Hoy cree que es diferente a otras veces, hoy siente que por una vez Arcadio es suyo y la abraza tan sinceramente, que su afecto es más fuerte que el impulso sexual que tantas veces le ha arrastrado.

  Pero tras unos minutos así vuelve a sentir frío, la sensación gélida que le sobrevino la primera vez, dentro de una habitación que primero creyó que era un hospital, luego un hotel y hoy día siguen sin saber qué demonios es, incluso con las conjeturas de Arcadio, que a pesar de su vida nocturna es un tipo muy culto que ha leído mucho y que dedujo inmediatamente que quería decir “Segundo Círculo”.

  Siente frío y luego como si su estómago decidiera subirse al techo por su cuenta, su cuerpo se empieza a encoger, o al menos siente cómo se le reducen los omóplatos, sus rodillas suben bruscamente y los pies se encogen, las uñas de las manos se retraen porque la prostituta tenía las uñas largas; y el pelo vuelve a crecerle. La náusea no la abandona hasta un rato después, le cuesta mantenerse en equilibrio, nunca ha hecho este viaje de pie, siempre iba de cama a cama y por eso había mayor estabilidad. Vomita, o algo parecido, porque desde que llegara aquí nunca han comido nada ni lo han necesitado.

  Entonces está de vuelta al Segundo Círculo; y ve a Arcadio con su cuerpo de siempre, diferente a otras veces. Lo percibe con ternura como si fuera el hombre que siempre deseó que fuera: fuerte, seguro, sólido, alguien a quien agarrarse cuando todo falla, alguien en quien descansar, que le haga el amor pero sobre todo que la abrace con fuerza cuando se siente sola. Y lo mira con ternura como miraría a un muchacho, porque sabe lo que él está intentando.

– Vanessa, tengo que decirte algo.

  Y espera por fin que por una vez le declare su amor, que la diga que la quiere, que la saque de la sordidez en que viven y ponga en sus vidas un poco de sentido.

– Verás, esta noche es cuando más cerca he estado de…

– ¿Si?- le contesta esperando que por fin él se atreva a decirle algo.

– No, verás, yo creo que al principio me parecías, no sé, diferente a como había imaginado, pero ahora, la verdad es que tú, tú… – Nunca creyó que le vería vacilar así, la mira y  ella espera que por fin la bendiga con algo más que deseo, aunque sea algo menos de lo que espera de él. Pero Arcadio no puede decir nada  más, ya no le queda energía para intentar algo que hace demasiado tiempo que no hace. Vanessa sabe que el momento ha pasado y que no volverá, quizá nunca; y las lágrimas empiezan a resbalar silenciosamente por sus mejillas.

– ¡No me vengas con estas ahora!- brama Arcadio. Hacía tiempo que no la gritaba, piensa ella.

  Vanessa se saca un pañuelo, se seca las lágrimas que han asomado por su rostro y luego estalla por fin la rabia de los últimos días:

– ¿Por qué? ¿Pero cómo voy a salir de este lugar así? Si ya me he olvidado de todo lo malo que me hiciste, fíjate lo que te digo. No quiero nada, Arcadio, ni necesito que cumplas como hombre, yo lo único que necesito es un poco de cariño…

  Vanessa nota cómo él se siente incómodo, pero esta vez va a llegar hasta el final, aunque no le guste oírlo, va a llegar hasta donde nunca había llegado antes:
– Arcadio, esta vez ha sido hasta tierno, bonito. Me estabas acariciando de un modo que nunca lo habías hecho.

  Le intenta acariciar el pecho pero sabe que no puede, ojalá estuvieran abrazados como hace unos minutos en la habitación del otro lugar al que han viajado esta noche.

– Arcadio, yo creo que….¿sabes lo que quiero decir, verdad? -y le sonríe con ternura.

– No, por favor… -dice  Arcadio, que se gira y aparta de ella como si tuviera una enfermedad.

  Ella sabe que no quiere oírlo, pero no puede evitar decirlo, lo que quiere decir sale del interior de su alma, lo ha estado reservando durante años y ya no puede dejar de decirlo, a pesar de que a él no le guste, de que nunca le haya dejado decírselo. A pesar de todo esto y de que no sabe lo que sucederá al día siguiente ni el resto de los que pase junto a él, o precisamente por eso, lo dice:

– No me importaría seguir junto a ti todos los días de la eternidad, porque te quiero.

  Y lo siguiente que ve Vanessa no es a Arcadio, sino que nota una sensación de que tiran de su estómago otra vez, pero esta vez de un modo más delicado y sutil, como si algo dentro de su cuerpo saliera de él y la cáscara vacía que quedara debajo fuera en otra dirección. Y sabe que se libera de un peso, que algo va cayendo bajo ella mientras otra parte de su ser se eleva. Y entonces recuerda las conjeturas de Arcadio respecto al lugar donde están y los círculos que hay arriba y abajo y sabe que por primera vez en su vida; y por primera vez tras su muerte, su alma está ascendiendo.

 

 

2. Séptimo Círculo

 “¡Oh tú ciega codicia, oh loca furia,

que así nos mueves en la corta vida,

y tan mal en la eterna nos sumerges!”

Dante Alighieri.

  MARCIAL se despierta tumbado a la orilla de un río, pero no sabe que río. Además el cielo que observa tiene un tono rojizo y el cielo brilla como  envuelto en llamas, como si el mismo Sol se hubiera acercado a la Tierra y la temperatura hubiera subido al doble de lo normal. Está desnudo, la tierra que lo rodea ensucia aún más su piel, pero poco le importa. Marcial es un hombre acabado después de lo que ha pasado. Piensa – o más bien siente – que lo mejor que puede hacer es dejarse morir allí, no hacer nada por subsistir hasta que el hambre o la sed acaben con él. Es tan fuerte el desprecio que siente por sí mismo que aquello le parece un castigo leve. Y no está equivocado, porque aún está lejos de saber que el castigo que le espera es más adecuado a la falta; y quizá porque intuye eso le parece que lo mejor que puede hacer es dejarse llevar por la decadencia continua de su cuerpo hasta que las fuerzas le abandonen. Pero de repente siente una punzada, casi como si le desgarraran una pierna. Cree que sueña o que delira pero es verdad que algo se ha clavado en su pierna. Se incorpora quedándose sentado y lo ve con más facilidad. Es en efecto una especie de punzón lo que le hiere; y antes de que tenga tiempo de reaccionar otro similar cae sobre su brazo y no puede evitar gritar. El mismo instinto de supervivencia le hace levantarse e intentar guarecerse, pero lo único que ve es el lago de aguas rojizas y profundidades inciertas. Intenta alejarse de la orilla pero entonces una flecha más larga llega y como una bala se clava en su pecho, y desestabiliza aún más su precario equilibrio. Trastabilla y cae hacia delante, da algunos pasos y se intenta incorporar, pero entonces siente otra punzada, esta vez en la nalga izquierda. Vuelve a gritar e intenta sacársela, lo consigue a duras penas, pero el precario equilibrio en que se encuentra y una última flecha que se le clava traicionera en la espalda acaba de rematarle, así que cae de cabeza al río en cuya orilla pensaba dejarse morir. Nada más caer observa que el río es rojo como el vino y piensa que al tacto va a ser parecido, pero se le antoja más espeso  que el vino; y además un líquido caliente, que le envuelve por completo. Antes de perder el conocimiento Marcial casi siente alivio porque va a morir ahogado.

  Pero su inconsciencia no dura mucho, al poco se despierta mecido por esa papilla caliente que le envuelve y da calor. Se da cuenta de que no puede sumergirse en ella por completo, quizás por la densidad o quizá por una broma del destino, pero la corriente que le rodea las piernas y los brazos no permite que se sumerja. Finalmente sus labios logran articular palabras; y aunque el líquido  no tiene olor, lo más oportuno le parece decir:

  – Menudo montón de mierda.

  Al instante, veloz como el viento llega una flecha que se clava en su mejilla y atraviesa su lengua. Grita pero sólo le sale un grito sordo, instintivamente se lleva la mano a la cara pero ya no hay tal flecha. Su reacción natural es preguntar:

  –  ¿Pero es que aquí no se puede ni hablar?

  Y como respuesta a lo que ha dicho le llega otra flecha que esta vez entra por arriba pero atraviesa igualmente su lengua. De nuevo se lleva la mano a la cara y de nuevo no encuentra nada. Su lengua está intacta, pero le sigue doliendo. Comprende que a quien sea que le está flechando no le gusta que hable, así que decide no hacerlo, tampoco tiene mucho sentido en su situación. El dolor de la lengua desaparece tan rápido como ha aparecido la flecha, pero no le quedan ganas de seguir intentando hablar.

  El líquido rojizo en que se encuentra sumergido es bastante denso, pero no parece tener grumos, le envuelve a una temperatura que debe ser muy superior a la de su cuerpo, así que siente que casi le quema. La corriente le arrastra y si se esfuerza  puede incluso nadar en ella. Podría incluso sumergirse pero la idea no le seduce. En seguida llega a la conclusión de que si puede nadar seguramente pueda acercarse a la orilla, pero lo cierto es que no puede. La corriente es tan fuerte cerca de la orilla que es muy difícil nadar contra ella. Su única esperanza es encontrar una rama o un palo a que agarrarse, para evitar que se lo lleve la corriente. El calor que desprende el líquido es casi insoportable y cuando está a punto de desvanecerse ve otro hombre sumergido de la misma manera de él, al que la corriente también arrastra. Intenta gritar pero, ya sea porque recuerda lo que ha sucedido las últimas veces que ha hablado o ya sea porque las fuerzas le abandonan, no logra proferir ningún sonido y Marcial cae inconsciente, todo lo que el lago que le rodea le deja caer.

 

  Cuando despierta de nuevo sigue en el mismo sitio, pero aunque su cuerpo flota sobre el líquido y le impide ahogarse, ha probado lo suficiente de él para saber a qué sabe: el líquido que le rodea es sangre. La corriente le arrastra y Marcial siente tal enojo que empieza a nadar en ella, dentro de ella, contra ella, agita sus brazos y sus piernas con tal rabia y determinación que al poco consigue aproximarse a la orilla y algo parecido a un árbol tiene extendida una de sus ramas de tal modo que puede encaramarse a ella. A duras penas va trepando, temiendo que se caiga si la presiona demasiado, de hecho cruje cuando está apoyando todo el peso sobre ella. Al fin consigue llegar al tronco del árbol antes de que la rama se parta y desciende con alivio, se deja caer de pie sobre la tierra. Se toma unos momentos para recuperar el aliento y pronto se da cuenta de que no tiene heridas de ningún tipo de las cuatro o cinco flechas que le han lanzado. Estaba tan preocupado por sobrevivir dentro del río de sangre que no se ha percatado de ese detalle, pero lo cierto es que aunque se siente algo dolorido no tiene herida alguna que deje evidencia de las flechas que no hace tanto ha recibido en su cuerpo. Pero se siente aliviado y como haría cualquiera en su situación, se sienta unos momentos para descansar un poco, pero alguien que no está dispuesto a ponérselo tan fácil y antes de que pueda apenas disfrutar de su liberación, le lanza  otra flecha que se le clava en un hombro. Pero esta vez por fin va a ver a quien se la ha lanzado. Junto al lago hay una colina, y pronto se da cuenta de que es de esa colina de donde provienen las flechas. Al poco ve emerger una cabeza; y luego otras dos. Son hombres con el torso desnudo como él; y  largos cabellos, pero hay algo extraño en sus miradas, es como si les faltara algo de raciocinio, como si le vieran sin saber realmente qué ven. Al poco van emergiendo del otro lado de la colina y Marcial casi no puede creer lo que ven sus ojos,  porque la continuación del torso de los hombres son unas piernas la mitad de delgadas que las de un hombre normal. Pero si se fija mejor se da cuenta de que lo que ve no son piernas, sino más bien llamarlas patas es más acertado. Cuando los hombres emergen totalmente del otro lado de la colina aprecia que la continuación de su espalda es un lomo y al final de lo que pensaba eran piernas lo que tienen son cascos de caballo. Portan arcos y cargan flechas a la bandolera. Existe un nombre para este tipo de monstruo pero ahora no lo recuerda. Lo que ve son mitad hombres, mitad caballos, y si no estuviera tan cansado saldría huyendo de ellos, pero las fuerzas que le quedan son tan escasas que lo único que es capaz de hacer es subir de nuevo al árbol y contemplar desde allí cómo se acercan.

  El que parece el líder le mira fijamente a los ojos y Marcial le sostiene la mirada por unos segundos, antes de que le dirija la palabra:

  – Baja- dice firmemente

  – ¡No me da la gana! – grita Marcial; y se da cuenta al instante de que ha cometido un error. Con una velocidad difícil de apreciar para un ojo humano, uno de ellos , el que está más cerca del líder y que ha mantenido su arco tenso, le ha lanzado una flecha con tal velocidad que la sensación de dolor en la lengua es casi instantánea respecto al momento que ha hablado.

  Marcial grita esta vez, emite un grito de rabia y de protesta, como cuando era pequeño y sus padres le castigaban con un bofetón. Siente que el castigo es injusto y le duele la lengua de tal modo que cree ha perdido un trozo, pero al llevarse la mano a la boca comprueba que está intacta. Luego oye al centauro líder –por fin ha recordado el nombre de este tipo de monstruos- que vuelve a mirarle con esa mirada extraña mezcla de hombre y de animal, aunque su voz es tan firme como la de un capitán de barco:

  – No se te ha dado el derecho a hablar en este lugar. No necesitas comer ni beber, pero sí dormir. Tampoco tienes derecho a permanecer en un lugar más que el tiempo que tus fuerzas te abandonen y te entregues al sueño. Debes templar tus nervios y aprender contención.

  A pesar de que se siente maltratado y humillado, la voz del centauro, combinada con su cuerpo fibroso y su postura serena, le transmite tranquilidad. De hecho, hay una autoridad y rotundidad en su voz que Marcial percibe de inmediato que quien le habla tiene la misma contención que exige. Casi sería un adiestrador admisible si no fuera porque la situación de Marcial es a todas luces inferior. Así que obedece y baja del árbol. Cuando se encuentra abajo, mirando de nuevo al centauro, este continúa:

  – La rebeldía no te servirá de nada.  La rabia y la ira no te servirán de nada. No hay nada que puedas hacer, abandona toda esperanza de abandonar este lugar por tu propia voluntad. Acata las órdenes y quizá con el tiempo puedas resistirlo. Ignóralas y no sólo desearás la inexistencia, sino que también lamentarás haber nacido ¿Has comprendido?

  Marcial asiente, sabiendo que un solo sí supondrá otra vez dolor.

  – Entonces vuelve al río, o te empujaremos hacia él con nuestras flechas.

  Como sabe que no tiene elección, Marcial camina hacia atrás hasta que siente el contacto ardiente del río, va sumergiendo sus piernas hasta las rodillas sin dejar de mirar a sus captores. Luego se va alejando caminando hacia atrás  y cuando está sumergido casi por completo, grita con todas sus fuerzas.

  – ¡Iros al infierno! – antes de sumergirse en del todo en la sangre.

  Al instante tres flechas rompen la superficie y se estrellan contra su cuello y sus brazos, alcanzándole al mismo tiempo que las palabras del centauro:

  – ¡En él estamos, Marcial!

  Luego la corriente le arrastra y las flechas clavadas desaparecen. Antes de perder el conocimiento la última imagen que pasa por su cabeza es el rostro de Beatriz.

*****

 

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