Juana Jurieles. Es una admirable mujer, de quien me voy a referir en esta narración con los más importantes episodios de su vida, para describir la grandeza de un alma humilde pero valiente, aquellas que bajo el anonimato, son ejemplos , para destacarlos como símbolo de amor, ternura, valores innatos, convirtiéndola en una aguerrida mujer cumplidora de su labor de madre, ciudadana y trabajadora incansable.
Nació en Simití, población situada al sur del Departamento de Bolívar hace cuarenta y seis años. Sus ancestros son una mezcla de razas sui-generis, pues se sabe que en la época de la conquista de los españoles a América, llegó una expedición de investigadores alemanes comandada por Nicolaus de Federmann y Ambrosio Alfinger, quienes penetraron al interior del país, navegando el río Magdalena, subiendo la serranía de San Lucas hasta la cordillera de los Andes. Simití los atrapó por la belleza paisajística, también su riqueza minera, y por la habilidad artística de los nativos orfebres . Posteriormente, ya en el coloniaje de esas tierras, el oro atrajo a funcionarios poderosos españoles, estableciéndose allí en latifundios, propiciando el incremento del comercio. Los nobles eran servidos por esclavos negros y por indígenas. Estos, curiosamente, se caracterizaban por sus cabellos rubios y ojos verdes o azules, que aún hoy persisten.
Así es Juanita Jurieles. Una campesina menudita, callada de una gran sagacidad intuitiva; madre de tres hijos de dieciocho, doce y la niña de nueve años. En el patio tiene un pancojer o granjita. Vela por su madre anciana y enferma Los tres hijos, estudian en la escuela pública. Su vivienda, inicialmente fue levantada con el esfuerzo de todos y a lomo del burrito que usan como medio de transporte; posteriormente, entre todos como hormigas arrieras, reconstruyeron su vivienda arrasada por el fuego Todas las mañanas, al levantarse antes de que el sol aclare los cielos, Juanita se asoma a la puerta del rancho, hace una oración enseñada por su abuelo el Chamán, armonizándose con las corrientes de energía de las fuerzas que se cruzan de la madre tierra hacia el cielo; muele café tostado para el desayuno, besa a su madre y busca a la «Cachito» con el cántaro, para dejar en casa leche ordeñada que deben tomar diariamente, mientras su hijo Diego, se dirige a regar la huerta sembrada; cuida la casa y recoge a los pequeños en la escuela, antes de que Juanita regrese de la plaza de mercado del pueblo, en donde vende los productos de su cosecha: queso y uno que otro cantarito de leche fresca, que representan el diario sustento familiar.
Era una mujer de paz y bondad, llena de gracia en medio de su pobreza. Por sobrevivir en una zona de violencia y guerrilla, sobresaltos, angustias y terror, había formado su carácter fuerte y decidido a defenderlos como una fiera, a su familia.
Y tenía que ser así… aquellos cuatro seres que amaba, dependían de ella, desde el día en que asumió tal responsabilidad frente al cadáver de su compañero, cobardemente asesinado en una terrible toma del pueblo, por los nefastos grupos insurgentes de la guerrilla.
Para ella no había días festivos, prestaciones sociales, derechos laborales, primas ni bonificaciones patronales, era un hecho. -Si no trabajaba, no comían sus hijos.
.Ese martes había sido positivo. Vendió las cargas de frutas y verduras que había llevado y volvía haciendo planes con el dinero obtenido, porque pronto sería el día de las madres y cocinaría algo especial en su honor. Regresaba por un atajo sin malezas, detrás del burro. Repentinamente éste se alteró, retobándose como si detectara algo, negado a seguir caminando, ella, tiraba de la cabuya con que iba amarrado, pero el animal no se movía resoplando ansioso. Juana se salió un poco de la vera del camino… y ¡una mina anti personas, en un segundo le explotó en sus pies, dejándole una pierna destrozada..!. Un intenso dolor la hizo desmayar. A partir de ese instante, no supo más de su vida.
En realidad no existe un arma tan devastadora como esta. No hay peor asesino en una guerra. No mata en la mayoría de las veces el cuerpo, mata el alma. Pero Juanita, con el valor y el coraje que brota de un estado de desesperación y dolor físico, creció doblemente. -«El destino cambia inesperadamente la vida de las personas, Al producirse la explosión y verme mutilada, yo no pensaba en mi dolor, si no en la suerte de mis hijos y mi madre. Afortunadamente no me dejaron morir, porque me estaba desangrando cuando llegó la ambulancia del ejército nacional avisados por los vecinos cuando oyeron la explosión, y me condujeron rápidamente al hospital regional en donde me salvaron la vida, implantándome una prótesis, que aprendí a manejar y que suple la mía. Gracias al amor de mis hijos, y a que mi madre se incorporó del lecho milagrosamente, recuperando sus fuerzas y su salud por mí,»- -La tierra también nos ayudó, pues produjo hermosos frutos, David en su burrito desde entonces, los lleva a vender. Todo siguió normal, estoy trabajando en la elaboración de quesos, y bocadillos, gracias a que la casita que ya pudimos construir en ladrillo, nos quedó cerca de la carretera transitada por turistas que vienen a pasear por la ciénaga, porque el oro, se lo llevaron los colonizadores»-.
El trabajo de Juana Jurieles y de muchísimos campesinos, es el más desgastante, pesado y menos reconocido. Exponiendo su vida diariamente sin protección social para ellos ni para ningún campesino, a pesar de ser protagonistas del trabajo más importante para la humanidad: Sembrar y cultivar la materia prima de nuestros alimentos esenciales.
Escribo para los héroes anónimos campesinos del planeta, para reconocer, exaltar y exigir justicia social, con nuestro sentimiento de respeto y solidaridad en su día
MimiJuliaoVargas
Cartagena de Indias, Colombia
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