MILAGROS

Sí, de milagros va esta historia. El primer milagro fue que, al fin, conseguí encontrar trabajo. En aquellos años 70 no era una tontería. Mi ilusión y deseo de empezar a cobrar por primera vez  se vieron acompañados por el recibimiento en la oficina a la que fui destinado. Me recibió Pilar con los brazos abiertos y, enseguida, empezó a presentarme a los nuevos compañeros:

            —Mira, estos son las tres emes: Manoli, Manolo y Manuel. Enseguida aprenderás a diferenciarlos.

            —Oye, —contestó inmediatamente Manoli cruzándose de brazos y colocando en su boca un mohín muy gracioso—, no creo que necesite mucho tiempo para diferenciarme a mí.

            Todos soltamos una carcajada que ayudó a relajar las presentaciones.

            —Aquellos dos del fondo son Teresa y Pablo, luego ya te explico las funciones que desarrollan cada uno. Ahora me interesa que conozcas, sobre todo, a Irene y a Lourdes.

            Traspasamos una puerta dejando atrás la oficina: seis mesas, un mostrador, detrás del cual varias sillas esperaban a quienes debían venir a pedir ayudas sociales. Cuatro armarios cerrados, una cajonera con cientos de fichas ordenadas alfabéticamente y la mesa de Pilar presidiéndolo todo. Un perchero en una esquina completaba la estancia de medianas medidas.

            Un pequeño pasillo, con más archivadores y a la derecha los aseos, nos condujo a una estancia más pequeña  con las nuevas compañeras que debían ser Irene y Lourdes, aunque no sabía quién era cada una. Tenían su mesa, un par de sillas para recibir visitas y sus propios archivadores. Todo era muy ecléctico, muy burocrático, pero yo no buscaba juerga, buscaba un trabajo y lo tenía.

            —Ésta es Lourdes —rubia natural, agradable en su sonrisa, de mediana estatura que enseguida se levantó a darme un par de besos— y ésta es Irene —morena natural, muy alta, delgada, y un rictus más serio. Me tendió la mano que enseguida estreché—. Ellas llevan todos los temas relacionados con el estudio, análisis e informes correspondientes a los casos más complejos que se nos presentan. Ven, vamos a mi mesa y termino de ponerte al día.

            Las despedí con una sonrisa y un movimiento de la mano a los que Lourdes respondió de la misma manera e Irene con un movimiento de cabeza. Ya sentados a ambos lados de su mesa de trabajo, Pilar me explicó mis funciones. Empezaría atendiendo al público (me alarmé: no tenía ni idea del trabajo a desarrollar y ya tenía que informar yo a terceras personas). Al ver mi rostro, se rió abiertamente antes de continuar.

            —No te asustes, hombre. Enseguida le cogerás el tranquillo. Aquí siempre es sota, caballo y rey. Que si ayuda para unas gafas, para arreglarse la boca… Les das un impreso que tienen que rellenar por duplicado, los registras, nos quedamos con una copia y ellos se llevan  la otra. Luego los demás ya hacen el baremo y se conceden o deniegan las ayudas.

            —No parece complicado.

            —Efectivamente. Para los que pueden presentar un poco más de complicación ya están Irene y Lourdes para resolverlos. Son casos muy al límite: personas con problemas graves, problemas familiares y económicos o a punto de perder su hogar. Todos estos asuntos se los entregas a Irene y ella se encarga de hacer el estudio real de la situación y el informe correspondiente. Después están los casos de problemas graves de salud, enfermedades, hospitalizaciones etcétera. A estas personas las pasas a Lourdes. Como ves, es sencillo y, sobre todo, cualquier vacilación que tengas me preguntas a mí o a tus nuevos compañeros. Cualquiera te resolverá las dudas que se te puedan presentar.

            Apenas dio tiempo a más. El conserje abrió las puertas y enseguida la sala de espera se llenó de personas mayores en busca de soluciones perentorias. Después de atender a dos o tres confirmé que Pilar tenía razón: el trabajo era sencillo y el nuevo milagro se producía: había encontrado trabajo y era capaz de realizarlo sin contratiempos.

            Un señor de pelo cano, cojeando, con los labios apretados fue el siguiente que me tocó atender. Sin que me diera tiempo a reaccionar y en un movimiento rápido de la mano extrajo de su cavidad orbitaria derecha un ojo de cristal que puso encima del mostrador.

            —Necesito un ojo nuevo porque éste se me balancea aquí dentro y es muy molesto. Además, viniendo hacia aquí en el tren de cercanías, se me ha caído a las vías la dentadura postiza mientras meaba, porque tengo incontinencia urinaria y necesitaría también ayuda para comprarme unos bragueros. Y la cojera y la sordera se me acentúan por días, tendría que comprar un bastón para ayudarme a caminar y un aparato…

            No le dejé seguir con su retahíla de necesidades y me volví hacia la mesa de Pilar para confirmar mi diagnóstico:

            —Pilar, éste señor es de los que enviamos a Lourdes ¿no?

            El señor contestó rápido y sin dejar lugar a la duda :

            —No, no. Que yo estoy bien, que no necesito ir a visitar a la Virgen de Lourdes para que haga un milagro. Con una pequeña ayuda económica ya me voy arreglando.

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