Amas, aprendes y continúas.

Amas, aprendes y continúas.

Despierto y me mareo. Será porque estoy en tu barco. Hemos vuelto a salir a flote. Pocas horas antes, nos hundimos. El barco se hizo submarino. Encendiste la luz porque querías verme. Pero la luz, como todo en el barco, no era normal. Se filtraba a través de un ojo de buey. Entonces el barco comenzó a hundirse, se metió entero en el océano y ahí se quedó. Por eso la luz que nos permitía vernos era azul. Por eso sentí que estaba debajo del mar. Como cuando llegas al final de una historia, pero en realidad esa historia no acaba: puedes escapar mar adentro y profundo, y elegir otro final.

Sabía que todo iba a ser perfecto. 5 amigas, una casa blanca, agua salada y arena. Todos los días eran iguales, pero no aburrían. Acababan como deben acabar todos los días: viendo al sol bañándose en el mar. Normal, estaba cansado de quemarse para darnos luz y color a nosotras. 14 días con todas sus puestas. Y el 15 se acababa todo.

Pusimos banda sonora a la particular película de verano. Todos los días sonaba Quique González. El mismo disco. Y cada día íbamos descubriendo nuevos matices, nuevas interpretaciones. El coche sin Quique no era viaje: “Te acariciaba el viento de Poniente, te llevó a la arena bañada en salitre. Te acariciaba un marinero en tierra, pero esta vez no era yo. Te conocí en Conil de la Frontera, nunca es primavera donde tú creciste…”

Fotogramas perdidos. Aparece el marinero en tierra, cerca de Conil. “Si un Norte se te ha perdido, por el Sur anda escondido” -eso dicen los marineros-. Un marinero del Norte que escapa como todos los que llegan al Sur. Se mueve como pez en el agua con su barco en tierra. Algunas noches, el barco varado recibe la subida de la marea, porque aquí la marea sube cuando sube la luna. La marea es inmensa. El barco queda sumergido por completo. Por las mañanas, las algas, que tienen los mismos anhelos que las sirenas por tener piernas, se vuelven árboles de grueso tronco y copa verde y tupida. Es un secreto, no lo cuentes… casi nadie sabe lo que realmente está viendo cuando mira los árboles que rodean tu barco. Pero tú sabes tan bien como yo que los olivos, los jazmines y las buganvillas son algas, corales y caracolas.

Me apetece seguir viendo y viviendo esta película. Cuando parecía que acababa la aventura en Conil, llegaste tú con tu barco y el cinematógrafo comenzó a funcionar de nuevo. Me regalaste un día más. Gracias. Me has dado uno de esos momentos que la vida pone ahí para que no lo sueltes, para siempre. Soñaste lo que íbamos a hacer. Le diste esquinazo a Morfeo. Me llevaste a tu playa. Me subiste a tu barco. Me paseaste por la proa, por la popa, a babor, a estribor. Me contaste tu vida. Escuchaste la mía. Debió enfadarse mucho el dios de sueño contigo esa noche. Y conmigo más, pues era su principal enemiga. Hubo un momento en el que pensé que me ganaba la batalla. Nuestra lucha era continua y en silencio. Entré en tu camarote, ése en el que no entra casi nadie. Me tumbé en tu cama, esperando que nunca entrara en juego una red que la dividiera en dos. Apagaste la luz. Me dijiste “buenas noches”. Detrás de ti, Morfeo me miraba y se reía mientras te tendía la mano. Pero de repente, la tuya encontró mi cara:
– ¿Donde estás que no te encuentro?
Después de tu mano me encontró tu boca (¡por fin!). Morfeo se diluyó con cara de odio. Será más tarde.Yo sonreí y me dejé llevar.

Cuando acechaba de nuevo, reclamándote, pues se moría de ganas de atraparte en sus brazos, volviste a empujarlo fuera de la cama:
– Lo que tienes que hacer es tumbarte y encontrar una buena postura para dormir.
– No, lo que tengo que hacer es acariciarte y darte besos, si a ti no te molesta.

Nada que decir. Sobran las palabras. Amas, aprendes y continúas.

¿Sabes lo mejor de creer que te has colado en una película por filmar? que tú eliges quién eres: pirata, marinero, polizón, capitán o pescador de atunes. Yo elegí ser Hada Madrina. Te concedí 5 deseos que no caducan. Si los necesitas, dame un silbidito.

FIN

Al sur del sur.

En algún lugar entre Conil y Caños de Meca.

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