En un pueblo viejo de Jalisco, México, en Ahuacapán para ser exactos, en una tienda de abarrotes, grande y vieja, donde encontrabas de todo, con mostrador y estantes de madera, jugaban tablero con corcholatas. Dos señores; por dentro del mostrador, don Pancho el dueño de la tienda; teniendo como contrincante a don Agustín el boticario del pueblo, que estaba también de pie por fuera del mostrador; su botica la tenía al otro lado de la tienda.
De pronto, casi al mismo tiempo llegan; un hombre joven, con una barba de tres días de crecida y con ropa sucia; detrás de él, una señora cargando una niña con un brazo y tapada con un rebozo viejo pero limpio, tomándole la mano a otro niño de alrededor de 6 años, con huaraches y un pantaloncito corto remendado, pero también limpio. La señora, tímidamente esperó a que el hombre sucio y desaliñado, fuera atendido por el dueño de la tienda.
—¡Pancho!, ¿me fías una cerveza?, mañana te la pago. -Le pidió el hombre escupiendo al suelo.
—No, Melitón, no fío, mejor vete a dormir a tu casa, ándale. -Le dijo don Pancho furioso.
—Ándele don Pancho, por favor, tengo sed. -Pero el tendero lo ignoró.
—El hombre se fue molesto y diciendo improperios. Luego de que se fue, se acercó la señora, sabiendo ya que don Pancho no fiaba y tímidamente le dijo:
—¿Podrá usted fiarme un kilo de frijoles y dos litros de leche? Evodio ha estado malo y no ha podido ir al campo a traer leña y carbón, le prometo que en cuanto Evodio pueda trabajar, vendré a pagarle.
—Toma, aquí están dos kilos de frijoles y cuatro litros de leche, ¿quieres avena?
—Ella tímidamente con la cabeza, le dijo sí.
Don Pancho le dio la avena y un envoltorio con piloncillo. La mujer se lo agradeció.
—¡Cuántas veces ocupes, ven, que no te de pena! -Le dijo con voz enérgica pero educada.
Ya que la mujer se fue, don Agustín le dice.
—No te entiendo, al muchacho que tiene más capacidad para pagar le negaste una cerveza y esta pobre mujer, que no tiene ni en que caerse muerta, hasta le fiaste de más.
Don Pancho se acercó y bajando la voz le dijo al amigo.
—Ese cabrón, «huevón», no tiene quien lo respalde.
— ¡¿Y la mujer?!
—La mujer tiene el mejor aval que todos quisiéramos tener y que ni tú tienes.
Pasó una semana, don pancho y el boticario seguían con su rutina de jugar tablero.
—¿Oye, Pancho? —Pregunta el boticario con risa burlona—, ¿ya te vino a pagar Evodio?
—No, todavía no, ya ni lo he visto, antes, cuando menos venía a traerme leña, pero ya ni eso, como que se lo tragó la tierra; deberías tú, como boticario que eres, ir a buscarlo a ver como lo ayudas, quizás sigue enfermo.
—No, no, ¿cómo crees que voy a hacer eso?
Pasaron los meses y los dos amigos seguían viéndose y jugando tablero todos los días. Un día Agustín comenta.
—¿Ya sabes a quien encontraron muerto en su casa?
—No, ¿a quién, tú? -Pregunta don Pancho sin despegar la vista en el tablero.
—A Melitón, el borracho.
—¡Carambas! ¿Y de que sería, tú?
—“Pos” de que habría de ser, de una congestión alcohólica.
—“Pos” que Dios lo reciba en su santo reino.
—Dios no recibe borrachos. —Dijo don Agustín comiéndole tres fichas a don Pancho.
Pasaron los años, veinte para ser exactos. El pueblo había crecido y se habían establecido tiendas de autoservicio que hizo que don Pancho, empobreciera y enfermara. Don Agustín, a pesar de tantos brebajes, remedios, pócimas y medicamentos, murió de una pulmonía, alrededor de sus familiares. Don Pancho, ya casi no podía caminar y tenía que estar cerca de un baño para orinar a cada rato, a veces, sin sentir, se orinaba en los pantalones.
Un día, el que tenía que llegar, un vecino amigo, de tantos que tenía don Pancho, se compadeció de él y contra la voluntad del viejo, lo llevó al hospital nuevo que acababan de inaugurar en la cabecera del Municipio; don Pancho nunca tuvo familia. El amigo, preguntando llegó a la administración del hospital y logró que un médico atendiera a don Pancho. El médico; joven y amable, lo examinó y lo internó.
—¡Aquí déjenmelo! —Le dijo al amigo que lo llevaba, quien, extrañado, se retiró a su pueblo.
Don Pancho, fue atendido por enfermeras, lo pusieron en observación y le hicieron estudios clínicos por varios días; los demás enfermos y familiares de estos, se preguntaban ¿por qué tanta atención?
A las dos semanas, a Ahuacapán, llegó una ambulancia del Hospital Civil de la región; de la misma, bajaron en silla de ruedas a don Pancho; el vecino que lo había llevado, acudió a recibirlo.
—Nomás hay que darle reposo y que coma bien, todavía le quedan varios años por delante- Le dijo el joven médico al vecino y se despidió de don Pancho quien tomándolo de la mano le dijo.
—Gracias, doctor Evodio, que Dios lo bendiga.
El Joven médico, se subió a la ambulancia y sacando una mano, le dijo… ¡adiós don Pancho!
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