La pareidolia ‘figura’ o ‘imagen’ es un fenómeno psicológico donde un estímulo vago y aleatorio (habitualmente una imagen) es percibido erróneamente como una forma reconocible.
Los hijos decidieron que ya no podían con él, así, de un día a otro, sin admitir un no por respuesta, y sin posibilidad de elegir.
Eso sí, le dejaron llevarse todos los objetos indispensables. Aunque no contaron con que para él, indispensable, era todo su mundo.
Y cuadernos, viejos libros y cacharros ya sin nombre se repartían como podían, haciéndose sitio unos a otros, como en la baca de un supermirafiori preparándose para las vacaciones.
Ya llevaba más de un año allí, entre esas paredes amarillo tuberculosis, cuando descubrió el anuncio que esperaba en el periódico.
Hacerse con un teléfono, le costó un pequeño soborno a la hosca enfermera del turno de noche, la que no podía tener hijos, aunque eso no era necesariamente malo, que recogió los billetes de sus ajadas manos con aire goloso.
– Joder, hija de puta, cuelga ya. Rumiaba irritado.
Pero la “hija” en cuestión no daba señales de vida, ni de muerte y con tanto estirar el brazo para llegar al teléfono, se le desenganchaba cada dos por tres el gotero. Ya tenía más de veinte marcas de pinchazo, en unas venas gordas y torcidas, como varices de vieja.
No soportaba más el roce de sus obesas piernas con la sábana bajera, plastificada, por si acaso…
Ya se sabe, a veces, las enfermeras se entretienen demasiado en la pausa del café…
-Esas brujas retorcidas que parecía que disfrutaban las cabronas, haciendo que casi me estallase la vejiga. Relataba, al tiempo que pensaba que ésto aún podía durar meses…
Violentamente, volvió a agarrar el teléfono, esta vez daba señal…concertaron la cita para la noche siguiente.
Mientras llegaba la hora volvió a leer el anuncio:
-Discreción asegurada, facilidades de pago, experiencia demostrada, máxima rapidez y eficacia, resultado garantizado, en caso contrario le devolvemos el importe.
Era justo lo que necesitaba.
Empezaba a impacientarse cuando la vio entrar con aspecto cansino.
Traía un maletín desgastado del que extrajo varios catálogos ilustrados, a todo color. Los ojeó concienzudamente: Disponía de un servicio básico, avanzado, complemento plañideras, servicio indoloro express.
Sé decidió por este último.
No es que quisiera acabar hecho un faraón a sus setenta y dos años, pero tampoco como puta por rastrojo.
Solo le hizo una petición, concederle diez minutos antes del desenlace.
Ella estuvo de acuerdo. Además no tenía fuerzas para discutir, llevaba la camisa por fuera, arrugada y llena de lamparones de grasa.
Acababa de prestar servicio a todo un autobús del I.M.S.E.R.S.O.
Después de firmar el cheque, se dedicó con empeño a emplear eficazmente sus últimos diez minutos.
Se obligó a beber durante algo más de cinco todo el agua que pudo y la que no.
Y por último se dedicó, plácidamente, a dejar que la cálida meada, tantas veces contenida a la fuerza, inundase no solo el pañal, sino gran parte del colchón de la cama, de la que previamente había desterrado la maldita sábana de plástico.
Y lo vio.
Lo vio con la clase de claridad que dan algunas pareidolias:
Las caras de Bélmez, allí, en el colchón, pintadas con orines.
Ya en el final y sentada en el sillón de al lado, la muerte le oyó reírse.
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