Recuerdos de una tarde

Recuerdos de una tarde

Anysofía

15/11/2018

Como todas las tardes, mi padre después del almuerzo, se retiraba al patio para dejarse consentir por la sombra del almendro, que cual imponente rey, extendía sus dominios en el jardín de mamá, ella le conversaba mientras arreglaba su jardín, hasta que el sueño le ganaba y se dormía en el sillón de mimbre.

Pasada una hora, se despertaba y le preguntaba a mamá. -María, amor ¿hay café?

Mi madre, como toda mujer que amaba a su esposo, le traía una buena taza de café, para despejarse e iniciar la lectura del libro, que ese día cayera en sus manos.

Aquella tarde de noviembre, doña María, solo hablaba de reinas, al aproximarse la elección de la señorita Colombia, y él evocaba a su madre, con la única foto que tenía guardada de la abuela Edelmira, en el álbum familiar.

-Amor ¿recuerda cómo era mi mamá?

– Si, cariño, le respondía María.

– ¡Qué mujer tan bella y trabajadora!

Decía, mientras se levantaba, iba al cajón del bife que estaba en la sala, lo abría y sacaba el álbum familiar. Regresaba y se acomodaba de nuevo en su sillón, para mirar las fotos de su familia.

En silencio, se quedaba mirando la foto de su mamá.

– Cocinaba para los obreros en la finca, mientras criaba a sus cuatro hijos. Cuando llegaba cada hijo, ella misma se asistía el parto,iba a la quebrada y allí tenía al bebé, y regresaba a la casa, con el hermoso regalo de Dios. Cuando papá llegaba en la tarde, se encontraba al nuevo integrante de la familia.

Papá corría feliz, mataba una gallina y le preparaba un buen caldo y se lo llevaba. En aquella época la mujer guardaba la dieta, duraba cuarenta días, se quedaba en el cuarto hasta cumplir ese tiempo. Él cuidaba de ella y del nuevo retoño.Era una mujer valiente, mi madre y un buen esposo mi padre.

Como esposa, se levantaba muy temprano a los quehaceres del hogar, preparaba el desayuno, se iba mirar el ordeño y a contar las cantinas de leche que el obrero llevaba para el pueblo y la que quedaba ese día, la traía para preparar el queso, la cuajada y la mantequilla, para la casa;en casa siempre sobraba la comida

En las tardes como a esta hora, mamá nos llamaba y nos daba cuajada con panela.Por eso es que me encanta tanto la cuajada.

Papá, salía todos los días,desayunaba muy temprano y salía, primero al cultivo, luego a revisar las cercas, volvía a mirar el ganado y después iba al trapiche, cuando era la época de cosecha de la caña de azúcar, se sacaba la molienda y se fabricaba la panela, que luego vendían.

¡Que panela! de excelente calidad, sin tanto químico, como ahora.

Un excelente esposo, padre y administrador, don Abelardo. Nunca, nos faltó nada, nos enseñó el trabajo y amar el campo.Fue una época muy feliz para nosotros.

¡Que tiempos! de paz y tranquilidad.

-Cuando estalló la guerra civil, por la muerte de Gaitán, papá tuvo que vender nuestra finca, para venir a la ciudad, a vivir una vida desconocida, compramos la casita y ahí nos terminamos de criar, eso si con mucho amor y templanza.

Él tuvo que aprender la construcción, hacer los muros en tapia y bahareque. Fue una vida dura para mis padres.

A ustedes les paso lo mismo. ¿Cierto amor?

-Sí, cariño, mi madre Elvia, comercializaba en el ferrocarril con pescado, yuca, maíz y plátano, fue también una gran mujer. Quedó viuda muy joven, tuvo que criarnos sola, por eso se vino el pueblo a trabajar en la línea del ferrocarril.

Cariño, Usted recuerda que las mujeres no sabían leer, solo aquellas que pertenecían a familias pudientes. Pero mamá si sabía leer y escribir, era una mujer muy inteligente.

Cuando llegó la guerra civil nos organizaba, a Trina y mi hermano campo Elías, les encargaba una bolsa con comida, a Rosita y a mí, nos entregaba la botella de agua, y mamá llevaba las cobijas.Nadie podía hablar del tema en casa,durante el día.

Teníamos que salir en la tardecita, por la parte de atrás de la casa, caminando por un sendero un buen trecho, hasta llegar a una cueva, que estaba en la parte alta del pueblo, escondida entre los árboles. Mi madre la descubrió una tarde que le avisaron que venía la chusma en la noche a quemar casas.

Ella desesperada, subió por el barranco buscando un refugio para la noche,cuando al dar el machetazo le pegó a una piedra, miro y si una cueva formada en la misma roca, tapada con arbustos, apenas perfecta para un escondite.La limpió y nos subio en la noche.

Desde allí divisamos nuestra casa, también como llegaba la chusma y quemaba otras casas con la gente adentro, fue una época terrible.Fueron muchas noches, las que pasamos allí, hasta que acabó la guerra.

-Sí, amor recuerdo que eran los chulavitas y lo cachiporros. Le respondía Don Alejo, mientras miraba las fotos.

– ¡Uh! a don Abelardo, ya no se le ven los ojos.

-Amor venga por favor, mire la foto de papá,se está deteriorando. ¿Será que la podemos reparar?

-Yo sí creo. ¿O no hija? Me gritaba desde el patio mamá.

– Sí madre, es llevarla a un editor de fotos antiguas y se repara. Le respondí, con voz fuerte desde la ventana de la biblioteca, que daba al patio, y desde donde podía oír, la conversación.

-Se da cuenta cariño, Majo, dijo que se puede reparar. No se preocupe, esta semana le pedimos el favor a ella, que la lleve y la mande a reparar.

-Bueno amor, Usted sabe lo que yo quiero a estas fotos.

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