Cartógrafo de Mentira

Cartógrafo de Mentira

Raúl Harlev R.

18/08/2016

-Jelou, mai neim is Gonzalo and ai am alcojolic.
-Relájate, Gonzalo, aquí todos hablamos castellano.

Ciento trece días habían pasado desde que Gonzalo Borrego decidió no hablar más con su mujer ni con los tres hijos que había dejado temporalmente en Venezuela. Su primer mes de inmigrante lo había pasado adicto al bendito Skype, a las arepas (hechas es casa con la harina que se fabricaba en Venezuela pero que su familia no conseguía ni haciendo fila en el super, ni pagándole a los bachaqueros) y al hermoso sofá cama que había comprado en Ikea. Pero después de perderle el miedo a la ciudad, sintió como si estuviese estrenando un traje que jamás habría pensado comprar. Era un traje antigravitacional, sentía los hombros ligeros, el cuello erguido y le hacía andar sin mirar atrás. Esa sensación que no sabía poner en palabras marcó un antes y un después.

-Oh, cierto—gracias. Por eso he venido hasta la sede de Richmond- dijo intentando sonreír y ocultar el temblor de piernas -hay una al lado de mi casa en Oakleigh pero si no hablan inglés, hablan griego.

-¿Qué quieres compartir con el grupo?

Durante sus años de soltero, de casado, de paternidad y de… ¿fugitivo? viajaba imaginariamente entre mapas: cualquier mapa servía, sólo quería no estar donde sea que estuviese. Comparaba distancias, marcaba puntos de interés y leía datos curiosos en el Almanaque Mundial. Cuando planificó con su familia el Gran viaje exploratorio le dijo a Estrellita que pronto vivirían todos juntos en los antípodas. Él sabía que el término no era exactamente correcto pero así la aventura sonaba más divertida y menos dolorosa para su niña de nueve años.

-Estoy muy arrepentido.

Su erudición en sistemas informáticos le había servido para trabajar en una gran oficina: de siete a once de la noche arrastrando un cubo de agua y trapeando sistemáticamente entre hileras de escritorios.
Durante el día se conformaba con disfrutar de las cosas del primer mundo (o de cualquier país que no estuviera pasando por crisis económica, política, cultural, de inseguridad y de escasez) y de su pasatiempo cartográfico (o lo que él creía que eso significaba).

-Estamos acá para escucharte.

Con mapa en mano (ahora le gustaban los analógicos: de esos que no se ven en un aparato con coeficiente intelectual) y su traje invisible, recorrió su nueva vida y ciudad. Tapando con un dedo a los cuatro queridos que lo extrañaban, o a los cuatro extraños que lo querían. O que lo odiaban merecidamente. Se imaginaba disfrutando de su viaje exploratorio, que ya no tenía nada de grande ni mucho menos de familiar.

-No debería estar aquí.

Al día siguiente de regresar de su viaje, con el mapa arrugado y el traje sin baterías, se levantó de su sofá cama Ikea con antojo de arepas. Apartó la botella de ron que no había abierto desde que vino de Venezuela, y cuando quiso abrir la harina olvidada, le habían caído gorgojos. Casi temblando, fue a un grupo de esos de apoyo para la gente triste (todos eran iguales: sacar de adentro). Lo recibieron amablemente, y tras un corto diálogo, le dijeron exactamente lo opuesto de lo que esperaba oír.

-Eres muy valiente.

Se levantó y se fue en silencio a tomar su primera cerveza como inmigrante. A media noche, cuando el alcohol logró dominar su gran cuerpo, Gonzalo prendió su teléfono. Ciento catorce días de haber cortado comunicación decidió reactivarla. Leyó muchos, demasiados mensajes sin responder, cada vez más hostiles y borrosos (eran sus ojos). En los últimos, antes del fulminante ‘Este usuario te ha eliminado’, los niños le decían ‘papá de mentira’.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS