Desde pequeña mi padre se encargó de que conociera el mar y supiera de la existencia de aquellos seres que transitaban en él. Mi padre siempre me dijo que el mar no es un enemigo, ni mucho menos una amenaza, y que tampoco hay que tenerle miedo, sino al revés; el océano es lo más bello y hermoso que poseemos y sin embargo, no lo sabemos aprovechar.
Nací y crecí cerca del mar. Se que para muchas personas el mar es simplemente agua y animales, pero para mi es más que eso. Forma (o formaba) parte de mi y gracias a mi padre he adquirido ese entusiasmo que él mismo tenía desde temprana edad.
Levantarme por la mañana e ir a tocar el mar cada día no tenía precio. Dejar que el agua tocara mis dedos de los pies y sentir esa fresca sensación de creer que estaba nadando con los delfines… Solíamos hacer esto día si y día también (no había día que falláramos). El mar nos unió a mi padre y a mi pero también nos separó. Desde que mi padre falleció el mar ha dejado de transmitirme aquella confianza y tranquilidad que antes tenía. Y es que ya no miro al mar con los mismos ojos desde que él no está aquí, en la tierra; porque lo que era mi mar ha dejado de serlo desde que él se marchó de mi lado.
Imagen de Google
OPINIONES Y COMENTARIOS