International Acquaintance (I. A.)

International Acquaintance (I. A.)

IA España – Arteaga, Silvia

De:  IA España – Arteaga, Silvia

Nº:  29985

Asunto:   MENSAJE 1: No estés triste

Recibí este mensaje. Fue el primero:

«No estés tan triste, al menos, el techo es acristalado y podemos ver la luz del sol. Sacha».

¿Quién es Sacha? ¿Cómo ha llegado a mi terminal este escrito con su nombre? ¿Es chica o chico? ¿Aparecerá él en la memoria del personal de la sala?

Consulté. No aparecían ni su foto, ni datos relevantes.

El juego me llamaba, el deseo de jugar, la excitación del deseo, el morbo de la excitación. Respondí:

«¿Crees que estoy triste? No lo creo, estoy seria, porque el trabajo lo requiere. ¿Quién eres? Silvia».

«¿Quién eres tú? ¿Acaso somos nadie? Sacha», me contestó.

Desde entonces, fui recibiendo en mi bandeja de entrada mensajes en apariencia laborales, que al final tenían un “Smile!”, un “Kisses”, un “See you”, etc. El idioma común a todas las interempresas. En uno de sus envíos, debajo de su poco original firma, encontré: «P.D.: siempre haz que parezca trabajo».

Comencé a hacer algo parecido, enviaba supuestos asuntos de trabajo, firmados a su estilo, pero en mi idioma, que es lo que me salía: “Besos”, “Silvia”, “Quiero conocerte…”.

¡Qué excitación! Llegar a la oficina y tener un pequeño aliciente, como uno de estos mensajes que recibía de cuando en cuando de alguien desconocido, inexistente, quizá. Continuamente pendiente de la bandeja de correo entrante, me felicitó el head governor, HGCastillo, por la rapidez con que atendía sus asuntos, leídos a la par que los movimientos del juego de Sacha. Su virtual presencia en mi pantalla líquida me divertía, me distraía, me hacía preguntarme: ¿Existirá? ¿Será una broma? ¿Me estarán poniendo a prueba?

Mi corteza externa, fruto de muchos años de estudio, de Ciencia, de enfriamiento del corazón, vibraba, se tambaleaba ligeramente al recibir estas clandestinas notas tan vacías de información. Me exponía al riesgo de ser descubierta, con consecuencias fatales, y sin embargo no podía escapar de la leve sacudida que en mí afectaban aquellos mensajes.

A todas las mujeres nos gustan los hombres. Pero hay una hermandad oculta de mujeres obsesas, que no pueden revelar su verdadera identidad. A esta clase pertenecía yo sin saberlo. La intuición sorda y lacerante estuvo en mí desde la infancia. Mi última y única relación con un hombre, afable, rutinaria y sin trasfondo, vino a desmentir mi pálpito. La llamada salvaje de la oscuridad, como un chillido discorde y desesperanzado, vino con él. Despertó mi anterior conocimiento, el resultado de la contemplación interior. Se confirmó: la fatalidad estaba conmigo.

No conozco a nadie, salvo a ti, a quien pueda revelar esto. Las devotas del macho debemos guardarnos de mostrar que somos putas de Satanás. La apariencia es y ha de ser inocente, rosada, sonrojada, virtuosa.

Un día llegué a mi sitio y mi compañera de la izquierda no había acudido a trabajar. Supe que el médico había certificado que la persona se encontraba en unas condiciones que no le permitían realizar su trabajo. Así que aquel puesto a mi lado estaba libre, y lo normal es que hubiera permanecido así, porque no está permitido cambiar de sitio.

A las ocho, hora de comienzo de mi jornada ese día, estaba vacío. Y a las once, hora a la que pedí mi primera comida, asomé la cabeza por el cristal translúcido, y vi que había alguien a mi lado. Diría que primero olí, le olí, a él.

Por entre las delgadas líneas de cristal que eran transparentes por mor de la estética, podía ver algunos detalles. Tenía el pelo abierto en dos como un libro, ojos redondos y nariz aguileña. Parecía que sus facciones estaban limpias, sin cortes, definidas. Un carísimo traje azul contenía sus anchas espaldas. Inesperadamente giró la cabeza y me sonrió. Entreví sus labios y sus ojos a través de los dibujos de la mampara. Me quemaba su mirada azul, dos llamas de mar que intensamente se fijaban en mí. Quise que fuera Sacha, lo deseé con fuerza.

–  ¡Smile! – me dijo, con una voz sensual, modulada, que se recreó en sisear la ese, y en la gran ai, y en la voluptuosidad de la ele. Pareció que decía: “sssssmaaaailllll”.

Nunca había oído decir esta palabra con una dulzura tan ácida. El supuesto Sacha volvió la vista a su monitor y continuó con su trabajo.

Hice lo mismo. En mi pantalla me esperaba una petición urgente de un informe del mismísimo HGDT, el Head Governor Director de Transacciones, y llevaba ahí el tiempo suficiente como para que le extrañara mi tardanza en atenderlo. Rápidamente abrí el documento y comencé a gestionarlo. No podía ir a la velocidad que solía, estaba paralizada. ¡A mi lado podía estar Sacha! ¡Y quien fuera era guapísimo! No podía pensar, no me concentraba.

Me deleité en el aroma fresco que de él provenía, como del agua de una fuente, que salta con gracia, con viveza. Un aroma de brisa, de libertad, que me elevaba al infierno. Mi vista fue a posarse en las cristaleras que servían como techo, recordando su primer mensaje. Suspiré, lo oyó, y me susurró, en un tono que erizó el vello de mi nuca:

–  No te distraigas… – que escuché como: Nnnno te dissssstraigasssss…

Deseé que mi nuevo compañero me conquistara. Mi fiera, la lasciva, la gata lujuriosa, la desenfrenada y tirada, luchaba por ello. ¡Qué miedo la tengo y cuánto la necesito! Mi vida se volteó y ella tomó las riendas.

Compré ropa, acto que siempre había odiado. La loba compró faltas muy cortas, compró tacones, compró transparencias, compró perfumes. Me sentí sacada al mercado: “¡A quinientas el kilo, oiga, contramuslo de primera!”. Este juego de ponerse en el mostrador me repugnaba, y al mismo tiempo me embriagaba. Iba como borracha al trabajo.

Me sentía fuera de mí misma, ante el caos sentía vértigo, sentía que no controlaba la situación. Recordaba que no había sido así con Carlos. Carlos no olía. Sí a sudor, sí a un desodorante barato, sí a caspa y a cerilla. No a selva, a oscuridad fanganosa, a sima, a légamo, a volcán. No olía a perdición, a excitación, a adicción.

Huelen algunos hombres, tan sólo. Por fortuna. Qué sería de mí si olieran todos.

Poco me importaba qué había sido de mi anterior compañera de puesto. Ójala no volviera.

No quise preguntar a HGCastillo por ella. Temía parecerle muy emotiva, incapaz de ser altamente productiva, dejando que mis sentimientos interfirieran. También temía que ella, la desconocida, volviera. Pero no volvió jamás.

«By your side», encontré en mi pantalla un día. Sí, era él. Y olía. Era el misterioso hombre de los mensajes y era el susurrante macho que olía. La gata en celo subió a mi rostro y ronroneó una sonrisa. Maliciosa, respondí: “ya lo sabía”. Asomó su libro de pelos por el panel de mi izquierda y me dijo: “Hola por fin”.

Dentro me agitaba, pero no me moví. Me quedé de estatua currante, y el brillo de mis ojos sólo lo pudo ver mi pantalla. Consulté a la Red dónde estaba el jefe. “HGC out for lunch”. Podía mirar a Sacha. Podía devolverle el saludo. Pero puse en el timón a mi otra yo, la acartonada, que tratando de no inmutarse, le escribió: «Déjame, tengo trabajo».

Por el rabillo del ojo le vi sonreír y volver a su pantalla. Leyó el mensaje y se me fue. Al pasar levantó viento, un torbellino a mi alrededor. Me quedé con las ganas de algo, me quedé sin cerrar.

Me levanté y fui a la ducha. De niña me gustaba la ducha nocturna. El agua secreta, cálida y bisbiseante, que me arrullaba y me llevaba al sueño de la mano. Saltaba ese agua, cascada interminable, sobre mis hombros, y me recorría. No podía escapar ningún rincón oscuro de mi cuerpo a la implacable caída de caricias.

La ducha ahora es otra cosa. Es compulsada, controlada, baremada. En los bloques dura cinco minutos, en los que la caricia no pasa de templada. Cinco minutos y se corta, por no sé qué sistema de ahorro de energía, y de agua, y de lirismo.

Se corta y no permite llegar a un clímax de relajación y cigarrillo. Desaparece veinticuatro horas del minúsculo y aséptico cuadrado plato.

Las duchas en los bajos de I.A. he oído que son colectivas. No hay sensualidad en un conjunto de cuerpos fláccidos y desnudos que enrojecen bajo un agua comunitaria, eso sí, más caliente. He de agradecer, como ves, poder seguir viviendo en este amplísimo cuchitril.

Recuerdo los escasos días en que Sacha estuvo a mi lado como los más felices.

Hablábamos:

–  ¿Bueno, querido, me vas a decir por qué te has sentado en el sitio de mi compañera? ¿De dónde sales tú? – le preguntaba entre bromas y veras.

–  Salgo de un melocotonero.

–  ¿Qué dices? Ja, ja, ja. Eso es una tontería. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando en I.A.?

–  Dos años, ¿y tú?

–  Tres. Estoy contenta de haber entrado aquí, ¿sabes? Entré a trabajar a International Acquaintance una semana después de terminar la carrera. Hice la primera entrevista al día siguiente. Y, modestamente, valgo para esto, para lo de las entrevistas, quiero decir, porque adivino rápidamente lo que el sujeto que tengo enfrente quiere oír.

–  ¿Ah, sí? ¿Y qué crees que quiero oír yo?

–  Quieres oírme cómo te cuento mi vida.

–  ¡Menudo aburrimiento!

Y se ponía a teclear, sin mirarme, durante un rato. Luego se volvía a asomar por detrás de la mampara, sonriente, alzando las cejas, con las mejillas muy rojas:

–  Bueeeeno, veeenga, cuéntame tu vida.

–  Je, je, je, qué malo eres, ahora no.

–  Bueno, no me la cuentes, total, seguro que no tienes nada que contar… ¿o sí?

–  Retomando lo que te estaba diciendo antes, te diré que estoy bastante contenta, I.A. es una empresa muy importante a nivel interempresa, da mucho prestigio trabajar aquí. Y me siento bien. Profesionalmente esta es una colocación envidiable. Como inconvenientes se pueden citar el tener que vivir en sus instalaciones, y en general, el estar más vigilado; parece que se trabaja más.

–  Vaya, vaya… ¿Crees acaso que soy un eich yi – dijo HG así, en inglés – que te está entrevistando para un cargo superior? – me dijo, fijando en mí una mirada de índigo intimidatorio, que subió el rubor a mi cara.

–  ¿Un eich yi? Me ha dado por llamarlos Hombres Grises, aunque creo que significa High Governor, o Head Governor, o algo parecido. Son grises, como sus vidas…

–  HG significa Head Governor, y no creas que son tan grises. ¿De dónde has sacado ese sobrenombre tan antipático?

No podía hablarle de mi infancia traicionada por mi madurez, de mi Michael Ende de prestado para dar un nombre, y olvidado en toda su filosofía. No podía tirar del hilo del ovillito que fue una niñez en una fantasía interminable. No podía porque esto me enfrentaba a mi incipiente fracaso como persona.

–  Se lo he oído a alguien… De todas formas, decir HG es lo mismo que decir jefe. ¿El tuyo es agradable? El mío es esa especie de mono bajado del árbol y transplantado que ha pasado antes por aquí. Es un impresentable.

–  ¿HGCastillo? Bueno, la verdad es que no es muy profesional… Cambiemos de tema. Háblame de tu familia, de tus orígenes.

Y así pasábamos hablando de rato en rato, en voz muy baja, procurando que nadie lo notara.

Sacha me provocaba una sensación de nerviosismo, un hormigueo… Sentía al mismo tiempo deseos de abrazarle y de darle una bofetada. A veces me agobiaba, me ahogaba, con esa mirada suya tan fija que hasta la piel la sentía. Otras, el mismo fuego de su mirada me hacía sentir tan pequeña que no me creía digna de estar sentada junto a él.

Permaneció un tiempo en el puesto 56, a mi lado, hasta que una mañana desapareció. El haberle visto durante días, aunque de reojo, el haber respirado su aroma, escuchado el murmullo de su voz, me había llenado del anhelo de poder mimarle. Al perderle de vista, sufrí.

Seguían apareciendo en mi terminal diferentes circulares y memorandos firmados con pequeños guiños, que cada vez me sabían a menos. Recorría el texto con desesperación, hasta llegar a un “¿Qué tal?” al final del texto, y me decepcionaba. Me había acostumbrado a lo bueno, a su presencia, que llenaba esas escuetas misivas de algún cuerpo, de una sonrisa inmediata, luminosa… Él había desaparecido, y no me había comentado dónde localizarle; quizá no había querido hacerlo.

Me sentía abandonada por él, indignada porque él no quisiera mantener la conexión conmigo, porque él sí sabía dónde estaba yo.

Pensé que a parte de saberlo, Sacha había saltado unas cuantas normas para sentarse junto a mí, ¿me conocía de antes?, ¿me había buscado?, ¿fue casualidad o destino que enfermara la persona que se sentaba a mi lado?

El amor es ciego, sordo, mudo no, porque ya ves que no paro de hablarte sobre él, y es que me nubló la vista, me eclipsó con una ceguera de luz, que me hacía ver claro que no veía nada.

Me pregunto por qué le necesitaba tanto. No era más que una foto, un símbolo, un fetiche. Con olor. No le conocía y ya me ligaba a él una conexión de dependencia y vicio, que acaso sean lo mismo. Un lazo olfativo, una necesidad de hombre y de fantasía.

Una relación con un cristal azul, el de sus ojos, reflectante todo, que ni daba ni recibía, sólo giraba proyectando el arcoiris. Un monólogo mío con quizá una invención de mi mente atrapada en el laberinto del Dédalo de la Red.

PLAN DE VIVIENDAS INTERNATIONAL ACQUAINTANCE

Apartamento I.A. 15 m2. Todos los servicios.

25% de los empleados. Bloques diferenciados por departamentos y categorías.

—————————————————————

Homes I.A. bajo los edificios de trabajo. 7 m2. Servicios comunes.

75% de los empleados. Acogedoras. Bajo tierra. Bien aireadas.

—————————————————————

PROGRESIÓN EN 20 AÑOS: el 100% de empleados en Homes. Costes menores. Mayor rendimiento. Aumento en un 30% de salas de descanso; complemento a las Homes.

—————————————————————ARTEAGA, S. 29985: apartamento I.A. bloque 3, escalera C, piso 48, puerta 7. Revisar. Posible traslado.

—————————————————————

—————————————————————DICKSON, S. 00135: apartamento I.A. bloque 6, escalera A, piso 2, puerta 2. Campaña de mejora.

IA España – Arteaga, Silvia

De:  IA España – Arteaga, Silvia

Nº:  29985

Asunto:   MENSAJE 2: Una acción que da buen fruto

La situación empezaba a impacientarme. Nuestros horarios no se parecían mucho, y el escaso tiempo que pasaba en mi apartamento necesitaba dormir. Por lo demás, había pensado sugerirle que podíamos vernos fuera, aunque no llegué a decirlo claramente, y él tampoco lo proponía. Odié estar siempre pendiente de si un mensaje llevaba su personal e íntima firma.  No dejaba de pensar en él, deseaba volver a verle,  no aparecía, le enviaba respuestas inmediatas a sus concisos saludos, y tenía que esperar horas, hasta días, a su contestación.

Me volvía loca, pensaba: “éste quiere dejarme claro que quien manda es él, que se pone en mi presencia cuando le da la real gana, que me contesta cuando desea, y que por mucha prisa que me dé en escribirle a él, no va a acelerar su reacción. Él manda, no soy su prioridad ni lo más importante de su vida, y me lo indica con sus silencios”.

En el apartamento, me gustaba sentirme sensual. Imaginaba que como él había localizado mi puesto, también podría localizar mi casa. En cualquier momento podría presentarse en ella con un ramo de flores, por ejemplo de caballerosidad, y podría sucederse una escena pasional… Me pasaba el tiempo con suaves rasos, lencería finísima comprada en los mejores catálogos, o sin nada de ropa sobre mi piel. Es ridículo. Porque él no sólo no se presentó, sino que no dio señales de vida.

Una tarde que tenía libre quedé con una amiga de la universidad, Noemí, para desahogarme.

Hacía tiempo que no la veía. Recordaba a Noemí más regordeta. Pero en lo demás estaba igual (ceteris paribus): morena y salada, un retaquito con mucho genio y buen humor, voz aguda, autoritaria, de hablar rápido y con mucho gracejo; risa a carcajadas, tintineante y dorada. Ese día tenía unas ojerillas que antes no habían cabido en su cara redonda y de dientes irregulares. Percibí que se había hecho un pequeño injerto.

Estuvimos en un virtubar latino, con camareros negros y mulatos. Se llama “La Habana, Cuba”, por si te apetece probarlo un día. Sólo pedimos camareros masculinos, para alegrarnos la vista.

–  Bueno, ¿qué tal te va? – me dijo Noemí.

–  Pues… bien… – me costaba siempre empezar a hablar de lo más íntimo.

Notó mi timidez, y empezó a preguntarme por cosas del trabajo, antiguos conocidos, Carlos… Al hablar de Carlos, pasamos a mi vida sentimental. Di por hecho que ella no tenía tal vida.

–  Hay un chico en I.A. que comenzó a mandarme mensajes ocultos en documentos oficiales hace un mes o dos. Un día se sentó a mi lado, y por fin pude ver que me atrae, que me gusta mucho. Lo malo es que tengo que limitarme a esperar a que haga su aparición, él decide cuándo y cuándo no, esto me desespera. No sé qué hacer, esta situación no me gusta porque me siento irresponsable hacia mi trabajo y hacia mi empresa.

–  Vamos a ver, Silvia – dijo ella–, vamos a hablar claro, si te gusta el chico, le entras, le sugieres venir a un virtubar como éste (solo que ese día incluyes chicas en él) o ver una película en tu apartamento, o pasear algún domingo libre…

–  No sé si me voy a atrever a tomar la iniciativa en esto.

–  Mira, no me vengas con tonterías. Tú eres capaz de eso y mucho más. Y haz caso a mis consejos, a mí no me ha ido mal.

Diciendo esto, me enseñó una alianza de metacrilato en su dedo anular. Se me abrió la boca, no sabía qué decir, no me lo esperaba, Noemí nunca había salido con nadie en la época universitaria. Parecía de sobra independiente para comprometerse.

–  Sí, no pongas esa cara – me dijo sonriendo. Me abrazó y me dijo – me prometí en julio con Eduardo, un chico que hizo el mismo máster que yo. Soy muy feliz ahora. Vamos a hacer una boda familiar, vamos, él, y yo, porque tenemos que estar, nuestros padres, y un representante de cada empresa. Viviremos en los bloques de B.K., Broker Kramer, su empresa, que ofrece también viviendas para parejas. Me tendré que mudar de Intercompany Bank… Estaba pensando: ¿por qué no vienes un día y le conoces? Seguro que te encanta Eduardo, siente admiración por tu interemepresa, I.A. Le gustaría poder trabajar allí, y bla, bla, bla…

No podía creerlo, me asfixiaba, me mareaba… ¡se iba a casar! Si creía que ya no existía el matrimonio. Y se iba a vivir con él, a Broker Kramer. No sabía que ofreciera apartamentos para dos, ¿lo sabías tú? ¿Sabías que la gente sigue casándose? ¿Sabías todo esto? Y yo sin pareja, y Sacha desaparecido, y Carlos fuera ya de mi vida y sin posibilidad de vuelta… Deseé que a Noemí no le fueran bien las cosas.

Pasé toda la noche dando vueltas. Soñaba que me casaba con Sacha y luego desaparecía. Que me declaraba a él y me decía que era el marido de Noemí. Que me iba a vivir con él a Broker Kramer y no cabíamos en el mismo apartamento, y me echaba. Cuando me despertaba, me imaginaba que me declaraba a él, y sus posibles reacciones. Pensé que había perdido una gran oportunidad de hablarle cuando le tuve a mi lado, y repasando mentalmente aquellos días, me di cuenta de que él muchas veces me había mirado de reojo, o había parecido intentar iniciar una conversación. Y tantas otras veces hice como si no le viera, como si estuviera muy ocupada y no tuviera un minuto que perder con él. Puede que fuera verdad que tenía todo ese trabajo, algo en mí, hondo, casi oculto, deseaba tener una conexión más prolongada con él, aunque se tratara de quedarnos mirando el uno al otro toda una tarde.

Decidí, por tanto, ser la que llevara la iniciativa. También era posible que a Sacha le gustaran las mujeres decididas. Tenía que ser un escrito que le demostrase que soy capaz de implicarme, directo, sin que le llevara a pensar que no podría deshacerse de mí. A ver qué te parece:

IA España – Arteaga, Silvia

De:  IA España – Arteaga, Silvia

Enviado:  08:19

Para:   IA España – Dickson, Sacha

Asunto:   Normativa del Procedimiento P-025-14/03A/4

«Has cometido un error: has abierto una vía de comunicación conmigo, y la voy a aprovechar.

»Al grano. Cuando recibo una de tus notas, me da un no sé qué, una especie de reacción química, y me da por no contestarte, o por oponerme a todo lo que en ella dices. Es curioso que esto me ocurra desde el día que por primera vez te sentaste a mi lado. ¿Por qué será que el encanto que desplegaste ese día produjo en mí tan extraña alteración? Lo único que sé es que me hiciste sentir… como una reina, ¿me comprendes?

»Es más divertido este capricho de ir en contra de todo lo que dices que tratar de estar de acuerdo contigo (huy, suena aburrido).

»P.D.- este mensaje se autodestruirá con tu ayuda una vez leído, gracias».

»Silvia Arteaga.

Y esto fue todo. La mañana que lo envié estaba muerta de miedo. No sabía qué reacción iba a producir en Sacha esa especie de declaración indirecta. Cada vez que me llegaba cualquier envío de la red miraba por encima el contenido, y me dirigía rápidamente al final, por si Sacha se hubiera colado como un usuario distinto. Tardó poco en contestar, y me sorprendió su respuesta más que positiva:

«Me gusta comunicarme contigo, Silvia.

»Y no te preocupes, sé cómo te he hecho sentir, o puedo imaginarlo: te he hecho sentir especial porque te considero especial… Creo que esto ya lo sabías, ya lo habrás notado por cómo nos miramos, por cómo nos hablamos. Entre nosotros existe una atracción muy fuerte.

»P.D.- no te preocupes por mi discreción, borraré tu mensaje, y te aconsejo hacer lo mismo con el mío.

»Sacha Dickson

Suspiré. Sus palabras me llenaron de tranquilidad, aunque me molestó que su mensaje hubiese sido más escueto que el mío. A partir de ahí, y so pena del nivel de productividad, comenzamos un intercambio de breves notas. Los dos opinamos que la confidencialidad era lo más importante de nuestra nueva relación, y a la vez lo más excitante: estar hablando entre nosotros sin que nadie más lo supiera. Los dos nos gustábamos mucho y a ninguno le gustan las ataduras ni la rutina. Dijimos: «que esto salga como salga y dure lo que haya de durar».

Ese día de enero o febrero, me costó mucho seguir mi ritmo de trabajo. Di unos niveles de productividad de los más bajos del año, y HGCastillo vino a verme antes de que me marchara a casa. Se presentó con su pelo grasiento y enmarañado, que oculta apenas una gran cicatriz que corre por su frente, baja por entre su nariz y su ojo, y vuelve a subir. Su ojo injertado es de otro color, de otra forma, y no iguala al otro en simetría, proporciones ni armonía. A esto se suma su mal aliento, su chepa, sus brazos llenos de pelo colgando a los lados como muertos, porque tampoco son suyos. Más parece un mono que un ser humano, pero un mono malo, retorcido y siniestro, con cualidades que hacen que parezca mucho más grotesco. Me dijo:

–  Arteaga, tus niveles están siendo muy bajos hoy. ¿Qué te pasa? ¿No te estarán distrayendo mucho las fotos que sueles poner? ¿No deberías quitarlas?

–  No, HGCastillo, de verdad que no son las fotos, creo que puedo estar barruntando un resfriado, porque me duele la cabeza y me encuentro mal.

–  ¿Has llamado al R.B. [Robot Botiquín], mujer? Mira que si le pones remedio a eso demasiado tarde, igual tienes que pasarte un día en casa, y es algo que hombre, tal y como está ahora el departamento no nos lo podemos permitir, ¿entiendes?

–  Sí, lo sé, lo sé. De todas formas no creo que sea nada, seguro que mañana estoy mejor, quizá si me marcho un poco antes a casa…

–  Hummm… no sé… – miró hacia arriba como haciendo cálculos, y me dijo – no, mejor no. Mira, vamos a hacer una cosa: vas a llamar al R.B., vas a tomarte algo para el resfriado, y vas a seguir trabajando hasta la hora que habíamos hablado esta mañana, ¿qué te parece?

–  Vale, vale.

Y se fue.

Sacha siguió escribiéndome:

14:15

«¿No tienes la sensación de que llevásemos mucho tiempo escribiéndonos? Parece que nos conocemos de toda la vida, y que estamos a miles de kilómetros, en dos lugares diferentes del globo terráqueo. Sacha»

14:54

«Y sin embargo, estamos tan cerca el uno del otro… Siento lo mismo que tú, es emocionante. Nunca había tenido una amistad de este tipo. Silvia»

15:08

«Es una relación muy especial, sea lo que sea. Yo tampoco había vivido nunca algo parecido, me gusta bastante. Tengo la sensación de haberte visto antes, de saber quién eres. Sacha»

15:30

«También yo tengo esa sensación. Escucha, Sacha, creo que deberíamos frenar el ritmo de nuestros envíos, tengo mucho trabajo, y no puedo seguir respondiéndote. ¿Por qué no hablamos por teléfono un día de estos? Dime tu número. Silvia»

No contestó. Se desvaneció de nuevo, como el recuerdo de un sueño.

Empecé a preguntarme qué pasaría con el fin de semana, qué pasaría con nuestra situación en el trabajo, ¿nos veríamos fuera a partir de ese momento? La incertidumbre era una parte de la belleza del asunto, y por el momento me conformé con no saber nada del futuro. Tendrías que haberme visto: la sonrisa no se me borraba de la cara, la excitación no se iba de mi cuerpo, y el poder decir “tengo una relación con Sacha”, aunque fuera virtual, me llenaba de quietud.

IA España – Arteaga, Silvia

De:  IA España – Arteaga, Silvia

Nº:  29985

Asunto:   MENSAJE 3: Antes, si lo recuerdas, había habido alguien: Carlos

Algo subyace a las impresiones que se reciben del mundo. Algo que huele, a veces bien, a rosas; otras veces hiede. Pero este hedor es tan leve que no llega, no alcanza la consciencia, y la intuición que nos produce no dura, muere en unos segundos, en unos segundos muere la verdad. A mi rebosante alegría de flores frescas por haber encontrado a Sacha de forma tan arbitraria, a mi bienestar de rocío matinal al comprobar que eso también me podía pasar a mí, se sumaba, restando, aquel otro olor malo, ceganoso, húmedo y frío, tan poco perceptible que lo olvidé pronto.

Quise tan sólo sentir lo que me habían vendido los cuentos: volar en las nubes, bailando y cantando, conmovida porque Sacha sentía lo mismo que yo, porque también le sobrepasaba la gran atracción mutua, porque también esperaba con ansiedad mis correos. Un hombre tan seductor, el que más me había gustado jamás, diciéndome que estoy muy guapa con mi falda y mis tacones, y que le gusta cuando llevo el pelo alborotado.  Y el efluvio, impalpable.

Aquellos primeros días estaba como tonta, como llena de burbujas de amor, a punto de estallar, estallar en risas, por los pasillos, en mi puesto, sonriendo a mi pantalla (terminal) y al homínido (jefe), a las ratas (compañeros), a todos. Me elevaba triunfando sobre el conjunto de cables y cemento, sobresalía sobre las cabezas de los adocenados, me alzaba sobre las exigencias de mi modesto puesto.

Sacha me confesó en su primeros mensajes con contenido que había soñado conmigo antes de conocerme. Y soñé con él en ese primer domingo de descanso, después de conocerle, y de haber perdido la sensación de ansiedad por no poder verle de continuo.

Fui de nuevo a ver a mi amiga Noemí, necesitaba hablar con alguien en persona.

–  ¿Qué tal estás, amiguita mía? – le dije a Noemí cuando abrió la puerta de su apartamento.

–  ¡Qué sorpresa, Silvia! Vaya, no esperaba visita – me respondió señalando la toalla que por turbante llevaba en la cabeza. Pasa, pasa, me acaban de traer comida y bebida.

Trajo una serie de alimentos dulces, y bebidas sin alcohol. Se sentó a mi lado, en el sillón doble, frente a la minúscula mesa en la que había distribuido todos los dulces. Se giró hacia mí cerrándose la bata, y me dijo:

–  Bueno, tengo pocas novedades… ¿Y tú?- me dijo cambiando el tono y dándome codazos- ¿Te lanzaste a hablar con ese chico de I.A.?

–  Sí, aunque… Es una historia larga, que quizá te aburra. ¿No tenías planes, no habías quedado con… tu… prometido?

–  No, je, je, tranquila. Hoy tenía la noche libre. Venga, cuéntame.

–  Estoy contentísima, no sabes lo bien que me ha venido el consejo que me diste. Le escribí un mensaje a Sacha, le hablé claro, y él me respondió muy bien. Me gusta tanto, es tan… guapo, tan atractivo, y soy tan feliz ahora…

–  Vaya, chica, me alegro por ti y por tu amor a las apariencias– Noemí hizo el amago de abrazarme. Se inclinó un poco hacia mí, subiendo su brazo derecho como para rodearme con él. Al mismo tiempo, me apartaba, temiendo un contacto físico que no deseaba. Con la misma lentitud con la que había empezado su movimiento, lo deshizo, dejando caer suavemente su brazo sobre su regazo. Me alegré de que no me hubiera tocado. Tomé un trago para no mirarla, y respondí.

–  No es sólo apariencia, Sacha es profundo, reflexivo- dije, tratando de convencerme de que el olor unido a sus ojos no eran las únicas razones por las que me había enamorado, tratando de creer sin fe algo más profundo, y recordando al mismo tiempo que mi loba había despertado, y que el aullido hormonal es difícil de obviar.

–  Pero Sacha es tan escurridizo que todo con él me sabe a poco. En realidad no hay nada. Nada. Carlos era más cariñoso.

–  ¿Te arrepientes de haber empezado esta nueva relación? ¿O qué pasa con Carlos, si le dejaste tú? ¿Qué pasó? – me dijo apartándose un rizo de la cara, tan directa en sus preguntas como siempre.

–  Con Carlos Buceta todo era distinto. Yo era más ingenua si cabe, jugaba con el fuego de su amor, sin saberlo. Hicimos planes de irnos juntos a vivir al campo; para mí meras fantasías de Bastián convertido en Atreyu. ¿Por qué no ocurrió? Porque no lo deseaba. ¿El campo? Cuando desperté recordé mis ambiciones en el mundo material, quería autorrealizarme en una carrera profesional, quería progresar, llegar a desempeñar funciones directivas. Y Carlos quería irse al campo. Una elección de cuento, una elección perdedora.

–  Dicen que por amor uno es capaz de todo, o al menos eso se decía en tiempos de mi abuela -. Fijó su mirada en mí, tratando de decirme algo con ella. Bajé la mía a mi vaso multicolor, sintiéndome tocada por esa mirada casi física, caliente y pegajosa.

Cuando volví a alzar mis ojos, ella también miraba su vaso. Esto me tranquilizó, y continué la conversación.

–  Muchas veces he pensado que ese “todo” significa abandonar los propios ideales por estar con otra persona. Esto se acaba pagando, porque uno se siente separado de sus raíces, de sus orígenes. Me veía perdiendo el triunfo en el mundo de la empresa. Y no sentía amor, qué claro lo veo ahora, mientras hablo contigo.

–  Vaya… Pensé que vuestra separación había sido dolorosa, precisamente porque lo único que os separaba eran vuestros ideales. Para los demás erais el modelo a seguir, la pareja unida desde la adolescencia hasta el polvo enamorado.

–  No era así. ¿Por qué había de serlo? ¿Por qué no va a ser mejor el amor arrastrado y finito? Lo cierto es que una y otra vez me planteaba decirle que no podía seguir adelante, que mi camino era otro, que no me veía en un futuro a su lado, y no lo conseguía. Cuando estaba con él me resultaba imposible articular una sola palabra sobre este tema. Un día él me pidió una decisión, un compromiso para pasar el resto de mi vida a su lado, para sacrificarme por él, darme a él y a su causa. Dije no. Ahora veo que no había llama, ni tan siquiera cenizas. Nuestra inocencia no era combustible.

–  Ya, ya, ya veo… – dijo Noemí, que aunque solía tener palabras para todo esto le había sorprendido. Siguió picando comida.

–  No supe, sin embargo, explicárselo a él. Reconocí mi incapacidad de expresar lo que siento. Me aísla de los demás este halo de rigidez que me acompaña a todas partes. Me aleja también de ti. Y no puedo evitarlo. Siento que soy una concha que está dura por fuera, y muy tierna por dentro. Si alcanzan mi interior, me hacen daño…

Noemí asentía entornando los ojos, y seguía comiendo y bebiendo. Me recordaba a un hamster que tuve de pequeña. Seguí hablando.

–  Pensé en todo esto, y volví a retomar esta idea cuando conocí a Sacha. No deseo volver a cometer el error, dicen que es mejor ponerse una vez rojo que mil veces amarillo. Lo que he empezado a sentir por Sacha es diferente. Es como si toda la vida hubiera estado con él, siento que nos conocemos de siempre. El recuerdo de Carlos se diluye, como si nuestra relación hubiese durado poco en el tiempo, ante el gran magnetismo que me provoca Sacha. Estoy empezando a pensar que él es una parte de mí, sin la cual, una vez encontrada, no podría vivir.

No hablé nada de la alimaña necesitada de carne que ocultaba mi interior; no quedaba bien en el discurso de arrobamiento.

–  Ya veo… Estás muy enamorada. Ten cuidado con que esto afecte a tu productividad, es un poco peligroso amar donde trabajas, no suele salir bien, a veces incluso sale muy mal… Pero te comprendo bastante bien. Lo que no comprendo son los sentimientos que te inspiraba Carlos. ¿Qué fue de él? Hace mucho tiempo que no le veo. ¿Le has vuelto a ver?

–  Está viviendo en una aldea de nueva creación, en Castilla León. No he vuelto a saber nada de él… Carlos ha rehecho su vida conforme a sus ideas, y he hecho lo propio… Bueno, aquí sólo hablo yo, ¿qué tal te va a ti, cuándo te trasladas a Broker Kramer?

También ella tenía algo que contarme. Su Eduardo salía antes con otra chica, una tal Gemma, que había vuelto a aparecer en su vida.

–  Ella se le pone a llorar, se pone de rodillas, suplicándole una nueva oportunidad. Y el otro él día me dijo que se lo está pensando. Siete años juntos, es mucho, lo sé. Parecía que las cosas entre él y yo iban en serio, y ahora sale esta tal Gemma, que además tiene muchos problemas, y es depresiva, y él todavía siente algo por ella… No me voy a hacer ilusiones, estoy casi segura de que Eduardo va a volver con la otra. Sólo quiero olvidarme de todo, tirar este anillo por el desagüe – y diciendo esto se quitó bruscamente el metacrilato del anular – y empezar de nuevo.

Nos miramos fijamente. En sus ojos vi decepción, tristeza, impotencia.

Me marché a mi apartamento I.A. con la cabeza baja. Había estado eufórica por la respuesta positiva de Sacha, y el contraste con el sufrimiento de Noemí me hizo sentir egoísta. Había ido a Broker Kramer a contar mi vida, sin pensar en que ella tuviera nada que decir. Y me había encontrado con su situación, y mis tonterías se habían quedado pequeñas a su lado. Sé que Noemí añora casarse y formar una familia a la antigua usanza; esto había sido un gran golpe. Acabé llorando por ella, mientras ponían las últimas noticias.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus