Cierra por un momento sus profundos ojos y piensa en todo lo que ha vivido. Ya no se puede imaginar un mundo diferente, sólo piensa en él.
Luego de un prolongado silencio, un trueno rompe con el clima de paz y termina con la meditación de Luxo, que yacía relajado en su cama. Sus ojos se abrieron rápidamente, dando a conocer sus pupilas tan negras como el café. Decidió que era un buen momento para levantarse a desayunar.
Por la ventana no se podía observar más que una gran cantidad de agua cayendo del cielo en forma de gotas, ruidos, y una que otra piedra. Al llegar a la cocina, puso a calentar una vieja pava desgastada por los años, con un poco de agua. Le gustaba mirar el fuego, mientras se le venían a la cabeza mil analogías que lo llevaban a compararse con él. «Hace un tiempo me hubiese imaginado como la pava», pensaba sonriendo.
Después de un tiempo de pie, mirando por la ventana, sintió el agudo sonido y una extraña sensación de alivio al saber que ya había hervido el agua. Se preparó un té. Mientras miraba hacia afuera recordaba, recreaba aquella fría y oscura noche lluviosa por la que había pasado al pisar Barcelona por segunda vez en su vida. Un paraguas destrozado por el viento, y cerca de quince cuadras por caminar desde la plaza de Cataluña, hasta su alojamiento de destino, donde pasaría unas pocas noches antes de tomar su vuelo de regreso hacia Argentina. Edificios hermosos, un suave tono dorado que se hacía apreciar aun en la tormenta, y se extendía a lo largo de todo el trayecto. La ciudad se dejaba conocer desde su lado más indefenso sin perder el encanto en el camino.
Sorbiendo suavemente de la taza, entre muecas de nostalgia y alegría, se acordaba de los lindos momentos que había pasado en el viejo continente. Tantas historias, tantos lugares, y tantos personajes que nunca más podría olvidar…
Se acordaba de aquella vez que, llegando a Berlín predispuesto a no entender palabra alguna de alemán, descubrió más mexicanos, españoles y argentinos que alemanes mismos. Otra impresionante ciudad llena de historia, y de historias para contar. La de Carlos que insistía en ir a tomar unas cervezas a las 10 de la mañana, María que les hablaba con tanta pasión de la política, una pareja de mexicanos que le hacían comprar en lugares baratos para poder ahorrar unas monedas. Cuatro argentinos volviendo de visitar el campo de concentración de Sachsenhausen, filosofando acerca del gran valor que tiene la vida.
De esas noches en el bar del hostel donde se encontraba con polacas, chinos, o incluso más argentinos, no se iba a olvidar jamás.
Hablando en el desayuno, sobre sus pasadas visitas a Brujas, en Bélgica, coincidían en que era un lugar soñado. Los adoquines, los canales, las bicicletas en la vereda y tantas otras cosas que se hacían extrañar.
De la magia de una ciudad a la magia de otra, la semana siguiente en Praga fue increíble para él. ¡Ahí si que tuvo que hablar en inglés! Tanto así que terminó conociendo a más personajes inolvidables en su historia. Dos rusas con las que fueron a Viena, a pesar de lo difícil que era entenderlo por momentos, riéndose de cada sutil error en su vocabulario, debido a sus ligeros conocimientos del idioma anglosajón. Enormes palacios, bellos museos y la música callejera más linda que le tocó escuchar en el viaje. La capital austríaca se ganaba un espacioso lugar en el cajón de los recuerdos.
De vuelta en Praga, pudo disfrutar de un tour con las mejores cervezas que podría haber probado, junto a la compañía de tantos compañeros españoles que se terminaron convirtiendo en sus amigos.
Costo marcharse de ahí, pero él sabía que le esperaban más destinos por visitar y más caminos por andar.
Pasando por Bratislava, conoció la increíble historia de Javier, de Alicante. Hacía 1 año que estaba viajando por Europa en su bici y pensaba seguir haciéndolo hasta llegar a Noruega para ver las auroras boreales. Le contaba de los paneles solares plegables que se cuelgan en la mochila mientras uno pedalea, para cargar la batería del celular.
Despidiéndose una vez más, dándole lugar a la próxima capital, emprendería viaje hacia la que luego recordaría con el título de «la ciudad más hermosa del mundo«, Budapest.
Recién llegado, contento, pero cansado de tanto viaje, tuvo que perderse entre las calles mientras oía algunas voces cercanas para darse cuenta de la realidad que vivía; un lugar totalmente nuevo, un idioma totalmente desconocido. Luego de unos minutos pudo encontrar el hostel.
Hablando en inglés con la recepcionista, como se podía, se enteró de la hora del desayuno, cuál era su cama, y unos cuantos detalles más que debía saber del lugar donde pasaría su estadía.
En poco tiempo, llegaron al alojamiento personas de todos lados. Una mujer ecuatoriana, un brasilero, un estadounidense, un turco, y otros más. Parece que las buenas historias seguían a Luxo por cada lugar donde pasaba, como una especie de compañera infalible. Al rato, el mismo se encontraba compartiendo unas cervezas con Ana, charlando con Hudson, mostrándole orgulloso un poco de rock argentino a la recepcionista como una especie de revancha contra los temas húngaros que habían sonado previamente. Más tarde se enteraría que John, nacido en Texas, había vivido varios años en Córdoba, y otros más en Buenos Aires. Hablaba perfectamente español.
Terminarían siendo sus amigos para siempre.
Faltaba poco tiempo para volver a Barcelona, un recorrido nocturno le vino bastante bien para terminar de enamorarse de la ciudad…
Esta es la historia de un hombre que se volvió niño otra vez, al darse cuenta de lo inmenso que era el mundo. Tuvo que volver a nacer, ser capaz de soñar despierto, y sobre todo, aprender que la vida es un viaje que enseña con experiencias, segundo a segundo, sólo hay que dejarse sorprender mientras se disfruta el camino.
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