Viaje en hamaca (hacia la profundidad del ser)

Viaje en hamaca (hacia la profundidad del ser)

Desde muy temprano, Juana , estuvo ausente. Sus pies andaban, sus pasos sonaban, sus manos hacían, pero ella no estaba. Cada tanto, se detenía en el oscuro pasillo, frotaba sus ojos enrojecidos por el llanto, y escudriñaba el jardín a través del ventanal salpicado de rocío. Los macizos de margaritas, lavandas y azucenas, ocultaban una mancha carmesí entre los pinos, la hamaca. El viento gélido hacía rodar las últimas hojas del otoño, silbando entre los álamos.

Dejó el delantal sobre el respaldo del sillón, buscó su abrigo, se puso su gorra de
lana y los guantes de cuero, abrió la puerta cancel y sopapeada por el temporal,
avanzó por el sendero de pedregullo hacia la hamaca. La hamaca, de madera y soga, pintada de rojo, la esperaba. No dudó un instante. Se sentó, cerró los ojos cansados y su ser se dejó llevar por esos brazos extendidos que la arrastraban silenciosos. Sólo el silbido tenaz del viento, y el chirrido de esa puerta lejana, que se entreabría lentamente, la turbaba.

Con los ojos cerrados, sus pies apoyados sobre el suelo húmedo, tomó impulso, comenzó a hamacarse, y sintió que la presión del abrazo cedía. Sus manos sujetaban las sogas, no quería que ese movimiento familiar la abandonara. La hamaca, su niñez, la niñez de sus hijos. Se sentía segura.

Primero, escuchó sólo un susurro irreal, frases entrecortadas, ininteligibles, luego voces conocidas, cada vez más cercanas. Palabras, marcas indelebles, recuerdos.

Sus piernas machacando el suelo, aprovechaban el envión, y recuperando sus propias huellas, se extendían a lo alto, sacudiendo el aire, recuperando pasado.

Detrás de la puerta abierta, otra puerta entreabierta, y luego otra cerrada. Apenas parpadeaba. Seguía hamacándose rodeada de voces. Suspiraba. Latía.

La hamaca en su ir y venir, la animaba a franquear la primera puerta, sin abandonarla, acariciando con el vaivén sus sentidos, que poco a poco se empaparon de su niñez feliz. Las imágenes desfilaban serenas, entre el tibio abrazo de esas voces amadas, en su primer hogar, la casa de la calle San Luis , su cama debajo del
ventanal del comedor, el miedo en las noches de tormenta cuando la lluvia
azotaba la persiana, el patio con el tanque de agua de lluvia y las níveas calas, su madre con su delantal a cuadros y la neblina en su mirada, sus hermanos saltando el paredón para ocultar sus travesuras, la cuna con la bebé, su hermana, y esos momentos mágicos en la falda de su padre, donde el mundo se agigantaba, escuchando sus relatos, o su voz, entonando los tangos de Julio Sosa…

Ante las primeras lágrimas, la hamaca reaccionó, y suave, muy suavemente, se internaron juntas, en la casa de la calle Sarmiento, su segundo hogar, impregnado del perfume de las flores de la acacia bola. Soga y manos unidas, columpiándose, mientras el corazón iba disparando nuevas escenas a borbotones, el mantel celeste bordado cubriendo la mesa, las milanesas con puré, sus padres hablando en el cuarto de al lado, la trenza prolija de su hermana, los kartings de sus hermanos, y ella rodeada de libros, muchos libros, siempre libros.

Adelante, atrás…adelante, atrás…la hamaca se movía, avanzaba… Poco a poco, la niñez, imágenes y voces, borrosas, se escondieron tras la primera puerta, que se cerraba.

Juana apretó sus manos sobre las sogas, clavó sus pies en el suelo, y con
los ojos cerrados, se resistió a pasar la segunda puerta, que esperaba abierta. Pero la hamaca, le susurró algo al oído, luego sopló, y nuevamente el movimiento de ida y vuelta, la fue transportando en un vuelo rasante hacia otra ciudad. Sintió frío, sintió miedo, pero lentamente enfrentó cada momento, cada recuerdo, en ese, su viaje a la
intimidad del ser. Quería encontrarse, buscaba aceptar, necesitaba curar esas heridas que dolían tanto…Y recorriendo los laberintos de su adolescencia, entendió a su padre, y despejó la neblina en la mirada de su madre…Va, viene…otra vez, la hamaca acurrucando su alma…

…Y de pronto, un golpe…la segunda puerta se cerraba…y una fuerza sobrenatural empujó a la última…La hamaca se detuvo, las sogas temblaron, y Juana con sus pies impulsó el movimiento, inclinando su cuerpo hacia adelante, logró vencer la quietud, y avanzó, adelante, atrás….adelante, atrás…Sus manos, la soga, el movimiento, la magia de los recuerdos, los aromas, los colores, esas imágenes amadas que, una y otra vez recorría, insaciable, y que, sin cansancio, evocaba, desesperada… Entre tantas idas y tantas vueltas…sus rostros… y en el aire que respiraba, que la acariciaba, que la sostenía… sus manos… la hamaca que susurraba….y ella, allí, en el mismo centro de su ser, donde las heridas dolían…donde el duelo no hecho se mezclaba con culpa, con impotencia, con osadía…Y el ruido del motor de la lancha… sus ojos bien abiertos mirando el lago… el agua helada…el cielo azul… el eco entre las montañas repicando sus gritos…sus manos cacheteando el agua…sus hijos…el vacío, la nada… allí mismo, en la más profunda intimidad de sus ser…nada.

La puerta se cerró. La hamaca, la soga, sus manos, sus piernas impulsando otra vez el movimiento…una y otra vez, cientos y miles de veces…

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