Lección de Arte

Lección de Arte

adela Bravo

08/10/2018

Aquel programa que había visto ya hacía más de diez años había convulsionado su vida. Desde entonces no había descansado ni un segundo en su particular investigación arrastrándola también a ella. Cada paso que ganaban les confirmaba más y más que aquella otra hija no había nacido muerta como dijo la amable monjita.

El proceso estaba siendo muy lento y los hallazgos escasísimos, sin embargo la enfermedad de su madre avanzaba inexorable, ella sí, con mucha prisa. Le quedaba poco tiempo y muchas incógnitas por despejar, muchas preguntas sin contestar.

Encontrar una pista, un hilo del que tirar para saber la verdad, mantenía a su madre más preocupada, más despierta y vigilante que la evolución de su mal. Tenía un hálito de esperanza y lo estiraba frenéticamente porque sabía que no tenía tiempo. ¡Maldito tiempo!

Pero ni en las múltiples asociaciones nacidas para casos similares ni el hospital donde nacieron sus hijas ni las escurridizas autoridades les dieron pruebas sólidas que confirmaran sus sospechas y alimentaran sus esperanzas. Su frustración aumentaba a la par que las fuerzas de su madre disminuían. Se desesperaba por ella, cada vez más débil y más desilusionada.

Ninguna de las dos se rendía, investigaban, contactaban, viajaban, navegaban Internet…

Tantos esfuerzos tanta persistencia les llevaron a la confirmación de que sus sospechas eran fundamentadas, reales como en tantos casos iguales al suyo. Una nueva ilusión para los últimos días y noches de esa madre coraje. Cuando llegó el momento de la despedida ella le prometió seguir buscando hasta el fin, mientras viviera.

Exhausta y hundida tras el funeral, la hija decidió darse un respiro, parar un tiempo para recuperar la cordura. No había querido dejarla sola ni un día en su lucha. Admiraba su valor ante la enfermedad y más aún su inagotable fe en recuperar a su niña, una esperanza que la mantuvo lúcida mucho más tiempo del pronosticado por la ciencia.

Ahora estaba sola. No tenía familia y apenas amigos y mucho cansancio y mucho dolor en su mochila.

Por eso Caridad decidió hacer ese viaje tantas veces postergado, airearse, tomar nuevas energías, hacer su duelo muy lejos, en lugares sin recuerdos….

Cuando Iván, el joven y entusiasta guía que explicaba con todo lujo de detalles el retablo central de aquella iglesia, se volvió al grupo de atentos escuchantes, se le quedó atascada la palabra barroco en la garganta. Frente a él, con un folleto en la mano y mirando atentamente hacia arriba, estaba su madre y eso no podía ser porque su madre había fallecido el año anterior.

Parpadeó dos veces para volver a centrar sus ojos de nuevo en esa turista. La mujer entonces se volvió hacia él y la mirada que le devolvió le hizo estremecerse por dentro. Los mismos ojos, el mismo rictus en la boca, idéntica sonrisa y ¡joder! el mismo mechón de canas partiendo de la sien derecha, signo de identidad familiar que tenia su madre.

Le entraron unas incontrolables ganas de correr a abrazarla, de llorar de alegría “yo creía que te habías ido, mamá”.

Vio que todos los ojos del grupo estaban fijos en él, expectantes.

– Pues como les iba diciendo…

Terminó la visita como pudo, con la cabeza llena de humo y más apresurado de lo habitual en él. Cuando el grupo ya se marchaba hacia la salida de la iglesia se acercó a aquella mujer con el corazón taponando su garganta.

Buscaba ansiosamente en su móvil la foto de su madre, que siempre llevaba consigo, para mostrarla a la desconocida. La abordó sin aliento:

-Por favor, señora, permítame. ¿Tiene usted familia en esta ciudad? ¿puedo mostrarle esta…?

La mujer sorprendida clavó la vista en la pantalla que le tendía el joven guía, suspiró profundamente y se empezó a deslizar hasta el suelo despacio, llorando en silencio.

– ¡Lo hemos conseguido mamá!

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS