Llegamos a Moscú a última hora de la tarde, era julio con un tiempo fantástico. Nos esperaba un plan bien completo al día siguiente, pero había que salir, había que ir a la Plaza Roja de inmediato.

Entramos por donde corresponde, por la Puerta de la Resurrección después de pisar el Kilómetro Cero. La puerta por donde pasaron los reos camino del patíbulo; por donde entraron los zares y por donde acudieron “los obreros de las fábricas de los barrios que traían a sus muertos” (1) un día de aquel octubre de 1917.

Al entrar no vi la plaza, es decir no presté atención al espacio central porque los edificios que la rodean me sobrecogieron. ¡Qué extraña sensación! Una mezcla de edificios sin relación aparente entre ellos, tan perfectos, tan limpios. Cada uno con su historia, todos ellos testigos de increíbles episodios que estremecieron el mundo. Me dieron entonces ganas de girar sobre mi misma, para no pasar por alto ningún detalle. La había visto tantas veces en el cine…., pero no, no era lo mismo.

Y de pronto miras la plaza. No hay nada, es un espacio limpio y cuidado, pero sin nada. No hay bancos, ni árboles, ni fuentes, como en las plazas que yo conozco. Entonces me doy cuenta de la gente que nos rodea, todo el mundo tan asombrado como yo. Haciendo fotos y más fotos. Y pienso que es eso, que la Plaza Roja son la gente que está allí, que esa es su grandeza. Ahora somos los turistas con nuestros teléfonos inteligentes y los palos de selfies, pero antes fueron otros muchos los que escribieron la historia de la humanidad en esta plaza. Y para eso está Lenin en su mausoleo para recordarlo.

Imaginé en ese momento a la muchedumbre escuchar y aclamarlo en la tribuna; también imaginé a los moscovitas celebrando el Día de la Victoria sobre la Alemania nazi cada nueve de mayo con los grandes desfiles que retumban en el empedrado tan lustroso…, porque la Plaza Roja tiene algo de sagrado, que para eso es el corazón de Moscú.

Pero quise llevarme otra visión más amable de la plaza. Entonces pensé en la anécdota del joven alemán que posó su avioneta en la plaza en 1987; me imaginé como sería el “Festival del Libro” cuando cada junio se reúnen allí para conmemorar a Pushkin; y me vino a la cabeza entonces un disco, un vinilo, que mi cuñada Estrella me trajo de Moscú hace ya años y que recogía el “CHOBA B CCCP” (Back in the URSS), el concierto que Paul McCartney dio en la Plaza Roja en mayo de 2003.

Lo estoy escuchando mientras escribo esto, aunque se me viene a la cabeza todo el rato “La Internacional”.

Moscú, Julio de 2016

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