No es un detalle cualquiera: sonreír. ¿Si me ven? Ese soy yo, el primero de la izquierda. Tengo tantas fotos y en tan pocas sonrío… Ese día fue especial. Mi hermano, que no está en la foto -estaba tras la lente- me dijo días antes: “Esta reunión es por ti, porque nos visitas”. ¿Y acaso yo era tan importante?
Mi chica está sonriendo también. Es la que está a mi izquierda. Tiene luz propia, pero no la verán ahí. Solemos beber vino e ir a cine. Si un día no he escrito algún poema no me deja salir de casa hasta que lo haga. Jairo está a su izquierda, es el de las gafas con montura negra: un amigo. Siempre me decía lo mismo: solo me interesan las personas que muestren sus grietas, caídas, que se muestren frágiles también. Así es la vida: voluble.
Mi padre ofrece algo a la cámara. Te está ofreciendo uno de los platos típicos colombianos: el sancocho. Mi padre me enseñó el valor del trabajo. Me decía: “Lava un auto con igual dedicación que si estuvieras haciendo lo que más disfrutas. No hay ningún trabajo indigno”.
Mi madre también sonríe. Siempre lo ha hecho. Nunca ha dejado caer el ánimo de la familia. Un día me levanté y la llamé. Yo estaba en mi casa, en Madrid. Ella en su casa de campo en El Carmen de Viboral. Llevaba deprimido dos meses. No quería volver a escribir. Ella me escuchó. Me despaché contra el mundo, la literatura, el arte. Brotó toda la mierda que quieran. Hubo luego un silencio hasta que ella reaccionó. Yo, desde mi pozo de indiferencia, escuché: “Si te hace feliz, nunca pares de escribir”. Por ella escribo estas líneas.
Acaso no sientas nada leyendo esta historia. Si es así será mi error. Pero ten por seguro de que fui feliz mientras lo escribía. A lo mejor la felicidad te llegue otro día, bajo otras formas. El mundo actúa por azar.
La niña que está delante de mi madre y el peque que está primero a la derecha son primos. Los nietos de mi madre. Una generación de la que desconozco muchos misterios.
Carlos se toma el antebrazo izquierdo e intenta sonreír. Con él hablé de literatura. Me dijo que estaba escribiendo una novela sobre mi padre. Le pregunté si mi padre era tan importante como para protagonizarla. Me respondió que era importante para él. De inmediato pensé en lo que había dicho Flaubert de su famosa novela: “Madame Bovary soy yo”.
Mi hermano fue el artífice de todo. Tomó la foto, como dije antes. Cada que veo esta fotografía pienso en todos, no solo en los que aparecen en ella. Pienso en otros tíos, tías, primos. Pienso en los que ahora viven en Estados Unidos, en París, en El Carmen de Viboral, en Marinilla. En las perras de mis padres que no aparecen allí. En mi infancia, en lo que fui, en lo que seré, con suerte. O en las oportunidades perdidas, que las habrá.
Me alegro de estar lejos, hoy. De haber tomado mi camino y alejarme de esa ciudad que me quemaba, donde nací y crecí. Cuando salí de Colombia todos estuvieron tristes: mis padres, mi hermano, Carlos, Jairo, Paulina -la niña-, Pedro -el niño-. Siempre me preguntaban: “¿Y es definitivo?, ¿no volverás?”. No sé si sentía dolor cuando respondía un no escueto.
Luego olvidé sus tristezas porque comenzó a arderme el estómago. Tuve vómitos. Diarreas. Solo el día en que se tomó la foto pude componerme un poco para tomarme un par de copas de vino.
¿Me preguntas qué es una familia? Todos con quienes comparta un momento. Mi familia debía expandirse, por eso me alejé de papá, mamá, de mi hermano, de Carlos, Jairo, Paulina, Pedro, tíos, tías, perras…
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