Justo en ese momento, cuando ya no había marcha atrás, empezó a arrepentirse de su idea. Ahí estaban Steven y Bryan expectantes e ilusionados esperando que comenzara la película, su película, de la que les había hablado desde que se conocieron. Su gran proyecto, su sueño, el trabajo de su vida. Había superado miles de obstáculos para poder acabarla, incluso había renunciado a su salario pero nunca pensó que, una vez terminada, empezaría lo más difícil. 

La reacción de los productores le había dejado devastado. ¡No tenían claro si estrenarla o guardarla en un cajón! Su juventud no le restaba confianza frente a ellos, eran hombres de negocios, no cinéfilos. La verdadera prueba de fuego estaba a punto de comenzar: sus amigos, empedernidos amantes del cine, talentosos, honestos y sinceros. Si a ellos tampoco les gustaba estaba claro que no se equivocaban los productores, el equivocado era él. No tenía sentido alargarlo más. Sus dos mejores amigos seguían esperando allí, sentados y pacientes, manteniendo un prudente silencio. Sin duda intuían la importancia del momento y no querían presionar. Y precisamente por su comprensión no merecían esperar más. En un arrebato de valentía se arrancó y de forma casi automática, como si no tuviera el control de lo que estaba haciendo, puso en marcha la proyección. Sus acompañantes se acomodaron en sus asientos en el característico gesto de quien no quiere perder detalle.

George se levantó, nervioso, y les dejó solos. No podía soportar ver la película al mismo tiempo que ellos, cualquier gesto de desaprobación, bostezo o mueca rara sería para él como el fin del mundo. Su determinación duró exactamente cinco minutos que fue el tiempo que tardó en sentarse otra vez junto a ellos. Si ver sus reacciones era malo, no conocerlas era peor.

Apenas podía mirar la pantalla, cada poco tiempo,  disimuladamente, escudriñaba a sus acompañantes para intentar detectar cualquier atisbo de reacción que le diera una pista de lo que pensaban. Esfuerzo completamente inútil. Ambos permanecían atentos, serios y completamente silenciosos. ¿Cómo carajo se interpretaba eso? Tenía unas ganas irresistibles de soltar un “¡Decid algo capullos! No puedo más, ¿os está gustando?”  pero él era el primero que odiaba hablar durante las películas así que su respeto al cine se impuso a su ansiedad. 

Después de dos horas, que le parecieron dos años, se acabó la película. Enseguida sabría si su carrera había terminado casi antes de empezar. Los títulos de crédito se deslizaban suavemente por la pantalla y allí permanecían todos en un misterioso silencio. ¿Realmente eran sus amigos? ¿Era necesario hacerle sufrir de esa manera?

No pudo más y sin esperar a que acabaran los títulos de crédito George se desarmó:

– ¿Qué os ha parecido?

Bryan se giró hacia a Steven implorando con la mirada que empezara a hablar él pero Steven permanecía absorto en sus pensamiento, como calibrando lo que acababa de ver. Bryan finalmente se arrancó:

– Vaya por delante que pienso que tienes un talento infinito y creo que vas a llegar lejos si realmente te lo propones.

George pensó que esa introducción no podía preceder nada bueno y, por desgracia, su intuición era completamente cierta porque Bryan le disparó a continuación:

– Dicho esto, creo sinceramente que esta película es infantil, rara y va a tener una mala acogida por parte del público. Olvídala y embárcate en otro proyecto mejor.

Después de aquellas palabras si a George le hubieran pegado una paliza siete boxeadores no se hubiera sentido peor. Las peores previsiones se habían cumplido, hasta le molestó la sinceridad que, con tanta insistencia, había reclamado. Faltaba por hablar Steven pero llegados a ese punto casi prefería que se fueran ambos y le dejaran rumiar a solas su terrible fracaso.

Steven, siempre tranquilo y pausado rompió el incómodo silencio de forma lacónica pero rotunda:

– Tu película va a ser un éxito a nivel mundial. Si no la quieres firmar tú, pon mi nombre.

Era increíble como podían cambiar las emociones en tan solo un segundo. Ahora era George el que se sentía noqueando a 7 boxeadores y casi pidiendo que vinieran más. Dudaba si Steven quería únicamente consolarle después de las duras palabras de Bryan pero tenía la intuición de que también había sido sincero. Siempre lo era cuando hablaba de cine.

Después de un inevitable debate entre los tres, George se quedó a solas. Recordó cada una de las palabras que había escuchado. Se sentía bien, con fuerzas. Había que intentarlo. Cogió la carátula de la película y se sorprendió diciendo el título en voz alta y fuerte, convencido: “Star Wars”. No pudo contener una sonrisa de satisfacción.

Nota: Versión libre del pase privado de Star Wars que dio antes del estreno George Lucas a sus amigos Bryan de Palma y Steven Spielberg. Sirva esta historia como modesto homenaje a todas aquellas personas que apoyan un proyecto profesional cuando nadie más parece hacerlo.

FIN

 

 

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