Johanna y Pinochet

Johanna y Pinochet

David Romera

06/06/2016

Mi reflexión final es que, lo mires por donde lo mires, todos estamos condenados, como esa niña. Que sí, que ya, que no es muy brillante, pero es lo que hay. Te jodes. Tú eres el diario y yo te ensucio. Vamos, te llevo ensuciando ya siete veranos con éste. Aunque los tres primeros no te hacía ni caso, cierto, pero en el cuarto cogí carrerilla, ya sabes, por el tema de Don Alfonso, que era para inspirarse. Estarás de acuerdo que no todos los días se encuentra uno en el despacho de un vecino con un retrato de Pinochet de 3 x 3. Bueno, que no te molesto más. Que quería despedirme, que hoy es el último día de mi vida que paso como portero de Guzmán el Bueno 38 en particular y de todas las porterías en general. Porque hoy es el último día, diario. Sé que el verano pasado te lo dije y el anterior también. Yo creía que estas suplencias (y por tanto este diario) se acabarían con la carrera, que esto era un mesecito de tranquilidad para recuperar esas asignaturas tontas y poder ganar mientras unas pelas para pagarme los Johnny Walker con Coca-cola. Aunque, las cosas como son, cuando acabé Comunicación Audiovisual, me di cuenta de que lo único que había seguro en mi vida era este curro de agosto. Que sí, que sí, que programé conciertos, que escribí un guión de cine que parecía que sí, pero nada de eso me ha sacado de casa, como no me sacan los 998 euros que gano aquí viendo a la gente pasar día sí, día también, como pasa Johanna. Y cómo no hacer una metáfora de su ascenso social si llegó aquí hace tres veranos, que tú lo sabes, que te lo escribí a lápiz, que me acuerdo. Que te conté de ese culo que parecía hablar mil idiomas. Que incluso puede que te contase, también, que al verano siguiente me impresionó verla salir y volver de la calle junto a Don Alfonso. Sobre todo, después de recordar la primera frase que me dedicó nuestro héroe, el primer día del primer agosto que me senté en esta silla en la que hoy, por última vez, estoy sentado: no dejes pasar a los sudacas. Y ya este año, sin reparos, van de la mano como cerrando un círculo vicioso tan oscuro como inspirador. Y es por eso, diario, que te digo que es tan fácil hacer una metáfora con Johanna, que ese culo es un ascensor, que es capaz de subir tres pisos, del primero al cuarto. Pero no todo aquí es jijí jajá diario, que tú lo sabes, que no te lo puedes callar porque en los escritos del verano pasado lo dices bien claro, que yo lo escribí, que tú sin borrarte, asentiste. Que Johanna bajó con un ojo mirando para Cuenca, que no somos tontos, que por muy grandes que sean las gafas de sol, uno sabe cuando alguien ha recibido una hostia, una de las buenas, sobre todo si ese alguien ha recibido alguna. Que él es de esa gente que ante la vergüenza se engrandece y es por eso que, uno de esos días feos, vino con la mano bien metidita en el bolsillo (no vaya a ser que se vea que tiene los nudillos como el culo de un Papión) y, cerrándome el milanuncios, me dijo que me fuera al extranjero, que este país se iba a tomar por el culo. Y que me estoy cabreando, diario, y no quería en esta fecha tan señalada. Y que me estoy acordando de la primera vez que vio a Johanna, que yo estaba ahí, que no lo escribí pero que me acuerdo. Él bajando por las escaleras, ella cogiendo el ascensor, que se giró y que puso una cara de asco que voy a romper el boli bic este de mierda. Claro que, esa cara se le quitó bien pronto cuando supo que Johanna iba al primero, preguntando por las habitaciones que él alquilaba. Que decía que era un motel, pero eso era un puto piso patera, que ahí no ha habido más que yonkis sin fe, putas sin esperanza y algún erasmus despistado. Pues eso fue hace dos veranos, que el año pasado ya había ascendido Johanna al cuarto piso, que ya parecía ser la señora de Pinochet, que ya lucía gafas de marca, aunque sólo sirvieran para esconder miserias, que ya parecía una señora y todo, que incluso creo recordar que un día les vi darse un piquito mientras esperaban al ascensor. Esto no lo sé a ciencia cierta porque no lo escribí, que es uno de los pecados de ser portero, conserje, guardián de finca o como cojones quieras llamarlo, que a veces el aburrimiento te inmoviliza y no puedes ni sacar la muñeca a paseo para escribir eso que acabas de ver, pero luego pasa que llegan días como hoy y te cagas en tu estampa por no haberlo hecho. Pero es que qué voy a escribir y para quién, si paso más tiempo escribiendo mails vendiéndome como el redactor de contenidos que no soy o como el creativo de publicidad que pienso que soy cuando voy borracho. Pues por eso, diario, tenía que escribirte hoy un poquito, me vas a perdonar y he de reconocer que últimamente lo he hecho mucho menos de lo que me gustaría (y además de mala manera), pero que es que ha sido ver salir del ascensor a Johanna y a Don Alfonso y que ha sido ver esa barriga sietemesina de Johanna y que me he puesto a pensar en mis mierdas, ya sabes, en qué cojones hago aquí, en por qué ese culo habla el idioma que menos le conviene sabiendo todos los demás, en que esa niña está condenada, pero sobre todo, no te voy a mentir, pienso en cómo cojones voy a hacer para que éstas sean las últimas palabras que te escupa en la puta cara.

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