Clara está lloriqueando a mi lado. Se sorbe los mocos con fuerza.
-Calla, no hagas ruido – le digo en voz baja- nos va a oír.
Pero ella abre los ojos muy grandes y empieza con el hipo. Siempre le da el hipo cuando está asustada. Mamá dice que tengo que tener cuidado con las cosas que le cuento porque Clara se asusta con facilidad.
Le pongo rápidamente la mano en la boca y con la otra le tapo la nariz. Enseguida se le quita el hipo pero, como sigue asustada, le doy un beso fuerte, le paso mi brazo por encima de sus hombros y nos quedamos así las dos un buen rato, esperando a ver qué pasa.
Esta tarde papá ha llegado a casa muy temprano. Ha dado un fuerte portazo y ya desde la puerta ha empezado a gritarle a mamá, mientras iba al salón y se desplomaba sobre el sofá.
-Cooonchaaaaaa, ya estoy aquí, tráeme unas cervezas, que estoy agotado.
Mamá, que estaba en la cocina preparándonos la merienda, ha contestado con un hilillo de voz.
Yo he cogido a Clara de la mano y nos hemos metido corriendo en el armario de las escobas. Le he dicho que íbamos a jugar al escondite con papá, pero igualmente se ha puesto a llorar.
Papá casi siempre vuelve a casa tarde, cuando Clara y yo ya estamos acostadas. Mamá tiene la manía de acostarnos muy temprano. Clara se queda dormida enseguida, pero a mí me cuesta más, así que me pongo a pensar en mis cosas o a inventarme historias fantásticas. Se me dan muy bien las historias fantásticas. Si por la mañana me acuerdo de algo se lo cuento a mamá. A mamá le gustan mis historias. Dice que de mayor tengo que ser escritora o guionista para la televisión. Pero yo quiero ser ingeniera o electricista y arreglar las cosas con mi caja de herramientas para que todo funcione.
Algunas noches oigo cuando vuelve papá del trabajo. Sobre todo cuando llega dando un portazo y levantando la voz. Esas noches papa se enfada con mamá por casi todo. Porque la cena no tiene sal, porque no encuentra el mando de la tele, porque no sabe qué ha estado haciendo mamá durante todo el día… A mí me parece que no es para enfadarse tanto. Puede que se trate de ese tipo de cosas que ya entenderé cuando sea mayor, como dice a veces mamá cuando le hago tantas preguntas que ya no sabe qué contestar.
Mamá alguna vez nos regaña a Clara y a mí, pero no se enfada como papá, no se le da bien enfadarse. Tampoco sabe discutir o pelear como es debido. Si algo he aprendido en el cole es que cuando los chicos me quitan el balón tengo que ser igual de bruta que ellos si quiero recuperarlo. Pero mamá no piensa así. Puede que a ella nunca le quitaran el balón en el cole. O a lo mejor fue a un colegio solo de chicas. Esto no lo sé. Tengo que preguntárselo algún día.
Mientras estamos acurrucadas en el armario, papá habla cada vez más alto y se anima con los insultos y las amenazas. A mamá casi no se la oye. Empiezo a cantar bajito una canción con Clara. Se tranquiliza, pero yo, mientras canto, tengo un oído atento a lo que pasa en el salón. A veces he visto en la tele noticias sobre crímenes y asesinatos. No creo que papá sea capaz de algo así, pero empiezo a dudar. Por si acaso, me pongo a pensar en qué debería hacer si la situación empeora. Pero la verdad es que no soy de pensar las cosas demasiado; soy una persona de acción. Así que sujeto la cara de Clara con las dos manos, la giro hacia mí y le digo muy seria:
– Clara, tengo que salir un momento a hacer pis, pero tienes que prometerme que no te vas a mover hasta que yo vuelva, porque, si no, el juego se acaba y ya no tendría ninguna gracia. ¿Me lo prometes?
Clara me mira con cara solemne y contesta – No hace falta que lo prometa. Sé cómo va el juego, ya soy mayor.
Yo no tengo más remedio que reírme, aunque llevo el corazón palpitando a dos mil por hora.
Salgo despacio del armario sin hacer ningún ruido, cierro la puerta y echo a correr por el pasillo lo más rápido que puedo hasta la puerta de entrada, la abro y me precipito hacia la casa de Marisa, nuestra vecina, con la esperanza de que esté su marido, que es mucho más fuerte que papá. Me abre el marido y siento que el miedo y las lágrimas se me vienen todos de golpe, pero me aguanto fuerte. Le cuento todo muy deprisa, atropellándome con las palabras, confiando en que sea capaz de entenderme y en que me quiera ayudar. Le miro a los ojos…Llama a Marisa y los dos entran en mi casa gritando.
– Matías, Concha, ¿qué está pasando aquí?..
Yo no quiero saber qué es lo que está pasando, no podría soportarlo. Corro otra vez por el pasillo, casi con los ojos cerrados, y me meto deprisa en el armario de las escobas. Clara sigue ahí. Está cantando una canción de su peli favorita de Disney. Menos mal. Le paso de nuevo el brazo por los hombros y le digo con toda la tranquilidad de la que soy capaz:
– Papá no había contado bien y, como eso es trampa, tiene que volver a empezar.
– Pues vaya rollo – me contesta Clara-. Vamos a tener que mandarle otra vez al cole para que le enseñen los números como es debido. – Y se ríe con una fuerte carcajada.
Yo me río también, ya sin importarme el ruido que podamos hacer. Y con todas mis fuerzas deseo que mamá nos oiga, abra la puerta del armario y podamos reírnos las tres juntas.
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