Un patito feo creció en casa -ya no vive en mi-.

Un patito feo creció en casa -ya no vive en mi-.

Yo, la del medio, entre dos hermanos que solían llamarme torpe, crecí con dudas, hasta mamá renegaba de mi inteligencia. “No puedes”, “no debes”, “no, tu papá se va a molestar”… todos esos condicionamientos se metían en mi cabeza, me crecían monstruos, tan fácil cómo avivar una llama.

Mamá no sabía de filtros y siempre minimizaba mis logros que comparados con los de mi hermano mayor no significaban nada, ella no tenía idea de que la autoestima es una ligera línea de frágil sutileza, fácil de romperse.

Ni hablar de las golpizas que me ganaba haciendo nada. Mi papá quién era un hombre muy violento no sabía medir su fuerza, y mucho menos sus palabras hirientes, ante los ojos de él una cualquiera podía pasar a valer más que yo. En cuestión de segundos dos cosas mal hechas por mí, desataban su furia en forma de golpes que terminaban como morados en mi piel. Siempre critique ese comportamiento, le odiaba con firmeza.

Mi papá, era capaz de hacerme sentir desdichada, recuerdo como terminaban mis noches con lágrimas, que se encontraban en la almohada de una niña que crecía insegura. Me dormía pensando en cómo sería no vivir ahí, derrotada, encima de mi cama la cual irónicamente llevaba puesta una sabana del patito feo.

Hoy lo entiendo -antes no-: yo siempre fui la niña que buscó la aprobación de un papá violento, la hija del medio, que se abría paso con desdicha de no poder cubrir las expectativas de una madre que ya tenía un hijo favorito.

Crecí sin saber cómo recibir amor, mecanismo de defensa supongo, de alguien que recibió pocos abrazos en su infancia. Me volví una orgullosa y también adquirí algunos rasgos impulsivos de mi papá que marcaron mis relaciones sentimentales.

No me di cuenta hasta hace poco, durante años fui alguien muy cobarde que no se atrevía a nada. Intento escribir esto con cariño no quiero herir a nadie, estoy segura que el único error de mis padres es no haberse preparado. Hoy años más tarde, habiendo sanado y siendo consciente de que mi yo niña no podía defenderse me perdono, por todos esos años en que por condicionamiento dejé que el miedo llevará el curso de mi vida. Increíble, todas las cosas que debemos sanar para encontrarnos, indudablemente todas las situaciones de nuestra infancia definen nuestra personalidad y el cómo actuamos. Mis padres hicieron una parte, y yo, termine la otra, por años aprendí a auto sabotearme, todos los días me recordaba a mi misma lo estúpida que era, no dejaba espacio para que floreciera valor en mí, yo misma me autodenominaba torpe, mis no puedo me acompañaban a todas partes, alimente la ansiedad y era capaz de juzgarme por un mismo error cientos de veces, le di cabida a vivir con miedo.

En un intento desesperado por cambiar, casi pidiéndolo a gritos, transforme mi vida. Le di un giro, me enseñe a vivir conmigo, abrazarme los defectos, aprender a ver la lección buena de las malas decisiones, las fallas son lo que nos vuelve expertos. No cabe duda que las catástrofes ocurren primero en una mente negativa y s las dejamos reinar pueden derrotarnos para siempre.

Hoy agradezco porque algo cambió en mí, me di cuenta que soy del grupo de los afortunados que han podido cambiar el rumbo de su tristeza y transformarla en combustible para hacer arte, eso me ayudó a identificar cosas que habían vivido conmigo por años, perdonarlas, canalizar la emoción y cambiarla. El problema de aprender a auto flagelar es que no nos escuchamos a nosotros mismos y esa es la parte con la que vivimos siempre: nosotros.

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