El Periodo de Prueba fumeta

El Periodo de Prueba fumeta

Hasta que llegó la crisis, la reforma laboral y ésa “libertad” de mercado que puso al Cristo del revés, tuve la suerte, no sólo de empalmar un trabajo con otro, sino que además fueron relaciones profesionales bastante largas.

En el año 99, después de currar  durante 8 años para el departamento de explotación de sistemas informáticos en el llamado “Banco Inversión” en un ambiente de trabajo extraordinario, tras la fusión con la entidad conocida como “Argentaria”, el paisanismo, el compadreo y la humildad de la que gozábamos todos los que allí currábamos, se vio invadida por una colección de pijos muy majos de voz aflautada que utilizaban gemelos en las camisas y  olían muy raro (al menos para mí, acostumbrado al “Brumel” que utilizaba mi padre).

Tras la incursión pija, empezaron los despidos, y la sospecha de que nuestra defenestración sería inminente. Hecho que se produjo a los pocos meses.

Pero la suerte hizo que no tardara  más de tres semanas en encontrar una ocupación. En mi nuevo trabajo, me encontré muy a gusto desde el principio. Era una multinacional nórdica, y el ambiente era de lo más cordial y amigable. Una de las primeras cosas que me enseñaron fue un “serpetín” de birra que siempre tenía un barril de “Carlsbërg” conectado,  lo que me hizo pensar en la afición al pimple de directivos y empleados en los ratos libres.

Mi responsabilidad en el recién estrenado curro era la de administrar los sistemas informáticos, por lo que supuse que tenía que reportar a la dirección general. De hecho, fue el propio director quien me hizo la entrevista, así que me imaginé que éste sería mi jefe directo.

A las dos semanas de mi primer día, conocí a Manolo. Me llamó porque él asumía la dirección financiera de la compañía debido a que el anterior responsable había sido despedido tras unos asuntos bastante turbios, y quería que le preparase su nuevo PC, con los datos importantes del anterior director. Flipamos con la cantidad de pornografía –legal- que contenía su disco duro, y de cómo contrastaba con la literatura que predominaba en sus estanterías, y cuya obra destacada era “Camino”, de Monseñor Escrivá de Balaguer (fundador del opus). La carpeta en la que se incluía dicha “información personal” no es que estuviera encriptada precisamente, ya que figuraba como “Tetas y Culos”.

El tipo de contrato que firmé fue aquel nostálgico “Indefinido, con dos meses de prueba”, por lo que puse todo mi empeño y dedicación en conocer los sistemas, usuarios, e intentar dar el mejor servicio posible. En las horas de la comida (la empresa disponía de una cantina con cocina y comedor propios) me juntaba con una cuadrilla que contaba con una chica muy simpática que me estuvo braseando con el argumento de “El ‘nuevo’ se tiene que cantar un villancico en la comida de navidad”. Fue tal la tabarra que me dio durante semanas, que finalmente me logó convencer.

También conocí a otra chica que vivía en un chalé familiar, y cuyo jardín utilizaba su hermano pequeño para la siembra y recolección de plantas psicotrópicas.

El día de la celebración, mi nueva amiga se acercó a mi mesa, y en lo que tardó en decir “toma!”, me dio una bolsa de plástico y se marcho casi a la carrera, no sin antes guiñarme un ojo y dedicarme medio segundo se una sonrisa brillante y perfecta. Cuando abrí la bolsa, no tuve ni que mirar lo que había en ella, ya que los cannábicos efluvios delataban a los 4 o 5 cogollos que se hallaban en su interior.

Al poco rato, subí al comedor y  no tuve opción de ubicarme en otro sitio que no fuera el único que estaba libre: El asiento que estaba enfrente del director general.

Después de la comida, tras las palabras de buenaventura por parte del Señor Director, y ante la cojonera insistencia de “la que te cuén”, éste me instó a que cantara un villancico. Yo objeté que,  de dicho género, lo único que me sabía eran  los estribillos, “pero si queréis, me puedo cantar un blues”,  dije.

  • “¿Un blues?, venga !!!”. respondieron.

Así que saqué la armónica (la cual tenía preparada, por si llegaba el temido momento) y entoné “El Romerano”, una adaptación-lumpen de un tema del grupo “Pata Negra”.

Por citaros la primera estrofa de dicho blues, ésta rezaba así:

“Romerano!

Le decía a su mamá: Ay! dime mamaíta mía si los limones tienen plumas.

Y su madre le decía: Hijodeputa! Has estrujao al canarioooo!!!”

 

Los caretos de los presentes no se pueden describir con palabras. Unos se partían de la risa, otros, de pura vergüenza ajena,  no sabían dónde meterse, y la mayor parte, no daba crédito a lo que escuchaba…

 

Luego  vinieron las copas de cava, la música, y los cubatas. Y con ello nos dieron las 10 de la noche a los cinco más trufas, mientras contábamos chistes y chascarrillos en torno a una mesa que servía de hoguera. En un momento dado, Juan,  jefe del Archivo,  dijo:

 

  •  “..pues yo me fumaba un porro!”

  • “Espérate, je, je, je…” Le dije, mientras me levantaba  de mi asiento.

     

    Bajé a mi mesa, seleccioné medio cogollo, me lo subí, y delante del compañero-jefe, me rulé un petardo de dos papeles al más puro estilo “Bob Marley”.

     

    En medio de la fumada, irrumpió Manolo, el director financiero, y mientras decía “Coño! Aquí huele a buena mierda!!” nos invitaba a que le pasásemos el canuto.  Al jefe de archivo le empezó a dar tal risa, que argumenté: “Sí. Pero éste se ha fumado medio mai. Mira el descojone que tiene…”

     

    Manolo se terminó el porro, y muy cordialmente se despidió, deseándonos feliz navidad.

     

    Cuando se marchó le dije a Juan “Vaya risa que te ha dado, macho”.

     

  • “No te jode. Tu jefe es Manolo. No es el director general, tal y como pensabas. Y te has fumado un canuto con él.

  • “ Y te recuerdo que estás en periodo de prueba” …

     

    F I N

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