La música del alma nos convierte en intransigentes al creer que es la más hermosa de todas, por eso sólo escucho el ladrido del chacal o la risa de la hiena cuando la púrpura del miedo se interpone entre nosotros y el resto del mundo.

Nunca es el momento porque nunca estás preparado. La vida te zarandea como si fueses una marioneta manejada por algún siniestro gurú, consiguiendo que La Creación, nodriza infanticida que juega con las almas, esparza sus semillas en terrenos de barbecho, haciendo parir sin control, ciega y confundida, la fruta inmadura y prohibida que debilita la existencia. Después, nos imponemos máscaras y sayos para recrear en el teatro de la vida los guiones que nos han sido adjudicados.

Te esperaba impaciente porque quería que me acompañaras en el mejor viaje que imaginarte pudieras. Vi asomar tu cabecita, tus manitas, tu pelo rubio como espiga de maíz y esos ojos azules, profundos, con los que nos mirabas a todos y sonreías. Después comprendí tu cerebro de mermelada y tu corazón de mantequilla.

En vivo no me expreso bien, debo ser cobarde, pero cuando escribo me atrevo con todo, dándome cuenta de la luminosidad que existe cuando la luz se apaga, cuando el tiempo se termina. Mamá no está con nosotros, su cerebro resbaló hacia el abismo cuando asomabas a la luz, pero nadie fue culpable porque era un rayo que tenía en su cabeza desde el nacimiento. Se marchó sin darnos cuenta, cogida de mi mano y sonriendo.

Me inclinaré, como casi siempre, hacia lo que mi mente destila, interpretándolo en un escenario ambulante y soez, como cruel tramoyista, en lugar del garito portuario que utilizaba cuando me convertí en capitán pirata enamorado que, de tanta frustración por no ser correspondido, se quedó pegado a las losetas del suelo parodiando las estrellas del Paseo de la Fama de Hollywood. Soy consciente de que cada noche deberé desmontar mi escenario para trasladarme a la siguiente población, dejando un desagradable recuerdo en las anteriores, por considerarme poco aplaudido y haberles mandado a todos al carajo como secuela del malogrado capitán pirata que fui.

Tengo muchas cosas por las que soñar y otras muchas por las que morir, pero me despierto cada día buscando tu mirada porque, aunque unas veces me has ofrecido la muerte, otras, me has dado la vida. He tenido que aprender a vivir de distinta manera, hablar otros idiomas y percibir lo intangible; a rebuscarte para conseguir tu sonrisa, a comprenderte cuando no dejas de hablar o cuando te quedas callado. Pero seguimos avanzando por etapas, de escenario en escenario, de tragedia en tragedia, como dos buenos actores que asombran al espectador del teatro ambulante o del garito portuario, vadeando puertos y ciudades para intentar comprenderlos, aunque al final siempre nos encontramos por los rincones de lo desconocido, en alguna esquina perdida o ganando velocidad en la puta carretera suicida.

Te gusta ponerte mis pantalones porque ya eres grande y quieres ser como yo. Y me río, me muero de risa cuando te veo tumbado en la cama intentando hacer confluir tu pierna con el hueco de la pernera, cosa que nunca consigues hasta que te ayudo. Y me besas, a tu manera; y me acaricias, en tu idioma; y te ríes, con esa risa que más parece un alarido provocado por la herida del Shamsir* asesino atravesando tu corazón congelado. Y me muero, unas veces de risa y otras de llanto. No hay nada que estimule mi actividad diaria porque no pierdo ni un segundo de tu vida, de escuchar tu respiración, tus ronquidos o esos gemidos que emites —¡Dios! —, que taladran mi alma y hacen darme cuenta de la ignorancia que me embarga porque desconozco su procedencia y motivación. Sólo mantengo en mi mente la obsesiva secuencia de Leonard cuando susurra: ¡Closing Time…!

No era éste el viaje de la vida al que te había invitado. No era la oscuridad de la palabra ni la ceguera en la mente. Ni tampoco un lugar callado en el que sólo se escucha el silencio. No era la maldita cuna donde el dolor se espesa y la vida urge. Era un viaje azul, cristalino, con tonalidades de amor y respeto. Con valores que no podrás comprender nunca y que yo empiezo a no saber descifrar.

Soy egoísta porque no sé cómo hacerlo. No quiero morirme antes que tú para que no sufras mi ausencia, pero tampoco quiero hacerlo por la tuya. Y vuelvo a ser egoísta, porque me invento la potestad de recabar en mi vetusta calavera, tu esencia desde mi ausencia.

No reconozco ninguna sabiduría, pero acudo a nuestras miradas para que seas tú quien tome la última decisión. Mientras tanto, quiero vivirte, conocerte y amarte como lo hago, desde la profundidad de mis entrañas, escuchando la voz que llega hasta mí y me habla del sacrificio que realizó para traerte a la vida. Una voz que me anima a que cuide y mime el fruto de su vientre, la meta que culminaba el amor que nos teníamos.

Vivo sin ningún otro sueño ni meta que alcanzar, sólo acompañarte y quererte, consolidando tu futuro por si mi voz se apaga antes que la tuya. Besarte, agasajarte y agradecerte delante de los miles de espectadores que cada noche acudan al teatro ambulante o al garito portuario. Y como siempre, seguiré durmiendo abrazado a una botella de Johnny Walker en lugar de acurrucarme en la umbría de tu corazón, porque no quiero que termines por convertirte en un niño mimado y consentido.

Brama el cielo y su consuelo es llorar sobre la tierra anegada y yerta, esperando el momento indefenso en que nos encontremos frente a frente, sin sayos que cubran las almas, ni máscaras nuestros rostros.

Cuando sea el tiempo final.

FIN

PD. Meditando sobre todos aquellos que, habiendo sido invitados al viaje de la vida, piensan, sienten y actúan de manera diferente.

* Shamsir – Palabra persa que engendró la cimitarra a través del italiano.

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