El manipulador de mentes

El manipulador de mentes

Victoria Cuñat

20/10/2014

Valencia, marzo del 2014

La verdad es que no sé cómo empezar esta historia, creo que es lo más difícil, el comienzo, después todo va rodando. Recuerdas los acontecimientos y vas escribiendo las cosas tal como sucedieron exagerándolas un poco en ocasiones y otras disfrazándolas para que la realidad no sea tan evidente. Pero en el momento que vi su fotografía que me miraba con su blanca sonrisa desde la pantalla de mi ordenador, supe que tenía que contarlo todo.<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

A veces, aunque sea una frase algo manida, sucede que la realidad supera la ficción y las cosas resultan más sorprendentes increíbles de lo que uno puede esperar. Yo voy a intentar contarlo tal como sucedió.

Y por sorprendente e increíble que parezca las cosas sucedieron así.

 

Me llamo Cristina Izquierdo y soy publicista. Tengo un buen trabajo en una revista técnica, muy buenas amigas y una familia maravillosa a la que adoro y que cuida de mí siempre que lo necesito. ¿Qué más se puede pedir? Pues se puede pedir mucho más y por pedir, que no quede y yo quería tantas cosas y a la vez tan pocas…

 

Llevaba junto a mi marido, Rafa, una existencia aburrida y monótona. No podía seguir así, pero me aterrorizaba la idea de estar sola.

Soy una persona por naturaleza alegre, sino ya me habría hecho el harakiri en varias ocasiones, pero en los últimos tiempos la tristeza, la apatía y el desinterés por todo, estaba ganándome la partida. Tenía que sobreponerme y luchar por conservar mi buen humor y mis ganas de vivir. Estaba dispuesta a “reinventarme” como se dice ahora, a convertirme en una nueva Cristina. No soy ninguna belleza pero no estoy nada mal, solo que en este juego que es la vida, en el reparto de hombres no he salido muy beneficiada, me tocó en suerte el gordo, pero no el de Navidad.

Sabía que Rafa me engañaba y la verdad es que me importaba un pepino, ¡estaba tan harta de sus aventuras…! Veinte años de matrimonio: una condena.

Lo peor era tenerlo en casa rondándome como un alma en pena y aguantar su mal carácter hasta que conseguía hundirme en la miseria.

Quería dejarlo, pero no podía ni sabía cómo hacerlo. Llevaba más de media vida con él y me sentía dependiente a pesar de tener mi propio trabajo. Sentía un miedo atroz de enfrentarme yo sola a la vida. Estaba muy incómoda en esa situación y me sentía cobarde por ello.

¡Tendría que ocuparme de tantas cosas yo sola! Solo de pensarlo me sentía como una “maruja estresada”

Me estaba deprimiendo, normal, con estos pensamientos…

 

Cogí la lista de médicos del seguro y me puse a buscar un psiquiatra. Alguien que estuviese cerca de casa o que me sonase el nombre. Empecé a telefonear por ese orden: cercanía lo primero. Ya que no tenía referencias de ninguno de ellos ¿qué más daba uno que otro?

¡Pero cómo puede ser que te den una cita para el mes siguiente! ¡La gente va al psiquiatra! ¡A terapia como los americanos! Se deben de callar como muertos porque oficialmente no conozco a nadie que vaya al comecocos.

Me reí sin ganas y seguí buscando. Me dieron cita para el mes de abril, es decir un mes más tarde.

Pasaba la mitad del día trabajando y la otra navegando por internet, eso me entretenía. Un día una amiga me contó sus incursiones por el ciberespacio, ese mundo nuevo y lo bien que se lo pasaba.

Ella estaba separada y hacía lo que le daba la gana o lo que podía.  Por este medio conocía a gente y había llegado a tener una serie de citas. Ni yo pregunté en que había terminado cada historia, ni ella me lo contó nunca. No soy una persona curiosa, escucho cuando me hablan, pero pregunto poco. Más bien mi defecto adquirido a lo largo de veinte años, es el de dar explicaciones por todo, sin que me las pidan. Un defecto del que pienso desprenderme, sin prisa pero sin pausa. Ya trabajo en ello.

 

Un día de esos que tenemos las mujeres, irascible, nervioso, llorica y sin motivos —como ellos dicen (después de una sesión de gritos, pero sin motivos)— y sin darme ni cuenta, me encontré metida en un chat, el que me había dicho Marga, su mina de hombres como ella lo llamaba. Mi alias no era muy original. Reconozco que no tuve demasiada imaginación. Me hacía llamar “MALENA-VLC”, hacía poco que había leído una novela de nombre parecido y su protagonista había dejado huella en mí. La mente calenturienta de los hombres relacionaba a esa Malena con una actriz porno de magnífica reputación en lo suyo, así que tenía que quitarme los moscones a golpe de clic.

Me impresionaba y me dejaba envolver en esas historias morbosas, increíbles y patéticas y llegaba a sufrir por esas personas, quizá porque veía mi futuro reflejado en ellas y en sus soledades. Leía cuanta historia triste quisiesen contarme y desechaba a bravucones, salidos y buscadores de sexo (tanto real como escrito), especie de cerdo ibérico que abunda en esos lares.

No creo que aquello fuese buena idea, cada día me deprimía más. La fealdad interna de algunas personas se hace evidente cuando se esconden detrás del anonimato, mienten, engañan y vacían lo peor que llevan dentro.

Otras personas sin embargo, muchas afortunadamente, te abren su corazón, te escuchan y se ofrecen a mitigar tu soledad o tu tristeza de la única manera que saben: charlando contigo.

También están los pervertidos que se hacen pasar por adolescentes y engañan a cuantos se ponen por delante. Son realmente asquerosos y con una imaginación depravada.

Los hombres que se hacen pasar por mujeres y viceversa, siempre dependiendo de sus oscuros deseos. Con éstos, si tienes un buen día te puedes partir de risa y seguirles el juego, no se dan ni cuenta.

La mayoría busca sexo, sin compromiso y gratis. Ni siquiera te preguntan la edad o si eres una rata de alcantarilla o una ballena protegida. Directamente al grano: ¿quieres sexo?

La mitad de los usuarios intentan engañar a la otra mitad, nunca sabré con qué fin: diversión, aburrimiento, nuevas experiencias…o estupidez, sin más.

Supongo que habrá mucha más gente que como yo, simplemente busca distraerse o evadirse de la puñetera monotonía del día a día.

También dicen que se han formado sólidas parejas en la red, aunque no conozco ninguna, seguro que es cierto, siempre hay un roto para un descosido.

Podría extenderme ampliamente ya que casi soy una experta, pero no es éste el tema que nos ocupa, aunque esta historia habría sido muy diferente si ese día no hubiese entrado en el chat de Marga. Ahí es donde habitan los manipuladores de mentes y hay quien lo sabe hacer muy bien, podéis creerme.

En la red todos son altos, guapos jóvenes con carreras superiores pero que no saben hacer la o con un canuto. Una de las cosas que más me llamó la atención desde el minuto cero, fueron las faltas de ortografía que, unos por abreviar y otros por no conocer correctamente la lengua castellana cometen. Su simple visión daña a la retina.

Poco a poco me fui introduciendo en ese mundo de personas solitarias y extrañas. Desagradables algunas, con sus ordinarieces, su falta de educación, que se esconden tras el anonimato para dar rienda suelta a su mal gusto y otros verdaderamente desesperados en su soledad impuesta. La soledad buscada, voluntaria, puede ser muy agradable. La impuesta, la falta de compañía día a día, es terrible. Personas que están solas en un mundo lleno de gente que va y viene que ríe, que entra y sale, mientras tú lo ves a través de la ventana de un ordenador. Es de lo más deprimente. De eso y de otras cosas mucho peor está la red llena.

Si yo tuviese hijos me andaría con muchísimo cuidado y no les perdería de vista. A mi edad y sin querer, aprendí cosas nuevas. Los jóvenes, con el ansia de saber y queriendo, pueden aprender demasiado. Mucha de esta información puede resultar nociva para mentes sin formar.

Mi mente aunque dispersa en aquellos días, en éstos también, estaba formada y sabía discernir muy bien entre el bien y el mal, lo ético y lo inmoral, la degeneración o la enfermedad. O quizá no tan bien como yo creía, porque te vas acostumbrando a todo y corres el riesgo de terminar viendo las cosas anormales como normales.

 

Al principio me resultó chocante, incluso gracioso que se ofreciese alguien a limpiarte la casa “vestida” de doncella y gratis. O a salir de compras contigo y poner a tu disposición su visa oro a cambio de que le dejes, en esta ocasión, acompañarte “vestida” de Prada y “maquillada” perfectamente.

Mantuve una serie de conversaciones con Brigitte, que así se llamaba él. Pensé en dejar de hacerlo cuando empezó a darme pena y llegué a pensar que no era tan anormal la situación. Me preocupó ser demasiado permisiva o estar chalándome. Pero el caso es que me reía con él mucho y me gustaba su conversación.

El chico, un joven empresario madrileño, era guapísimo. Vi en fotos su transformación (aunque nunca jamás lo vi sin maquillaje alguno) en una preciosa chica estilosa y con clase. Altísima, morena con el pelo a lo chico y unos ojos azules pequeños y rasgados.

El fue mi primer contacto con alguien del chat.

Brigitte se subió en el Ave y vino a pasar el día conmigo. Sólo quería salir de compras con una amiga. No buscaba otra cosa o al menos nunca lo dijo abiertamente. Su educación era exquisita y su sonrisa fácil.

Aunque tengo que reconocer que estuve tentada, no me atreví a llevarlo a casa para comprobar si era carne o pescado. Me lo insinuó tan sutilmente que hoy en día aún no sé si me lo imaginé. Supongo que sólo dejé de hacerlo por miedo. La experiencia habría sido de lo más morbosa. Morbo es la palabra que más se cita en un chat aparte de sexo. Pero… ¿y si era un psicópata? ¡Para ser mi primera cita por internet me había buscado algo de lo más original!

Pasamos todo el día de compras como dos grandes amigas, charlando y comentando cualquier cosa. Comimos en una terraza de moda en el mismo centro de Valencia y alargamos el café. Su conversación amena e inteligente, sus modales y su forma de moverse y de expresarse demostraban su exquisita educación académica, económica y social. Su aspecto llamaba la atención de los hombres y a mí me divertía muchísimo la situación.

Después continuamos con nuestras compras. Hermes, BúlgariLouisVuitton… las mejores tiendas de Valencia. No consentí que me regalase nada. El pretendía hacerlo como pago por el tiempo que le había dedicado y porque, según él, todo le parecía poco para mí.

Un día más y me enamoro de ti- me dijo sonriéndome y mirándome guasón. Aunque tú no puedas comprenderlo no soy gay.

“Que complejidad”, pensé.

Fue una experiencia de lo más interesante y de lo “más normal”. Por eso no quise repetirla. Habría terminado acostándome con un hombre vestido de mujer o con una lesbiana convertida en hombre… ¡demasiado complicado! Tal como tenía pensado no volví a verlo ni a hablar con él. Pocas veces me ha divertido tanto un día de compras, pero ahí terminó la cosa entre nosotros. De tácito acuerdo dejamos de encontrarnos en la red. Quizá estaba casado.

Siempre he pensado que para él fue su asignatura pendiente, su reto a enfrentarse al mundo como una mujer. Era impresionante y lo sabía. Su seguridad en “ella misma”, su feminidad y sofisticación resultaban insultantes para las mujeres de verdad.

La naturaleza se había confundido con Brigitte.

Para mí, una cita de alto riesgo por lo desconocido, sin pretensiones y que puso un puntito en mi aburridísima vida. A veces me arrepiento de no haberme dejado llevar en aquel momento.

 

Si hubiese sido psiquiatra me habría metido de cabeza en ese mundo, en esa jaula de grillos para hacer un estudio sobre el género humano, y me consta que por lo menos uno de ellos se encontraba allí, puesto el destino quiso que yo tropezase con él.

Pasaba horas navegando y buscando cosas interesantes. También perdía mucho tiempo, pero tiempo es algo que aún me sobra. O me falta, no sé.

A nadie le llamaba la atención, porque no había nadie que me controlase, además nunca entraba durante mis horas de trabajo, siempre desde casa. Me entretenía y me sumergía en un mundo de fantasía dónde todo era posible.

Había que tener mucho cuidado de no cruzar esa delgada línea roja entre la ficción y la realidad y saber en qué terreno se pisa.

Cada día me sentía más segura con ese sexto sentido para “distinguir a los malos de los buenos” y eso puede resultar peligroso. No hay que sentirse demasiado segura nunca. Hay lugares en los que no puedes fiarte de nadie.

 

Una noche de tantas que Malena se encontraba mal emocionalmente entró en el chat y pidió ayuda.

Definitivamente me estaba volviendo loca.

   ¿Hay algún psiquiatra en la sala?

Se abrieron muchas ventanas todos decían ser psiquiatras, pero con solo leer la primera frase ya era suficiente para rechazarlo y cerrar las ventanitas donde se inician las conversaciones privadas.

Se quedó una ventanita abierta y allí estaba SERGI_Barna.

—Hola Malena, soy médico psiquiatra. He leído que pides ayuda. ¿Qué te sucede?

Tenía dudas. La gente miente, pero creía estar ya de vuelta y sabía que antes o después se les pillaba a no ser que te tropezaras con alguien muy inteligente, que obviamente los hay.

Sergi me transmitía paz y yo creí en él. Tampoco perdía nada otorgándole un voto de confianza. Lo peor que podía pasarme si me engañaba era sentirme tonta e ingenua y eso me daba igual. Me había sentido así tantas veces-

—Cuéntame —me dijo.

Y yo no pude contarle nada porque no podía ver el teclado. Me bloquee como solía pasarme de un tiempo a esta parte.

De mis ojos brotaban las lágrimas, solo por sentir que para alguien, para un desconocido yo era importante o por lo menos existía. Y desconecté.

No hacía falta ser psiquiatra para detectar la tristeza que me embargaba. Hoy cuando una persona se siente triste, le adjudican enseguida una depresión que se cura con pastillas —dicen— pero para la tristeza no hay medicación, hay que ponerse las pilas y arrancar la raíz del mal.

 

Casi a diario, cada noche, Malena entraba a buscar a Sergi, semana tras semana y mes tras mes. Fue pasando el tiempo y se consolidó la amistad entre ambos. No había ninguna duda de que era psiquiatra. Era imposible fingir ciertos conocimientos. Catedrático con pareja y fiel. Alma caritativa que entró en un chat para fisgar y encontró un filón conmigo, con Malena. Pero ayudó a Cristina en todo lo que pudo que fue mucho y bueno.

Estaba interesado por el estudio de ciertas prácticas sexuales llamadas BDSM y sus riesgos físicos y mentales en el ser humano. Practicadas por adultos de todas clases sociales o religiosas. Alarmantemente preocupante por el inicio de ello entre adolescentes, sin control sobre sus actos y, sobre todo, de sus mentes. De estas prácticas descontroladas empezaban a sucederse desgraciados accidentes, causando incluso la muerte, según me contaba durante nuestras largas charlas a veces telefónicas, a veces a través del Messenger, en el ordenador. Yo no había oído hablar nunca de ello. Sí, por supuesto que había oído hablar del sadomasoquismo y sabía perfectamente en qué consistía su práctica. Pero de lo otro… ni idea.

—Cuéntame —le pedí un día.

—El BDSM es la práctica de aficiones sexuales que se denomina erróneamente como sadomasoquismo. El BDSM es algo más. La “B” de bondage, es la inmovilización con cuerdas o ataduras en todo el cuerpo o parte de él, en muñecas, mediante esposas o pañuelos o el cuello con collares o cualquier ligadura. La D de disciplina y dominación. El amo o ama domina flagelando con látigos u otros objetos el cuerpo de la persona sumisa. La S de sadismo, placer al infringir dolor a otros (la parte más peligrosa de las cuatro etapas ya que no puedes medir el dolor en un cuerpo ajeno). Y la M de masoquismo, el placer sexual al sentir tu propio dolor, que según estudios existe en mayor o menor grado en todos los cuerpos humanos.

Continuamos nuestra conversación telefónica.

—Estas prácticas pueden llegar a ser muy peligrosas. Espero que no te aficiones —bromeó.

—Tranquilo, solo de oírte se me pone los pelos de punta. A mí mimitos y cariñitos —reímos los dos.

—Desgraciadamente se puede calificar como una enfermedad mental seria que, a veces, queda fuera de control. Entonces es cuando suceden los terribles accidentes de los que antes te hablé.

—Gracias por la clase de sexo, cambiemos de tema que “me estoy poniendo”—le dije con voz de falsete.

—Es lo que tiene el BDSM, Cris, ya te lo dije: ¡es un peligro! –dijo riéndose con ganas.

Ya me había olvidado de Malena era Cristina y confiaba plenamente en Sergi. Me sentía bien con él, me gustaba su conversación, su seriedad y a la vez su sentido del humor. Era ameno y divertido.

Sergi me aconsejaba sobre lo que pensaba que debía hacer. Tenía que conseguir el divorcio de Rafael, eso era la prioridad. Sentirme libre yo y rehacer mi vida. ¡Qué fácil decirlo!

Buscar mi identidad. Hurgar en mi pasado y encontrar todas esas cosas que dicen los psiquiatras que hay que encontrar y saber sobre uno mismo.

 

* * * *

 

Cuando conocí a Oscar por pura casualidad, nunca pensé que volvería a saber de él. Ni tenía ganas de líos ni era el momento adecuado.

Ya sabía que mi marido tenía una amante fija. Me lo había contado una buena amiga, de esas que se mueren de ganas por hacerlo, él no tuvo otra opción que confesármelo y yo no tuve más remedio que pedirle el divorcio, así que no estaba precisamente para tirar cohetes, no tenía ganas de nada.

Mis esquemas se rompieron, mi mundo o lo que quedaba de él se derrumbó. Estaba asustada precisamente porque lo que tanto había deseado ya lo había conseguido y ahora pensaba que no sabría salir adelante. Pensaba que no estaba preparada para enfrentarme sola a nada. Rafael me lo dijo escupiéndome las palabras con rabia y yo me lo creí, pero los acontecimientos demostrarían lo contrario.

Oscar era de esos hombres que crees que sólo existen en las películas y cuando los tienes al lado te quedas bloqueada. Cuando lo vas conociendo y te vas acostumbrando consigues quitar la cara de idiota al mirarlo.

El físico de hombres como él, al principio te impone pero suelen tener el mismo cerebro, a veces inferior al de todos los humanos.

Él esperaba pacientemente, sin presionar, sin agobiar. Diez años más joven que yo, guapo y atractivo. Cabello rizado y oscuro, piel morena de horas al sol navegando, ojos verdes y nariz ligeramente aguileña. Muy alto, fuerte y atlético. Medirá un metro ochenta y ocho, más o menos. Dijo que había sido modelo cuando era muy joven.

Me lo había presentado una amiga, a la que Marga también había iniciado en el mundo de internet, y quien me llevó a la primera cita como su guardaespaldas aunque yo no lo sabía.

Oscar y ella se habían conocido en el chat (no lo supe hasta mucho tiempo después) y habían citado a tomar una copa una tarde antes de cenar.

Cuando llegamos y nos presentamos, ambas quedamos unos segundos en estado catatónico, con un gran esfuerzo y arranque de orgullo femenino logré volver en mí y convencerme de que era humano. Si ella pensaba que le iba a dejar el campo libre…ni se me pasó por la cabeza dejarlos solos y tal vez debí hacerlo, pero ni se me ocurrió.

Estuvimos los tres tomando una cerveza y cuando llegó la hora de irnos cada uno por su lado Oscar me preguntó si tenía planes para la cena dejándome bastante sorprendida, no tengo precisamente lo que se llama suerte con los hombres, pero fui la elegida para gran consternación de mi amiga. Era su cumpleaños, dijo y estaba sólo en Valencia. Me invitó a cenar y aunque yo no quería, Malena aceptó y fuimos paseando a un restaurante cercano.

¿No era eso lo que debía hacer? Abrirme al mundo, iniciar una nueva vida y quién mejor que alguien como Oscar, con lo macizo que está, me habría dicho Sergi de haber sido testigo de los acontecimientos.

Fuimos a cenar a un pequeño restaurante, con poca luz iluminado con decenas de velas, de ambiente romántico y tranquilo. La charla agradable y relajada, acompañada de un buen vino, le llevó a contarme parte de su ajetreada e interesante vida.

Había nacido en algún pueblo de la provincia de Valencia, no logro recordar el nombre. Estudió medicina y se fue a Australia a vivir, donde se casó y se divorció de una australiana de la que quiso alejarse lo máximo posible. Dejó de ejercer la medicina y se metió de lleno en la vela de competición que era su modo de ganarse la vida en ese momento, según me dijo.

Después de tomar una copa me acompañó a casa, al despedirse me abrazó y besó en la boca. Yo no hice nada para evitarlo, es más, no me disgustó nada, pero pensé que no volvería a saber de él y tampoco me importaba. Estaba bastante insensible a todo.

Pocos días después me llamaba por teléfono y me invitaba a comer.

Empezamos a salir de vez en cuando, sin compromiso, y eso me gustaba. Me estoy volviendo como los hombres: un beso sin importancia, sin ataduras, sin promesas, ya veremos qué pasa…

Durante esos días me enseño cientos de fotos y me contó mil historias, me entretenía su conversación y me hacía reír. Me parecía un poco fantasma pero no se puede pedir tanto, algún defecto tenía que tener, además no había ningún compromiso por ninguna de las dos partes, me paseaba y yo me dejaba querer.

Su barco estaba amarrado en el último pantalán del Puerto Deportivo de la Marina Real. Es un velero maravilloso de unos veintitantos metros, el PiccoliSogni. Y venían navegando desde Costa Rica.

Su equipo se había marchado ya y él se había quedado para volver con su barco y algún marinero, dijo. Aún no había pensado rumbo a dónde, quizá África, era ciudadano del mundo.

Me reía con él y me hacía olvidar durante algún rato la farragosa historia de mi divorcio interminable.

Sergi me alentaba a salir con él, decía que me vendría bien hacer nuevas amistades. Me hacía preguntas sobre Oscar, que yo contestaba con toda naturalidad y se fue tejiendo una historia. Una historia cuyo protagonista no se sabía muy bien quién era. Nuestras conversaciones eran interminables. El insistía en que era mi amigo, no mi terapeuta, pero yo lo había adoptado como tal y no había nada que se me quedase en el tintero, se lo contaba todo.

Sergi insistía en que mantuviese una relación más intima con Oscar pero yo no sentía esa necesidad. Me divertía, cambiaba el chip, olvidaba malos rollos y nada más. Probablemente eso fue lo que le atrajo de mí: mi inaccesibilidad innata. En aquellos momentos, estaba hecha astillas y solo quería a mi lado gente que no me causase problemas, ya tenía bastantes, y aunque a veces me hacía preguntas personales yo era hermética en mi vida privada. Jamás lo llamaba ni le enviaba mensajitos a destiempo, y unas veces estaba disponible y otras no, como con cualquier otro amigo.

Él, sin embargo, sí que me llamaba y enviaba mensajes a todas horas, lo hacía sin riesgo de que mi matrimonio se fuese a hacer gárgaras. Rafael se había marchado de casa con su amiguita, con lo cual ya no existía ningún vínculo físico entre mi marido y yo.

Para mí no había consuelo. Que complejo es el ser humano, cuando consigues lo que quieres no te sientes feliz.

Para Oscar debía ser un reto conseguirme, estaba acostumbrado a salirse con la suya. Se notaba en sus modales, en su forma de hablar o de pedir las cosas, se sabía irresistible y supongo que para muchas lo sería. A mí me había conocido en un momento de mi vida en que no me sentía bien, solo padecía y no estaba receptiva en cuestiones amorosas, pero me sentía a gusto con él, no pretendía nada más.

 

Tuve que ir a Barcelona por trabajo y prometí llamar a Sergi.

 Estaba alojada en un hotel de la zona de Pedralbes, el hotel Victoria, una de las más bonitas de Barcelona con sus calles en pendiente, cuesta arriba y cuesta abajo, sus edificaciones a cuatro vientos con sus mini jardines y con ese silencio sordo, típico de ciertas zonas residenciales. Le llamé, pero excusándome por no poder vernos, la verdad es que tenía miedo de llevarme un desengaño.

Meses más tarde tuve que volver. Busque tiempo de donde no había, y entonces sí, nos vimos.

Me pareció el hombre más maravilloso del mundo. Me transmitía la misma paz o más, cara a cara que a través de las letras o el teléfono. Físicamente, como él mismo dice, es muy normalito: bajito, gafoso, triponcete y algo macarra, esto último por supuesto es una broma entre ambos, que viene de cuando me llama muñeca o encanto

Me llevó a cenar al restaurante Rino, fusión de comida catalana e italiana, luz tenue, música de fondo con vistas a un precioso jardín muy romántico y cerca de mi hotel, donde terminamos la noche tomando una copa y el postre. ¡Qué postre!

Teníamos la sensación de ser amigos de toda la vida. Es cierto que llevábamos un año más o menos escribiéndonos o hablando por teléfono, pero nunca nos habíamos visto. Solo en un par de fotos de escasa calidad, las suyas por lo menos. No es presumido y no tiene fotos, al menos eso dice. Quizá sí que las tenga pero con su pareja. Tenemos un mutuo acuerdo: no nombrarla. No quiero saber de ella, no me quiero sentir mal. Ni sé cómo es ni cómo se llama, ni quiero saberlo. Lo único que sé es que es psiquiatra como él y que dejó de serle fiel aquella noche en el hotel Victoria.

Se convirtió en mi amante, en mi brújula. Él hacía su vida y yo la mía pero nunca perdíamos el contacto.

Mientras tanto Oscar no parecía tener demasiado interés ni veía el momento para volver a Australia, África o dónde tuviese pensado ir. Un día me llamó a la hora de comer.

—El viernes hay fiesta en el barco. Cena informal. Si quieres traer a alguien puedes hacerlo

—Muchísimas gracias—le dije— iré con mi amiga Carmen.

—Estupendo, nos vemos allí a las ocho.

Cuando llegamos nos quedamos absortas del lujoso despliegue.

Ese viernes conocí a Clara, me pareció que hacía las veces de anfitriona con Oscar, era de Barcelona pero vivía en Valencia y, según dijo, había conocido a Oscar, hacía mucho tiempo. Entre ellos sí había algo, o eso me pareció.

Soy una persona más observadora de lo normal. Me gusta observar a la gente peculiar, y Clara lo era. No quitaba la vista de Oscar, lo seguía con la mirada allá donde iba y se lo comía con los ojos.

Como yo no la consideraba una rival y hubo química entre las dos, nos hicimos amigas. Creo que eso molestó a Oscar. Debió de pensar que su presencia en el barco y las carantoñas que le dedicaba, podrían molestarme e incluso causarme celos. Pues no. Seguía importándome lo justo para dejar que me llevase de un lado a otro, sin más pretensiones que las de pasar el rato. De hecho fui de las primeras en irme de la fiesta.

 

Oscar llevaba una vida de lujo asiático. Parecía millonario y sus buenos modales denotaban una cuidada y perfecta educación.

Me contó que su padre era o había sido diplomático. Él mismo hablaba cinco idiomas, ya que había vivido en distintos países.

En una ocasión delante de una joyería me pidió que eligiese el reloj que más me gustase. Me negué educadamente y le di las gracias pero fui rotunda. Se sintió molesto y entramos. Se regaló un precioso reloj de acero, por su cumpleaños, que le costó una fortuna. Creo que estaba acostumbrado a deslumbrar a las mujeres y estaba empezando a ponerse nervioso por mi indiferencia hacia el dinero y el lujo. En mi vida no me había faltado nunca de nada, me gusta vivir bien como a todo el mundo pero detesto la ostentación.

Poco tiempo después me comentó que había vendido un coche de época y una moto que había comprado al llegar y que había hecho muy buen negocio. Supuse que estaba pensando en volver a donde fuese que tuviese pensado continuar con su vida.

 

Aquel domingo me pidió mi coche para ir a ver a sus padres pero no me invitó a ir con él. Yo le había convencido para que fuese, ya que según él, hacía años que no los veía (esta fue la primera ocasión en que me pareció que me mentía).Un diplomático retirado en el pueblo… bueno, ¿por qué no?

Soy confiada por naturaleza, pero no me apeteció dejarle mi coche. Se me encendió un piloto de alerta. A veces, no siempre, salta la alarma “anti-cosas-raras”. Además, no tengo otro y es un coche muy bueno, me lo estimo mucho. Cuido mucho mis cosas.

Además, como me dijo que tenía la opción de coger el Mercedes SLK de Clara, supongo que pensando que eso me picaría, me vino genial y le dije que yo necesitaba el mío durante toda esa semana.

Estuvo desaparecido casi un mes. Tiempo después me dijo que tras ver a sus padres, se iba a Italia a iniciar conversaciones con un empresario suramericano que reside en Milán. Un negocio importante según me dijo. No sé si en esta ocasión se llevó también el coche de Clara.

Cuando Carmen me preguntó por él y le conté que estaba de viaje, me dijo:

—Qué raro, juraría que lo he visto esta mañana en una bici

   ¿En bici? Me extraña, con lo pijo que es.

   ¿Estás segura de que se ha ido?—me peguntó extrañada.

—Eso me dijo, pero a lo mejor ha cambiado de idea y se ha quedado. No tiene por qué darme explicaciones de sus actos ni de sus movimientos —contesté enfurruñada—. No hay ninguna relación entre nosotros.

   ¿Pero a ti te gusta, Cris?

—No sé, la verdad es que no lo sé. Hay algo en él que no me encaja pero no consigo saber que puede ser.

Aunque yo sabía que lo que no encajaba era el recuerdo de Sergi que estaba presente siempre.

No volvimos a hablar de ello, la verdad es que me fastidió que pudiese haberme engañado, pero decidí convencerme de que me daba igual qué hiciese o dejase de hacer.

Esa misma tarde me llamó Clara. Necesitaba hablar conmigo lo antes posible y quedamos en vernos la semana siguiente, puesto que yo salía de viaje esa noche.

 

Cuando regresé a Valencia pensé en la posibilidad de poner mi piso en venta. Es un piso precioso en el centro de la ciudad, pero demasiado piso para una persona sola. Fui a una inmobiliaria para que me lo tasasen y sondeasen el mercado, sin compromiso, aún no había decidido nada. Estaba planteándome comprar algo más pequeño por la zona.

Cuando volvió Oscar, se me ocurrió comentárselo.

   ¡Qué casualidad, Cristina!, mi socio necesita un piso de esas características. Podríamos subir, sacar unas fotos y mandárselas para que lo vea. Te pagará lo que le pidas, no es de los que regatea si algo le gusta.

En mi cabeza, se volvió a encender un piloto de luz roja, demasiada casualidad. Con Oscar todo eran casualidades.

Cuando estaba con él, la verdad es que me encantaba, pero había salido de la nada, no me apetecía que se fuese metiendo en mi vida de esa manera tan sutil pero firme y decidida como si nos conociésemos de toda la vida.

Como no tenía tiempo para pensar quise ganarlo dando largas con una respuesta que resultase creíble. Si era verdad habría tiempo para negociar.

—Cuanto lo siento —le dije— pero ya me he comprometido con la agencia. Tu socio puede ponerse en contacto con ellos.

—Cristina, si lo digo es por ti, por la comisión. Yo haría de intermediario sin cobrarte nada. Pero bueno, como tú quieras.

¿Por qué desconfiaba tanto de él? Después olvidaba mis sospechas y estaba tan a gusto a su lado.

—Pues sí, es una pena, pero ya he firmado la exclusividad. Por cierto esta tarde he quedado con Clara —dije para cambiar de conversación.

   ¿Con Clara? ¿Para qué? —me pareció que se sobresaltaba.

—Para nada especial, me llamó ella. Quiere hablar conmigo, solo eso.

   ¿Y no te ha dicho de qué quiere hablar?

—Pues no Oscar, no—me impacienté—. Pues querrá charlar, tomar algo, no me parece que tenga muchas amigas. Su vida está en Barcelona, sus hermanas, su familia. Aquí tiene a su hija y por eso montó un negocio. Viene, lo supervisa y pasa algún tiempo con ella.

—Tienes razón, no tiene nada más que a su hija. Es una buena idea que le hagas caso. Me parece bien.

Me lo dijo como si me estuviese dando el visto bueno y no me hizo ni pizca de gracia, pensaba verla de cualquier forma. A veces resulta un poco arrogante y condescendiente.

Clara era encantadora. Algo sofisticada para mi gusto, pero amable y cariñosa, una persona afable. Se maquillaba los ojos de forma extraña, demasiado exagerada, con trazos muy marcados y alargados.

Estaba chispeando cuando salí de casa y no llevaba paraguas así que llegue a la cafetería pasada por agua. Tormentas de primavera.

Clara ya me estaba esperando. Nos pusimos a hablar delante de una taza de té, pero me di cuenta de que estaba deseando ir al grano. Sus delgadas manos con uñas cortas y pintadas color cereza, como sus labios, manoseaban la taza y le daba vueltas y vueltas al té con la cucharilla.

Me lanzó la última pregunta que yo esperaba oír de labios de una casi completa desconocida. Nuestra reciente amistad no era para esas confianzas.

   ¿Puedo hacerte una pregunta un poco delicada Cris?

—Por supuesto Clara, tú la haces, yo veré si la contesto —le dije riéndome.

Me extraño su seriedad. No era una mujer alegre pero sí simpática.- — ¿Te has hecho alguna vez la prueba del SIDA?

Casi me caigo del taburete

   ¿A qué viene eso? —le contesté un poco molesta.

Ella me contestó con otra pregunta.

   ¿Te acuestas con Oscar?-

   ¡Pero bueno Clara! ¿A qué viene esto? ¿A ti qué te importa? Eso es asunto mío, sólo mío ¿No crees? —le dije en tono seco y cortante.

—Y tanto que es asunto tuyo. Si estás acostándote con Oscar hazte la prueba sin falta

Me temblaban las piernas.

   ¿Qué pasa Clara? Dímelo, no le des más vueltas.

De pronto se echó a llorar desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer ni qué decirle, no atinaba con las palabras.

—No tengas celos Clara no estamos juntos. Ni siquiera me lo ha propuesto —mentí a medias.

—No tengo celos Cris.

Se hizo un silencio que se podía escuchar cada gotita de lluvia caer.

—Soy seropositiva—me dijo en voz apenas audible mientras me enseñaba un papel manoseado y arrugado.

No me hizo falta mirarlo para saber que me estaba diciendo la verdad. Me quedé paralizada de terror dando gracias a Dios y a Sergi, que se había puesto en mi camino. Cuando lo conocí aquel día en Barcelona, toda la atracción que había podido sentir por Oscar, desapareció y afortunadamente para mí, nunca había cedido a sus numerosos intentos de seducción. No soy una mujer promiscua pero tampoco una mojigata y si Sergi no llega a existir…

Me levanté para abrazarla y me paró en seco diciendo:

—Tienes que seguir escuchando, aún hay más. No sé si me lo ha contagiado él. Yo creía que era contigo con quien me estaba engañando y quería avisarte. Ahora —prosiguió— estoy segura de que está con mi hija. Se están viendo en el apartamento de Oscar. Fui el sábado sin avisar, para decirle lo que había salido en mi analítica. Y los encontré allí a los dos vestidos con ropa de deporte. Me dijo que Andrea había ido a buscarlo para salir a correr juntos. Finalmente me marché sin hablarles de los análisis y sin saber qué pensar.

Clara hizo una pausa, se ahogaba en sus propias lágrimas.

—He estado con otros hombres antes de estar con Oscar, puede que no sea él. Al día siguiente intenté hablar con Andrea, quería prevenirla para que tomase precauciones por si tenía algo con él. Le pregunté y lo negó todo. Dijo que estaba celosa sin motivos. Yo la creí pero ella estaba muy enfadada. Me llamó vieja bruja y salió de casa. No he vuelto a verla desde el domingo que mantuvimos esta discusión. Ahora comprendo su enfado. Los había pillado.

 

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