1

Una lancha motora atraviesa el ancho caudal del Sognefjord, una de las prodigiosas formaciones rocosas que crean la ilusión de los fiordos noruegos. Una figura ataviada con un chubasquero azul se alza imponente en la proa indiferente al maravilloso paisaje que le rodea. La estoica formación recibida en el arte del sherpazgo solo le permite concentrarse en su objetivo. La embarcación es conducida por un marinero natural de Bergen llamado Roy, un pescador retirado, que de tanto faenar en estas aguas conoce bien cada ruta, cada recodo provocado por el choque incesante del mar.

En una de las sacudidas la extraña figura se liberó de la capucha dejando al descubierto una media melena cobriza aun seca y desgarbada. Juan de Mercator se mostraba impasable al frente de la embarcación a pesar de la furia con la que el viento arremetía contra las vestiduras que cubrían su delgado pero fibroso cuerpo. Su mirada fija en el horizonte escrutaba los misterios de aquel inhóspito paraje. Las paredes de los fiordos caían al agua a lo largo de aquel río como el vuelo de una falda tejida en seda. La composición de las rocas, de una gran riqueza mineral, permitía alternar la piedra grisácea y oscura con el brote de grandes laderas de hierba verde que parecía brillar para iluminar aquel paisaje nublado. A veces las anchas laderas de hierba se extendían en un plano horizontal y podían verse típicas casas de madera noruega de todos los colores y algún que otro taller marítimo clandestino. El capitán de la lancha que nos apremia pudo reconocer la vivienda de algún conocido y alguna que otra embarcación que hubo reparado en otro tiempo. Roy recibió una cuantiosa suma de dinero por conducir su lancha por aquellas aguas. El dinero era suficiente para pagar los servicios del pescador y añadir una pequeña cláusula al contrato. Cláusula referida al hecho de no poder hablar de esta empresa con nadie. Juan sabía que con esa cantidad de dinero podía comprar su silencio y Roy no pronunció palabra de su solitaria existencia, donde cualquier secreto prescribía incluso antes de su muerte. A Roy le pareció un trato conveniente por vivir la aventura que le proporcionaba aquel desconocido. No tenía ni idea de adonde se dirigían. El único atractivo del lugar eran los fiordos que les rodeaban, pero Roy pudo intuir que no se hallaban navegando por la zona solo para hacer turismo. Se encontraban muy lejos del puerto de Bergen y ya casi no se veían casas a al pie de los fiordos, pensó Roy. Y en ese instante, como si le hubiese leído la mente, Juan levantó la mano y con un suave gesto le advirtió de que fuese disminuyendo la velocidad. Delante de ellos se levantaba un trozo de roca cubierto por el verde intenso de la vegetación que crecía por allí. Juan le indico que le diera una vuelta y conforme avanzaban se descubría ante ellos una isla con una pequeña casa de color rojo en el centro. La casa estaba construida con el mismo estilo que las casas que habían dejado atrás: de madera y con una decoración bastante austera. Destacaba el edificio de al lado que, pintado de un rojo más intenso, se adivinaba construido de un material diferente. Siguiendo indicaciones de Juan, la pequeña lancha motora se aproximó lentamente hacía el borde de la isla. Este le dijo al pescador que pusiera la lancha mirando hacia Bergen.

– ¿Mirando hacia la ciudad?- Preguntó el barquero en un inglés algo destartalado.

– Si.- Juan hizo una pausa y dirigió su mirada hacia Roy.- Por si tenemos que salir corriendo de esta roca.- Apuntilló en tono irónico.

La lancha estaba situada cerca del borde de la isla. Reinaba la calma absoluta. Solo se oía el rumor de la brisa y el oleaje golpeando la embarcación. Juan se desembarazo del chubasquero y se dirigió hacia su mochila. Portaba una mochila grande, de unos 90 litros de capacidad. Abrió la parte inferior de la mochila y extrajo un saco de dormir. O al menos la funda de un saco de dormir con algo dentro que tenía pinta de ser bastante pesado. De uno de los bolsillos laterales sacó una pistola. “No me gusta nada tener que usar un arma”, pensó mientras la guardaba en el bolsillo del pantalón. Desde el otro extremo de la lancha Roy contemplaba la escena con preocupación. Pensó que a lo mejor no había sido tan buena idea venir hasta aquí con ese extraño. Y por un momento pensó en largarse con la lancha en cuanto el sherpa la hubiese abandonado. Pero Roy había hecho un trato y para aquel individuo la existencia de un medio de transporte para volver a Bergen también era de vital importancia. O al menos eso pensaba Roy, porque la verdad es que Juan podía volver a Bergen por sus propios medios y sin depender de nadie. Pero no podía abandonarlo allí en medio de los fiordos noruegos. Juan se percato de que Roy no paraba de mirarle. Juan le dirigió unas palabras antes de marchar.

– Tranquilo Roy. La pistola es solo para defenderme. No va a pasar nada. No dejaré que te pase nada. – La seguridad de sus palabras confirió un estado de tranquilidad a Roy que sintió poder confiar su vida misma a este desconocido.

– Tenga cuidado – Dijo Roy en un intento por mostrarse solidario con la desconocida causa que había motivado a Juan a adentrarse en los confines del mundo.

– Lo tendré, Roy. Tú ocúpate de estar alerta a los mandos de la lancha. Como te he dicho antes, puede que tengamos que salir corriendo.- El tono de sus palabras suscitaba confianza. Lo tenía todo bajo control. Antes de que Juan abandonase el barco sus miradas se cruzaron. Roy pudo percibir la serenidad en sus ojos, la chispa que necesitaba para deshacerse de su escepticismo y confiar plenamente en aquel hombre. Estaba decidido a mantener sus sentidos en alerta y prepararse para cualquier acontecimiento que pudiera suceder.

Por su parte, Juan de Mercator se giró para mirar hacia la costa de la isla. Se hizo dos pasos hacia atrás para tomar impulso. Tuvo que apoyar un pie en la barandilla de la lancha y de un salto llegó al borde de la isla. Acababa de salvar una distancia de unos cien metros. Roy no daba crédito a lo que veía. Sin duda, era uno de los días más sorprendentes de toda su vida. Y aun no había acabado.

El cielo cubierto de nubes confería un tono grisáceo a la escena. La cabellera de Juan parecía cobrar vida agitada por el fuerte viento. En sus ojos podía percibirse una seguridad incierta puesto que no podía imaginar que peligroso misterio guardaba el interior de aquella casa roja de aire bucólico. No podía apartar la mirada de la casa mientras salvaba el embarrado terreno. Su paso era firme y su intención decidida a pesar de la sensación de inseguridad que embriaga sus sentidos. Nunca antes había experimentado una sensación tan cercana a la muerte: se sentía rodeado por un peligro constante, una presa ignorante de su depredador. A pesar de todo, Juan sabe que no puede fallar, que en momentos como este un sherpa nunca puede titubear, no puede pensar en el fracaso, ni incluso en la muerte. El sherpa debe obrar con la bondad de su corazón y la fuerza de su mente. De esta forma conseguirá alcanzar sus propósitos, ya que estos son nobles y puros, y acabarán por sobreponerse a todo aquello que aterroriza y amedrenta a la humanidad. Estos versos son parte de las palabras que recogen las escrituras, los libros, los documentos que hablan de la vida y cometido de los sherpas, escritos en papiro o tallados en piedra, que Juan ha de tener siempre presente para reforzar sus creencias en momentos de flaqueza.

2

Las pistas no dejaban lugar para la duda. Hace un mes la empresa de origen japonés TALCO abrió una sucursal en el pueblo de Bergen para, según ellos, mejorar y desarrollar nuevas formas de conservación de la flora y la fauna. Los directivos de la empresa aparecieron en los medios de comunicación argumentando que Bergen era un lugar ideal para llevar a cabo sus investigaciones sobre la explotación y la conservación de una flora y fauna tan atípica y tan importante para el mantenimiento del ecosistema. Pero TALCO no daba pasos en falso. Si habían destinado una gran suma de dinero para establecer un nuevo enclave en los cofines de la mística Europa es porque tenían indicios fundamentados de haber descubierto una pista importante que les conduciría hasta el Palacio de los Sueños Olvidados.

Una semana antes de que la empresa se instalase de manera oficial en Bergen, Juan de Mercator pudo leer en los periódicos nacionales de noruega la noticia sobre la aparición de unos documento que pertenecieron en otra época a un explorador inglés llamado Jhon Lewis. Podría tratarse del diario perdido de uno de los muchos exploradores que dieron su vida por el afán de conquistar tierras inexploradas. La noticia tuvo un mayor alcance porque las últimas páginas del diario estaban escritas en una lengua que los antropólogos habían identificado como perteneciente a la época del imperio egipcio o sumerio. El diario fue hallado en una cueva natural excavada en una de las laderas del Fensfjorden más cercanas al Mar del Norte, el lugar que eligió el explorador para morir en soledad. La custodia del manuscrito estaba en manos de las autoridades de Bergen y estos decidieron que el diario se quedara expuesto en las vitrinas de la biblioteca general de Bergen hasta poder reunir a todos los expertos en las lenguas perdidas del mundo para poder descifrar las últimas páginas, páginas que seguro arrojarían luz sobre las últimas horas del desdichado Jhon Lewis.

Juan sabía que si esos documentos estaban escritos en el lenguaje de los sueños les iba a ser imposible descifrarlos. Las sospechas de que TALCO tramaba algo serio estaban bien fundadas. Abrir una sucursal en Noruega, invertir dinero en la ciudad, convertirte en una entidad poderosa y valerte del engaño para alcanzar tu propósito sin levantar sospechas. Juan no tenía ninguna duda. Había viajado hasta Bergen en busca del manuscrito y su singular sentido de la orientación le había conducido hasta aquella casa roja de aspecto inofensivo.

El viento cortaba los acantilados propagando un silbido intenso que envolvía la isla mientras las nubes emborronaban el cielo de un gris oscuro. El azar no daba tregua conformando un escenario tan bello como peligroso por la violencia con la que se manifestaban los elementos de la naturaleza. La sensación de inseguridad que le embriaga durante toda la jornada se hacía más latente: le golpeaba en el pecho con cada latido y era imposible obviarla. Tenía la sensación de que un peligro inminente acechaba en todo momento pero no podía intuir de donde provenía. Había variables que escapaban a su intuición que le impedían conocer con exactitud el devenir de esta misión. Sin perder la compostura se dirigió hacía la entrada de la casa. En ese instante, el crujido de un cerrojo daba paso al chirrido agudo de las bisagras de la puerta. De entre la oscuridad una figura surgió para postrarse en el marco de la puerta. Alto, robusto y de tez pálida, vestido de blanco con una bata que le llegaba hasta los tobillos, el científico de TALCO sujetaba una magnum en su mano izquierda. Los dos se quedaron quietos, uno enfrente del otro, esperando cualquier movimiento. Juan no tenía plan alguno. No sabía que hacer. Peor aún. Sabía con toda certeza que no sabía como actuar ante cualquier situación que aconteciese. Su mente estaba totalmente en blanco. Y antes de poder idear un plan, el personaje de la bata disparó un par de veces y desapareció dentro de la casa. Juan sacó su pistola decidido a reducirlo. Era momento de actuar, no de pensar. Ese hombre tenía información valiosa, respuestas que le ayudarían a comprender el intrincado juego de TALCO y no podía dejarle escapar.

Entro por la puerta y otro disparo se oyó desde el fondo del pasillo. Respondió con otro disparo y cuando oyó pasos dejó unas escaleras a la derecha y avanzó con cautela por aquel pasillo angosto y oscuro. Abrió la puerta de una patada y se echo a un lado. Se oía el ruido como de un motor gigante. Se asomó y observo lo que parecía una cocina. Todo estaba a oscuras. A la izquierda de la estancia, un intenso halo de luz se colaba por la abertura de la puerta. Se aproximo hasta la puerta y la abrió con el cañón de la pistola. La estancia era enorme. Adivino por la forma de la estancia que estaba dentro de la estructura que tanto destacaba al lado de la casa. Estaba todo lleno de ordenadores y aparatos de última tecnología cubiertos por toda clase de papeles, anotaciones y gráficas. En el centro se apilaban un montón de mapas y utensilios para señalar en ellos como compases, reglas y rotuladores de todos los colores. Al otro lado de la habitación se encontraba al hombre de la bata blanca manejando una gran máquina anclada. Se trataba de un generador de energía. Después de presionar un par de botones del generador tecleo algo en un ordenador portátil que tenían al lado.

“¡Para! No te muevas.” El hombre de rostro pálido hizo como si no hubiese oído nada. No dejaba de teclear y de mirar la pantalla mientras farfullaba algo en voz baja. Juan lo intentó una vez más. “¡Que te estés quieto!” El hombre de bata blanca dejó de teclear. Se quedó inmóvil mirando a la pared. “Date la vuelta y ponte las manos en la cabeza.” Le espetó Juan. Fue subiendo las manos pausadamente. Con la mano izquierda a media altura agarró una palanca sujeta a la máquina bajándola con un golpe seco. Algo se había accionado. El sonido ensordecedor del suelo desquebrajándose inundó la habitación y todo alrededor comenzó a temblar. Juan se fue al suelo pero el hombre consiguió mantenerse erguido.

– Cada día que pasa somos más fuertes. – Dijo el hombre de la bata blanca. – Y no podéis hacer nada por evitarlo. Me gustaría quedarme a ver como sales de esta. – Dicho esto, el científico abandonó la habitación por donde había entrado mientras Juan luchaba por ponerse de pie. El temblor de la casa era tan intenso que apenas podía dar dos pasos seguidos. El camino de vuelta le estaba resultando eterno. Parecía que nunca encontraría la salida. Por fin vislumbró la luz cubriendo el marco de la puerta alrededor de una oscuridad infinita. Era como si el camino de vuelta estuviese colocado en una pendiente imposible. Dolorido y magullado por las sacudidas, salió de la casa a trompicones. Fuera las sacudidas eran menos intensas y por fin pudo recobrar la compostura. El paisaje apareció más oscuro a sus ojos. Percibió la inmensidad a sus espaldas que quería apoderarse de él. Entonces tuvo que detenerse en mitad de aquella isla y girar su cuerpo con cautela como si estuviese bajo las órdenes de aquello que no podía comprender. El miedo pudo verse en su rostro, se apoderó de su cuerpo y le hizo desplomarse contra el suelo. No podía apartar la mirada del cielo mientras las emociones se agolpaban en su interior. Una fuerte sensación de peligro envolvía el corazón de Juan hasta el punto de pensar que podría perder la vida, algo que un sherpa nunca debe tener en mente. En momentos como este Juan sabía que era imprescindible tener presentes los valores y principios de los sherpas para recobrar la fuerza de su cuerpo y alma. Valores grabados a fuego en la mente de un sherpa a través de la fuerza de las palabras plasmadas en los escritos olvidados.

“……. el propio devenir pone a prueba la entereza de un sherpa…… un sherpa ha de sobreponerse a sus propios sentimientos, a las emociones más fuertes de la vida, incluso cuando estas le emboten la mente y opriman sus corazón…… un sherpa debe estar por encima de su propio razonamiento lógico, pues este le llevará a buscar la salvación de su propia vida,….. debe hacer caso a su intuición, así obrará por el bien de la humanidad…”.

Las palabras cobraban sentido en su mente y le hacían despertar de aquel estado catatónico.

*****

Roy se encontraba fumando un pitillo sin quitar la vista de la casa donde estaba su excepcional camarada, sobre el cual había desarrollado una extraña sensación de amistad y confianza. No podía explicar ese cúmulo de sentimientos positivos: la sucesión de acontecimientos no había permitido cualquier conversación profunda, íntima, entre los dos individuos, y menos en el espacio tan corto de tiempo que habían compartido. Estaba pensando en la manera de hablar de aquel hombre, en como explicar todo lo que le transmitía. En un par de frases se había percatado del buen corazón de aquel hombre. Era como si le importase, de verdad, la vida de Roy. Como si le importasen cada una de las vidas de este planeta. No podía explicarse porqué, pero se sentía seguro en aquel escenario tan desconocido como impredecible. Estaba seguro de que volvería a casa.

De repente el suelo comenzó a temblar y Roy creyó estar durmiendo una pesadilla. Sin darle tiempo a comprender aquella inesperada manifestación de la naturaleza, una mezcla informe de barro y roca comenzó a surgir del agua al otro lado de la isla, justo por detrás de la casa roja. Aquella masa fue perfilando forma humana conforme iba creciendo. Cuando alcanzó la altura los fiordos se podían distinguir dos extremidades que surgían del agua y otras dos extremidades que caían a los largo de aquella monstruosidad que acababan en cuatro garras puntiagudas. En la parte más elevada se había formado lo que se podía suponer la cabeza, de aspecto cadavérico y cubierta en su parte superior por algún tipo de chapa metálica de forma ovoidal. Debajo del trozo de metal solo se distinguían dos ojos rojos que brillaban con gran intensidad. Roy bajo la vista con el propósito de poner en marcha la embarcación cuando vio a Juan tirado en medio de la isla con los ojos clavados en aquel peñasco viviente. Cada uno de los movimientos necesarios para poner en marcha aquel armatoste se sucedieron de manera fluida a través de las manos de Roy. Sabía que saldría de esta con vida.

3

Juan se levantó rumbo hacía el edificio en ruinas mientras se descolgaba la mochila y activaba la bomba que albergaba en su interior. En cuestión de segundos lanzó la mochila contra el edificio y donde no alcanzará la onda expansiva. Juan no paró de correr hasta llegar al lado de Roy. Este se encontraba ultimando los detalles para poner en marcha el motor. La explosión reventó lo que quedaba de aquella montaña de madera que se la estaba tragando el mar.

– ¡Nos largamos¡ – Roy gritó con todas sus fuerzas. El viento del norte había aumentado su intensidad pero las palabras llegaron hasta los oídos de Juan mientra veía como se desarrollaba la escena.

– ¡No nos vamos! – La rotuna afirmación de Juan dejó sin aliento a Roy que había acabado de prepara la lancha. Roy quería poner a salvo su vida, quería largarse a todo lo que diese la lancha de aquel lugar, y así se lo hizo saber a Juan a través de gritos, gestos iracundos y algún que otro improperio. Pero Juan no podía apartar la vista del monstruo que tenía delante y al cual no había conseguido derribar. El tiempo se ralentizó ante sus ojos y los pensamientos viajaban a la velocidad de la luz en su cabeza. No había conseguido vencer a la criatura pero tampoco podía dejarla suelta. No podía escapar y poner en peligro a toda una población o, quién sabe hasta donde llegaría el poder de destrucción de aquella monstruosidad, podría arrasar un país entero si se lo proponía. El gesto de Juan se torno sombrío, lleno de dudas. La situación le había sobrepasado. Se había quedado sin recursos y la batalla no había comenzado. Solo le quedaba despedirse de Roy e intentar derribar al monstruo con sus propias manos. La pistola contenía algunas balas pero no pensó ni en utilizarla. Destruir el generador de energía que había accionado el hombre con bata blanca no había servido de nada. Se le habían acabado las ideas y su cerebro estaba demasiado embotado como para pensar en alguna otra solución.

“….por ello un sherpa tiene presente en cada instante su condición de inmortal. Su mente y su espíritu se liberan de su vínculo terrenal para poder alcanzar un estado más allá de la vida y la muerte, donde sus capacidades no conocen límites y conferirle una fuerza e inteligencia sobre humana….”

Pero su mente no podía estar más unida al mundo de lo terrenal que en ese momento. Eran dos los propósitos capitales que luchaban por sobreponerse en su corazón. Por un lado tenía que evitar que aquel monstruo provocará el caos entre la población civil, tenía que proteger a las personas, tenía que proteger toda forma de vida aun a riesgo de perder la suya en el camino. Pero, por otro lado, no podía evitar pensar en proteger su integridad para volver con la chica con la que había compartido los últimos meses de su estancia en España. En medio de aquella situación tan extrema la mente de Juan se trasladó a un pequeño estudio de Madrid donde se encontraba su chica esperándole. No concebía la idea de no volver a verla. Apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza. No podía romper el pacto que tenía con la vida, con la vida de los demás. Sabía que tenía que enfrentarse con el monstruo. Tenía que parar a aquella bestia de cualquier manera. Después de que se dibujara la consternación en su rostro hubo recuperado la entereza y la valentía. La posibilidad de morir y no ver a su amada jamás se convirtió en la energía, coraje y valentía. Si quería volver a verla tenía que salir de allí con vida y la única manera era tumbando a la bestia. Roy proveía cada vez más improperios y Juan, recto, decidido, sin inmutarse, había tomado la decisión de enfrentarse con el monstruo cuerpo a cuerpo. En el momento de decirle a Roy que escapase con la lancha para ponerse a salvo vislumbró en el cielo un destello dorado. Agudizó la visión y pudo presenciar lo que la mayoría de los mundanos considerarían un milagro. No estaba solo. Había llegado la caballería.

4

La figura se erigía en lo alto de un fiordo como dueño de todo lo que cubría con su mirada. Ataviado con una armadura fabricada en el medievo siglo trece y portando una lanza de caballería tres palmos más grande que él, el sherpa observaba la dantesca escena a través de la rendijas del yelmo. Nunca se había encontrado en una situación parecida, pero no tenía duda de lo que tenía que hacer. Dio unos pasos hacia atrás con un cuidado extremo pues había poco espacio para maniobrar en un terreno tan quebrado. Con una fuerza sobrenatural arrojó la lanza con el objetivo de atraer la atención del monstruo. La lanza corto el muro de viento que les separaba para acertar en lo que se supone el ojo de la criatura. Esta dirigió su enorme cabeza metálica hacía donde se encontraba el sherpa de la armadura. En ese instante, el paisaje que les rodeaba comenzó a temblar. Pero parecía que estaba temblando el mundo entero. Esta era la réplica de la criatura, mucho más poderosa de lo esperado por el sherpa de la armadura. Las casas de alrededor comenzaron a derrumbarse y el suelo se agrietaba por momentos. La criatura parecía no moverse, no hacer nada, pero sin duda un gran poder emergía de su interior propagándolo alrededor de sí misma.
El sherpa de la armadura no pudo aguantar la acometida del la bestia y se vino al suelo, rodando por el abrupto paraje. Era consciente de la urgencia con la que había que resolver la situación. Muchas casas se habían desmoronado sobre sí mismas y las pocas familias que residían por la zona intentaban poner sus vidas a salvo. Cada vida, cada persona, llenas de sueños y esperanzas, tan valiosas, tan efímeras: cada segundo valía una vida, y no podía esperar la mejor opción. Había que actuar. Un movimiento de muñeca y el sherpa se puso de pie. Cogió el impulso necesario para salvar la distancia entre la punta del fiordo y la estructura metálica del monstruo, o lo que se supone que era su cabeza. Volando sobre el cielo de Noruega, el sherpa impacto sobre la cabeza de la criatura y esta se estremeció. Mientras atravesaba la cabeza del monstruo sintió en su piel como la armadura se desprendía de su cuerpo y esta dejaba paso a los rasguños y latigazos que le propiciaban los cables y placas de metal que conformaban la estructura que parecía dar vida al monstruo.
Juan contemplaba la escena desde la lancha junto con Roy, el cual había dejado de buscar una explicación racional a todo cuanto advertían sus ojos. Juan vio como su compañero atravesaba la cabeza del monstruo y se precipitaba inconsciente contra las agitadas aguas dejando un reguero de trozos de metal y cables. Juan se dirigió a Roy de manera brusca para que se apremiase en arrancar la lancha. Tenían que bordear lo antes posible la isla y llegar al punto donde acaba de sumergirse el cuerpo del sherpa para reflotarlo a tiempo. “Un sherpa puede luchar contra todos los elementos de la naturaleza a la vez y salir ileso. Pero como se le olvide respirar es hombre muerto”, pensó Juan mientras escrutaba las aguas en busca de su amigo. Aunque no podía verlo, Juan sabía exactamente donde se encontraba el sherpa. Se despojó de su vestimenta y se zambulló a las frías aguas noruegas. El mar estaba oscuro. No se veía nada. Pero no le hacía falta para alcanzar el cuerpo de su salvador. Lo asió de las axilas para llevarlo a la superficie. Una vez fuera del agua Juan asió con una mano a su compañero y se encaramó a la barandilla de la lancha para subir de en un par de movimiento a la misma. Roy estaba estupefacto ante la facilidad con la que Juan había subido a la lancha cargando con su amigo. “Como si no le afectaran las leyes de la naturaleza” pensó el pescador retirado, el único espectador de aquel acontecimiento sobrenatural, que veía como Juan depositaba su compañero en el suelo de madera. Juan sabía con toda seguridad que su amigo aun vivía. El cuerpo de un sherpa puede resistir a la muerte incluso en las condiciones más adversas, pero sus pulmones estaban llenos de agua que había que extraer. Juan tuvo que propinarle en el esternón para conseguir que respirase. El agua empezó a brotar de la boca del sherpa seguido de una fuerte tos. Nadie de los que estaban en la lancha pensó en ver morir a la persona que acababa de descender a tumba abierta desde lo alto de un fiordo para atravesar la cabeza de aquella criatura.

– Ha estado cerca. ¿Eh? – Dijo Juan con una gran sonrisa en la boca.

– Si. – Contestó Scott casi recuperado. – Ha estado cerca. Si no llego a realizar mi entrada triunfal ahora mismo serías carne para renos. –

– Claro que si nene. Y si no llego a sacarte del agua ahora mismo serías el banquete de los salmones. – Juan ayudó a Scott a levantarse. – Roy. Nos vamos a casa. Creo que va siendo hora de descansar.

– Y de hablar. Tenemos mucho que contarnos. – Dijo Scott mientras miraba a Roy con el ceño fruncido sin entender porqué se encontraba en el barco.

– Pero eso lo dejamos para la hora de comer. Ahora nos aguarda un pequeño asunto que he dejado sin resolver. –

5

Juan miraba a través de los cristales del Basic Hotel de Bergen. La luz tenue y la calidez proporcionada por la calefacción central proferían una sensación de calma y placidez que envolvía la habitación. Un par de minutos más tarde el sonido de la cerradura advertía la llegada de Scott Admunsen. Sentado en un butacón, desde el que Juan había saboreado el placer del silencio reinante en el cuarto, pudo ver como el sherpa de Asia, con el que había compartido algún que otro periplo en busca del palacio de los sueños, aparecía con dos bolsas enormes llenas de comida. Era la hora del almuerzo y los sherpas necesitan un gran aporte de calorías, proteínas y vitaminas en su dieta para contrarrestar el gasto energético que realiza su cuerpo. Todos los sherpas tenían que ingerir una vez al día alrededor de unas 4.000 kilocalorias mantener sus cualidades físicas y psíquicas en plenas facultades para disponer de ellas cuando la situación lo requiera. Luego pueden pasarse horas sin comer, aunque no sin beber agua, pero siempre intentan nutrir su cuerpo en cuando tienen ocasión ya que este sintetiza todo lo comen en el momento para mantener sus tejidos musculares, sus terminaciones nerviosas, la dureza de sus huesos y de su piel, y sus conexiones neuronales, de manera que sus células se encuentran en constante renovación y desarrollo.
– El encargado del hotel dice que no hay problema en que utilicemos su cocina para prepararnos la comida – Afirmó Scott con una sonrisa de oreja a oreja.
Mientras Juan cocinaba una ingente cantidad de comida, Scott se deleitaba con la lectura del considerado manuscrito. No fue un asunto sencillo el conseguir los documentos, pero después de un par de llamadas se comprobó la bondad de aquellos hombres que enlodaron de barro y agua las dependencias de la biblioteca general de Bergen. Escrito en el lenguaje de los sueños, el texto contenía páginas llenas de dibujos y garabatos para quienes aun no hayan liberado su mente. Comprensible solo para aquellos con una visión transcendente de los grafemas, el cerebro crea, en un ejercicio de intuición y memoria, la ilusión de las palabras en el imaginario del sherpa. Los caracteres se intuyen, se reconocen. El sherpa aprende a leerlos, pero no aprende cada palabra o cada letra, pues la grafía de estas depende del momento histórico en que se escribió, de lo que se quisiera transmitir y, por supuesto, de la persona que quiso compartir su experiencia con otros sherpas. El texto puede servir para descubrir a la persona y una vez ubicada en el espacio y el tiempo el texto cobra forma y sentido en la mente del sherpa.

 

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