Benjamín me dio la buena nueva, me dijo que el sábado llegarías.
La espera ha sido tortuosa, pues desde hace mucho tiempo he querido escribirte.
Ahora crees lo que te dije cuando nos conocimos, que nunca desistiría de tu gracia, que me fundiría contigo, y que mi amor por ti sería inmortal, que mi deseo tendría su objeto de amor en tu deseo y más temprano que tarde volveremos andar por el mismo sendero.
Sé perfectamente que nunca creíste que nuestra presencia en este mundo sea una historia que se repetirá infinitamente, que nuestras vidas no tendrán un tiempo lineal que se pierda en lo finito y nos haga mártires de la historia. Y que seremos capaces de anular en nuestras almas las penas de la temporalidad, y robar cual prometeos el fuego del silencio y el saber del oráculo para compartirlos con los hombres de buena voluntad.
No creas que me he olvidado que te aburrían estas pláticas, y que preferías buscar la felicidad hasta por debajo de las sabanas, donde realmente no buscaste, porque creías que era algo sublime que trascendía lo mundano, que podría ser tomado con el corazón en lugar de con las manos.
Preparé un nuevo discurso para continuar enamorándote, en el cual he puesto el verbo en consonancia con la lengua, los nervios con el alma.
¡Bienvenida!
Como me da alegría que vuelvas de donde nunca debiste haberte ido. Las cartas lo decían, la bola de cristal lo anunciaba, nuestros corazones unísonos suspiraban su destino, y dejaban vestigios por doquier. Exentos de toda culpa, liberados de la maldición de las lenguas rasposas que nos han hecho vivir presos de los fríos razonamientos de la modernidad, al fin, podemos ejercer nuestro derecho a la vida.
Las cosas han marchado bien, he dejado de holgazanear cual oso invernando, solamente lo hago de vez en cuanto, cuando me atraganto de ese delicioso platillo llamado “codillo Alemán”, que después del festín, me provoca una somnolencia y pesadez que no permite sostenerme en pie; forzosamente me veo obligado a echar una siesta;pero la mayor parte del tiempo, me la paso en vela, pues no quiero que mi vida se me escape cuando ya no éste, quiero estar presente en mi muerte, y si es posible participar de una muerte digna y bullanguera, irónica y pública, quiero estar presente cuando mi cuerpo sea llevado en esa caja que nos aparta de la madre tierra, al respecto, pienso que deberíamos ser enterrados sin ropas, sin cajas, “como dios nos trajo al mundo”.
Así nos ahorrarían el trabajo de desvestirnos para entrar en fusión con nuestra esencia en común, la nada.
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