Un rótulo en la puerta indica tu última morada. Dentro, una sala de reunión y una pequeña estancia anexa, donde estás tú, durmiendo un sueño profundo. Se te ve lozana, casi rejuvenecida, en tus labios se dibuja una ligera sonrisa dedicada a quien quiera mirarte. Vamos pasando en silencio cerca de ti para darte el último adiós. Unos suspiran, otros pasan junto a tu cuerpo inerte con gesto serio, muchos reprimen las lágrimas y todos nos agrupamos en una esquina de la habitación, uniendo nuestro dolor por tu perdida. Volvemos a desfilar ante ti para reunirnos en la sala. Unos se mantienen en silencio, otros hablan, susurrando palabras entrecortadas. Suspiramos flojito, respiramos profundo y enjugamos nuestro llanto.

Poco a poco la sala se ha llenado de gente que viene a despedirte. ¡Cuántas personas te quieren! De la misma manera que acudieron a verte y a la vez a consolarnos, el afligido cortejo de familiares, amigos y conocidos, se ha ido marchando. Quedamos solo los tuyos, los más cercanos, los hijos y los nietos y algunos nuevos miembros que ahora también son tu familia, (los queridos añadidos, por enlaces), como tú los nombras. Seguimos teniendo las caras largas, los labios encogidos, arrugados con una mueca de tristeza. La pena nos ha anegado los ojos, pero ya, pocas lágrimas corren por nuestras mejillas, vamos recobrando el temple, mantenemos la compostura.

Alguien, uno de nosotros, empieza a hablar tímidamente, en breve se entabla una conversación generalizada, todavía es leve, sutil, discreta. Mesuramos el sonido de nuestras palabras. Seguimos turbados. Todos pensamos en ti, en tu gran corazón, en tu saber estar, tus enseñanzas… Alguno de nosotros ha evocado momentos retenidos en nuestra memoria, guardados en el fondo del cajón de nuestra mente, pero nunca olvidados. Y, como en todo lo que comienza, se produce una dinámica evolutiva, ha sido como empezar a pasear sin límite y el camino se va alargando, eso nos ha pasado a nosotros. Recordamos tus excelentes guisos, aquellas deliciosas albóndigas en salsa, el cordero al horno, las croquetas de bacalao, los canelones gratinados… ¡Se nos ha hecho la boca agua! Hablamos de los momentos fraternales; implicaciones y travesuras, de eso sabemos mucho tus nietos y de cuando nos ayudabas a evitar que nos castigaran nuestros padres, enseñándonos a comprender como debíamos proceder, haciéndonos cada vez mejores personas. Todos tenemos anécdotas que explicar, situaciones, sobre todo divertidas, momentos compartidos, vivencias entrañables, festejos navideños, comidas, regalos, caricias, complicidades. En todos esos momentos estas tú. Distendidos charlamos y alzamos la voz, a veces hasta reímos y de pronto nos damos cuenta de donde estamos, no es la casa de la abuela, esto no es una reunión familiar de celebración, es… y recordamos que tu estas ahí al lado junto a nosotros. Llena de paz.

Me he acercado a verte, continuas emanando sosiego. Sigues aquí, instándonos con tu semblante tranquilo a que seamos felices, que disfrutemos de las pequeñas cosas, que ahoguemos nuestros pesares y no tengamos recelo de nadie, que amemos intensamente. Me he atrevido a besar tus manos. Manos cálidas, livianas.

Tu quietud me recuerda aquellas siestas compartidas, todos queríamos dormir con la abuela. Teníamos vacaciones en el colegio y tus nietos nos disputábamos un sitio junto a ti. Te hacías la dormida estirándote en la cama con los ojos cerrados, bien quieta, “es la hora de la siesta y no se puede hacer ruido”, nos decías muy seria, pero todos sabíamos que de siesta, nada. ¡Allí nadie dormía! Te rodeábamos. Te hacíamos cosquillas. Te caracoleábamos el cabello. Te hacíamos las mil y una chiquilladas hasta que tú te sentabas en la cama dando un respingo haciéndonos reír, aunque lo esperábamos nos asustábamos. Con la risa nerviosa de la infancia, entre el sobresalto y la alegría, entre la sorpresa y el júbilo tú, nos abrazabas con entusiasmo, nos pellizcabas las mejillas y nos revolvías los cabellos y entonces se acababa la hora de la siesta y empezaba el momento del silencio. Callados escuchábamos una única voz, la tuya. Nos trasportabas a lugares lejanos con historias fantásticas. Los personajes de tus cuentos eran niños, cada tarde, el protagonista era uno de nosotros, los finales eran felices con su correspondiente moraleja. ¡Cuánto aprendimos con tus relatos!

Me enjugo las lágrimas. ¡Te echo de menos! Salgo de la habitación, me encuentro con mis primos que también quieren entrar a saludarte, tropezamos adrede, nos rozamos las manos, los cuerpos, nos abrazamos instintivamente a modo de consuelo, sin palabras intentamos darnos aliento y nos hacemos los fuertes, como tú quieres que seamos. Sabemos que pronto vendrán a recogerte y a partir de ese momento dejaremos de verte físicamente. Volvemos a entrar juntos a la habitación y esta vez también nos disputamos, como en las tardes estivales, un sitio junto a ti. Nos hemos cogido de la mano y formamos un circulo a tu alrededor, sigues siendo nuestra MAGA. Inconscientemente hemos cerrado los ojos y juntos nos hemos trasladado a aquellos momentos de nuestra infancia. Nuestros padres, tus hijos, han enmudecido, ya no hay susurros, ni suspiros, ni lamentos y tampoco quedan lágrimas.

Como un goteo incesante han ido llegando tus familiares, amigos y conocidos. En comitiva emprendemos los pasos hacia el Campo Santo. Trasladan el cofre, donde ahora descansas, con una mezcla de cortesía y elegancia. El ritual sigue su curso, los acompañantes, silenciosos, observan los trabajos del sepulturero con respeto y los tuyos cubriremos tu nueva morada con flores multicolores. Pondremos una losa con un epitafio que recuerde tu paso por éste lado. Te visitaremos asiduamente.

Ha terminado el servicio, la gente se ha ido. Los tuyos, permanecemos junto a tu tumba. Te homenajeamos con nuestro silencio, no nos salen las palabras. Nuevamente nos cogemos de la mano, cerramos los ojos, nos acercamos unos a los otros, juntamos nuestros cuerpos y evocamos una plegaria. Sentimos tu presencia y sabemos que lo mejor ha sido tenerte y estamos seguros que perseverará tu ESENCIA hasta el fin de nuestros días.

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