EL DIARIO DE UN MAL AMOR QUE ME EXTIRPÓ EL CORAZÓN

EL DIARIO DE UN MAL AMOR QUE ME EXTIRPÓ EL CORAZÓN

Katiana Schäfer

14/11/2014

A veces quiero volar y no quedar más aquí viendo como todo es igual…

Amar, tantas veces se ama, tantas veces se sufre

Siempre se ama, siempre se sufre.

No son colores los que se perciben alrededor de esa rueda mágica,

Lo que ella encierra es muy distinto de “maripositas”

Muy distante de ese sentir mariposas…

Llega y posee

Llega y también sabe irse,

También se va y no dice adiós

Ni siquiera da la vuelta para recordar que todo lo que se hizo se podía llevar en el bolsillo…del recuerdo.

Marca huellas que son tan poco frágiles que no logran borrarse;

Lágrimas que ruedan y no saben ser agua, saben de sangre

Escrito un 2 de febrero de 1998, sentada en una mesa detrás del bloque 46

…Soy un libro abierto…

 

 

CAPÍTULO I

JUAN CAMILO GONZÁLEZ CÉSPEDES

Fue fugaz en sus intentos de seducción…imperceptible, casi dañino.

He tratado una y mil veces de buscarle sentido a mi existencia…

Hoy, un día 18 del mes 12 del año cuarto, nace algo nuevo;

Quiero vivir, quiero sentir, quiero emocionarme, quiero escuchar el latir del corazón.

Quiero sumergirme en un mar de efervescencia, quiero tenderme suavemente en el jardín de mis delicias…

Quiero seguir el camino de la primavera…y el del corazón.

Hoy fue sábado de noche,

Hoy conocí el 8 de febrero.

 

 

Enero 28 de 2005.

 Hoy es un día especialmente triste…jamás pensé que esta decisión tocaría mi puerta.

Es muy difícil aceptar que ahora estoy sola…sola…sola.

Porque él era todo para mí, era mis planes, mis proyectos de vida, mis sueños; él era presente, pasado y futuro…era simplemente él, mi vida…así lo concebía.

De un momento a otro, esta…mi vida se tornó diferente y oscura; empezó el desánimo y la monotonía comenzó a hacer de las suyas hasta que enfermó al amor; pasa lo que pasa cuando ese alguien, esa otra persona siente que ya no hay nada más que hacer por el hecho de saberte segura, de hacer caso omiso a las sugerencias, algunas de ellas con la emoción y la pertinencia de un reclamo, de un grito desesperado que sin voz y sutilmente sólo quería que le siguiera prestando atención…pero, como decía por ahí una canción “cuando el amor se daña es mejor cambiarlo antes que repararlo”.

Luego, se me instaló la tristeza, esa que se ha empecinado en no dejarme…ni sola ni en paz.

Ya pensaba yo que sin él mis días no tenían días, razón sin razón que da el hecho de estar al “lado” de alguien por tantos años; ya pensaba yo que ya me había pasado “el cuarto de hora”, que “me había dejado el tren”, que ya yo había salido de circulación, que mis días tenían que terminar junto con los de él…

Yo era la única que hablaba de los planes presentes y futuros, de las salidas a comer, de tener la creatividad en el diario vivir para tratar de mantener a flote algo que ni con salvavidas podía salir de su ahogo, de ese abandono en el cual estaba más que sumergida. Era yo la que hablaba, de los viajes, de la casa, de los hijos que vendrían, de lo que con ilusión se compraría, de lo que con ese amor que no fue amor supuestamente se construiría…él, por mucho tiempo, simplemente se limitaba a asentar con la cabeza un sí o en su defecto un no, sin saber ni sospechar que no siempre el silencio es bueno, porque en este caso me hacían falta sus palabras. 

No quería hacerle daño a nadie ni a mí misma, pero eso es algo que por más que se quiera es inevitable…

Igual, el amor siempre vendrá acompañado por dolor…

Es indescifrable…

A veces indescriptible…

Otras deseable…

Pero al rato indeseable…

Y te vuelve maleable…

También vulnerable…

Es insuperable…

Y se torna inaguantable…

Pero inmanejable, hace que lo absurdo y lo complejo se vuelva controlable.

─ ¿Cuánto tiempo vamos a esperar? –le hice la pregunta al viento.

«Creo que toda una vida» – fue la respuesta que me devolvió silente e inconsciente, sin saber ni sospechar que de cierto modo, literalmente así sería.

 

Enero 31 de 2005.

 Le conocí el día menos pensado, el día menos esperado, menos anunciado, menos pronunciado; no lo andaba buscando…y él llegó, vino a mí.  Sucedió un 18 de diciembre del año dos mil más cuatro, ahí llegó…sin más ni menos.  Cuando lo vi sentí que algo recorrió parte de mí, me estremeció, me abrumó, pero cerré la puerta a cualquier nueva posibilidad; tenía miedo, miedo al mismo miedo que da el entregar sin freno.  Volvimos a vernos un día siete del primer mes del año dos mil más cinco y desde ese momento ya fue imposible dejarle el candado a la puerta y peor aún, sería imposible salir de ahí, a sabiendas de que este amor se convertiría en mi mayor condena.

 Nos encontramos y coincidimos,

Nos vimos y lo vivimos,

Nos acercamos y no lo pensamos,

Nos respiramos e imaginamos,

Nos deseamos, nos rasgamos, nos agitamos, nos cabalgamos y lo quisimos,

Descansamos y luego repetimos, seguimos, subimos, bajamos,

Trepidamos…dormimos.

 –¿Por qué ahora? –¿Por qué pasa esto? –¡Por qué, maldita sea! – lloré.

Me llamó en horas de la tarde a contarme el suceso…el inoportuno e inesperado suceso.  Ha sido muy duro y difícil saber esto, pues ahora todo cambia su rumbo y todo lo que queríamos para los dos, puede coger otro camino.  Él me quiere y me quiere muchísimo y yo también a él.

Nunca, durante esos primeros meses, pude ver que desde el primero hasta el último día que estuvimos juntos, siempre me estuvo engañando, con las palabras, con los gestos, con los hechos, con las mujeres, con su ex esposa, con su ex novia, con su mejor amiga. Nunca pude ver, ni advertir, ni darme cuenta que nadaba en aguas de un amor más que enfermizo.

Quisiera tener el valor de irme lejos, muy lejos.

Quisiera que él tuviera ese valor de seguirme, lejos, bien lejos, los dos juntos, muy lejos, muy juntos. 

Febrero 2 de 2005. 

 No sé qué pensar porque la ilusión se va

No sé qué pensar porque todo me hace dudar

No sé qué pensar porque ahora nada sé

No sé qué pensar porque no sé qué hacer

No sé qué pensar porque está lejos

No sé qué pensar porque no sé nada

No sé qué pensar porque no veo la luz del sol

No sé qué pensar porque para esto aún no hay explicación

Y no sé qué hacer porque no sé qué pensar…

Febrero 12 de 2005.

Ayer fue –me atrevo a pensarlo- el peor de todos mis días. Lo sospechaba, lo presentía, lo sentía…

Para salir de dudas, una de las tres personas que me han acompañado en este momento de depresión, me dijo que de hoy no podía pasar esta incertidumbre que me estaba matando.

Me acompañó en mi intento cobarde por saber la verdad, una verdad que partiría mi vida en dos si era positiva.

Llegamos, lo hice…hasta di mi primer nombre dizque “para no levantar sospechas”; todo me temblaba, todo se me nublaba, yo sólo pensaba: ¿por qué no está él acá acompañándome? ¿Por qué me ha dejado tan sola?

Y se llegó la hora de la verdad.  La prueba fue a las 3pm y la señora dijo: «venga dentro de 15 minutos».  Llegamos a las 3:20pm, mi acompañante se sentó segura de que el resultado iba a ser negativo.  Me dirigí hacia aquella ventanita por donde entré 15 minutos atrás para recibir el pinchazo, la señora me miró y me entregó el sobre sellado.  Lo abrí con un suspenso ciego, lento, sordo, mudo…lo abrí, para ver que al final aparecía la palabra P O S I T I V O.

Fue como decirle sí y no al tiempo en un segundo,

Fue como si los caminos se hubiesen hecho cortos y largos a la vez,

Fue como si me quedara sin aire, aun sabiendo que seguía respirando,

Fue como desvanecer aun sabiendo que seguía viva,

Fue como despertar y sentir que aún seguía y estaba soñando,

Fue como sentirme sola tres veces,

Fue como salir corriendo y seguir en el mismo punto,

Fue como ir tras él y ver que él no existe,

Fue como decirle a la memoria no hace parte de esta historia,

Fue como contar un cuento sin hablar,

Fue como sentir el corazón estallar,

Fue despertar para ver que era real.

Lloré, pensé, me agité; pensé en él y en él,

Lloré y de nuevo recordé que estaba sola,

Lloré y pensé que tendría que tomar una decisión, que debía buscar una solución.

Lloré y me dije: ¿y, si me voy lejos?

Lloré y me dije: ¿y, si lo tengo y me lo llevo conmigo, solos los dos?

Lloré y me dije: ¿cómo me vuelvo a sentir sola?

Lloré y pensé:  ¡qué tonta soy! No fui más que unos días que ya pasaron

Lloré y me dije: pero lo quiero y él me quiere

Lloré y me dije: ¡ilusa, idiota!, ¿no estás viendo que no le importas, que ya te hizo a un lado, que nunca te tuvo a su lado, que te ha sabido dejar sola dos veces?

Le llamé y le di la noticia, para saber que del otro lado del auricular, sólo escuché como se reía de mi llanto. «No te creo» – dijo él.  Su compañía sólo existió en un instante corto de tiempo.  Un instante tan corto que, casi efímero, fue suficiente para haberme desahuciado.

 

ADIÓS A MIS ENTRAÑAS

Febrero 15 de 2005.

 

Llevas exactamente en mí el tiempo que recorre en mis entrañas aquel ocho de febrero.

Siento debilidad, tristeza y cobardía

Siento desilusión, soledad y abatimiento

Siento engaño, ausencia y abandono.

Pero te siento a ti, aquí dentro de mí, hurgando en mi interior, apoderándote de mis sentidos y gobernando mis instintos.

Nunca podré entender por qué nos ha dejado solos, por qué no nos creyó.  Tú sabes que lo quiero, como a ti, lo quiero de una manera que no podría describir; me la jugué toda, arriesgando hasta mi propia vida por él…y por ti.

Perdóname si me embarga la melancolía, pero nunca fue ni será mi intención lastimarte ni hacerte daño; hay cosas que nunca podría explicarte.

Hoy te vi a través de un aparatito en blanco y negro, eres tan pequeñito que tan solo mides once milímetros.  No te imaginas lo que sentí, nadie podría saberlo; mis ojos se llenaron de charquitos por la emoción y la confusión, esta última dada por el hecho de sentirme tan sola.

Recuerda mi bebé que pase lo que pase siempre te amaré, porque viviendo en mí ya te llevas contigo mi vida.

 

Febrero 17 de 2005.

 

Ayer no fui capaz de nada, después que saliera de mi vida mi alma.

Ayer me quitaron la vida, la ilusión, la esencia, la alegría, la inocencia.

Ayer mi vida, definitiva y trascendentalmente, se partió en dos…y el corazón, en más de dos.

Ayer nunca se me olvidará que fue 16 de febrero.

Ayer nunca saldrá de mí…

Ayer fue más que el intenso frío, la fiebre, la piel de gallina, el temblor, el mareo, el vómito.

Quisiera que esta máquina del tiempo diera un salto entre lo que fue diciembre de ese año y febrero de este otro.

Quisiera poder sentir que lo odio por lo que me ha quitado.  Me han quitado la vida, el aliento y el suspiro.  Me ha quitado mi vida, su vida, nuestra vida, mi aliento, mi suspiro.

Sí, lo odio; creo que pienso en estupideces.  Se ha llevado todo, mis ganas, mi confianza, mi fortaleza. 

─Y ahora, ¿cómo puedo volver a creer? –pregunté al hada eterna –¿por qué me has puesto esta prueba? – pregunté a una vida ya sin vida.

…fue ese dieciséis el día más triste de mi vida, después de ese veintidós del quinto mes del año mil novecientos noventa y tanto.

 

Febrero 17 de 2005 –un minuto después-.

 

Ahora ya no estás…

Sólo tenías unas semanitas y tres días aproximadamente,

Solo tenías tiempo para decirme no, yo sólo tenía tiempo para decir…

Sólo era el tiempo el que podía decidir,

Sólo fue el tiempo excusa, amigo y enemigo a la vez

Y él decidió que aún no era tiempo.

Por eso te llevó con él,

Por eso te arrebató de mí y me dañó por dentro,

Por eso ahora estoy sin ti,

Por eso ahora triste, acongojada y sola siento que se me cerraron todos los caminos.

 

Febrero 18 de 2005.

 

Parece mentira que todas esas palabras y esos besos hayan sido míos.

Parece mentira cuando decías que sentías que yo era inalcanzable para ti.

Parece mentira que me abrazaras tan fuerte y sintieras que yo era la mujer con la que querías empezar una nueva vida.

Parece mentira cuando decías que te sentías tan enamorado.

Parece mentira que no querías que estuviera lejos de ti cuando estaba cerquita.

Parece mentira que quisieras fundirte en mí cada vez que me besabas.

Parece mentira que hiciéramos el amor con sólo mirarnos.

Parece mentira que después del café de la montaña, el día trece de enero estuviéramos en el 213  –y allí fue que nació la semilla.

Parece mentira que cuando me abrazabas te latía a mil el corazón.

Parece mentira que cuando estabas cerquita a mí, de sólo mirarme suspirabas tanto que decías que tú eras ‘la nena’ de esta relación.

Parece mentira, que por esta mentira yo haya perdido mi vida.

Parece mentira que en un abrir y cerrar de ojos me arrebataras la ilusión.

Parece mentira que después de tanto amor que nos dimos, sólo quede deserción.

Parece mentira que mi bebé se haya ido,

Parece mentira que por tu culpa se lo hayan llevado,

Parece mentira que desde ese día me hayas marcado,

Parece mentira todo lo que te he llorado,

Parece mentira que alrededor de tu vida hubiesen tantos secretos y que a tiempo no los hayas destapado,

Parece mentira que después de haberte creído me haya entregado,

Parece mentira que después de tanto y después de tan poco, tú me hayas engañado.

RELATOS DEL VIAJE.

Me aventuré en un viaje de largas horas, era demasiada la ansiedad que sentían mis entrañas, llegaban mariposas y se iban al rato, pero dejando fuertes corrientazos de ilusiones.  Llegué un seis de enero jueves, año dos mil más cinco, a la ciudad capital; tenía el pensamiento elevado y sólo había un punto, encontrar al hombre que había desatado en mí la intriga y la emoción.  Vino el siete de enero viernes, del mismo tiempo que el día anterior; él llegó a la 78 con 11, allí estábamos La Rola y yo ‘chupando’ cerveza y escuchando canciones de rocola.  Nos vimos, nos abrazamos fuertemente y ya.  Luego, con el pasar de unos cuantos minutos, las mariposas hicieron de las suyas y nos acercaron en un profundo beso que duró como cinco canciones, las cuales –y por obvias razones- no recuerdo.  De ahí nos fuimos para una fiesta fracasada en un club de militares resentidos, atendiendo a la invitación que nos hiciera un amigo suyo.  Nos dieron los anhelados pitos de navidad (expresión usada para decir que se hizo tarde) y por fin pudimos irnos de allí.  El camino nos llevó hacia la casa de la Rola, sólo íbamos él, ella y yo; llegamos y caminamos hasta la desilusión de no encontrar el licor, llamamos y lo pedimos dizque al “correo de la noche” y empezamos a beber con música para escuchar, cantar, bailar… y besos, abrazos, el baile, el acercarnos, el mirarnos…hasta el amanecer y un poco más allá.  Ya eran las ocho o nueve de la mañana del sábado ocho de enero, los cuerpos estaban cansados y deseaban reposo, dormimos y al cabo de un rato nos sorprendió la soledad a nuestro alrededor, los cuerpos un tanto ansiosos con el misterio decidieron acercarse y enredarse, él empezó con una tímida seducción rozando mi vientre con sus dedos y escribiendo en mi espalda lo que quería.  Se fue como a las 8pm y no volvió, por ese día.  Al día siguiente, ya domingo 9 de enero, salí con mi primo y su esposa a casa de mi tío; estando allí recibí la primera llamada del día y era él, con la voz llenita de emociones, de ganas de vernos.  Llegué a las 7pm a casa –de la Rola, que era donde me estaba quedando- y allí estabas, esperándome con los brazos abiertos y después cerrados alrededor de mi cuerpo, además del beso en mis labios.  Esa noche jugamos ‘mímica’, nos reímos muchísimo, muchísimo, y de nuevo dormidos, muy juntos. Al siguiente día, ya miércoles 12 de enero, yo prepararía una cena especial para la familia de la Rola –mamá y hermanas- y para él.  Me vestí con traje de luces, tenía una falda, una camisa divina y unas botas color marrón de tacón muy alto, estaba hermosa.  Cuando salí de la habitación, él aguardaba en la sala por mí, me vio y casi se ahoga, el brillo en sus ojos lo decía todo y sus brazos extendidos para refugiarme también lo pronunciaron.

La cena fue espectacular, especial, inolvidable; quedaron algunos recuerdos de esa noche retratados en fotos, como casi todos los días de esta historia en que estuvimos juntos, y digo casi todos, porque de los días en que estuvimos más que juntos no hay retratos fotográficos, pero esos instantes aparecen dibujados intactos en el lienzo de nuestro recuerdo, sin fuga…en algún lugar que la memoria no arrebata.  Ya aparecería el jueves 13 del mismo mes, y este día prometía ser mágico, porque él me llevaría a un lugar sorpresa; me vestí con un pantalón rojo, una camisita roja y sobre ésta una camisa de encaje negra, que permitía ver un poco más allá de la imaginación; de nuevo la niña estaba linda, preciosa, como para que él se quedara prendado de su hermosura. No sólo era por la ‘pinta’, ella era una mujer transparente, delicada, femenina, glamurosa, sencilla, honesta, romántica, apasionada, de muy buenos sentimientos.  Nos habían dado permiso hasta las tres de la mañana.  Yo me fui solita en un colectivo hasta el Andino, que sería nuestro lugar de encuentro. 

Allí estaba él, fascinado al verme, con esos ojitos traviesos y pícaros y esa sonrisa de portada.  Me encantaba tenerlo cerca, sentirlo cerca, respirarlo cerca, abrazarnos, besarnos…mirarnos a los ojos para decirnos las verdades del corazón, las ‘verdades bailaditas’, no podíamos quedarnos quietos; perfectamente nuestros besos podían ser eternos, perfectamente nuestra mirada podía quedar congelada en el tiempo y el sentirnos uno con el otro era tan intenso que la piel quemaba para fundirnos en ella…en una sola.

Me llevó a un lugar que no puedo describir con palabras, simplemente fue el lugar, nuestro lugar, exclusivo por cierto; era una casita de cuento, todita en madera, chimenea, velas, los dos juntos, sentados sobre cojines en el suelo.  Nos tomamos media de ron y a la hora de la cena, comimos crepes casi iguales; siempre sucedía, había muchas coincidencias entre los dos.  Hablamos muchísimo de nosotros, de nuestras vidas, de nuestras historias, de cosas.  Seguimos el camino y éste decidió que aún no era hora de partir, por un instante cerramos los ojos y al abrirlos estábamos sumergidos en el 213. 

Allí nos encontramos más allá de la vida, tocamos el cielo, bajamos, subimos, deliramos, gemimos, reímos, sentimos, suspiramos, nos agitamos…más allá de lo pensado, de lo permitido, de lo anhelado, de lo esperado.  Recorrió mis caminos, mis andamios, mis señales, mis alarmas, mis peligros, mis avisos; me abrazó con su fuego y yo lo quemé con el mío, desgarrándonos, disfrutándonos, probándonos, descubriéndonos, amándonos.  Al día siguiente, viernes 14 de enero, me fui con la Rola para el café de Juan Valdez en la 13 con cuarta.  Allí fumamos uno que otro cigarrillo y tomamos granizado de café.  Al rato, una presencia masculina bajaba unas escalinatas en dirección a nuestra mesa, era él…mío.  Unos minutos después nos encontramos con un amigo suyo y nos fuimos a bailar los cuatro: él y yo, su amigo y la Rola, pero la noche no fue tan agradable, porque preciso cuando nosotros dos estábamos pasándola delicioso, la Rola se sentía incómoda con nosotros dos y le dio por armar un show de enfermedad y tragedia para que nos fuéramos de allí, como dirían en mi tierra “no pueden ver a un pobre acomodado”, dicho que hace alusión a que siempre resulta alguien que no puede verte feliz, que se molesta al ver que estás pasando un buen rato; al llegar a casa me daría cuenta de que todo había sido una de sus patrañas para evitar que él y yo nos acercáramos. 

Nos vimos de nuevo el lunes 24 de enero, fui a su trabajo –a la 13 con octava- a eso de las 5:10pm; nos encontramos y unos pasos adelante, me abrazó, con los brazos llenos de fiebre -una fiebre que olía a angustia y que traería infinito dolor- en aquella plaza donde queda el museo del oro, y acto seguido me pidió que le besara.  Ya mi regreso a Medellín era ese mismo día en la noche, pero a última hora decidí cambiar el viaje para el día siguiente en horas de la mañana; partiría de nuevo a eso de las 6:30 de la mañana del día martes 25 de enero.  Me pediste que me quedara contigo, que no me fuera, que me quedara en Bogotá; ojalá que las decisiones en la vida pudieran ser tomadas con un sí inmediato sin tener que pensar en nada.

Nos fuimos para el café Oma del Salitre Plaza, después fuimos a recoger mis cosas, mis maletas, mis recuerdos que guardé celosamente en el bolsillo, nos despedimos de la familia de la Rola –y de ella por supuesto- y luego partimos a nuestro encuentro en solitario.  Ambos lo deseamos tanto o más que en cualquier otro tiempo, ambos queríamos que fuera una historia importante.  Empezaste, con una música muy suave, a despojarme de mi ropa y de mis temores; nos mirábamos a los ojos como quien se encuentra hechizado por un sueño y quiere quedarse allí eternamente.  Nos amamos con sentido, con pasión, con locura, con desenfreno, con ternura, en extremo.  Entrelazaste tu cuerpo al mío, en perfecta unión y sincronía; me gobernaste, te goberné, me tomaste, te tomé, te bebí, me bebiste…entre nuestros pensamientos, más allá de nuestras razones, me pedías que no me fuera, que no te dejara.  Lo que sentimos fue infinito y está escrito en la piel, huellas que siempre quedarán. 

Nos despedimos con lágrimas en los ojos y nuestra última palabra fue un te quiero y el último pensamiento, un te espero.

Llegó la primera noticia que me contarías el lunes 31 de enero, como si nada y como de la nada la noticia me desmayó los sentidos, me estremeció hasta los intestinos, me desbarató los pensamientos…su ex novia estaba embarazada, sí, como para no creerlo, como para desmadejarse y salir corriendo en busca de aire para no dejarse morir; y eso sin saber lo que estaba pasando conmigo, muy dentro de mí.  Tú no supiste nada de mí, sólo de ti en esos días.

No podía darle crédito a lo que había acabado de escuchar a través de un simple y frío auricular, cómo era posible esto si él ya no estaba con ella, cómo había sucedido.  Quizás fue el miedo a abrir bruscamente los ojos y darme cuenta de una cruda realidad, la realidad de haber estado siempre engañada, de vivir una mentira adornada con una fantasía, la cual por venda de tela o de papel, me encegueció más allá de mi testaruda cordura. 

Empecé a sentirme mal de salud, del alma, del corazón y el mal también invadió mis pensamientos, mis sentimientos: me llené de una única e indescriptible soledad, abandonada a mi abandono…y pasaron otros días y otros más.

 

Abril 29 de 2005.

 

Sentí unos pasos…el viento acarició suave y levemente con un dulce roce cada parte de su cuerpo.

Caminaba lenta y sigilosamente; casi siempre tenía miedo, ella lo podía percibir, lo podía sentir como cuando el mar acaricia la arena.

Sedujo, enamoró, se embobó, se enamoró, se dejó seducir y atracó a ese corazón…ladrón de amor, amor del bueno.

Llegó a ella, la tomó, le hizo una zancadilla a la pasión, zancadilla de ocaso en primavera.

Y se posó sobre ella, al rato ella sobre él; hicieron un conjuro…y también más que eso, mucho más que eso.

Los separa un camino lleno de montañas, él en la Sabana, ella a casi ocho horas en el Valle; pero el amor es invencible, él se hace sublime, cuando ya ha palpitado el corazón, cuando ya han surcado esas mariposas en el estómago, estómago de los amantes, corrientazo de amantes, calambre de amantes, respiración agitada de amantes, piel de gallina de amantes, carita roja de amantes…hemos sido buenos amantes de ese amor.

Pero él, cobarde de ilusión, la ha querido dejar, eso ha hecho de todo: la ha matado con la voz, le ha extirpado el corazón, le ha perforado la razón, le ha tirado dardos a ese amor, coge su arco y ya ha lanzado más de 18 flechas; toma en sus manos aquella pistola calibre no sé qué, camina hacia esa mesita donde está aquella caja con los mejores momentos, con los mejores recuerdos de ella y por allí, entre papeles, entre sentimientos, entre emociones, él puede observar como se esconde el amor ‘cagado del susto’ y con mucho sudor porque presiente que Juan lo quiere matar; por más esfuerzos que hace por escabullirse entre tanto sentimiento, él –Juan- lo agarra por el cuello y lo lleva al aire libre, en un campo abierto porque en contados instantes se ha de presenciar un duelo, nunca antes visto, entre Juan y el amor –aquel que conoció un 18-; el amor ya está sin aire, se siente débil, a unos segundos de ser asesinado; camina con pasos de gigante hacia un tronco de madera que se divisa a cinco metros y medio, en una mano lleva su pistola y en la otra, aún sujetado por el cuello, lleva al amor.  Lo deja caer en aquel tronco, ya casi sin vida, cansado, flaco…cuenta uno, dos, tres hasta casi veinte pasos de vuelta hacia el lugar de tiro; carga su pistola, apunta y dispara; el amor se está desangrando y a pesar de todo su dolor no se resigna a morir, a ser vencido por el miedo, él es todo un guerrero, un gran luchador.

Días después, ya recuperado sigue revoloteando cerca de la casa de Juan, le pidió la escalera prestada a un vecino para meterse por la ventana, ya es de noche y el amor mira a través del cristal –y aguantando mucho frío- a aquel amante que fue suyo, éste se halla en la cama mirando al cielo, tiene lágrimas en los ojos pero no se permite llorar; el amor se mete y logra colarse por debajo de las sábanas, estira sus brazos y como algo furtivo decide ahogar a Juan con un abrazo, le dice: “no temas, soy verdadero, amor del bueno, amor sin fronteras, amor sin medidas, amor que no teme, amor que lucha, amor que enseña, amor que acalora, amor que alimenta, amor que ama, amor que sabe reír y que cuando toca también sabe llorar, amor de amante loco, amor que suspira, amor que inspira y que también respira, amor que vuela, amor que imagina, amor que crea y construye, amor que viaja, amor que recorre, amor que agita, amor que siente…amor que a gritos te dice: bienvenido”.

Y…ese amor que se resistió aquel día a ser vencido por el miedo, que no se resignaba a morir…ahora se encuentra tendido en una camilla de un lugar llamado “unidad de cuidados intensivos”; los doctores han dicho que la mayoría de sus órganos se encuentran estables, pero que algunos de sus signos vitales no responden.  No encuentran razón científica para tal desequilibrio, los aparatos muestran que sus emociones se manifiestan como una gráfica de ‘seno y coseno’ –un sube y baja porque eso es lo que le has dado-; su mente ya se halla en blanco, cansada de tanto divagar, sus latidos siguen siendo débiles…su corazón parece que ya no responde.

Ninguno de ellos –los doctores- puede explicarse qué es lo que pasa, por qué el amor ha llegado a este estado casi vegetativo…todos se toman sus cabezas con los brazos, tratando de entender el por qué de tal anomalía; unos caminan, otros aguardan por el deceso, cuando de repente aparece la respuesta a tal situación.  A lo lejos se oyen unos pasos, alguien se acerca agitado y asustado, atravesando puertas –como nunca- a lo largo de ese pasillo que lo conduciría a la verdad de lo que él mismo se inventó y que tradujo en agonía.

Ya no hay nada que hacer, los doctores ya han agotado todo lo que la ciencia puede ofrecer.  Juan se acerca, aún ella puede escucharlo, pero ya no puede verlo…el amor ha entrado en crisis, ya se le han desconectado todos los aparatos que la mantenían con vida artificial, porque para mantenerla con vida sólo existía un remedio; ni siquiera las inyecciones de pasión, de entrega, de esperanza, pudieron hacer algo para que siguiera con vida.

Ha empezado la cuenta regresiva, ahora es Juan quien se toma la cabeza con sus brazos y deja rodar sus lágrimas que ya ella no puede ver.  10, 9, 8, 7… ahora es él quien no entiende por qué quiso estar solo cuando ahora está perdiendo al amor que siempre había tenido.  6, 5, 4… ahora Juan aprieta fuerte la mano derecha del amor y le suplica: “no te vayas”, pero ya es muy tarde.  3, 2, 1 ——————- (¡el amor ha muerto!).  Ahora Juan trata de comprender lo que ha hecho y es ahora cuando realmente empezará a entender qué es estar y quedarse solo.

Febrero de 2006.  El día fatal, el día final.

Ya con los rezagos de un amor lastimado, fastidiado, humillado, jugueteado, saqueado… habíamos decidido irnos el fin de semana a una finca alquilada a las afueras de Bogotá con un grupo de amigos suyos, y digo suyos porque pertenecían a sus afectos, no a los míos.  Llegamos a eso del mediodía de un día sábado del mes de febrero del año 2006; la finca era muy bonita, enorme en sus estructuras, con árboles frondosos por doquier, habitaciones muy amplias de techos altos y baño en cada una de ellas.  La mejor parte de aquel recinto, sin duda, era la piscina, dado que el pueblo donde quedaba la finca era de clima caliente –en Colombia, el clima de los pueblos y ciudades depende de la altitud a la cual se encuentran-, ese sería el lugar de esparcimiento.  Escogimos la mejor habitación de todas, todo parecía que marchaba bien dentro de lo que cabía, ya que por momentos o por todos ellos, nunca sabía qué esperar de él ni con qué saldría, dado que me había metido de cabezas en una relación de escogencias múltiples en la cual yo siempre seleccionaba el “NS/NR”, es decir el ‘no sabe no responde’.  Todo el día estuvimos en la piscina, todos sus amigos con sus respectivas novias y ‘dos amigas’ de ellos, en total vendríamos siendo unas 15 personas; jugamos, hablamos, nos reímos, hasta que pasadas unas horas y después de llevar unos cuantos tragos encima comenzó a jugar uno de sus juegos para los cuales yo no estaba preparada, estando abrazados en la piscina de repente me soltó y se fue nadando hacia el frente en busca de una de sus amigas –que, como dije anteriormente, eran dos amigas que venían solas-, viendo como yo lo observaba, después de dejarme sola ya que todos estaban ocupados en sus propios mundos, la tomó por la cintura y acto seguido la sentó sobre sus piernas de frente a él; yo sólo podía ver como el agua se movía, sin saber qué podía estar pasando con las manos de ambos, ya que no las veía ni en el aire, ni en la superficie, por la oscuridad que se iba posando con la llegada de la noche; él sólo se reía, de una manera pícara, vulgar y maquiavélica, mirándome fijamente sin vacilar, mientras seguía de manera descarada y atrevida en su acto frenético y despiadado.  Quedé absorta y autista, no quería ver el espectáculo; me alejé de allí sin entender, sin responder, sin poder respirar.  Al cabo de unas horas, todos estaban disfrutando de la música moviendo los cuerpos al compás de los ritmos tropicales, pero ya con tragos en la cabeza, empezaba a caer más de uno en estado de borrachera; yo intentaba seguir disfrutando del paseo, la música y el baile, a pesar de lo que me había tocado presenciar horas atrás.  Juan se acercaba hacia mí, trataba de buscarme el lado como si no hubiera pasado nada, pero yo lo evadía sutilmente, ya que estaba muy molesta por su actitud; él seguía bebiendo licor de manera desenfrenada, cuando de un momento a otro se fue hacia nuestra habitación sin decir nada; como yo le estaba mirando, le seguí, se tambaleaba sin poderse mantener en una sola línea, llegó a la habitación y se dejó caer sobre la cama.  Al rato, llegó uno de sus amigos y al ver que intentaba vomitar y no podía, ambos –su amigo y yo- intentamos ayudarle a incorporarse para que no se ahogara, a lo que él respondió con malas palabras; su amigo se fue furioso del cuarto después de escuchar los insultos de Juan, yo por el contrario, me quedé con él insistiendo en ayudarle.  Fue instantáneo ese momento en el cual sentí que un puño de hombre se estrellaba contra mi cara, haciéndola girar bruscamente hacia un lado; no daba crédito a lo sucedido y antes de reaccionar decidí pensar que se trataba de un accidente ‘involuntario’ al tratar de levantarse de la cama, pero no, no fue así, la fuerza con la que me propinó el golpe decía todo lo contrario.  No hubo tiempo de reaccionar, a los pocos segundos del primer golpe pude ver que sus ojos estaban inyectados de furia y con toda esa maldad que por dentro tenía vi como se incorporó con todas las ganas y en un acto demencial y muy rápidamente, me propinó un cabezazo de frente a mi cara, que fue a estrellarse directamente con mis ojos y nariz; quedé tan aturdida que hasta la noción del tiempo se borró de mi memoria, todo se me nubló alrededor y sólo pude sentir que de mi nariz salía sangre a chorros.  Intenté, en un acto de defensa –yo indefensa- gritar, pero las palabras se quedaron mudas, no salían las lágrimas pues éstas habían sido suplantadas por la sangre que sí salía.  Recuerdo que lo insulté, pero sin fuerzas, que tuve un amago de darle una cachetada, pero la mano se desvió hacia la nada, así que salí de allí, del delito de una habitación que olía a maltrato, a desilusión, a rabia, a sarna.  Fui corriendo en busca de uno de sus amigos, el que más me apreciaba, porque quería que alguien le diera su merecido, quería sentirme respaldada, un poco apoyada; sentí que corrí horas enteras, cuando en realidad no habían pasado ni cinco minutos; el dolor que sentía era tan intenso, que ya las lágrimas habían recuperado de nuevo su lugar, haciéndole competencia a la sangre que seguía cayendo.  Todos quedaron estupefactos al verme en ese estado, nadie decía nada, sólo este amigo del cual hablo, que al ver mi cara no vaciló ni un sólo momento en ir a buscar al que me había puesto de esa manera.  Llegamos a la habitación y Juan se hizo el dormido, su amigo le gritaba cosas exigiéndole una explicación de lo sucedido, trataba de estrujarlo en un intento vago para que Juan saliera de su caparazón de cobardía, pero todo fue inútil, él nunca respondió.

Los hechos se dieron en la madrugada, así que tenía que esperar a que amaneciera para poder salir de allí, ya que a esa hora no pasaba ningún medio de transporte que pudiera salvarme.  Fue tal mi desespero y mi humillación, que me puse a contar los minutos uno a uno pensando que así se acortaría más el tiempo, a la vez que dejaba caer sobre mi cabeza el chorro de agua helada que salía de la ducha, agua que se mezclaba con sangre y lágrimas.  Llegó el amanecer y mi cuerpo desnudo seguía en la ducha, allí tirado sobre el suelo, envuelta en los despojos de lo que fue estar por tanto tiempo en el lugar equivocado; no sé cuántas horas pasaron mientras estuve allí tirada, acurrucada, desnuda, despojada, desmoralizada, indignada, ultrajada.  Cuando por fin saqué fuerzas de mi interior, nuevamente me incorporé, salí de la ducha y me vestí, fue en ese momento cuando el espejo me devolvió la imagen de la humillación y el maltrato.

Regresé a Bogotá sola, en bus, tapándome con vergüenza la señal de lo que fue, sintiendo una profunda desolación.  Al día siguiente, las radiografías mostrarían un traumatismo del hueso nasal, no podía ni dejar caer agua sobre él, el sólo hecho de lavarme la cara ya suponía una tortura, por el dolor tan intenso que sentía; cogiendo muy suavemente la nariz con el dedo índice y pulgar, podía sentir como ella bailaba entre ambos dedos.

Nunca más le volví a ver, fue entonces cuando me disfracé de huida y en quince días tomé la decisión de dejar atrás treinta años de mi vida.

“…Y como toda enfermedad busca su remedio o todo veneno busca su antídoto, yo decidí por remedio o por antídoto comprar un tiquete de ida sin regreso, exactamente al día siguiente después de haber sido ultrajada, golpeada y maltratada…”

CAPÍTULO II

RICARDO GÓMEZ RENDÓN

Tengo que recurrir a la buena memoria para relatar el diario de esos días, de los acontecimientos sucedidos entre el mes de julio del año 1995 y aquéllos pertenecientes a los últimos meses del año 1996; en conteo numérico parece corto el tiempo, poco más de un año al lado de alguien…pero en el día a día, por lo vivido y lo padecido, podría decir que fui ‘víctima de mi propio infierno’, un infierno que duró casi un siglo.

De tanto dolor que me provocó opté por tirar a la basura –hace ya casi veinte años- todo lo que pude haber tenido de él, entre esas cosas que tiré y quemé se fueron mis escritos.

Fue él el hombre que me hizo sentir esclava del engaño; mitómano, aprovechado, maligno, inconsciente, intransigente, culebrero (¡más enredador que un putas!), endemoniado, cleptómano…aunque con el pasar de los años se convirtió al cristianismo (ya sin estar conmigo haría este “buen acto de contrición”), con el pasar de muchos años supuestamente su vida cambió debido a tan “sublime conversión”.

Todo comenzó aquel día en que me subí en el autobús de la empresa de transportes Rápido Pérez; estaba allí en la Terminal del Norte de Medellín, con una mochila llena de expectativas y la ilusión de hacer un viaje que me llevaría a la ciudad de Barranquilla, para “caerle de sorpresa” a ese amor de lejos, el de los pendejos…el de “felices los cuatro”, en este caso tres, él y yo y una tal ella…no hubo cuatro, porque cuando entrego el corazón no lo doy en spray ni en porciones…yo lo entrego todo, así ese amor viviera en la luna o en la cochinchina.

Ricardo estudiaba Ingeniería de Sistemas en la Universidad Eafit, al igual que yo –carrera que abandonaría en el quinto semestre, dos años y medio después de haber compartido aulas con las matemáticas especiales, los cálculos en tres dimensiones y de haber abrazado con pasión los libros de Leithold, Newton y Swokowski y de repeler con todas mis fuerzas los lenguajes de programación, en especial el C++ y el Cobol–; era un chico inteligente, simpático, chistoso y muy acelerado, aspectos de su personalidad que sólo percibía vagamente, dado que no solíamos estar en el mismo grupo de amigos, ya que él estaba un año más adelante en la carrera. Con el tiempo, ya en el tercer y cuarto semestre empezamos a hablar más y nos “caíamos bien”, pero no pasaba de ser una relación de amistad. Un día cualquiera del mes de mayo de 1995 me surgió la idea de viajar a Barranquilla para visitar a mi mejor amiga del colegio, Silvia Pacheco, la cual no veía desde hacía casi cinco años y cuya amistad se sostenía a base de llamadas telefónicas –a teléfono fijo y a través de operador- y cartas de puño y letra que nosotras llamábamos los miniperiódicos. Con el viaje tenía un motivante más extremo: ver de nuevo al que era mi amor en esos tiempos, Carlos Sáenz. Le hablé de mis planes a Ricardo, ya que también él viajaría por esos días a visitar a sus padres por la misma fecha, con lo cual decidimos irnos juntos en autobús. Los padres de Ricardo vivían en La Arenosa; su padre era un importante empresario que trabajaba en una multinacional de alimentos. Era una familia con una distinguida posición social, aunque las malas lenguas hablaban de lo desdichada que era su madre al persistir en un matrimonio –por esas cosas del qué dirán, de la moral y otros vicios- donde el alimento eran “los cuernos de cada día”. Partiríamos el 15 de junio de 1995 a las 21:17 horas; como todo viaje que se respete, siempre aparece “el pegado”, “al que no lo quieren en la casa”, “el que siempre aparece cuando no lo llaman”, “el que no se pierde la movida de un catre” y este viaje no podía ser la excepción, pues se sumaría a él una amiga de Ricardo llamada Patricia Agudelo –amiga que más adelante sería un gran dolor de cabeza para mí-. Viajamos los tres durante casi quince horas por carretera, para finalmente poner los piés en la Puerta de Oro de Colombia, La Arenosa…Barranquilla. Poco o nada me importó el haber llegado exhausta de tan largo viaje, me dejé guiar por la intuición del corazón, acto que se tradujo en un cambio de planes por esas cosas que sólo el amor sabe hacer, ¡amor indisciplinado que siempre se sale con la suya! Fue ahí que empezó el zafarrancho entre mis dos hemisferios. Terminé por tomar una decisión que más adelante me costaría un fuerte disgusto con mis padres, un desengaño del amor de lejos (felices los cuatro) y una gran discusión y posterior enojo con Silvia Pacheco. Mi cabeza, autómata por un día, generó un único pensamiento: “tengo que verle, quiero verle ahora mismo” (pensando en él, mi amor de mar, Carlos Sáenz), haciendo que lo demás pasara a un segundo plano; a partir de ese pensamiento, para mí, lo demás dejó de existir. Me urgía verle, abrazarle y besarle nuevamente, no sé qué bicho me picó, pero era tal y como si esos besos se hubiesen quedado suspendidos en aquella playa, esperando a que alguien llegara a ponerles play para empezar de nuevo y vuelta a besar. Ese chico había hecho mella en mi vida, sin duda alguna había dejado huella, desde ese día, ese 14 de agosto de 1994 en que lo conocí en el XX Reinado Nacional del Dividivi que se celebraba por esos días en la ciudad de Riohacha. Carlos me había enamorado a través de los cinco sentidos y del gusto por plasmar sentimientos en letras sobre papel, tal y como se hacía en aquellos tiempos.

Barranquilla, Agosto 16 de 1994. 13:49h.

Empresa Nacional de telecomunicaciones

Página 1/1 (Telegrama)

 

Luciana Ahora que te has ido la soledad invade mi corazón pero sólo la ilusión de volver a verte me alivia este dolor te recuerdo y te extraño mucho

Carlos

 

 

Barranquilla, 22 de agosto de 1994

Señorita Luciana Bauer

 

Amor Mío: espero que al recibir esta carta te encuentres bien al igual que tus seres queridos.

Es imposible olvidar los bellos momentos que pasé a tu lado. Cuando viajaba hacia Barranquilla recordaba cada minuto de esa hermosa noche y me parecía que lo ocurrido era una fantasía. Sí, una fantasía en que la luna, el mar y las estrellas adornaban cada uno de tus hermosos ojos.

Todavía recuerdo con agrado y en medio de risas tu sensual boca manchada por el pintalabios, parecías una dulce “payasita” que le daba alegría a la velada. Sin darnos cuenta los rayos de luz del sol empezaron a iluminar tu rostro y avisarnos que la fantasía llegaba a su fin. Un final que parecía de dos personas que se conocían y se amaban desde hace mucho tiempo.

Cariño, cuando he hablado contigo a veces me das a entender que tienes miedo a que el tiempo vaya a borrar mi amor por ti, y te digo: “No, no temas al tiempo que la luz del cielo no se apagará”; por eso te pido calma, de nada sirve ir a la ligera sin poner bases sólidas en nuestra relación.

“Esto no significa que no te ame con intensidad”, al revés, como siento que esto es algo puro, limpio, sin haber premeditación por ninguno de los dos, no quiero que este amor se vaya a ir a tierra por dudas que pueden surgir sin fundamento.

Por eso, si de verdad sientes aunque sea un poquitico de amor por mí, te pido de corazón que estudies, porque para todo en la vida hay tiempo y ahora es el tiempo de la “U”.

Sin embargo, de vez en cuando échales una miradita a las fotos que por cierto, sé que de pronto pueden ser una gran decepción, pero como te había dicho con anterioridad: “Gorda, como salgan te las mando”, ojalá te gusten y todas las noches me pienses un poquito, como yo que no te he dejado de pensar un solo minuto desde que partiste.

Gorda, lo que siento por ti no tengo palabras para expresártelo, no veo la hora de volver a tenerte en mis brazos y decirte cuanto te amo.

¡Que Dios te guarde! Te quiere, te extraña, te recuerda, te ama, te sueña,

 

Carlos S.

 

Nota: Un besote.

Saludos

 

 

Barranquilla, marzo 15 de 1995. 11:15pm

 

Hola:

Luciana, ha pasado mucho tiempo ya y la verdad es admirable lo fuerte de nuestra relación. De una cosa sí estoy seguro, que gran parte de ese mérito te lo llevas tú.

Tengo un llave (un amigo) que le conté lo de nuestra bella relación y él me decía: “Compadre, ¿y usted todavía sigue sintiendo algo por ella?” y yo, sin mediar palabras, le dije “sí”, “lo que pasa compa es que cuando hablo con ella me enredo, me pongo frío y siento un sinnúmero de sensaciones que sólo me hace sentir esa mujer llamada Luciana Bauer”.

 

Yo tengo que volver a verte para saber si te convertiste en una obsesión durante este tiempo de mutua ausencia o por el contrario es aquello llamado “amor”.

 

Te cuento que lo del viaje a Medellín no va a ser fácil, pero estoy seguro que en menos de lo que canta un gallo estaré en el aeropuerto de Rionegro llamándote para que estés lista para ir a cenar esa misma noche. Va a ser una noche muy especial; desde ahora te digo que busques un restaurante al aire libre, para poder buscar nuestra estrella y observarla juntos, hasta que algún mesero mostrándonos la cuenta rompa el hechizo de nuestro sueño de amor.

Espero que hayas escuchado la canción de Pedrito Fernández llamada “Mi forma de sentir”, te la dedico; es full nueva, por lo tanto espero que la escuches pronto.

En la foto que me mandaste salías muy bella. Sí, bella como siempre te he tenido en mi mente, una muchacha sana, llena de amor para brindar y con un corazón contento, el cual me irradia energía; porque en verdad, tan lejos que estoy de ti y nunca me he sentido solo, siempre has estado a mi lado en cada paso que doy, hasta cuando me presentan una chica, la comparo contigo estando totalmente confiado que tú siempre vas a ganar, porque mujeres como tú tan bellas y con ese carácter que indiscutiblemente me deja asombrado. Cada vez que hablo contigo, tu sinceridad y madurez me llenan de confianza, porque sé que tengo en mis manos una gran obra de Dios.

 

Te escribo poco, pero cuando lo hago es con el corazón; tal vez te pueda parecer cursi, pero lo que más me gusta cuando tengo una relación es ser galante y muy romántico.

 

Quiero más fotos tuyas, tal vez te parezca exigente con lo poco que te brindo, pero es que quiero tenerte en todos lados, ya que yo si “todavía” te tengo en un portarretratos al lado de mi cama.

 

Luciana, tú de mi corazón ya eres dueña de gran parte y eso jamás nadie te lo quitará y “no temas que la luz del cielo no se apagará”, te lo repito y repito hasta el cansancio.

 

Te recuerda, te extraña y te quiere mucho,

Carlos Sáenz

 

 

Sólo tuve tiempo de pensar en correr, correr e imaginarme en sus brazos y en sus labios por segunda vez, sin siquiera sospechar el desenlace que tendría esta historia. Le soñaba tanto, que tanto pedí querer verle y por fin ese día había llegado ya, le vería en contadas horas. Unos meses atrás la idea de vernos sólo fue un deseo efímero, se esfumó como agua entre las manos; él siempre prometía que haría todo lo posible por ir a verme a Medellín, pero esas promesas se quedaron en intentos fallidos de fuga, nunca llegaron a cumplirse y yo, como buena aventurera, decidí buscarle a esas promesas el tiempo que me habían robado. Sólo tuve tiempo de dejar mis maletas, tomar un buen baño, ponerme mi “mejor vestido” e ir tras ese amor, que sin darme cuenta ya había perdido. Le di la dirección a Ricardo, pues él conocía mejor la cuidad que yo; me acompañaron él y su amiga a ese encuentro que llevaba anhelando por tantos meses…en ese intento por recuperar las mieles de ese amor, ese amor fugitivo y ausente, ese amor con aires de Riohacha, ese amor que me dejara con ganas de más amor. Llegamos a la dirección que un año atrás Carlos me había anotado en un papel que tomó de la recepción de aquel hotel en Riohacha. Las piernas me temblaban, su apartamento quedaba en un tercer piso que yo veía como la “escalera al cielo” porque subía y subía y no avanzaba; estaba muy nerviosa y asustada, puesto que con cualquier cosa me podía encontrar cuando de nuevo le volviera a ver. Llamé a la puerta de aquel 301 y salió una señora, le saludé amablemente, me dijo que era la madre de Carlos –yo lo intuía porque ya habíamos hablado por teléfono-; a los pocos segundos salió él, sus labios dibujaron una sonrisa tímida y culpable…culpa que el tiempo me revelaría unos dos días después. Me presentó “oficialmente” ante su madre diciendo –con voz temblorosa-: «mira ma’, esta es Luciana de la que tanto te hablé», acto seguido cogió mi mano y me llevó tras él unas cuantas escaleras más en dirección al cielo…me abrazó fuertemente y me acarició el rostro, sus ojos negros tenían un brillo indescriptible, rozó mis labios con sus dedos y me besó; ese beso me hizo “subir como palma” sin saber que días después “bajaría como coco”. Estaba muy nervioso y yo, sin gafas, ciega de amor, no lograba percibir con claridad qué era lo que le pasaba. Se le entrecortaban las palabras, tartamudeaba y se ponía frío, al principio creí que se trataba de una reacción normal dado el hecho de que yo hubiese llegado intempestivamente –sin anunciar-, pero la realidad de su comportamiento sería otra. Esa noche decidimos pernoctar allí, la idea era quedarme yo sola con Carlos, pero como lo dije anteriormente, nunca falta “el pegado”, el mosco en el vaso de leche, así que Ricardo y Patricia decidieron “acompañarme” – ¡Tan majos ellos!- pensé en ironic mode. Ella, por su parte, ya le había ‘echado el ojo’ a Carlos y haría todo lo que estuviese a su alcance para conseguir estar con él, y Ricardo –tan amigo de ella-, ya había planeado con la susodicha un acto que sólo las mentes enfermas y malévolas pueden llegar a interpretar. De todo esto me enteraría meses después por confesión de Ricardo, confesión incitada por una de sus paranoias.

Hablamos un poco de todo, pero lo notaba diferente, algo ausente, como si la felicidad fuera fingida, como si ésta hubiese reclamado boleto de salida. Yo igual estaba muy cansada por el viaje, así que nos quedaríamos en casa en plan sereno. Esa noche dormimos juntos, sería la segunda vez que estaría con un hombre, haciendo esas cosas que sólo dos cuerpos que se han fusionado saben hacer; estaba tan “enagüevada” –enagüevada: léase como enamorada perdida, mezcla entre enamoramiento y adormecimiento cerebral- que me dejaría llevar, así sin más. Al día siguiente, veía que había una cara de enfado muy notoria en la amiga de Ricardo, de esas caras agrias como el limón, de esas que no pueden ver a un pobre contento, porque yo estaba “más contenta que marrano estrenando lazo”. No entendía por qué ellos dos seguían allí si en ningún momento fueron cordialmente invitados; yo quería estar sola con Carlos, viviendo nuestro idilio, pero ni Patricia ni Ricardo comprendieron mi cambio de luces. Patricia empezó a coquetearle a Carlos, sin importarle ni cinco que él estuviese conmigo. Esa segunda noche bailamos, hablamos, pero había algo raro en el ambiente, notaba una actitud diferente en su comportamiento y en el de los otros dos “intérpretes”, ella le bailaba, se le sentaba en las piernas y le hablaba con voz insinuante –al estilo Marilyn Monroe en su interpretación de Happy Birthday, Mister President-; al principio lo notaba incómodo, ¿sería por respeto a mí? –no creo, pero ya unas horas después y con unos traguitos encima, poco o nada le importó que yo estuviese ahí. Me empecé a sentir mal, le decía a Ricardo que hiciera algo con su amiga, ¡que ya se estaba pasando! Pero, él se hacía el loco porque parte del plan que habían maquinado era ese, que ella lograra estar con Carlos y que Ricardo consiguiera quedarse conmigo, valiéndose de mi vulnerabilidad, a causa del dolor que me causaría una traición. Estaba planeado que él sería “mi paño de lágrimas”, después de llevar a cabo todas sus triquiñuelas. Ellos se quedaron solos, yo había decidido irme a dormir más pronto y caí en un sueño profundo, pero con el infortunio de abrir los ojos a la mañana siguiente y ver que Carlos no estaba a mi lado; cualquier cosa pudo haber pasado y efectivamente así pasó. Al día siguiente –ya tercer día-, Patricia tenía una cara de satisfacción…sexual que no podía ni quería disimular. Carlos no me miraba a los ojos, entonces fue cuando supe que algo malo había hecho. Yo lo presentía, lo sentía, pero de alguna forma le pedía a mis sentidos que se negaran a creerlo. Al ver mi desesperación y las lágrimas en mis ojos, Ricardo dijo: «él me ha contado que le desilusionó su primera noche de amor contigo». Ricardo me mintió y yo le creí. No quise saber nada más. Al despedirnos, Carlos me dijo que hacía unos días había conseguido una nueva novia, que no llorara, que no fuera tonta; sus labios modularon un adiós, dio media vuelta y se marchó sin más. Quedé desahuciada, no le hallaba sentido a lo acontecido. A Ricardo, por razones que no quiso mencionar y que más adelante yo descubriría, lo habían echado sus padres de la casa, así que no teníamos a dónde ir; yo estaba anestesiada por el dolor, así que ni cuenta me daba que iba “caminando con el enemigo”, pues también estaba su amiga con nosotros. Por razones obvias no podía decirle nada a Silvia, ya que en vista de mi decisión repentina de quedarme en casa de Carlos nunca la llamé, no supe contar con ella –por el estado de ceguera que me causó ese amor arrebatado- y cuanto la necesitaba en esos momentos. Yo debía regresar a Medellín inmediatamente, pues las vacaciones que inicialmente serían de una semana terminaron reduciéndose a tres días y a un corazón afligido por la pena. Adicional a eso, mis padres se habían enterado –porque yo se los conté en una llamada telefónica que les hice desde un teléfono público- de toda la verdad y me exigieron un inminente y súbito regreso, cosa que sería un poco complicada, ya que por esa “alma samaritana” que siempre llevaba en mí, le había prestado mi dinero a Ricardo que me lo había pedido dos días atrás para resolver dizque un problema familiar, con la promesa de regresármelo cuanto antes, dinero que nunca me devolvió, como tanto dinero se quedaría más adelante. Ricardo decía que no tenía como pagarme, puesto que sus padres le habían cortado a partir de ese momento cualquier tipo de ayuda. Pues, sin un peso en el bolsillo, nos vimos en la triste, lamentable y penosa situación de pedir dinero como pordioseros en la Terminal de Transportes de la ciudad de Barranquilla, para posteriormente regatear el precio del tiquete y de esta manera poder regresar a casa, ¡más bajo no pude haber caído! Finalmente logramos, a punta de monedas empuñadas, reunir el precio de los tres tiquetes y hasta una señora nos regaló unas empanadas (no habíamos comido nada en todo el día y ya era de noche). Mi consuelo fue el hombro de Ricardo, que sin aún saber todo lo que había tramado, de todas las trampas y mentiras que se había valido, era la persona que más cerca tenía en ese momento, momento en el que tanta falta me hacía llorar. Con el pasar de algunos días y mi vulnerabilidad, Ricardo fue ganando terreno, apoyado de su astucia y de su encanto al enredar. Meses después ya éramos novios, pero en el fondo de mi corazón yo seguía queriendo a aquel chico que conocí un día de luna llena y noche estrellada.

Ricardo vivía en una residencia estudiantil, una casa de seis habitaciones donde vivían estudiantes universitarios, yo casi nunca iba a visitarle, no me gustaba la energía de ese sitio, así que él siempre iba a mi casa y salíamos juntos a algún lugar. Como todo buen culebrero, y al mejor estilo del Chapulín Colorado con su “¡no contaban con mi astucia!”, supo ganarse el afecto de mi familia, hasta el de mi padre, que era hueso duro de roer…lo que puede hacer la falsedad de una persona. Ya llevábamos algunos meses juntos, su familia me adoraba y yo a ellos, recuerdo que su padre siempre me mandaba unas cajas llenas de productos de la empresa donde trabajaba, ¡qué delicia! Quizás lo único bonito que recuerdo de esta relación. Con el tiempo iba descubriendo rasgos de su personalidad que no me gustaban, de repente era agresivo, muy impulsivo, golpeaba las cosas si algo no le gustaba; cuando se enfurecía –sin motivo alguno- siempre se desquitaba conmigo, me empujaba y me insultaba con palabras soeces, palabras de grueso calibre; si no le gustaba como me vestía un día, me sugería cambiar de ropa –para que nadie más me mirara… ¿tendría delirios de personal shopper?-, cosa a la cual nunca hice caso, lo cual desencadenaba en él una furia indescriptible que terminaba en humillaciones y lluvia de insultos en público. Muchas veces me preguntaba qué hacía al lado de él, pero por esa razón de sentirme literalmente amenazada si le dejaba, hacía que siguiera bajo su yugo. Empecé a descubrir que engañaba a su familia, así como también lo hizo con la mía. Una vez me pidió el favor de que le sacara unas fotocopias y entre los papeles que me entregó estaba la factura correspondiente al valor del semestre en la universidad; mi sorpresa fue gigantesca al verla y saber que estaba alterada, la cifra no correspondía con lo que yo sabía que él tenía que pagar, la había falsificado por tres veces más de su valor real; regresé de nuevo a su casa y le exigí una explicación, lo puse contra la espada y la pared diciéndole que tenía que contárselo a sus padres, que si no les llamaba en ese mismo instante, lo haría yo. Su reacción fue endemoniada, me sujetó fuertemente con sus brazos, alzándome con ellos, y me lanzó lejos contra la puerta de su habitación, gritándome –al mismo tiempo que me hacía daño físico- todo tipo de insultos, todos los que pudieran existir en el planeta. Ese día me amenazó de muerte. En vista de su renuencia a quererle decir la verdad a sus padres, tomé el teléfono y les llamé yo, no podía permitir que él cometiera semejante bajeza y se saliera con la suya. Tuvo que dejar la universidad, pues sus padres desilusionados, decidieron no pagársela más. Había falsificado todas las facturas de los seis o siete semestres que llevaba estudiando, de esta manera descarada y a hurtadillas les había robado a sus propios padres una buena cantidad de dinero, ¡qué vergüenza! No confiaba ya en él, así que decidí dejarle; él se revolcó por los suelos suplicándome que no le dejara, que estaba muy arrepentido de todo lo que me había hecho, yo no creía ya en él. Tan mala suerte tuve que me hizo la vida imposible durante un período de casi un año; me perseguía, llamaba y me amenazaba con que no me dejaría vivir en paz, que nunca iba a poder ser feliz, que yo no podía dejarle. En una de sus locuras me confesó que lo que había sucedido en Barranquilla había sido parte de un plan con su amiga Patricia para hacerme daño; él le había mentido a Carlos diciendo que nosotros dos teníamos algo, como también mintió cuando me dijo que Carlos le había dicho que yo lo había desilusionado en la noche que estuvimos juntos, porque Carlos Sáenz en realidad me quería, pero no supo manejar las cosas y debido a su falta de madurez también me engañó. En medio de todo lo que pasó, un día Ricardo –esto sucedió antes de terminar definitivamente la relación- se vio en supuestos “problemas financieros” y acudió a mí diciendo que no tenía a donde ir, ya que sus padres le habían cortado las ayudas (cosa que después también descubriría que era otra de sus mentiras); no podía darle la espalda y a pesar de todo lo que me molestaba hablé con mis papás para que se quedara unos días en nuestra casa; vivió con nosotros unos días, casi dos o tres semanas. Me pedía mucho dinero prestado, la mayor parte de la cuota semanal que me daba mi mamá para mis gastos se lo daba a él, dinero que nunca me regresaba. Sus actos cada vez eran peores, su accionar incoherente, ya no quería por ningún motivo seguir con él, ni dejarme influenciar más por sus mentiras. Él se regresó a Barranquilla por vacaciones y después de un tiempo me pidió el favor de que fuera a sacar sus pertenencias de la Residencia donde vivía, porque había tomado la decisión de quedarse allí y no regresar más a Medellín. Ese día me llevó mi padre, él me esperó en el coche mientras yo subía a empacar en cajas lo que quedaba de Ricardo. Entre la basura y sus objetos me encontré con cosas que jamás hubiese querido ver: trapos llenos de sangre y unas bolsitas pequeñas de plástico que parecían de sal…bolsitas abiertas algunas con la marca de lo blanco que deja la “sal” que yo creía que era; todo lo boté, a excepción de una de esas bolsitas, para después averiguar y darme cuenta que había estado infinitamente engañada, pues los entendidos en el tema me desvelarían el misterio de las bolsitas y los trapos llenos de sangre, haciéndome ver que se trataba de una fuerte adicción a la cocaína.

Medellín, octubre 26 de 1996

Ya han pasado varios años desde aquel entonces en que conocí a Carlos y nadie ni nada han logrado sacármelo de adentro; será por lo especial que fue conocerlo…como fue, donde fue, o será en parte porque no quiero sacarlo de mí. Lo conocí el 12 de agosto de 1994 para ser más exactos; no sabes la felicidad con la que recuerdo ese entonces. Iba caminando por una calle de Riohacha llevando una pancarta del Reinado Nacional del Dividivi donde participaba mi hermana; era una noche de viernes y todo el pueblo estaba de parranda por el acontecimiento magno y por un festival vallenato que había. Todo era fantasía, incluido ese momento en que iba yo dándole paso a mi andar; de repente aparece un chico en escena y sin tapujo alguno me dice: «tú deberías ser la reina”», lo miré y le sonreí, me pareció simpático. Y de esas cosas que suceden porque el universo confabula, así sin más, me lo empecé a encontrar en todo lugar. Esa misma noche, después del desfile, había una fiesta con un reconocido grupo vallenato en una discoteca; llegué al sitio con toda la comitiva y organizadores del reinado, nos sentamos en una mesa al aire libre y sentía que alguien me miraba desde el segundo piso en un balcón que había; ahí estaba él, fumando un cigarrillo y mirando hacia abajo en dirección “personalizada”. Esa noche se quedó sólo en eso, miradas vienen miradas van; ahí me empezó a dar esa vaina, ese “no sé qué no sé dónde”, ya sentía curiosidad. Al día siguiente había un desfile en traje de baño en un club a las afueras de Riohacha; cuando regresé al hotel, mi abuelita –que se había quedado en la habitación- me contó que me había llamado un tal Carlos y yo le dije que no conocía ningún muchacho con ese nombre. No podía ni suponer que se trataba de aquel chico, pues todavía no habíamos ni hablado; no sé cómo hizo para averiguar por mí, el caso fue que dejó su nombre, con lo cual la curiosidad ya se me había alborotado. Ese mismo sábado por la noche era el desfile de fantasía y caminando hacia el lugar con mi abuela y un amigo de ella, lo vi; iba con unos amigos, decidí reflexionar por un segundo y me dije a mí misma: «Yo misma, ¿serás tan boba de dejarlo seguir de largo?»; nos cruzamos miradas y esta vez nos detuvimos, sus amigos siguieron y mi abuelita y su amigo también. Cuando paramos me preguntó el nombre y a su vez inquirió si había recibido su llamada, allí fue que supe que se trataba de él, del Carlos que me había llamado al hotel; yo seguí y alcancé a mi abuela. Se llegó el último día del reinado, era la noche de coronación, la última noche en ese hermoso lugar. En el lugar del evento, mientras filmaba y tomaba fotos, también buscaba con la mirada a ese chico que había despertado interés en mí, con tan poca suerte que no lograba verlo por ningún lado. Después de terminada la coronación rematábamos en una discoteca llamada Mar de Leva; llegamos allí y me sentaron en una mesa alejada de la pista de baile, escondida y además con un grupo de señoras “muy aseñoradas” que sólo se miraban las caras. Le dije a mi mamá que me tuviera el bolso, que iba a caminar para ver “a quien veía”; me encontré con dos amigas que me invitaron a su mesa, estaban con unos primos; la mesa estaba alrededor de la pista, en ese momento uno de los primos de las chicas me ofreció un cóctel y le dije que ya venía (iba para el baño). Cuando venía del baño hablando con mi amiga de regreso a la mesa, y distraída por estarla mirando, me tropecé con alguien, cuando volví la mirada era él, Carlos Sáenz; me invitó a sentarme con él en su mesa, dejé todo tirado y me fui con él. Comenzamos a hablar, a bailar (Una canción llamada “El santo cachón” estaba en todo su apogeo, ¿sería esto una profecía?), a reír. Hacía mucho calor, –salgamos a tomar aire –dijo. Estábamos afuera, él hablando recostado a un coche y yo de pie frente a él a cierta distancia, con los tacones que se me enterraban en la arena, pero eso pasaba a un segundo plano, era un momento interesante: noche hermosa, cielo estrellado, arena, brisa, mar, música…todo era encantador, ¡así sí me sentía reina!, hablando de esas cosas que uno dice cuando empieza a conocerse y yo por dentro haciendo fuerza para que me dijera que vivía cerca de Medellín, o por qué no allí mismo, pero su “acento delator” me hizo entender que sería mucho pedir que viviera cerca de mí; vivía en Barranquilla, que lejos estaba de mí, pero no importaba. Fue pues, cuando decidimos no volver a entrar a la discoteca y seguir el camino de arena que enmarcaba un bello paisaje. Carlos me alzó en brazos por un buen rato –me siento en las nubes –pensé yo, parecía todo tan lindo, tan puro. Antes de salir a caminar se quitó un collar que traía en su cuello y me lo puso alrededor del mío para que no lo olvidara. Llegamos a la playa y había una canoa blanca a orillas del mar, me sentó en ella y se puso en frente mío (¡cómo olvidar esto!), las estrellas miraban hacia abajo, el mar nos azotaba con su oleaje y las incesantes miradas llevaron a que quisiéramos mirar un poco más abajo de los ojos…ese beso fue lindo, el mejor, único…con cierta dificultad, porque casi que no se lo doy, pero fue lo mejor que pude haber hecho en mi vida (y hasta ahora sigue siendo lo mejor), luego me cargó y quiso tirarme al mar, ¡estaba loco! Continuamos el camino y por éste, en la playa, dibujaba un corazón, con un pedazo de tronco que recogió, donde escribía nuestros nombres…era más que de película, era más que real, era simplemente allí y aún sigue aquí conmigo; en el camino pasó uno de sus amigos en su coche y nos llevó al hotel donde yo estaba alojada y esperó para que nos despidiéramos, pues los rayos de luz del sol empezaban a delatar que ya amanecía y que pronto se alejarían nuestras vidas, pero no para siempre. Subimos unas escalinatas y en la recepción del hotel pedimos unas hojitas de papel, compartimos dirección, teléfono y una nota que decía: «Acuérdate, sólo las cosas buenas, Carlos Sáenz». Llegó ese momento traumático, el que tanto detesto: el de la despedida…parecía que nos hubiésemos conocido hacía años, caminamos hacia el ascensor, pedí el piso siete y las miradas, ahora nuestras, sólo tenían un punto fijo…los ojos, algo de tristeza se asomaba, pero de felicidad también por habernos conocido; nos soltamos la mano poco a poco, a medida que se fue cerrando el elevador para pedir su ascenso. No sabía cuándo le volvería a ver, pero desde ya le esperaba. Llegué a la habitación a las 6:00am, todo ese tiempo lo había pasado con él, no me importaba nada, recibí un regaño de mi mamá por la hora de llegada pero ni la escuché, yo estaba volando, levitando, el corazón palpitaba a mil por hora. De nuevo en casa, recordaba lo feliz que había sido en esos días, lo feliz que estaba de haberle conocido y de haber empezado algo…estaba lejos, pero en eso yo no pensaba. Era miércoles 17 de agosto, había acabado de llegar de la U y en ese preciso instante suena el teléfono, contesté y era él, Carlos Sáenz, me sentí feliz de escuchar su voz, ¿por qué está lejos, si él era lo que yo había deseado? –me preguntaba una y otra vez…lo tenía, pero lejos y eso era casi igual a no tenerlo. Vinieron más llamadas, su telegrama que me llegó esa misma semana, cartas, fotos, pero faltaba ese ingrediente principal: volvernos a ver para de nuevo estar juntos. Era tanto lo que llegué a sentir por él, que nadie más me llamaba la atención, sí salía –no lo voy a negar-, pero no me interesaba tener un novio o darle besos a otro chico o perderme en otra mirada, en otros brazos, se me salió de las manos, no lo podía controlar, el amor me brotaba por los poros; cuando llegaba a la universidad, todos mis amigos notaban el cambio y me entendían, pero decían que un amor de lejos…felices los cuatro, yo no lo sentía así, era algo que se me había metido con mucha fuerza y que iba a ser difícil de arrancar. Pasaron muchas fechas especiales en las que no pudimos estar juntos y con el tiempo, las cosas se fueron poniendo tensas y difíciles. Recuerdo cuando me llegó esa carta, un sábado 8 de abril de 1995, donde me decía que pronto iba a venir a Medellín, por lo tanto, empecé a revivir la ilusión de esos viajes que se habían quedado en el intento de serlo y comencé a esperar ese momento. No moría en mí la esperanza ni esa luz, la que él me decía en sus cartas: «no temas al tiempo que la luz del cielo no se apagará», esa frase me devolvía la calma. Se me ocurrió irme para Barranquilla, ya había acabado los finales en la Uni, pero nunca había viajado sola o con alguien a otra ciudad, iba a ser mi primer viaje sola y en bus; mis padres al principio se mostraron reacios a que realizara ese viaje, dada mi condición de “inexperiencia viajera”, pero al final me dieron la oportunidad que había aguardado durante tanto tiempo: volverlo a ver. Lo primero que hice al llegar fue buscarlo. Subimos esas escalas fuera del apartamento, sonrió de oreja a oreja y me abrazó fuertemente, no podía creer que le estaba viendo de nuevo. Nos quedamos allí esa noche, me dedicó una canción, se veía feliz, se sentía y me sentía feliz. Pasados dos días me empezó a hablar como si no me conociera, yo no entendía nada; después me enteraría que los amigos con los cuales yo había llegado me querían jugar una mala pasada, ella se quería quedar con él y Ricardo conmigo; terminaron por conseguir su objetivo. Intenté hablar por última vez, pero él no decía nada, lo único que dijo fue: “No seas tonta, no llores…las cosas no funcionaron”. Al llegar el día de partir nuevamente hacia Medellín se despidió de Ricardo y su amiga, y al llegar a mí, bajó la cabeza, dio la media vuelta y sólo una palabra salió de su boca: “adiós” –dijo. En ese instante se quebró mi corazón en mil pedazos, la tristeza que desgarró mi alma no tenía precedente. Cuando llegué a Medellín debía trabajar dando las clases de modelaje; enfermé y rebajé unos cuantos kilos debido a esto. Mi tristeza era demasiado grande, pero el sentimiento de quererlo, aunque ya frágil, pasaba fronteras. Ya cursando el quinto semestre en la U, “no daba pie con bola”, me sentía tan triste que todo me daba igual, así que cogí impulso para tomar la decisión que llevaba pensando desde hacía un año atrás: cambiarme de carrera y de universidad, terminé ese semestre como pude, ya que los ánimos estaban por los suelos; debía esperar un año para poder ingresar a mi nueva universidad, ya que por problemas de orden público ésta se encontraba cerrada, así que empecé a trabajar. Así siguió su curso el tiempo, marcando las horas, los días, los meses. Un año después, septiembre de 1996, volvimos a hablar; Carlos ahora vivía en Bogotá, yo iría de vacaciones a visitar a una tía que vivía allí también, así que me dijo que le hiciera saber cuando estuviera ya en la capital. Nos encontramos un día en un restaurante, ya todo era diferente, era evidente el dolor que nos había marcado. Yo apenas podía modular palabra, pero me armé de valor para aclarar las cosas, para cerrar definitivamente este ciclo, ciclo en el cual Ricardo influenciara tanto negativamente. Ya nuestras miradas eran distintas a aquéllas de cuando la fantasía y el amor florecieron, ese brillo se había apagado, la llama se había extinguido. Decidí preguntarle acerca del por qué las cosas habían sucedido de esa manera, a lo que él contestó: «Cuando llegaste a Barranquilla yo pensé que las cosas no debían seguir, aunque te quería, pero la distancia siempre nos iba a separar, éramos muy jóvenes y además yo siempre pensaba que estabas con alguien, no podía hacerme a la idea que estabas sola…En el tiempo que estuve hablando contigo nunca te engañé, pero antes de que vinieras a Barranquilla conseguí una novia».

 

Marzo 15 de 2010, lunes. 4:58:54 p.m.

Hola

 

Sabes….no sé cuál sea tu relación con Dios, pero de cierto tengo mucho que contarte acerca de la mía y espero no aburrirte.

Lo del saludo…bueno, en verdad buscaba tu perdón… como tú dices, nadie conoce los corazones de nadie pues nadie puede ver su contenido, pero algo si te digo, fuiste una bendición para mi vida, estuviste allí cuando lo necesitaba y yo no te respondí de la misma manera…. por mis errores ya pagué casi con mi vida Luciana … por el mal que te hice, Dios te lo restituirá desde hoy en adelante, sólo faltaba el perdón de tu corazón y yo te quiero agradecer. Te prometo que tengo mucho que contarte… entre ellas, hospital mental, ruina económica, enfermedades, no puedo tener hijos, etc…, pero gracias a Dios con Cristo en mi corazón… y hoy en día, con una amiga más… Tú.

Voy a sacar un tiempito mañana y te escribo un e-mail larguíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisimo… si te parece, ¿vale?

 

Saludos, Dios te bendiga y los mejores deseos para ti y para tus seres amados.

 

Ricardo

 

A los días de recibir este mensaje, decidí cortar con todo tipo de comunicación, ya que su sinceridad seguía disfrazada de Jesucristo, era nula….a eso me refiero con lo del disfraz. Me volvió a desear todo el mal, como nunca un supuesto cristiano de buen corazón lo hubiese hecho; un falso predicador más. En esa conversación también me enteraría que tenía dos hijos, grandes ya, un chico y una chica, las edades de ambos coincidían exactamente con el tiempo en el que estuvimos juntos, razón de un engaño más.

Mayo 15 de 2012. 23:23h

Aires de Riohacha…

Hace un par de días -y por una vaga casualidad- decidí abrir una ‘mega-caja’ que tengo con todas las cartas que he querido conservar de esas personas que hicieron parte de mi vida o aún lo siguen siendo.

Esta caja estuvo guardada por muchísimos años en mi casa paterna, y hace dos meses que estuve allí decidí traerla conmigo al que ahora es mi hogar, lejos de allí…en otro país. Dentro del tesoro visualicé dos sobres de manila, cuyo remitente era un Carlos Sáenz. Al abrirlos sentí una emoción inmensa, pues el tiempo se trasladó de inmediato a ese agosto de 1994, a ese reinado, a esa discoteca, a esa playa. Porque con el tiempo y la experiencia que te da la vida, uno decide qué tipo de finales escoger para sus historias pasadas y yo –en este caso- decidí ponerle un buen final a esa, nuestra historia…

El final de dos adolescentes –yo de 18 y tú de 17…porque si no me falla la memoria, cumplías años el 16 de septiembre- que se escapan de una discoteca cogidos de la mano con los corazones más que palpitantes, que se dejan tentar por el sonido del mar y viven juntos un idílico beso con sabor a aires de Riohacha…

 Me ha alegrado mucho leerte después de 18 años.

 «Barranquilla, 22 de agosto de 1994…

 …sin darnos cuenta las horas pasaron volando y los rayos de luz del sol empezaron a iluminar tu rostro y avisarnos que la fantasía llegaba a su fin. Un final que parecía de dos personas que se conocían y se amaban desde hace mucho tiempo…»

Luciana

 

 

Mayo 18 de 2012. 22:42h

 

¡Holaaaaa Luciana…! ¡Qué rico saludarte…! ¿Dónde estás?

¡Me encantaría que me mandaras una copia de esas cartas…! Vi algunas fotos tuyas y sigues igual de bella… eres una reina definitivamente….siento mucho que por mi inmadurez no supe valorar la gran mujer que eres….

Te mando un besote y mi mamá te manda saludos…

Ahora por aquí podremos chatear, hablar, etc…

Estoy feliz de este reencuentro…

 

Bye,

Carlos Sáenz

 

 

 

CAPÍTLO III

FERNANDO GARCÍA CABRALES

Fue a causa de este amor que me vi involucrada –por la vulnerabilidad que manejaba en ese entonces- en una situación que por poco me condena. Enamorada de un amor frío e indiferente me vi sumida en un abrir y cerrar de ojos, en un torbellino de depresiones, pensamientos suicidas, anorexias y bulimias. 

Corría el año 1997, sólo habían pasado unos pocos meses desde aquel día en el que mi hermano se dejó seducir –y acto seguido también se dejó llevar- por la muerte.  La ausencia de fe, la carencia de afecto y el olvido de mí misma, me llevaron al abismo de un vivir sin vida, de un respirar sin aire, de un mendigar amor donde no había amor.

Le conocí un día del mes de diciembre del año 1997 en la Cafetería Central de la universidad donde ambos estudiábamos.  Era mediodía, así que había que almorzar; en esas estaba, haciendo la cola para hacer mi pedido, cuando veo que a lo lejos venía caminando un chico delgado, de cabello largo, castaño y brillante que lentamente se acercaba hacia mí.

─ ¿Eres la última en la fila? –mirándome fijamente a los ojos y con una sonrisa pícara, él preguntó

─ Pues sí, o ¿acaso ves que hay alguien más detrás de mí? –le respondí con un poco de sarcasmo

─ ¿Puedo acompañarte?

─ Sí claro, pero estoy con unas amigas

─ Ah, bueno…será en otra ocasión, espero verte de nuevo –asintió con cara de “ternero degollado”

─ Ya será en otra oportunidad –concluí.

─ Ah, se me olvidaba, ¿qué estudias? –preguntó con ansiedad

─ Ingeniería administrativa, ¿y tú?

─ Ingeniería eléctrica…ya nos veremos entonces.

Ese fue nuestro primer contacto visual, no le había visto antes y a partir de ese día ya me lo cruzaba en la facultad, por lo menos una vez a la semana. Fue entonces en nuestro tercer cruce de miradas cuando se acercó a preguntarme el teléfono –aún en aquel entonces “se usaba” dar el número del teléfono fijo, apenas estaban saliendo los celulares (los móviles) y yo aún no tenía-, se lo di sin reparo alguno (el teléfono).  A partir de ese día me llamaba casi a diario, hasta que por esas cosas de la vida, después de dos meses de conversaciones –yo haciéndome “la difícil”…pero no por mala, si no por ponerle un poco de razón a la cuestión-, un 13 de febrero de 1998 decidimos ser novia y novio.

CARTA Nº 2. Marzo 3 de 1998

Para poder darte mi estrella, sólo deseo poder saber y percibir que ahí estás.

No deseo dejar salir de mí palabras que se las lleve el aire,

Deseo sólo dejar salir de aquí un fuerte claro que llegue allá donde tú esperas…

Sólo quiero pensar y dejar de hacerlo,

Sólo deseo hacer y en algún tiempo dejar de pensar…

Dejar de pensar para no sentir ausencia que quema la piel casi hasta llegar al alma,

De pronto no sentir para tratar de encontrar el misterio que encierra,

Porque si siento me encierra y no salgo…

No sentir para no ver el agua correr y bajar por el cuello hasta perderse…no volveré.

Sólo quiero darte de mí cuando sientas…cuando sienta que te tengo,

No deseo cerrarle el broche al deseo cuando sienta que las caricias llegan con pasión…con sentido,

Cuando sienta que llegan contigo

No cuando crea que éstas se han perdido sin haberlas percibido…

CARTA Nº 3. Marzo 14 de 1998

LA LUNA SE ALEJA DEL SOL

A veces es difícil tratar de detener verdades que se esconden como sueños…

Intentar retener formas de amar que no se entienden…

De pronto querer deformar un pasado que sólo es eso:

Pasado que pasó y no vuelve aunque venga con forma diferente…eso fue ayer.

Ahora pensando en hoy, pensando en un ser,

Simplemente deseo poder ser contigo, en ti;

Poder tenerte, mirarte, contemplarte

Así como el sol es diferente a la luna,

A pesar de esto cada uno da al otro un poco de sí

Y comparten un mismo cielo, un día, una noche.

Sólo tengo alas y quiero volar;

Sólo tengo corazón, tengo amor y deseo dar;

Sólo deseo entender cuando me tienes en tus brazos y no me posees;

Sólo deseo con mi calor poder derretir un poco el hielo;

Sólo quiero que cada mirada se sienta viva, que cada suspiro me haga vibrar,

Que cada acto me haga volar,

Que puedas suspirar, que puedas actuar, que puedas amar

No quiero amarrarte, no deseo presionarte…

Tienes alas y puedes volar, así la vida se vaya

Te enseñé a hacerlo…le dí paso a tu andar

Un día, la noche y otro día más…

La luna se acerca al sol

Sólo espero cerrar los ojos y al estar entre sueños,

Despertar para escribir la última historia.

CARTA Nº 4. Abril 9 de 1998

LA LUNA ESTÁ EN EL SOL

 La luna entra en el sol

Solo, el sol la observa y decide encontrar su estrella,

La alcanza…sigue tras ella.

El rastro está marcado, las huellas que deja no permiten ser borradas…

Sigue dando pasos y en turbulencia percibe un destello.

Sentir, así, en ti.

Sólo quiero seguir sintiendo más que palabras

Quiero seguir respirando de tu aire hasta que yo decida ahogarme en él

Seguir aquí dejándome envolver por el día que espera su noche

Seguir aquí esperando un poco de tu alma para fundirme en el cuerpo que quiero seguir amando…

Seguir así, destilando por los poros lo que hace descubrir el brillo en los ojos, el beso en los labios, el fuego ardiente en los brazos…la sangre que corre por las venas, ahora con algo de ti.

Ahora sólo quiero que en cada mañana abras tus ojos y despiertes con cada recuerdo mío y que cada ayer que pase te haga vivir un presente junto a mí.

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