La tomó del cabello y el desplome de su cuerpo fue tan fantasmal que se le antojó por un momento que siempre fue ella un demonio que lo sujetaba desde los dedos hasta su sexo eternizado en su memoria.

La había convertido en su sombra, la cargaba entre su piel de macho victorioso que se engalanaba con el deleite de esos labios, que saboreaba en su silueta en cada parte de ese cuerpo enardecido por el deseo.

Ahora en este tejemaneje rememora la vez en que la viera sonriéndole al espejo de sus recuerdos.

La vida ya era para él un monstruo de desesperanzadora angustia. Tenerla era un martirio. Discurrir con su mente en que otro la contemplara desnuda y que llegara a poseerla era su droga, su alucinación… su absurda melancolía. Exterminarla no era más difícil que tenerla entre susurros prisionera. Era preferible el recurso mortífero que había concebido antaño en su mente enamorada, que recrearla tangible en brazos de otro que como él jamás la amaría hasta la muerte.

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