Trabajo en una Residencia de mayores: soy personal de servicios y aunque todos los días desarrollamos una labor rutinaria, los lunes pueden tener una alternativa distinta según nos toque realizar nuestra jornada laboral en un puesto predeterminado con tarea fija o bien “estar de extra”.

Dentro de la situación de “estar de extra”, hay otro dilema: que la jefa de turno nos tenga asignada ya una tarea que nos ocupe toda la jornada, o que nos mande realizar pequeñas faenas en lugares distantes unos de otros, con el consiguiente rito de: desplazarnos con un carro de limpieza repleto de utensilios, realizar el trabajo, recoger los bártulos utilizados, buscar a la jefa (por toda la Residencia), comentarle que ya terminamos lo encargado y esperar a que nos ordene otra cosa.

Era lunes 19 de marzo, sobre las 9:30h de la mañana y estábamos mi compañera Chus y yo de “extra sin tarea fija” y la gobernanta al mando, que ya nos había encomendado algunas tareas mínimas con sus consiguientes paseíllos, así que decidimos que nos quedábamos en lavandería a esperarla.

Cuando llegó nos mandó a limpiar la capilla, entonces yo, con cara incrédula pregunté: -¿la capilla? –Sí, ¿tienes algún problema? Mi compañera, muy religiosa ella, me recriminó con su mirada. La gobernanta nos ordenó: a Chus ir primero a limpiar los vestuarios de la 3ª planta y cuando terminara se uniera a mí en la limpieza de la capilla que en ese mismo momento tenía yo que comenzar, sin protestar.

Miré mi reloj y eran casi las 9:45h, así que aceleré el paso. Porque si me hubieran querido escuchar, se habrían enterado que el día anterior había dicho el cura a las abuelas que, por ser el día del padre, habría misa a las 10h.

Llegué con el carro de limpieza llenito de bártulos a la puerta del oratorio, estaban ya sentados en los bancos los residentes más beatos y devotos, di dos golpes en la madera y alzando la voz dije: -¡Todo el mundo fuera que voy a limpiar la iglesia! Y me introduje en la capilla, con el kit de limpieza incluido. Pacíficamente, las abuelas me comentaron que no podía limpiar en ese momento porque iba a venir el cura a decir misa. Yo, alzando la voz, dije: -¡Que espere el cura!, mi jefa que es la que manda aquí me ha ordenado limpiar la iglesia y es lo que voy a hacer. Y empecé a acompañar a todos amablemente hasta la salida. Me quedé asombrada cuando todos abandonaron el recinto sin apenas protestar, menos una abuela que se me había quedado detrás de la puerta y a la que acerqué una silla para que se sentara porque me estaban llegando las voces de protesta desde el exterior.

Le dije a Paquita que tranquila y calladita que era una broma y me coloqué con el carro de limpieza en medio de las dos hileras de bancos a esperar que llegara el tumulto. Se abrió la puerta y aparecieron las abuelas expulsadas con la responsable, la gobernanta, la encargada, la ordenanza y detrás de todas, el cura.

Me puse de espaldas a todos para que no notaran la risa que me produjo la escena y cuando la gobernanta comentó: -Perdona Teresa, te mandé a limpiar aquí, pero es que yo no sabía que había misa hoy.

Me di la vuelta y contesté:- Yo sí.

La gobernanta dirigió una mirada a todas las abuelas, ahora en silencio y expectantes y soltó una carcajada. Según abandonaba el lugar acompañada de mi carro, las abuelas me miraban con risas de complicidad, agradecidas por la broma y felices por continuar con su santa misa. Cuando pasé delante del cura, respetuosamente le pedí disculpas por la situación que había provocado y él me contestó: -No haga usted caso a nadie, si tiene que limpiar, limpie ¡Que el cura espera!

Decididamente, me di la vuelta para volver a la capilla pero me cortaron el paso las miradas amenazantes de todos los allí reunidos.

Capilla_Resi8.jpg

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus