CLAUDIA

La primera vez que te sacude una explosión en combate es una sensación de estremecimiento que ya jamás se podrá olvidar. Raramente viene sola y la secuencia de acontecimientos vertiginosos hace que, en ese momento, sea un factor más para que se desborde un torrente de adrenalina que, al instante, llega hasta la última extensión nerviosa del cuerpo y hasta  todas ellas a la vez. Viene a ser el eco interiorizado de lo que ocurre en el exterior. En ese momento se agradecen las horas de entrenamiento que te acercan a estar preparada  y ser capaz de generar unos automatismos que superen el miedo y te permitan actuar como se espera de un soldado profesional.

Para Claudia Izco, aquel momento resulta tan lejano en el tiempo físico como cercano  en el ánimo y en el recuerdo. Los noticiarios televisivos  cada vez dan menos cobertura de una campaña (encubierta bajo el eufemismo de misión de paz) lejana en la distancia y donde las noticias son el día a día de una fuerzas internacionales que soportan estoicamente las adversidades en un territorio hostil, mientras sus dirigentes van asumiendo la imposibilidad de revertir siglos y siglos de ingobernabilidad en un vasto espacio de tierra tan ruda y árida como las gentes que lo habitan. 

Ahora las apariciones, fuera de una posible visita del ministro de turno, solo son para comunicar alguna baja –con nombre y apellidos- que levemente hace sacar del letargo a la opinión pública. Afortunadamente la impactante explosión que acaba de ver en la pantalla no ha causado bajas para las fuerzas internacionales  y, por insensible que parezca, los tres muertos ocasionados en la población civil no son impedimento para que Claudia continúe masticando la ensalada de berros y rúcula que se acaba de preparar para cenar mientras ve el noticiario en el pequeño salón-cocina-comedor de su apartamento. El único amargor del momento lo proporciona el vinagre de Módena que ha usado en el aliño junto al aceite de oliva.

El presentador acaba de cometer un error habitual a pesar de tratarse de profesionales de la comunicación,  que son quienes mejor deberían usar el lenguaje, al decir: “…estén preparados y atentos al momento en que la bomba explota…”.

Rápidamente le viene a la mente su instructor  el sargento primero Boria cuando les decía mezclando su deje sureño con el gracejo de un leve seseo y con una voz grave acostumbrada a mandar e instruir: “…las bombas no explotan, explosionan. Explotar explotan los chulos a las putas y ahora yo a vosotros”.

La leve sacudida de su móvil acelera la vuelta al presente. Es un mensaje de Luis que una vez completado con todas las vocales elípticas omitidas viene a decirle que quiere verla y “aclarar las cosas” porque sigue sintiendo algo por ella cuando la ve por la calle o al entrar en el bar de su madre. Compendiar con 43 signos ortográficos, de los cuales 8 son k, tanta información y sentimiento podrían haber hecho que Bécquer, Larra o Espronceda  volvieran de la tumba para reivindicar la poesía romántica del siglo XIX.

Obviamente los comienzos del XXI no se caracterizan por la sublimación de los sentimientos y Luis es miembro por propio derecho de esta sociedad consumista y hedonista que puebla el llamado primer mundo por lo que la idea se transmite nítida, sin circunloquios ni rimas.

Tampoco Claudia, mujer resuelta y de acción, pero al fin y al cabo mujer, es muy dada a sensiblerías. Su profesión castrense históricamente reservada a los hombres, en cierta manera, se transmite a su manera de sentir. Probablemente si no hubiera firmado aquella solicitud de ingreso en las Fuerzas Armadas y hubiera buscado trabajo en alguna fábrica como hicieron algunas compañeras de formación profesional, su receptibilidad hacia el whatsApp de Luis hubiera  sido distinta. Tal vez incluso lo estuviera contestando para aceptar la cita. No más de 10 caracteres y muchas menos k.

Un diminuto tarrito de plástico blanco con impactantes colores publicitarios deja marcados sus labios con un cremoso sello blanco por un corto instante hasta que la servilleta de papel lo borra de su rostro. Espera que el líquido vertido en su estómago cumpla alguna de las expectativas que los creativos de marketing recrean con mini soldaditos o bomberos que limpian el organismo de gérmenes, bacterias y colesteroles. De alguna forma  su cuerpo se siente tonificado y culmina su cena reafirmándose en su convicción de no contestar el mensaje de Luis.

No le guardaba rencor por haber roto una relación o noviazgo de más de dos años cuando ella estaba en lejano oriente. Los  miles de kilómetros habían supuesto ya antes un distanciamiento que los lazos creados en una amistad que derivó en sexo y afecto (o tal vez primero fuera afecto y luego sexo, no logra precisar, realmente da igual) no lograron vencer.

Un chico como Luis, alto y apuesto, que desde mozo ayudaba en el bar de Rosa, su madre, en la plaza de la pequeña población cercana a la capital donde residen, le hacía ser muy popular y centro de la atención de las mujeres. Ese hecho que no pasó inadvertido a Claudia sirvió para traspasar el umbral del buen compañero por algo más íntimo. Ese atractivo tampoco le era ajeno al resto  de la población femenina que frecuentaba el establecimiento y no estaba un año entero  seguido en el último confín del mundo.

El valor actual de una promesa cotiza muy a la baja en nuestra sociedad por mucho que en el momento que se diga se pueda pensar sincera.

-No estamos en la Edad Media para guardar ausencias con cinturones de castidad imaginarios, le había llegado a decir Luis en un momento de discusión acalorada intentando autojustificarse.

-Si ahora vais mujeres a hacer las cruzadas yo no me veo como Dª Úrsula encerrada en su torreón-. Se refería a un personaje local que según contaban se enclaustró en el famoso torreón, al que cedió su nombre, cuando su esposo, caballero y vasallo de Alfonso VIII desapareció tras  la batalla de las Navas de Tolosa. Dª Úrsula decidió esperarle confinada y célibe hasta que D. Alvar volviera o ella muriese. Que aconteciera lo segundo le aseguró la entrada en la historia local con nombre y torreón propio.

 2

A la mañana siguiente Claudia había quedado con sus padres para acudir a la oficina de la entidad financiera donde tenían sus respectivas cuentas. La cita era con Elena, la subdirectora que solía atenderles. La insistencia de esta había hecho surgir una nube de preocupación en su perspicaz cerebro. El tono de Elena dos días antes por teléfono había sido, como siempre, cordial  y profesional pero no dejaba de ser inusual una llamada que no tenía que ver con la venta o colocación de productos financieros.

Pidió permiso a su superior en la Base para unirse a los compañeros que hacían el servicio de recados por el pueblo. La falta de presupuesto hacía que la vida cuartelera se relajase bastante y las unidades que estaban en sus respectivas bases gozasen  de cierto tiempo libre entre unas maniobras y otras, cada vez más distantes en el tiempo.

Tampoco extrañó a ninguno de los clientes de la caja de ahorros  ver a Claudia entrar con su uniforme mimetizado de campaña que le confería un toque de elegancia marcial a pesar de no ser un atuendo pensado para resaltar las formas femeninas. 

-Hola Claudia, casi me alegro que hayas llegado antes que tus padres, así te puedo poner en antecedentes porque, por lo que me dijiste por teléfono, no debes de estar al corriente de la situación -fue la presentación de Elena.

Acostumbrada al lenguaje concreto y preciso que usaba en su trabajo, hubiera contestado con un simple: Negativo, pero sabiendo que su interlocutora era personal civil se extendió algo más para hacerle saber  que, efectivamente, no sabía a qué se refería con la situación.

-El caso es que tus padres llevan un retraso de tres cuotas en el pago de la hipoteca y, de no ingresar al menos para una cuota antes de fin de mes, el préstamo se dará por vencido y se iniciará la reclamación judicial- el tono de la subdirectora intentaba mantener un difícil equilibrio entre la gravedad del mensaje y la cordialidad con la que ambas se trataban normalmente. Era un mensaje desapasionado.

La expresión de sorpresa contenida de Claudia rebasó el entrenado autocontrol de sus músculos en muchas horas de instrucción. Lentamente se mesó el ya tirante cabello negro. Era innecesario, todos ellos  formaban en un perfecto orden cerrado que solo  permitía un leve movimiento de balanceo en la coleta corta que prolongaba su nuca.  Podía suponer que la situación económica de sus padres no fuera holgada pero no que rayara la tragedia.

Cuanto más grande es la tragedia, más cerca está su final, otra afamada cita de su instructor el sargento primero Boria. Se aferra a la frase para alimentar su autocontrol. ¿Está realmente cerca el final?, ¿es el final de la tragedia o el final de todo, tras la tragedia?

Mientras Elena le intenta explicar la perversión de un sistema jurídico financiero que puede llevar al desahucio de sus padres de su hogar con el doble agravio de perderlo todo y  no terminar de  satisfacer la deuda por completo, Claudia piensa en sus padres  y todo lo que han luchado en la vida.

Los ve entrar más mayores. El habitual gesto de humilde orgullo de su padre se ha transformado en un suplicante sentimiento de culpa. Pueda ser por el temor a fallar a su hija, por no cumplir en primera persona todas las enseñanzas respecto al honor y al cumplimiento de la obligación que siempre le ha inculcado. Pueda ser por el temor a fallarse a sí mismo tras tantos largos años de duro trabajo.

Los rasgos levemente indígenas de su madre, de los que ella ha heredado la tez morena y los anchos pómulos, también parecen pedir perdón.

Chilena de nacimiento, su pronto traslado para vivir a España y la constante alimentación del sentimiento patriótico que las Fuerzas Armadas transmiten a sus componentes  ha hecho que Claudia se sienta española al ciento por ciento. Sin embargo sus padres son testigos de su origen y, a pesar de tener  la misma nacionalidad y pasaporte, en este momento, se vuelven a sentir inmigrantes.

-¿Cómo no me habíais dicho que estaba la cosa tan mal? -interpela Claudia mirando a ambos y a ninguno.

-Ya sabes cómo está todo, desde que se acabó el paro hace cuatro meses  ya solo nos queda el subsidio y no da para más. No sé que más hacer. He buscado trabajo por todos los sitios pero nada de nada… -a Pedro Izco le cuesta terminar una frase que aboca a una vía muerta.

La agilidad mental de una Claudia resuelta separa el shock emocional y analiza rápidamente la situación. Prioriza.

-Elena, entiendo que lo más urgente es regularizar esas cuotas atrasadas con lo que atajamos provisionalmente el problema y después ya veremos cómo podemos ir tirando mes a mes.

-Se puede decir más alto pero no más claro -corrobora  la aludida.

-Afortunadamente –prosigue Claudia- de mis últimas vacaciones a cuenta del Ministerio de Defensa conseguí ahorrar algún dinero gracias a las dietas y que allí era imposible gastar nada de nada. Por las cifras que dices podemos dejar hoy mismo esto limpio.

La instintiva reacción de la madre no llega ni a asomarse más allá de una mirada de protesta que con rapidez torna en agradecimiento. Sabe que su hija no permitirá prolongar su angustia.

Al despedirse Pedro Izco estrecha la mano de Elena transmitiéndole gratitud. Le ha contado a su hija lo que él se sentía incapaz de decir, posponiendo el momento días de congoja y noches de insomnio. El orgullo que ha sentido por esa Claudia valiente y determinada que mira de frente a la vida contrasta con el  apocamiento de quien se siente en retirada arrastrado por un tsunami de situaciones que hace tiempo se han escapado a su control.

 3

-A las nueve formados y con el equipo preparado en perfecto orden de revista- el tono imperativo del capitán no suena extraño a los oídos de su disciplinado auditorio. Tampoco lo hace mucho más distendido el que utiliza a continuación:

-¡Se van a cagar!, vais a ver la cara del coronel cuando les ganemos la patrulla de tiro a sus soldaditos de élite.

-¡A sus órdenes mi capitán! –gritan al unísono once gargantas.

Quedaba  poco para la competición de tiro que con motivo de la fiesta de la patrona se celebra cada año. Por cada compañía compiten una patrulla formada por diez soldados, un suboficial y un oficial y este año el Capitán Valcárcel está convencido de que van a dar la sorpresa. En su actual destino manda la unidad de servicios de la base y solo pensar que los chóferes, oficinistas, mecánicos, instructores  y electricistas pueden ganar al resto de unidades y, especialmente, a la sección de esquiadores, élite de la Base y ojito derecho del Coronel, le produce un estímulo difícil de disimular.

Sabe que no usa la demagogia para animar al equipo que capitanea en su condición de oficial cuando les transmite su convicción en la victoria. Con independencia de sus actuales quehaceres, ha podido elegir un selecto grupo de tiradores  que ha estado en misiones en el extranjero y que sabe disparar, y no solo a unas estáticas dianas a 200 metros.

A Claudia esa competitividad tan marcada en hombres hechos y derechos le resulta un poco pueril. Ella se siente  satisfecha de participar y espera  aportar una alta puntuación a su equipo que contribuya  a la victoria pero tanto pique entre unidades le parece  más propio del patio de un parvulario que del ejército español.

Por su puntería  y antecedentes en pretéritas competiciones tenía que estar allí pero no tenía claro que su capitán la eligiera  finalmente. El status quo de su relación había quebrado con el incidente ocurrido a miles de kilómetros poco tiempo antes del regreso a España. Su incapacidad para explicárselo a sí misma no era óbice para que pudiera comportarse de una forma totalmente profesional cuando coincidían en su entorno laboral, esto se producía a menudo. Que no hubieran vuelto a hablar de ello no quería decir que estuviera  todo dicho. Ambos procuraban que no les afectase más de lo imprescindible.

La carta de Luis en la que le comunicaba el fin de su relación, excusándose en la dificultad de mantenerla sin el contacto cercano, en un principio la sumió en un estado de melancolía que, en breve, se tornó en ánimo de desquite. La ocasión no pudo ser más propicia. Una importante victoria de la selección española de fútbol vivida con mucha más pasión en aquél lejano país que si hubieran estado en el propio estadio hizo que en la cantina de los Españoles se montara una celebración monumental y se desatara la euforia y mucho más.

Por unas horas la marcialidad castrense desapareció.

Los responsables de hacerla guardar participaban de la misma locura colectiva. Tampoco los mandos norteamericanos quisieron aguar un festejo que parecía muy oportuno para elevar la moral del contingente y menos por un deporte que no les interesaba en absoluto.

Aquel día Rodrigo Valcárcel dejó de ser su capitán por unas horas, aquello ya no tenía marcha atrás. Siempre le pareció atractivo con esa complexión robusta y consistente y el sincero aprecio que le tenía derivó en una sucesión de actos de los que ahora, tiempo después, no se sentía nada orgullosa. El alcohol, la soledad, la explosión de alegría, una larga abstinencia… fueron un cóctel letal para los sentidos. Para una conciencia liviana esa amalgama de circunstancias podría servir para eximir del sentimiento de culpa. Para Claudia, y creía que para Rodrigo también, no las contemplaban como eximentes,  ni siquiera como  atenuante. Lo tenía claro.

En aquella oscura camareta se habían traspasado muchas fronteras. Había recibido estímulos a los que nunca llegó en ninguna otra relación, ni siquiera con Luis. No solo fue el hecho de enrollarse con un mando si no que la cuestión era la propia forma en que se produjo. El simple recuero la turbaba pero era tanto desasosiego como placer recordado.

En aquel momento de desenfreno le sorprendió que el capitán Valcárcel le confesara que había hecho cosas con ella que con su mujer no se atrevería a plantear. Sabía que con el comentario no quería faltarla al respeto, solo ponía en voz alta la sorpresa de su desinhibición. También a ella misma le parecía que le hubiera costado sugerirle a Luis que enfocara sus iniciativas por los derroteros por los que aquella noche derivó su amante ocasional. El problema esencial era que este  tenía nombre y apellidos, tres estrellas de seis puntas en las hombreras y una relación jerárquica de mando directa con él.

Dado que ninguno de los dos había insinuado en ningún momento la repetición de la experiencia,  tácitamente se podía pensar que ambos esperaban que el tiempo fuese difuminando el recuerdo hasta su superación definitiva. Realmente lo que le preocupaba es que no afectase a su devenir diario en la Base, se había ganado el respeto de sus compañeros y no quería tener que dejar la Unidad por causas extramilitares.

Para Claudia, aunque conocía a la mujer del capitán y le producía cierto incomodo el tropezarse con ella, el que fuera un desliz extraconyugal era más problema del marido que de ella. Tampoco ella se lo había contado a Luis y no sentía la necesidad de hacerlo.

Mañana, capitán y soldado acudirían juntos al campo de tiro a practicar para la patrulla .Lo ocurrido en el reino de las mil y una noches no distraería la mirilla del objetivo.

 4

Lo vio venir pero a pesar de sus finos reflejos ya era tarde. El agudo dolor en el antebrazo la hizo saltar a la par que escuchaba la desenfadada voz de Boria.

-¡Pizco!, en qué piensas, mi alma.

-Váyase a la mierda, mi primero –contestó Claudia reprimiendo el contraatacar con una presa sobre los dedos que hubiera inmovilizado al sargento.

No supo que le molestaba más si el dolor por el pellizco recibido como la guasa de jugar con su apellido para cachondearse de ella por la diferencia de estatura que tenían. En cualquier caso, solo le hubiera admitido una familiaridad semejante a su sargento primero que, en esta ocasión,  también oficiaba de compañero de la patrulla de tiro de la unidad. Siempre con buen humor, la vida militar les había  hecho compartir muchos momentos, buenos y malos. La empatía que compartían  solo competía con el mayor de los respetos.

-No sé que me molesta más si el moratón que me va a salir o que no sea capaz de pronunciar bien la zeta de mi apellido ni para hacer coña– Claudia devolvía el golpe apuntando a la dificultad de su compañero en pronunciar ciertas consonantes fruto de sus orígenes meridionales y de unos cuantos años de servicio en los últimos reductos de la África española.

-Por un momento he visto esa mirada de odio que vi la vez que le partiste la nariz a Gutiérrez al poco de incorporarte. Tranquila mi fiera– apaciguó Boria.

-Me llamó puta sudaca y eso no se lo consiento a nadie por muchas horas de mili que lleve.

 Recordó lejanamente el incidente que le sirvió para ganarse el respeto de todos y no volver a tener ningún problema con su origen iberoamericano. Actuó con rapidez y contundencia, casi con pulcritud. Un golpe directo, un chasquido y, al poco, un montón de sangre esparcida que cerró aquella maldita bocaza.

Oficialmente el episodio no pasó a más gracias al capotazo de Boria. Cuando Gutiérrez estaba jurando que la mataría, acordándose de sus ancestros  y no sé cuántas cosas más, el que en aquel momento solo era sargento mandó poner firme a todos los que allí se encontraban y, emulando el paso lento de un abogado cuando va a dirigirse a un jurado popular, con cierta teatralidad  le fue diciendo  a Gutiérrez:

-Mira, gilipollas, no sé muy bien por dónde te voy a meter el puro. Por llamarla puta sería comportamiento sexista que desde que el ejército admitió damas en la milicia está pero que muy mal visto. Por lo de sudaca ¡con la discriminación al inmigrante hemos topado! Tú no te has enterado de que ahora somos políticamente correctos, ¿o qué? ¡Montón de mierda! –hizo una estudiada pausa sin dejar de deambular a su alrededor- Y, para más cojones, me estás poniendo el suelo perdido de granadina porque saliendo de ti, sangre no creo que sea.

Gutiérrez hizo el gesto reflejo de llevarse las manos a la cara para detener la hemorragia…

-¡He dicho firmes! ¡Cojones! Qué te mueves más que un tiovivo de feria –gritó Boria esta vez pronunciando claramente casi  todas las consonantes.

De nuevo otro breve silencio hasta el asalto definitivo.

-Pero estoy dispuesto a olvidar, que la amnesia debe ser  contagiosa. Si quieres ir pregonando por ahí que una frágil mujer te ha dejado fuera de combate, tú mismo con tu mecanismo. Si me dejas el suelo como los chorros de oro y le cuentas al médico que te has roto la napia en la instrucción, por mi paz y después gloria. ¿Estamos, o no estamos?

-¿Ordena alguna otra cosa más, mi sargento? –fue lo único que se le ocurrió decir a Gutiérrez con una entonación nasal obligada.

-Sí, que lleves más cuidado con esa bocaza y que la próxima vez no te dejes hostiar.

Aquel día Paco Boria se ganó el derecho a llamar Pizco a Claudia Izco por mucho que le incordiase.

-Soldado, responda a la primera pregunta- Boria retomaba el inicio de la conversación con Claudia.

-No, nada. De verdad. Bueno, estoy un poco preocupada por mis padres. No les sale ningún curro y andan un poco apurados.

Diciendo una verdad Claudia realmente ocultaba la parte esencial de la respuesta.

A pesar de haber neutralizado de momento el apuro económico, y solventado las deudas con la caja, el problema de fondo subsistía y con el sueldo de ella, quitado el pago de sus gastos, el alquiler de su apartamento y demás, tampoco le sobraba para mucho.

-Es que te he visto tirar con rabia y así no es como yo te enseñé.

Efectivamente no había sido la mejor práctica de Claudia. Después de la marcha, corrió excesivamente rápido hasta su puesto de tiradora y había vaciado los dos cargadores mucho antes de concluir el tiempo reglamentado. El resultado en puntos era la consecuencia lógica de lo anterior. Dispersión de los impactos e incluso algún cero.

De vuelta a la armería el capitán le había dicho que no se preocupara, que el día que había que darlo todo era el del partido, refiriéndose a la competición. Luego, dirigiéndose a todos, había añadido:

-Cuando se dispara no se piensa. Se controla la respiración, el ritmo cardíaco, se atemperan los nervios y te conviertes en un autómata. Tenemos programados los automatismos, no se improvisa. Automatismos, secuencia y otra vez. Nada de pensar. ¿Visteis Invictus, la película de Mandela y la Copa del Mundo de Rugby que ganó Sudáfrica? Pues bien, hay una escena en la que le preguntan a Chester Williams qué pensaba cuando jugaba. Era el único negro de la selección sudafricana en aquella época y la pregunta iba  por lo que significaba para el apartheid y todo eso. El tío muy tranquilo, les contesta: “cuando estoy en el campo no pienso, perjudica mi juego”. Pues esto, lo mismo.

Sabía que en parte lo decía por ella y no podía estar más de acuerdo. Se sentía más segura en las zonas conocidas. Estaba acostumbrada a generar automatismos que la protegían. Esa vuelta a terreno seguro le permitió despedirse de Boria con otro automatismo bien trabajado.

-Hasta luego, mi primero– le dijo imitando la primera posición de saludo y añadió con sorna- y no me mire el trasero cuando me dé la vuelta que se me va a quedar usted bizco. 

Claudia y Luis fueron los últimos  en abandonar  la sala de cine. Esperaron a que terminara la letanía de nombres propios, oficios, funciones, sociedades multimedia y copyrigths que se suceden al final de una película. No es que Claudia tuviera especial interés por saber quiénes habían sido los ayudantes de producción, ni las script girls, ni a quienes se dirigían los múltiples agradecimientos, ni la sociedad distribuidora,  pero sabía que a Luis no le interesaba para nada, que lo que quería era –al fin- poder hablar  con ella y le divertía ese ejercicio de inocua crueldad que suponía  hacerle esperar un poco más.

También permitió que varios compañeros de la Base salieran de la sala sin tener que despedirse de ellos. Se ahorraba responder al día siguiente a preguntas estúpidas referentes a la identidad de su acompañante y las coñas por una posible recaída.

-La verdad es que eres un caso. No sé si me has traído a ver esta peli para flagelarme o para que me angustie más aún con tu trabajo –Luis intentaba abrir la conversación mientras acercaba las dos cervezas que acababa de pedir en una cafetería cercana a los multicines, dentro del propio centro comercial.

-Bueno, la verdad es que me quedé con ganas de verla cuando la estrenaron y había que aprovechar cuando la repusieran. Reconoce que es una pasada –el tono de Claudia reflejaba la satisfacción que le habían proporcionado los últimos ciento veintisiete  minutos­- además yo no voy por el mundo desactivando bombas.

-Ya, pero ir al cine para seguir viendo guerras y uniformes me reconocerás que no es normal, que te va mucho la marcha.

-No me digas que no te ha gustado. Si es que desde el principio te engancha. Cuando empieza con lo de: «el ímpetu de la batalla es una potente y muy a menudo letal adicción, porque la guerra es una droga. ¡Va!, reconoce que es genial y cuando al final dicen:”…quedan 365 días para el relevo”. ¡Total!

Claudia se estaba regodeando. Tras muchos intentos había aceptado la invitación de Luis para salir una tarde, en plan de amigos. Para llevarlo a su terreno le había propuesto ir al cine a ver En Tierra hostil (The Hurt Locker) que narra las peripecias de un equipo norteamericano de desactivación de explosivos en Iraq mostrando el poderoso magnetismo del peligro y de la adrenalina, un baile con la cercanía de la muerte. También planteaba la difícil readaptación de quienes viven de esa manera a lo que podríamos considerar la vida normal que les resulta absolutamente insulsa.

-Claudia…-Luis se decidía a poner sobre la mesa lo que quería tratar-, sabes que también para mí fue todo muy difícil. Lo fue cuando te fuiste, cuando estabas allí pero sobre todo lo más jodido ha sido verte al volver y ver que no he dejado de sentir por ti lo que sentía y todavía siento.

-Lo podías haber pensado antes de dejarme por carta. Para el poco correo que tenía, ya te digo, hubiera preferido no recibirla.

-No sé… lo de romper me pareció que en ese momento era lo más sincero. Estaba llevando muy mal tu ausencia y no me veía capaz de guardarte más las ausencias. Me parecía mucho peor haberte puesto los cuernos y que luego te hubieras enterado.

-Hombre, puestos en esas casi te lo agradezco, al menos no pusiste el carro delante de los bueyes -Claudia mantenía el  tono defensivo que traía preconcebido para la cita. Sería difícil que Luis la sacara de esa postura muy madurada-. Además, créeme cuando me fui ya me imaginaba que era más un adiós que un hasta pronto. Intuición femenina.

-Estaba muy mal sin ti. Era una presa fácil para alguna lagarta. Pero te juro que desde que volviste no tengo ojos para ninguna otra. Te he llamado mil veces. Solo quería verte, estar contigo, hablar, ver si todavía quedaba algo, si podíamos volver a intentarlo…. –la mirada de Luis era sincera y aunque pareciera amagar con gestos reconocibles y preestudiados para el ligoteo transmitían el eco de las palabras-. Cuando estabas en la guerra pensaba en cuando volverías pero ahora que en mi futuro no estás tú noto un hueco, un vacío que hasta físicamente me duele.

Se estaba esforzando, había que reconocerlo. Antes de acudir  Claudia tenía muy clara su postura al obligarse a ir al encuentro, se había exigido no dar un paso atrás y cerrar de una vez para siempre este capítulo. Pero Luis se estaba esforzando.

¿Habría madurado en su ausencia? Uno de los problemas que veía en su antigua relación era precisamente la diferencia en cómo  ambos afrontaban  el mundo. Ella se consagró como adulta muy pronto, sus circunstancias personales, su entorno, su vida se lo habían exigido. Ni lo había pedido ni lo había eludido, fueron las cartas que le dieron con la partida de bautismo. Luis, por el contrario,  con una existencia mucho más cómoda se resistía a dejarse apresar por las responsabilidades. En gran medida padecía el síndrome de Peter Pan, no quería hacerse del todo mayor. Sin embargo, esta última declaración iba mucho más allá que la utilizada en su día cuando le dijo: Entonces, qué, esto es que salimos, ¿no?  y que sirvió para que ambos se considerasen novios años atrás.

Claudia bajó sus párpados hasta casi juntar sus pupilas al centrarlas en el aro de espuma que cubría su cerveza. Aprovechó para dar un trago. El silencio y sus ojos huidizos fueron malinterpretados por Luis. Justo cuando la insalivación de la boca de ella le iba a permitir seguir el hilo que él había abierto y comenzar a hablar de sus sentimientos, de cómo ella lo había vivido, de cómo se sentía,  su impaciencia le perdió y rompió esa pequeña vía de acceso que estaba entreabriendo hacia el corazón de Claudia. Él solo con sus palabras la sepultó.

-Hay otro, fijo. Por eso bajas la mirada. Hay otro. Ya me lo imaginaba, ¿quién es?, ¿otro militroncho?, ¿quién?, ¿el tal Boria?… ¡Mecagüen la leche!, lo sabía.

Volvía a salir el Luis posesivo, casi caprichoso. La burbuja hizo plof. El ramalazo de celos injustificados simplificó la labor para Claudia, disipó la incipiente duda que le había provocado. Si quería ir por ahí, mejor,  mucho más fácil se lo ponía.

-¿Y de haberlo qué?, y por qué solo uno, ¿crees que no doy para más? Estoy rodeada de hombres todo el día, ocasiones y pretendientes no me faltan  y, recuerda, no tengo novio. Bueno sí tuve uno pero me dejó, ya ves.

El impacto de las palabras estaba medido y calibrado, surtió el efecto buscado y como un miura encastado Luis entró al trapo para ya finiquitar sus últimas opciones.

-¡Joder! Lo sabía, para qué coño habré insistido…-pero era un miura rajado, veía la partida perdida y no le quedaban ganas de luchar-…perdona, llevabas razón, ha sido una mala idea, tenía que haberlo pillado con tus pegas para quedar. Llevas razón lo nuestro no tiene futuro –se echó a la arena sin puntilla.

El abatimiento de Luis tampoco le produjo ningún bienestar. Claudia había dado por concluida la relación hacía tiempo y tampoco le guardaba ningún resquemor especial. No le deseaba ningún mal, se compadeció de su pesadumbre pero tenía  claro que era mejor no dejar el más mínimo rescoldo.

-Tú te lo dices todo solito. 

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