Cuando la campana sonaba, todos debían estar en la casa al cese del sonido. Era ley, el no cumplimiento seria castigado con el cinto. Así fue que Olga y Ernesto tuvieron una infancia dolorosa. El señor Montes, padre de los niños amaba a su campana, decía que marcaba el respeto hacia la familia. Un día que salió de caza al bosque aledaño, el señor montes sufrió una torcedura de tobillo obligándolo a volver cojeando a su hogar. Al escuchar el sonido de la campana se lamentó no estar allí para castigar a sus hijos, seguro de que llegaran tarde como de costumbre. La campana ya no se escuchaba y el señor montes no regresaba aun. Es la medianoche cuando supone que ya comidos estarán durmiendo, pero para su sorpresa encuentra a sus dos hijos levantados, esperándolo felices, sosteniendo sus respectivos cintos.

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