En un pequeño pueblo en el vacío, protegido por dos grandes y extensas montañas que aguardan tanto secretos como recuerdos, nació mi madre.
Desde la salida de triunfo del resplandeciente sol , mi abuela tenía el desayuno servido sobre la mesa, tan solo apreciar el rico olor del café con leche o del bollo relleno de crema, recién sacado del horno, hacía que sus hijos se levantaran tan temprano, incluido, mi abuelo.Las mujeres a pesar del duro machismo de la época no sólo eran amas de casa sino también trabajaban en la fábrica de pescado del pueblo, el único lugar de trabajo que alimentaba a cada uno de ellos . Durante el día, lo más jóvenes se bañaban junto al mar ,ya fuera en la playa como en el muelle, mientras que las mujeres después de trabajar preparaban el almuerzo. Las casas permanecían abiertas y se ayudaban unos a otros, allí no faltaban pequeñas celebraciones como casamientos fiestas o partidos de fútbol, el día a día de un pueblo escondido.
El pueblo más cercano era recorriendo un gran camino de tierra subiendo por la montaña, Hermigua, donde mi abuela iba a recoger agua a mediados de los 40, con 16 años, para ayudar a su madre.
Un día terminaría por cambiar el transcurso de la vida de mi familia y más adelante, la vida de todo el pueblo. Ese día sagaz, mi madre tenía tan solo 15 años, se negaba a acudir a a las sita de una vacuna, pero mi tía, sí acudió, la vieron subir al pequeño bote como un rayo de luz, pero ese rayo de luz se apagaría al saber que debido a la vacuna que le suministrarían, no volvería a despertar jamás. Con 17 años, dejó de vivir. Este acontecimiento que debían sobrellevar a lo largo de sus vidas, era el primero de otros que ninguno deseaba recordar. Todo cambió, mi madre no era la misma mujer vivaz y mi abuela comenzaba a guardar luto. Semanas después, a primera hora de la mañana apareció un hombre bien vestido tal vez un poco repelente, pidió hablar con alguien que estuviera a cargo del pueblo, pero no había nadie, todos se ayudaban entre sí y decidían por lo que pidió que se acercaran para transmitir un comunicado un comunicado que jamás hubieran previsto. El hombre desconocido les ofreció una cantidad de dinero considerable con la condición de dejar sus casas para que comenzaran una nueva vida,en otro lugar, el pueblo que había estado de acuerdo en las pocas decisiones que tomaban, se había alterado. Unos se negaban otros se mostraban interesados, pretendían construir un hotel entre esas montañas, era un buen negocio ya que el pueblo se encontraba frente al mar, el sueño de toda persona, de todo turista, dejaría mucho que desear por lo que al fin aceptaron y se marcharon, dejando miles de recuerdos y muchas historias sin acabar. Por consiguiente, no llegaron a construir nada, dejaron el edificio más grande entre las ruinas de la fábrica o del pequeño campo, el pueblo murió junto con todos sus recuerdos. A pesar de conseguir una buena casa en otro pueblo, las adversidades siguieron surgiendo cuando la vida decidió llevarse a mi tío y poco después a mi abuelo dejando un gran vacío en mi abuela y alejando a mi madre para intentar comenzar de nuevo. Hoy en día mi madre me sigue contando sus recuerdos más preciados, ha seguido visitando con sus hijos el pueblo o por lo menos lo que quedaba de él, mientras que mi abuela nunca pudo volver, no quiso viajar, no quiso recordar y ahora con 88 años, espera rencontrarse con sus dos hijos y el amor de su vida ya que sabe que aquí,sus tesoros, están mejor que nunca.
Hasta aquí viajeros y viajeras de la historia, volviendo de este viaje lleno de recuerdos.
«Nunca dije adiós a la vieja Rajita porque nunca me llegué a ir.»
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