Alejandro:
Harías bien en delegar la tarea de darle la bienvenida a los nuevos. Cuando vas a abrir la puerta te sacás los auriculares pero los dejás colgando del cuello de tu buzo, sin ponerle pausa al celular. Da la impresión de que estás apurado por volver a ponértelos, y uno se siente incómodo.
El tour que nos hacés por la oficina es insufrible: “Esta es la heladera, donde se guarda comida. Esta es la ventana, que abrimos para ventilar.” Me costó aceptar que no estabas tomándome el pelo, y fueron unos 20 minutos muy angustiantes.
Al minuto 21 me llevaste hasta un montón de pelos negros, gruesos, enredados en forma de nada, que asomaban entre montañas de libros de esos que siempre hojeo en Amazon pero que nunca ni vos ni yo nos inclinamos a comprar. Dudaste con el nombre porque hacía poco que había llegado a la empresa. Patricia iba a estar haciendo testing y QA en el mismo proyecto que yo. No se movió un milímetro para tenderme la mano, ni la cara, ni nada, así que nos saludamos con un intercambio de medias sonrisas.
Ese primer día fue agotador. Escribí la lógica más bonita de mi vida. Ustedes habían estimado 2 story points, y a mí me llevó toda la jornada. Antes de irse, Diego vino a ofrecerme ayuda. ¡Yo sabía lo que estaba haciendo! Pero cada vez que pensaba en pasar esa tarea a review me imaginaba que Patricia al testearla encontraba un loop infinito y me perdía cualquier posibilidad de respeto para siempre.
Para aplacar esa humillación futura le aclaré, en nuestra segunda o tercera fila para el microondas, que yo no había estudiado informática. Pensé que iba a contestarme alguna cosa de gente con Asperger, pero me sorprendió. Ofreció prestarme unos libros introductorios y después me preguntó, con verdadera curiosidad, qué había estudiado.
Le expliqué de manera un poco vaga de qué iba mi carrera blanda y relaté apasionadamente la serie de eventualidades que me habían llevado de aquellos salones universitarios a esta industria donde se gana mejor, se hace más felices a los padres y se colabora con el Uruguay productivo.
Creo que a ella no le convenció mi amor por el suyo, porque me dijo bajito: “No olvides quién eres” al tiempo que se arremangó la campera para dejarme ver, en la cara menos peluda de su antebrazo izquierdo, un Simba cachorro y tribal.
Años de dormir en una cama fría individual, en una pieza llena de camas frías individuales, me dieron un buen entrenamiento para reprimir gemidos y sollozos, pero no pude evitar que mi respuesta a esa imagen fuera un alarido emocionado que no sé reproducir. Sonó muy ridículo, y ella se rió en mi cara.
“¡Está vivo!” le contesté al recuperarme y siguió riéndose de mí mientras sacó la comida del microondas y aún cuando se sentó a la mesa. Después googleé el tatuaje y me di cuenta de que no era tan original, pero lo sostuve como una idea admirable. Hizo que me avergonzara un poco del Hakuna Matata que tengo rotulado en el hombro y me encargué de que nadie en la oficina me lo viera jamás.
Mi simpatía por esta chica antipática no me convierte en alguien especial. Ustedes, todos, la adoraban sin que ella pusiera nada de su parte. Supongo que es el magnetismo que generan las cosas misteriosas: yo con mi franqueza paspante nunca pude hacer tanta amistad.
Una vez pusheé un fatal error. Cuando oí su silla girar, lentamente, no me atreví a darme vuelta. Dejé que la mirada de ella atravesara las cataratas de sudor frío que me corrían por la nuca. “¡Fui yo! Ya lo arreglo”.
Cuando pasó la tormentita ella se levantó para salir a fumar, y se ve que yo seguía temblando porque me invitó a ir a respirar un poco. Empecé a fumar para tener más oportunidades de hacer que ella se riera de mí. Lo que quería aclararte es que pasaron muchas horas de estos recreos en conjunto antes de que me diera cuenta. Llegué tarde. Espero que esa ignorancia prolongada me redima.
Es cierto que en el minuto 21 aquel – si hasta vos, con Lady Gaga sonándote en el cuello te debés de haber dado cuenta – sentí un flechazo irrepetible. Un fuego de espíritu. Unos ecos de mi corazón volviendo de alguna parte del alma de ella.
Pero mi ángel antivirus – el que los convenció a ustedes para que me contrataran – me tapó los ojos en ese momento, y no me enteré de que era el fuego, el flechazo, y todo eso sobre lo que la gente escribe canciones.
No logro explicar con claridad mi nivel de desconocimiento sobre el asunto. Es como cuando me preguntaste si sabía cuál era el edificio principal del BPS y te dije que sí, porque lo sabía, por más que ninguna de las 37 veces que había pasado por ahí hubiera sido capaz de señalar esa fachada y decir “Es el BPS”.
Si yo hubiera podido señalar así a Patricia, creo que no me hubiera quedado a trabajar ni un día. Una certeza así, grande e incómoda como un elefante, no me hubiera dejado atravesar el pasillo para llegar al escritorio, menos aún pasar ocho (¿diez?, ¿catorce?) horas ahí.
Era obvio que mi intensidad iba a terminar alejándola de la empresa. Ustedes jamás nos asignaron a proyectos distintos y me alegro, porque al menos reciclaron los residuos de mi afecto.
Disculpas. Mil disculpas. Fue sin querer que le arrebaté al estudio a sus dos mejores recursos: ella, que era la mujer más brillante en varios edificios a la redonda, y yo, que en el remordimiento por mi falta de talento me volví obediente e incansable.
Me quedaría, con todo y la vergüenza de entender que ustedes sabían lo que me pasaba. Me tomé estas dos semanas para tratar de seguir laburando bien, de escribir como se escribe para ella – pero sin ella es imposible.
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