Débora salió de la habitación y a sabiendas de que me encontraba en el interior apagó la luz, esperé más de tres minutos antes de gritar:
— ¡Cariño joder que estoy aquí!, vale que la luz ha subido mucho este último año pero tampoco te pases.
Solo recibí el silencio por respuesta, al cabo de cinco minutos decidí levantarme a encenderla, para mi sorpresa me fue imposible, mis piernas no me respondían, mis brazos parecían entumecidos, me encontraba en un extraño letargo.
La verdad es que no tengo ni la menor idea de cómo he ido a parar a este estado, a cierta edad es necesario retroceder un poco para entender el presente, así que recapitularé desde esta mañana.
El despertador ha sonado a las seis cuarenta y cinco como de costumbre, me he duchado y he desayunado con Débora en la cocina unos cereales con frutas, seguidamente nos hemos marchado a nuestro paseo matutino de cinco kilómetros, de vuelta hemos ido a ver entrar en el colegio a nuestros nietos.
A eso de las diez de la mañana nos hemos acercado a la plaza para realizar la compra de la quincena, hoy es primero de mes y el frigorífico anda seco. De vuelta, y debido al peso de las bolsas, hemos parado en el bar de Quini a comprar una botella de agua.
Ya en casa, Débora ha preparado unas patatas con carne de ternera que levantan a un muerto; mientras yo he recibido la llamada de mi editor haciéndome referencia a la entrega de los dos últimos cuentos de “El gato Bernardo”, por lo visto han tenido mucho éxito y querían ofrecerme una ampliación de contrato.
Luis, mi editor, es una bellísima persona que lleva a mi lado más de cuarenta años, en todas y cada una de las llamadas que me hace, me habla de la falta de maldad que tengo, de que no se puede ir por la vida pensando bien de todo el mundo y por último siempre me dice esa frase que tanto me agrada, “bueno para eso estoy yo aquí, para proteger a este niño grande”, son ya muchos años juntos y si no he cambiado ya, ten por seguro que no lo haré; esa suele ser mi respuesta.
Una vez hemos comido esas papas, nos sentamos a leer y escuchar música. Tenemos una habitación especial para ello. Cuando se fueron nuestros dos hijos la casa se hizo enorme, así que decidimos unir los cuartos de los niños y crear un nuevo espacio al que llamamos The music room.
Hoy he terminado de leer el último libro de la trilogía de Patrick Rothfuss, he disfrutado como un niño con su lectura. Siempre asigno un disco a cada libro y este se ha llevado al huerto a The cinematic orchestra, una gran formación que jamás me cansaré de escuchar.
Creo que ha sido a eso de las ocho cuando he empezado a notar un leve dolor en el pecho. Débora, por precaución, ha llamado a nuestra hija mayor que es doctora en un hospital general.
Al llegar me ha llevado a mi habitación para poder examinarme mejor, después de un rato me ha dicho que no me preocupase que no era nada que no se supiera.
Al poco ha entrado Débora y juntando sus labios a los míos me ha dicho te quiero, un par de lágrimas son las culpables de mis húmedas mejillas, ha salido apagando la luz y creo que en esta habitación se ha apagado algo más que la luz esta noche.
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