Ella despierta sola; sale temprano para dejar al muchacho en la escuela y llegar puntual al trabajo. Ya no es un niño, pero ella aún lo trata así; siente que de alguna forma puede compensar la falta de un padre con esas incómodas actitudes sobreprotectoras. El chico tiene trece años, pero Cristina aún duerme con él cuando hace frío o siente que la noche es un abismo. Parecen hermanos, más que una madre y un hijo; ella lo tuvo a los diecisiete años, cuando iba en el bachiller; se embarazó de un pendejo que ya ni recuerda, a veces cree que se llama Xavier y vive por ahí en algún lugar.

Llega al colegio. Una vez que le ve entrar Cristina conduce a toda velocidad, atravesando la ciudad casi de extremo a extremo en cuarenta minutos. Abre la oficina justo a las 9:00 am; el ingeniero llega cuando quiere, pero ella se apresura para poner el café y limpiar rápidamente la recepción y la oficina. Todos los demás empleados llegan tarde, firman sus entradas y salen de nuevo, entran y salen, hacen llamadas y vuelven a salir. Sólo hay unos cuantos sentados en escritorios grises y opacos, pero renuncian, tras pocos meses de tedio y se abren vacantes nuevamente. Ella está ahí durante todo el día, durante todo el año.

Cuando él llega por fin, Cristina pone la taza de café en el escritorio y le dice “Buenos días ingeniero” con su mejor sonrisa. Antes solía ir muy bien vestida, con faldas cortas que dejaban ver sus muslos, pero eso ya no hace falta; lo que ella obtiene de él y lo que él obtiene de ella ya no puede depender del out fit. Ella se pregunta, a veces, si eso se puede llamar amor, sobre todo porque se conocen más que nadie, y el conocerse con otra persona siempre suele interpretarse como verdadero amor. Comparten nueve horas en un mismo lugar, respirando el mismo aire, intercambiando miradas en la cotidianidad. Todos los demás empleados lo saben y lo comentan a la hora de comer. Ella le sugiere siempre salir fuera para tomar el almuerzo o emborracharse los viernes por la noche, después de cerrar y despedirse de todos; para contarse sobre sus vidas y sus años pasados, antes de que ella llegara a ser la secretaria y la amante. El viernes es su día especial, porque ambos pueden zafarse de sus responsabilidades: ella delegando al chico con su abuela y él excusándose con juntas trascendentales. Cristina es la que más habla y bebe en esas tertulias; el ingeniero es reservado, pero ha llegado a contarle sus secretos maritales y aspiraciones profesionales. Ella escucha y ríe con sorna. Tiene tatuado el nombre de él en una nalga y lleva siempre las marcas de los parches anticonceptivos junto al ombligo. Son marcas que lleva con orgullo; sólo él las conoce y sólo él las puede mirar y tocar. Eso le ha bastado para saber que hay un hombre en su vida; para suponer que de cierta y extraña manera su hijo tiene un padre, incluso un par de hermanos y una madrastra. Cristina piensa que está bien porque todo queda en familia.

Es viernes y el ingeniero no llegó por la mañana; habló para decir que saldrá de viaje de fin de semana con su esposa y sus hijos, que se tomará el día y que ella puede hacer lo mismo. Cristina se desploma del otro lado de la línea y dice que sí a todo. “Sí, no olvido archivar las facturas de García; sí, junto a las de la constructora”. “Estoy bien, no se preocupe ingeniero, no se preocupe; sí, también te voy a extrañar”. Eso último también lo dijo en voz baja. Cristina cuelga y piensa en aceptar las cosas como son. Les dice a todos que pueden tomarse el día libre, después de todo, no está el jefe. ¡Váyanse a la verga! Yo estoy a cargo… Cierra la oficina y abre el archivero donde guarda el Chivas Regal; se sirve generosamente en un vaso y se sienta en el enorme reposet que usan para amarse. Arroja sus zapatillas y piensa en lo que estarían haciendo hoy si él no se hubiera ido. Seguramente nada, sólo compartir lo cotidiano. Se complace con la idea de lo secreto y se emborracha sola; tan sola como siempre.

Registro de Autor: 03-2017-090710563200-01

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS