Mi abuelo fue (picaor) allá en la mina…..merodeaba en la memoria musical a plena melodía, recordando la canción de aquel cantante de oficio que le traía a Mario el recuerdo de su abuelo apareciendo por el portillo de la entrada como una estampa, envuelto en un capote que le cubría de pies a cabeza, y en las manos, a cabestro con serones la motocicleta.
Acompañaba la escena y se documentaba en la oscuridad del cielo, en el resurgir de la vida bajo la lluvia en el campo en aquellos días de enero. Mientras tarareaba una de sus melodías como acostumbraba hacerlo.

           

                 Mucha culpa había en la referencia aquella, en todo ser humano a diferencia. Inundaba en aquel modo operante y medio de vida el regocijo al llegar al hogar; agua caliente, luz y candela, esposa en el trajín de tareas después de un día de trabajo maratoniano. La ropa humeaba humedad desde el (desahumador) de la casa de los artífices de la economía real en los oficios. 
    Fuerte por naturaleza, recorrían todo el día andando los latifundios del sur de Andalucía en busca de un jornal en la recolección y rebuscos, desde carga de remolacha a mano en trailer interminable, hasta recolección de la minúscula cápsula y vasillos de garbanzos en los sembrados.
       Asombraba la entereza y naturaleza firme de aquellos hombres y mujeres, de época tan cercana y lejana, ó quizás sería el resorte puro de supervivencia. Sueldo del día a día ganado con la frente a sudor, inmersos en paz y parsimonia donde se desarrollaba aquella historia, más bien vivida que contada, con sus altos y bajos en aquellos días tan uniformes del ir y venir con cántaros a la fuentes. Susurro del (afilaor) y su caramillo. ¡Niña la cal blanca! Cantaba el calero.
       
       Esta es la historia del abuelo López, un trabajador del sur con autenticidad y amor propio, el campesino no quería  subsidio, no había remuneración de alguna paga extra. Ellos querían trabajar la tierra, sentirse útil nada menos, nada más que ganarse el pan. Mientras, yo chiquillo, jugaba en aquellos aires libres al escondite y a las canicas. Un canuto de caña servía para jugar haciendo pompas de jabón, después de la lluvia bajo el arco iris. A los mayores, todo respeto. La señora palabra era todo un contrato en aquel tratado de cultura intrínseca. Terminaban en el bar después de las jornadas en aquellos días y fiestas de guardar como si en la segunda casa se tratara. El sastre y el herrero, en la empresa de la fragua, ocurrió una vez, se pusieron a cantar al son de martillo y yunque. Y le denominaron el cante hondo naciendo así en la cuna el cante flamenco.  Tertulia del zapatero, el aparcero de cogollos de palma; materia prima utilizada en bolsos, escobas, alfombras, sillas y asiento que recorrían a lo largo y ancho de la península ibérica en formación de los asientos para trenes.

    Aroma de olor a piel tratada y elaborada en los lugares donde el herrador y el talabartero en los oficios relativo a la caballería. El taxista, el recovero, el practicante, mecánicos y carpinteros en la reunión de una partida de cartas con el médico y el alcalde. 
     
     Pan para comer, previo trillado en el trillo, con bueyes y yunta en la era de trigo, y aquel inconfundible olor del horno de leña que manejaba el panadero. Albañiles, agricultores, el aceitunero, el arriero, carboneros activos, costureras y amas de casa. Mano de obra que hicieron posible por vía de lo «artesano», aquellos productos cosechados de la comunión del hombre y la tierra.

           

        Érase una vez de una generación que no conoció el (prescinlar),  ni el teléfono, la electricidad,  no había bolsa de plástico. Donde habitaba el humor, cuentan los antiguos que hubo una primera vez que apareció un auto, además de móvil. Unos salieron corriendo y otros, asombrados se pusieron las manos en la cabeza. 
No me digas que una vez no te reíste de tu sombra, mientras asistía cómo se arrugaba aquel metacrilato, te equivocaste al pintarlo y el material se arrugó como un chicharrón mientras se quemaba por la reacción química inesperada. De cuando hiciste aquel comentario en la prensa profesional, echaste el pez bueno creyendo que era el malo. Pisaste el escardillo y el mango te golpeó en la frente. Se te olvidó un pilar al empezar la obra. 
        Otros de carácter literario, escribieron de la existencia y daban testimonio de la sabiduría, del bien y del mal, riqueza y pobreza en consecuencia. _De dar al sabio es cultura y progreso, dar al poderoso es el camino de la destrucción_. _Saber administrarse_.  _Se equivoca quien hace_. Entre las frases que formaba parte de la política del abuelo.

         

        El viejo López a sus ochenta y ocho años se llevó setenta trabajados, nó por ello sin algún que otro sobresalto. En cuanto a la salud se refiere, echaba mano a las plantas y se curaba en aquellos vientos contrarios del gobierno con derechos que se fueron como vinieron. Juicios y multas por cazar entre cotos privados de caza. Un día en fechas de carnaval, dijo don Ángel, (Entre los pocos nombres propios reconocidos, que no fuera el del oficio ó mote), mi maestro _ ¿Porqué se ha de quitar, lo que puso Dios libre para los hombres?_
       Modus operandi, ciclos y civilización, según dicen los expertos. La murga de los currantes resuena todavía en los oídos de la música del cantante.

      

       Fiel y afín a la empresa, sabio y ágil, fuerte como un roble, lúcido de cerebro. Sólo que cuando llegó la hora, se llevó su alma, se apagó su vida, murió de viejo.

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