Desde hace un tiempo siento como el encierro quema por completo mi ser, mi mente, mi cuerpo; mis sentidos creo van desapareciendo en cada minuto, en cada segundo; ya no es posible conciliar el sueño con tanta facilidad y alegría… como antes solía ser.
Esta pandemia que abraza la humanidad, y el mundo por completo, hace que muchas personas olviden sus buenos principios, desabrochen sus lazos familiares, esos lazos que recorrían los momentos más emotivos, cordiales y llenos de plenitud; muchos han olvidado qué es vida, y han optado por rifarse el soplo del existir tan solo por algo material, dejando a su paso el alma volar por el aire, sim importar la soledad del ser que está en el hogar, pensando que tal vez nunca más podrá verlos, o tener una sonrisa suya.
La mente divaga en cualquier momento, el corazón palpita sin parar, la piel se eriza aun sabiendo que no hay un mañana seguro al despertar.
Es un virus que contagia dolor, muerte y resplandor, ha dejado huellas penetrantes, lagrimas arraigadas en el olvido… es un virus escondido, el cual no tiene un punto fijo.
Muchos sufren la ausencia del ser querido, recuerdan cada momento vivido, y sienten ser complacidos con el recuerdo revivido.
No se sufre por querer, ni se llora por llorar, se vive el presente que los hace estar en un más allá.
Esta pandemia que abarca mil sin sabores, llena la vida de muchos con penas y colores, quien sería poeta para dibujar con suspiros el canto de aquel que vive como un cóndor herido.
El silencio nos abraza, y a muchos hace vivir en manadas, con el olvido de un mañana que muy pocos ya no esperaban.
No es la pandemia que mata, es el infame escarlata, que juega su efímera vida con ganas de ser acabada. Se toman la libertad del encierro con muchas carcajadas sin importar el más pobre que pagara sus hazañas.
¡Oh pandemia tu que abrazas, deja escapar sin palabras aquel lindo sueño que escapó sin saberlo!
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