“Sí, acepto” Así comenzaba la historia con el único hombre al que amé y que me enseñó que no hay mayor fuerza que el de una mujer. Era 12 de septiembre de 1938, ya tenía algo azul, algo nuevo y algo prestado, sólo me faltaba el objeto viejo; recuerdo que mi mamá estaba como loca buscando la cadenita que había usado mi abuela y ella en sus bodas. Mientras tanto, yo era un mundo de emociones, me moría de los nervios y la ansiedad porque por fin me iba a casar con Carlos, ese hombre que venía todos los días a la cafetería donde yo trabajaba y me traía un ramo de rosas. Me conquistó con su romanticismo y sus promesas de una familia llena de niños.
Después de la boda nos fuimos a vivir juntos y aprendí que no sirve vivir de promesas. Todas las noches Carlos se iba de nuestra casa desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana y yo rezaba para que algún día se termine su adicción por el juego de póker. Todo cambio, seis meses después, cuando quedé embarazada de Normita, explotábamos de la felicidad y Carlos me juró que por ella dejaría todo.
Y así fue hasta que nuestra bebé cumplió diez meses, surgieron los problemas económicos y en un pueblito como San Antoio de Areco los rumores corren pronto. Apareció el tío de Carlos, hombre de mirada firme y fría con una presencia escalofriante, y lo invitó al juego de esa noche. Carlos me prometió que sólo iría por esa vez para juntar un poco de dinero y no volvería a ir, yo le pedí que no lo haga pero no hubo caso. Todo comenzó de vuelta pero esta vez el final no fue por una noticia que causó felicidad. Una mañana, cuando Norma tenía un año y medio, tocó la policía mi puerta y me informaron que mi marido había sido asesinado por su tío en una disputa por un juego de póker.
Maldito póker. Maldito Carlos. Qué haría a partir de ahora con una bebe, sin trabajo y sin el amor de mi vida.
Me fui a vivir de mis padres y empecé a trabajar todo el día. Quería darle lo mejor a mi negrita, quería ser la madre y el padre. Nunca más volví a estar con otro hombre, cada uno que se me acercaba me recordaba lo triste que me había dejado Carlos. Comprendí que no necesitaba a nadie más que a mí y a mi hija.
Ahí, donde la vida duele, sos capaz de ver la fuerza que tenes para salir adelante. La primera que tiene que ser consciente de su fortaleza sos vos, obvio que necesitamos del amor de los otros, pero la persona más importante de tu vida sos vos misma.
Terminó de decir eso y me abrazó como nunca lo había hecho, mi querida bisabuela Tomasa.
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