Llegó a casa con el rostro demudado, el paso cansino y los ojos húmedos. Cuando Elisa intentó escudriñar su mirada, la encontró huidiza, sombría. Cabizbajo, José exhaló un fuerte suspiro y se desplomó en el sillón como si una invisible bala le hubiese herido de muerte.

– ………..me han despedido- musitó con una voz ronca que no parecía la suya.

– ¿Quéeeeee? –Elisa no podía creer lo que acababa de oír, aunque el tono y el semblante de José dejaban claro que no se trataba de ninguna broma de mal gusto. Abrió unos ojos como platos, porque no habría podido imaginar algo semejante ni en la peor de sus pesadillas.

– ¿Pero qué ha pasado? ¿Te ha ocurrido algún percance?- lo decía con la misma incredulidad con la que había acogido la noticia-bomba. José era muy concienzudo en su trabajo, en los quince años que llevaba allí nunca había tenido un incidente de importancia, se llevaba bien con sus compañeros, casi podría definírsele como un trabajador modélico. Elisa no salía de su asombro.

– Es un Expediente de Regulación de Empleo. Cierran la fábrica.

– ¿Que cierran la fábrica? Pero si es la segunda que mejor funciona en toda Europa, pero si me decías que tienen enormes beneficios, no entiendo nada.

– Cierran cuatro de sus plantas en todo el país. Esto es una estrategia patronal, no tiene que ver con sus beneficios, bueno sí… supongo que quieren acrecentarlos de forma exponencial, y para eso nosotros estorbamos.

– ¿Y a cuántos quieren echar?

  – Sumando los de las cuatro plantas, mil doscientos y pico.    – ¿Me estás diciendo que mandan a 1.200 familias al paro, teniendo los beneficios que tienen? No me lo puedo creer.

  – La última reforma laboral de este gobierno se lo ha puesto en bandeja.

  – Es que me parece imposible. Así, de la noche a la mañana…..

  – Venían corriendo rumores desde hace unos meses, de re-estructuración y cosas así, pero ésto… es un sinsentido.

Elisa se acercó a José, le puso una mano en el hombro pero no consiguió que él la mirara, estaba como avergonzado, o en estado de shock. Desde que se conocieron, doce años atrás, nunca lo había visto así. Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo, augurando todas las desgracias.

  – ¿Y qué vais a hacer?

  – El sindicato ha convocado mañana una asamblea. Supongo que lo que toca es pelear.

  – Desde luego, no vais a ponérselo fácil…

  De repente una tromba incontenible de pensamientos a cual más angustiosos invadió su cabeza: el colegio de los niños,  las actividades extraescolares, la ortodoncia de Rubén, el mayor, la hipoteca, el último préstamo para remozar la cocina que hacía aguas (literalmente) por todos lados, el 90 cumpleaños de su padre, los plazos pendientes de las vacaciones, la letra del coche, el cursillo de tecnología solar contratado en busca de nuevas salidas laborales, tras su propio despido hacía ya más de un año….  No, no podían permitirse ahora perder el único salario que entraba en casa, era una catástrofe total… sólo podía vislumbrar una salida: si mil doscientos trabajadores iban a la huelga, la empresa tendría que repensarse lo del cierre…  

  ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué, para que a miles de kilómetros de allí, unos accionistas engordaran todavía más sus cuentas bancarias, había que sacrificar a tantas familias, destrozar sus vidas y sus proyectos de futuro, por qué la inexplicable codicia de algunos tenía que arrasarlo todo?

Su mundo, sus planes, sus proyectos, se derrumbaban todos a una, la vida que habían ideado y organizado se veía en un instante vuelta del revés, aniquilada, pisoteada por un gigante sin rostro (o más bien de rostro demasiado conocido, omnipresente: desde anuncios elaboradísimos en cine y televisión, hasta inmensas vallas publicitarias, pasando por enseñas, carteles, mesas, sillas,  servilleteros, toldos, camisetas…… sin olvidar páginas enteras en periódicos de gran tirada). ¿Cómo es posible que una multinacional que gasta ingentes sumas de dinero en publicidad y promoción, estime superfluo el sueldo de más de mil de sus trabajadores?

No pensaba Elisa siquiera en términos morales ni éticos, consideraciones que  brillan por su ausencia en cuanto se trata de hacer negocio; es que tampoco en términos de rendimiento parecía lógico el plan de cierre y derribo de, junto a otras tres, la planta que todos llamaban “la Perla” por su alta productividad.

  Viendo que José no estaba en condiciones de mover ni un solo dedo, ni un solo músculo de su cuerpo, Elisa lo dejó derrumbado en el sofá, y fue a preparar la cena.  Era un ritual que les gustaba disfrutar juntos mientras se contaban sus respectivas jornadas, entre risas y solapadas provocaciones sexuales, prometiéndose multitudes de deleites para cuando los niños estuviesen dormidos. Brutalmente, todo había cambiado. Sus sombríos pensamientos la convertían en una autómata olvidada del placer que habitualmente le producía cocinar, como buena sibarita y gastrónoma que era.

  La cena no fue sino una triste reunión de mudos masticando. A los niños, asustados por la solemnidad y la preocupación reflejadas en el rostro de sus padres,  ni siquiera hubo que insistirles para que se cepillaran los dientes y se metieran bajo las mantas, y una vez acostados, Elisa intentó abrazar a su marido y ofrecerle algunas palabras de ánimo y de consuelo, pero sintió cómo el cuerpo de él se ponía rígido, cómo eludía la mirada ansiosa de sus ojos, y apartaba suavemente sus brazos, como un leproso temiendo contagiar a un bienintencionado misionero.

  Esa noche, en lugar del cálido refugio donde vibraban sus fantasías y se multiplicaban sus caricias y carantoñas, compartieron un  tálamo helado en que dándose la espalda reprimieron con todas sus fuerzas los sollozos que sacudían lúgubremente el colchón bajo su desesperación.

  Ninguno durmió. Y al amanecer, los dos se miraron con los ojos rojos pero llenos de determinación: no se van a salir con la suya. Vamos a ir a la huelga, vamos a pelear, tendrán que retirar el Ere, VAMOS A GANAR ESTA BATALLA.

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