31 de mayo de 1989

31 de mayo de 1989

Flor Martinez

27/01/2020

La madre está durmiendo, el vientre abierto y la bebé, al no coger ni expulsar aire, comienz a oscurecer.

Alguien grita, la matrona pone a toda prisa a la bebé, pequeña como un vaso de agua, de apenas un kilo y medio, tumbada boca arriba. Le sujeta piernas y brazos con sus manos enguantadas para dejar descubierto el pecho. El médico duda un segundo y pone apenas dos de sus anchos dedos en cruz sobre el pechito de la bebé y empieza la maniobra de reanimación.

Toda la sala mantiene la respiración mientras la madre sigue tumbada, envuelta en anestesia, ajena a lo que ocurre. Abajo la van cosiendo a toda prisa y arreglando la cicatriz, que ante la urgencia de la cesárea, será más grande que ninguna de las que verá en sus amigas.

Por fin, un quejido, una tos, la bebé frunce el ceño, los cuerpos de la sala se relajan y comienza el llanto que, por diversas razones, se repetirá y se repetirá durante meses y años, alertando a los vecinos, exasperando a la madre, enervando al padre y siendo, muchas veces y germen de un futuro desapego, intencionalmente desatendido.

Pero de momento la bebé inaugura su lamento mientras la asean la matrona y un enfermero. Y después entra el padre a la sala, vestido de polipropileno verde, la toma en sus brazos y también llora.

Y al despertar la madre, los tres sonríen, aunque hayan estado, por primera vez, todos al borde de la muerte.


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