-Siempre te quiero. Aún después del fuego o, del humo creo. No recuerdo los detalles, solo sé que te quiero.

La mirada de alivio de su madre fue su mejor obsequio en aquel dia de cumpleaños… y el verla marcharse, más tranquila. Como una obligación permanente, como una carga de familia constante, y demasiada pesada para estos seis años de existencia que se cumplían hoy. Sentí cada dia durante estos años la necesidad de mantenerla sosegada, alegre, serena. Solo lo entendería, después, mucho después, de años de terapia, de una mejor suerte, de unas cuantas familias transitorias y otros tantos centros de internación juvenil.

Le dije que no recordaba los detalles, solo el humo y ese penetrante olor a quemado que caló tan profundo en mi alma para despertarme aquella tarde. Le dije que no recordaba los detalles, eso quisiera, pero a las madres no se las olvida nunca, ni lo que vivimos con ellas. Sin embargo es cierto que aún así la quiero.

No le dije que recordaba otras cosas, porque yo necesitaba verla irse feliz. No le dije que aquella tarde al despertar, busqué a mi hermano menor que dormía en el piso del comedor, corrí hacia él y lo empujé hasta despertarlo, lo tomé de la mano y lo arrastré corriendo, como si fuera un muñeco de felpa que alguna vez pedí a mi madre. Desde mi más profundo ser animal, solo por instinto, corrí para escapar del fuego. Nos alcanzaron unos vecinos que creo llamaron a la policía y así pudieron rescatar a mamá que no quería salir de casa, solo quería dormir y estar caliente, lejos de todo. A lo único que nunca había renunciado era a nosotros. Si se iba a dormir sería con nosotros. Ella nos amaba. Nos tenía, eramos de ella. Eramos sus muñecos, como nos decía mientras nos bañaba y nos acariciaba bajo el agua que dejaba correr porque parecía música.

No le dije que recordaba que ella luego se dormía con mil pastillas o luego de las fiestas de pegamento o no sé…. y había que quedarnos solos …. o venían los vecinos. La dejábamos descansar porque al despertarse podía ser peor.

El rancho siempre estaba desordenado salvo cuando venía Raul de visita por una noche, o quizás Alberto o Ramón de la otra cuadra, que se quedaba unos dias. Y entonces mamá se arreglaba, se ponía su único vestido, corto, cortísimo. Y volvía a caer en cama cuando se iban. Otras veces éramos los tres los que nos íbamos de la casilla en busca de ayuda en alguna institución para que dejaran de pegarnos. Cuando a mamá le pegaban con quien más se enojaba era conmigo, no con Tomás. Quizá porque yo ya soy grande y debía entenderla. Pero todo lo que yo le decía la enfurecía más, como cuando me quemó con el cigarrillo o me arrancó un mechón de la cabeza. Yo a veces me sentía tan cansada, sin entender nada, que le conté a la maestra y creo que fue peor. En ese momento creí que ya no la querría.

Nos separaron por un tiempo y volvió la calma, pero extrañábamos a mamá, especialmente Tomás.

Fue cuando volvimos que ella solo quería dormir, pero no se separaba de nosotros ni por un minuto. Quizá tuviera miedo que nos llevaran de vuelta. Se escondía si la llamaban de la escuela, o si la buscaba algún vecino. No quería hablar con nadie y ya no íbamos tanto a pedir a las esquinas, así que tampoco había mucho para comer. Creo que fue por eso que aquella tarde roció toda la casa con un líquido, como si fuera a hacer una gran limpieza. Había decidido irse para siempre con nosotros, a través del fuego. Ese fuego de amor que le ardía dentro. Ese fuego de amor por nosotros.

Yo me quedé dormida, pero el olor penetrante a humo me hizo toser desde el alma y me despertó, entonces como instintivamente huí, huí con mi hermano Tomás, huí del fuego, de las drogas de mi madre, de los abusos en la ducha, de las quemaduras de cigarro. Huí del dolor eterno, del letargo del sueño y la desesperanza, de los gritos interminables, huí del amor de mamá. Huí solo para salvarnos, y para quererla siempre.

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