El término familia representó al conjunto de esclavos y criados que poseía un señor feudal; ellos eran dueños de su “familia”. Esta situación se continuó generando durante siglos, con otras características, ocupando con el paso del tiempo el lugar de los señores feudales: abuelos, padres o líderes de grupos.
Recuerdo a mi abuelo arrojar el plato en la mesa y decirle a mi madre de mala manera, que la pasta estaba pasada. Ella y mi abuela controlaban con segundero la cocción, y dejaban agua hirviendo y tuco de más, por si les llegaba algún reclamo.
Supe con el tiempo que mi padre también había sido sometido al visto bueno de mi abuelo. Conoció a mi madre en el festejo de carnaval de un club italiano en Argentina; siguieron las visitas de martes y jueves, siempre con mis abuelos delante; y los bailes, también con ellos presentes. Correspondió luego hacerse la casa en el mismo terreno, y casarse
Coraje y lucha mediante, paulatinamente se fueron modificando estas realidades; al menos en algunos sitios y sectores sociales. Transcurrieron siglos, el drama es menos generalizado, pero todavía sectores de la población no pueden o no saben evitar el abuso.
Ciertas culturas admiten aún que los padres vendan a sus hijas; se acepta entregarlas a cambio de bienes económicos, la dote. Estas costumbres no son exclusivas de pensamientos exóticos y retrógrados, de forma más sutil se sufren en muchos sitios.
Mis padres heredaron enciclopedias donde les decían cómo educarnos, una religión castradora, y la obligación de decidir el destino de sus hijos, por su bien, claro está.
A los varones les dijeron que intentaran tener relaciones sexuales, y si sus novias acordaban, las dejaran… A las mujeres nos aseguraban que, si aceptábamos hacer las porquerías que siempre proponen los hombres, perderíamos al candidato y ninguno más nos querría
Generación tras generación se cambiaron algunos de los rasgos culturales, llegando a tener hoy, muchos de nosotros, la oportunidad de elegir libremente nuestro destino.
Uno de mis hermanos dejó embarazada a una vecina, el padre de la chica vino con una escopeta a mi casa. Por fortuna mi madre y sus promesas lograron que se marchara, momento en que mi padre comenzó a gritar: porca miseria, disgraziato…, y otros términos que no recuerdo. Los obligaron a casarse, con el tiempo ambos lograron enamorarse y tener nuevas parejas.
Mi otro hermano decidió casarse con una chica divina, pero que no estaba bien vista; las afirmaciones de mis padres sobre que era más puta que las gallinas no lo acobardaron. Se alejaron de casa por un tiempo y lograron ser felices.
Gracias a diversos factores que arrimaron cambios a la cultura reinante, también a las experiencias previas que condicionaban, y a la certeza nuestra que era mucha; las mujeres pudimos decidir nuestros destinos, y hasta equivocarnos las veces que fueron necesarias.
En lo personal, además de la familia que elegí formar y los parientes de sangre, sumé a mi vida otras personas valiosas que encontré en el camino: los amigos.
Para recibir los obsequios de la vida, que son los seres que nos acompañan, hay que permitirse bajar barreras y entregarse; si te va mal y te decepcionan, agua y ajo (aguantarse y a joderse). Es necesario tener la confianza suficiente para saber que encontraremos a los buenos. Si no lo intentamos no llegarán: “Perro que no anda, no tropieza hueso”
Con el tiempo me aparté de familiares que en su desarrollo personal tomaron la decisión de adoptar posturas demasiado distantes de la mía; no hablo de tener diferentes posiciones políticas, sino del hecho de haber perdido la ética para manejarse en la vida. Sucedió lo contrario con parientes lejanos, con quienes nos reencontramos en redes sociales, entendimos que las experiencias vividas nos habían cambiado, y reiniciamos la relación.
Mi prioridad para elegir pareja pasó, durante años, por el compromiso social de los candidatos; la pasé bien y no tan bien. Hasta que la vida me fue mostrando que son otros los parámetros a la hora de evaluar. Llegó él… y aquí estamos, pero es otro cuento.
Disfruto de amigos, quienes acompañaron cada momento de mi vida. Los que quisieron irse se fueron; yo también tomé esa decisión alguna vez. Caminar es darse el permiso de tropezar, y hacer de las desilusiones un motivo más para seguir avanzando.
La familia de sangre, sumada a la que elegí y a los amigos, son todos afectos que me rodean, y que defino como mi Gran Familia. Cada persona que tuve o tengo a mi lado, sumó un granito de arena en la formación de mi personalidad, de todos aprendí, espero yo también haber sembrado alguna semilla.
Incluyo en mi entorno no tangible a mis maestros; a los escritores e intérpretes que me regalaron enseñanzas en sus libros y canciones, a mis filósofos más leídos, los ejemplos de vida de los luchadores que más respeto, a mis poetas más amados. Todo lo que hice mío de ellos me enriqueció, por lo que los considero familia.
La suerte nos acompañó a tantos, aunque no siempre sea sencillo verlo y no lo agradezcamos lo suficiente. El nacer en ciertas geografías y culturas podría habernos obligado a muchísimo dolor y falta de oportunidades. El resto lo pusimos cada uno, lo que pudimos, lo que nos permitimos.
No es sencillo vivir, y es absolutamente hermoso; una nueva oportunidad con cada despertar, en cada segundo, todo el tiempo, siempre y sin más límites que el final. Por no tener miedo al dolor, sufrí; pero tampoco le tuve miedo al amor, producto de él es mi Gran Familia, llena de gente absolutamente necesaria.
OPINIONES Y COMENTARIOS