A Jusse Díaz Méndez mi hermano.
– Epale Juano – Era su saludo, el de Jusse con ese tono entrañable que ofrecen los sonidos de los afectos. Como quisiera escucharlo de nuevo, al encuentro, al teléfono, leerlo en las líneas del «washap». Repasar cada momento compartido, desde la lejana infancia que nutrida de recuerdos aflora en estos tiempos oscuros.
El fue quién de alguna manera, junto a mamá decubrió el enajenamiento, la sensibilidad, la anarquía y el talento incubado en mis escasos años. Luego de una jornada de misa dominical, regresó furioso, diciendo que a ese niño no lo llevaba más a misa. Yo tenía ocho años, él doce.
– No pone atención al cura y se pasa el tiempo contemplando todo menos lo que debe.
En ese tiempo las formas religiosas en el templo, vitrales, estatuas, pinturas y hasta las líneas pintadas en rombos en el techo, producian en mi una fascinación tal que el mundo real desaparecía en mi novel cerebro.
– Hasta murmura canciones que nada tienen que ver con los cantos gregorianos del padre Ramirez.
Poco tiempo después mi mamita me inscribría en el Taller de Artes Plásticas de Tovar de Elbano Mendez Osuna. De la cual unos meses más tarde salí aburrido de tanto repetir bustos romanos en tiza pastel sobre papel bond. Fue mi primer error. Allí alguna vez me llevaba el Jusse.
Jusse había nacido músico. Abandonando la adolescencia, el cuatro venezolano, la mandolina y la guitarra española, fueron sus instrumentos. El aire de las calles nocturnas del pueblo se llenó de su voz y sus notas serenateras. que besaban el oido atento de las muchachas del tiempo. Fue integrante de un conjunto musical y de varios grupos aguinalderos. Mientras yo escribía los primeros versos y dibujaba historietas en los restos de los cuadernos de escuela del año anterior.
Después crecimos, separaciones necesarias, otras obligadas ante tantas circunstancias de vida. Estudio, trabajo. Pero siempre Jusse estuvo presente, pendiente. ejerciendo su labor de hermano mayor con ternura y firmeza. Se hizo Arquitecto, talento tenía para sus dos vocaciones.
A pesar de entregarse a su profesión, la musica siempre estuvo en él. La tecnología nos entregó un novedoso sistema de canto y reunión familiar: El Karaoke. Jusse se hizo su dueño.
Años después entre tantas cosas, fue mi instructor de canto en ese artefacto electronico que nos hacia estrellas de reuniones y fiestas familiares. El privilegio de su asistencia, entusiasmo y alegría silvestre, eran motivo de júbilo y esperanza. Siempre lo he dicho, no hay fortuna más grande que la familia, es una riqueza invaluable.
Pero, en estos días me han robado parte de esa riqueza. Seres ajenos al creador, engendros cobardes, se atrevieron a quitarnos al Jusse. Ya sin su canto, sus consejos, su presencia, la realidad golpea más ruda en este escenario de tragedia en que se convirtió el país. Hoy somos distintos, nos cambiaron de un golpe. Nos revelaron la noción de nuestras capacidades y la debilidad de la gente buena. Actuar al respecto es la consigna.
En medio de la turbia emosión de estos momentos escribí unos versos, pinté un cuadro, los más dificiles y dolorosos.
Hermano que te vas sin un permiso
No hay consuelo capaz de confortarme
La herida abierta en tu costado
Se prolonga infinita hasta mi alma
Nuestro Mar Caribe es apenas una lágrima
Del llanto azul que mi dolor derrama.
Tal vez les agregue música y encienda de nuevo el Karaoke, y con esta repita sus canciones y en familia, mi fortuna, aplaudiremos su recuerdo y nos sintamos más unidos que nunca y entonces seguira flotando entre nosotros ese saludo mágico, determinante, único, de mi Jusse.
– Epále Juano –
Notas. No aspiro recompensa para esta historia, pués es un trozo de la vida de un hombre bueno. Como la de tantas personas (300000 victimas en los últimos 20 años, sin guerra aparente ) que apagaron su canto entre la infamia, la violencia, la impunidad y la complicidad de un regimen genocida, en la época más terrible que ha sufrido Venezuela. Sin embargo es una historia de familia. También es mi denuncia.
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