Isabel no pretendía cambiar su vida, de hecho, la sola idea de querer regresar al pasado, jugando el juego mental de las eternas posibilidades ya le parecía absurdo; sobre todo porque durante años jugó en ese desahogo donde no se gana jamás. Además, esa partida estaba descaminada desde el principio. Isabel ya estaba muy vieja para recurrir a la imaginación. Entonces, se dijo, para qué desear cambiar las cosas si de por sí ya está todo amolado. Desear es inútil, continuó, siempre deseamos que pasen cosas o que dejen de pasar cosas y no sirve de nada. Si ya la chingamos ya ni modo. Tomó la botella, le dio un sorbo muy grande y en esos instantes pensó que sus palabras tenían un sentido irrefutable; que era un discurso sostenible ante cualquier persona o autoridad; sin querer volvió a jugar el juego de las posibilidades e imaginó un escenario donde ella se imponía ante el mundo y que su palabra era escuchada; que el mundo le daba la razón y la expiaba de toda culpa. Otro enorme trago a la botella. No, las cosas no son tan simples, se dice Isabel en voz baja, como hablándole a un tercero tácito, porque seguramente no le van a echar la culpa a tu alcoholismo, sino a ti por ser una borracha de mierda. Estoy enferma y necesito ayuda. Pero la gente que no suele beber, ni ponerse hasta las manitas, ve en el enfermo alcohólico a un monstruo degenerado incapaz de vivir en el mundo perfecto que ellos han confeccionado; un mundo de sodomía y prostitución, tal vez, pero no de alcohol. Hipócritas, nos tienen miedo porque sólo nosotros y los niños decimos la verdad. ¿Por qué tanta importancia a los niños? No sirven para nada. Aunque puedo decir ante un juez que fue culpa del vicio, que soy inocente; una esclava de la botella. Mi hija puede dar fe de ello. Yo arruiné su vida durante años y se la sigo arruinando hasta el día de hoy.
Otro trago a la botella e Isabel cae en la cuenta de que faltan veinte minutos para que su hija llegue del trabajo. Tal vez, se dice mientras recurre de nuevo a sus juegos mentales, pueda fingir que no me di cuenta, que acaba de pasar y que todo fue muy rápido. Cosas así pasan todo el tiempo. Se le ocurre, de pronto, que tal vez su hija ni siquiera repare en ello o no le importe demasiado; por un instante se le hace una buena idea, algo posible. Cuando por fin su hija abre la puerta, Isabel se esconde en el baño y da los últimos dulces tragos a la botella. Siente ese frío terrible recorriéndole la espina dorsal, el instante antes de la hecatombe. ¿Qué hará cuando descubra que el bebé está muerto?
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