Hundidos en aquel viejo banco del boulevard, de pronunciado desgaste, pensaba en los acontecimientos que constantemente nos sobrevenían a nosotros. Por inclemente que ocurrieran, era preciso para asimilar lo que nos correspondía aprender.

Mi abuela, poseía una particular tendencia de expulsarnos de casa por cualquier simpleza que sucediera, pues, era su forma de demostrar su matriarcado ante sus hijos o nietos. Cuando eso sucedía mi madre evitaba de cualquier modo que se recordara el episodio con enojo. Pienso, que eso nos ayudó a respetar a su progenitora a pesar de las provocaciones verbales que de forma incesante presenciábamos.

Cuando llegaban los tiempos de salir, mi madre ocultaba ante sus hijos su deseo de llorar y disolvía su coraje en la lucha por proteger la infancia e ingenuidad que ostentábamos, lo que conseguía a la perfección. Nos ahogaba en abrazos, acariciaba nuestros cabellos y se decía para sí: no te aflijas, el hogar somos nosotros, dondequiera que vayamos.

Ese viejo banco del boulevard, le servía para reposar; también para pensar en qué zona nos tocaría pasar la noche, hasta que a mi abuela se le pasara su malestar. Mientras tanto, sus retoños bajo su supervisión, corríamos de un lado a otro, contemplando las piedras del camino, inventando juegos extraños e imaginarios, disfrutando del frío cálido del crepúsculo, hasta que nos mostrábamos exhaustos más o menos a eso de las once.

Era exacta la hora para iniciar la partida de aquel espacio y conducirnos en silencio hasta la iglesia del pueblo, donde nos recibía el custodio de tan amplio lugar, un anciano amable de setenta años. Bueno, así lo veían mis pequeños ojos. Allí, rememoro los recuerdos de las arepas deliciosas de chicharrón que con manifiesta práctica él nos realizaba, así como los bancos largos donde derrumbados del sueños nos proporcionaba con grandes cobijas acolchadas, exclusivamente hasta las cinco de la mañana por si algún miembro eclesiástico se le ocurría madrugar.

Ese y otros momentos de quiebras familiares, pienso, mientras miro a mi pasado, me ha hecho fuerte ante éste período de crisis que como nación vivimos. Recuerdo e interpreto algo que una vez leí: «conseguimos iniciar de nuevo, no desde cero». Podemos comenzar de nuevo, sabiendo lo que hemos experimentado en el recorrido. Elevarnos entre la adversidad, es como sentarse en ese banco, visualizando esa niña que era y que gozaba del cobijo de su madre.

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