Yo empecé mi vida laboral limpiando mocos, un oficio que hoy ya no existe.

Sí, limpiando mocos. Trabajaba en una multinacional, la más grande de todas, que no cotiza en bolsa ni publica sus cuentas. Sin embargo tiene cientos de miles de empleados y millones de clientes.

Allí fue donde empezó mi carrera. Mi carrera de pequeño delincuente.

Porque fue allí donde aprendí a robar.

La cosa empezó cuando descubrimos dónde guardaba el cura el vino de misa.

Efectivamente, como habréis podido adivinar, mi primer empleo fue el de monaguillo.

Teníamos 12 años y la vida tenía un sabor dulce, dulce como el vino de misa, que era una especie de moscatel aguado.

Al principio era sólo mojar la lengua, pero luego nos aficionamos y bebíamos buches completos.

Para compensar las mermas, y que el cura no se diera cuenta, rellenábamos la botella con…

¡Agua Bendita!

La labor de los monaguillos no era nada fácil. Actuábamos en dúo. Nosotros éramos Pablito y Chincheta, los Andy y Lucas de los monaguillos, y nuestro trabajo requería, hablar idiomas, tocar un instrumento y limpiar.

El idioma, para más inri, era una lengua muerta, el latín. Sí, porque en mis tiempos las misas se decían “de culo y en latín”.

El latín era más fácil, después de haber bebido un poco de vino, porque, como es sabido, el vino suelta la lengua. La lengua muerta, en este caso.

Aunque nosotros dialogábamos con el cura en latín, no sabíamos lo que decíamos, así que algunas cosas nos sonaban a pura broma, como cuando había que decir “iuventutem meam” que a nosotros nos sonaba como, bueno, ya sabes como.

El instrumento que había que tocar era una campana de misa.

Parece fácil, pero tiene su intríngulis.

Por ejemplo, se puede tocar en “sostenuto” y también en “agitato”.

El término “badajo” también provocaba nuestras risas.

En cuanto a lo de limpiar, el asunto consistía en que, en Navidades, el cura sacaba la estatua del niño Jesús para un besamanos, o mejor dicho, para un besapié, porque era en el pié donde los cristianos depositaban su beso.

Y nosotros teníamos la misión de limpiar el pie con un trapo después de cada beso.

Allí había de todo, pintalabios, saliva, e incluso mocos.

Por eso digo que “yo empecé mi vida laboral limpiando mocos”.

Bien, pues el asunto del vino siguió hasta que un buen día el cura nos llama: Pablito, Chincheta, venid a mi despacho.

Y cuando estábamos allí, nos dice:

– Echadme el aliento

Y aunque habíamos comido unos recortes de hostias para disimular, el olor era inconfundible.

Entonces, poniéndose rojo, nos dijo:

– ¡Voto a Satanás, os habéis estado bebiendo el vino de misa!

Y nos despidió.

La verdad es que no sé cómo se enfadó tanto porque, al fin y al cabo, era un vino barato y, además, estaba aguado.

Y así fue como empecé mi vida laboral, aunque esto no lo pongo en mi curriculum porque era un trabajo esclavo. Me río de los mileuristas de hoy, aquello era mucho peor: sin paga, sin sindicación, sin seguridad social y, encima, limpiando mocos.

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