De Viedma a la mágica playa de La Lobería.
El norte de la Patagonia es un lugar muy poco visitado por los turistas, sin embargo, ha sido mi hogar y lugar de veraneo durante los últimos años.
El viaje se inicia siempre en Buenos Aires,ciudad que transmite una fantástica sensación de libertad, de encontrarse en un país donde hay mucho por hacer y uno es más dueño de su vida. Llegando a Buenos Aires en pleno verano, es decir, en enero, te envuelve un ambiente agradable, una brisa que recuerda al Caribe. Saliendo del aeropuerto cruzamos los bosques de Ezeiza, muy extensos y frondosos, como selvas tropicales salpicadas de árboles traídos desde Europa.
Viajamos hacia el sur en autobús-cama. En Argentina se habla de “ir al sur” con una mezcla de romanticismo y espíritu aventurero. Al amanecer cruzamos el Río Colorado: la entrada a la Patagonia. Inmediatamente, el paisaje se vuelve más árido y agreste. Los tonos verdes cambian a pardos. Es un lugar duro y todo lo que nos rodea es solitario y desértico.
Las primeras noticias sobre La Patagonia provienen de una fantástica descripción sobre los aborígenes que la poblaron, realizada por Francisco Pigafetta, un veneciano que acompañó a Hernando de Magallanes. Pigafetta afirmaba que se trataba de una raza de gigantes, con pies anchos y grandes, de ahí el nombre de patagones. Posteriormente, surgió la leyenda sobre una fabulosa ciudad de los Césares, buscada durante tres siglos por aventureros, guerreros, gobernadores y misioneros. Se suponía que estaba repleta de riquezas, en ella no se conocían las enfermedades, y los españoles que lograban vivir en esta hermosa ciudad nunca morían.
Darwin, que participó en campañas de reconocimiento de la Patagonia entre 1826 y 1836, dijo de ella: “Todo lo que hoy nos rodea parece eterno. Y, no obstante, el desierto hace oír voces misteriosas”. He comprobado que no solo voces, sino imágenes, la luz cambiante a lo largo del día hace que veamos cosas diferentes, los objetos aparecen y desaparecen de un momento a otro.
Apenas quedan indios originarios de la zona. Muchísimos onas, puelches, araucanos y tehuelches murieron en las campañas del Sur. Las conquistas para ampliar el
territorio argentino hacia el Sur, que se endurecieron a partir de 1879. La primera ciudad de la Patagonia fue Viedma, fundada por Francisco de Viedma y Narváez, Comisionado Real, el 22 de abril de 1779. La población empezó como un pequeño fuerte sobre el Río Negro y, al cabo de cien años, se constituyó en capital del territorio patagónico, con el objetivo de poblar las tierras más australes del Continente. Actualmente, es la capital de la provincia de Río Negro. A pesar de la fuerza de la naturaleza en que está inmersa, Viedma sigue la vida tranquila de cualquier ciudad de provincias, con sus casas ajardinadas y un hermoso paseo junto al río. Ese ritmo sereno en un paisaje tan salvaje, junto a los rebaños de vacas, le dan un aire de población del “far West”.
A sesenta kilómetros de Viedma está La Lobería, una de las playas más espectaculares que jamás haya visitado. Las mareas dibujan el paisaje y desde los kilómetros de acantilados que la rodean se ven pasar lobos marinos, que se acercan a la playa, especialmente para curiosear a los niños cuando juegan en la orilla. Los lobos marinos tienen un carácter muy sociable y, si no se los molesta, son inofensivos. En este lugar se respira un ambiente especial de paz, que consigue relajarnos y llenarnos de energía en cuanto ponemos un pie en la playa de diminutos cantos rodados. A sólo tres kilómetros del balneario La Lobería encontramos el primer apostadero de lobos marinos de un pelo de la Patagonia y uno de los más importantes del mundo. Esta reserva natural habitada por más de 4.000 lobos cuenta con miradores, desde los que también pueden verse orcas, ballenas francas y toninas overas. En los interminables acantilados que recorren esta costa vive la mayor colonia de loros barranqueros del mundo.
No solo La Lobería es una playa muy especial, también el camino de la costa, la carretera que conduce hasta ella, nos ofrece un paisaje salvaje y sosegado a la vez. Corre cerca de los acantilados y junto a espectaculares campos de trigo y pastos, en los que veremos rebaños de vacas y ovejas, así como fauna salvaje: ñandús, águilas, chimangos, maras, vizcachas, liebres y zorros.
Al final de la tarde, las puestas de sol son hermosísimas, pero siempre hay que tener la precaución de llevar ropa de abrigo, incluso en verano, porque, si el viento empieza a soplar del sur, la temperatura cambia drásticamente.
He traído un marido y dos hijas desde Viedma. No estaba en mis planes organizar así mi vida, ni enamorarme en el Caribe ni casarme en Argentina ni vivir en la Patagonia. Lo he hecho sin pensar demasiado, como me temo que terminamos haciendo todas las cosas que realmente importan en nuestra vida. Pero me alegra que así haya sido, porque me ha permitido ver mundo, hacer míos nuevos lugares, entender que todos somos iguales y diferentes a la vez y, espero, educar unas hijas con capacidad de adaptación y una mente abierta
Siempre que llego a La Lobería la saludo como a una imponente amiga, y me despido esperando volver a verla.
LA LOBERÍA, PROVINCIA DE RÍO NEGRO (ARGENTINA)
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