Vidas prestadas contra la frustración

Vidas prestadas contra la frustración

Día laboral de una semana cualquiera. Un café tranquilo con grandes ventanales y mucha luz en el centro de una ciudad bulliciosa. Los cafés de la zona repletos. En una mesa al lado de la cristalera se encuentra una joven que teclea con ritmo ágil su ordenador, es Elsa. Se dedica a escribir para una revista femenina, tiene la suerte de tener oficina móvil. Según su estado de ánimo y las necesidades de materia para su trabajo decide quedarse en casa o se va a trabajar a algún café, biblioteca , el vestíbulo de algún museo. Incluso un parque puede ser una buen opción.

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Publicaba desde hacía poco por eso todavía no definía a la escritura como su profesión,ni tenía especial interés por definirse, estaba encantada con lo que hacía y eso le servia. La tarea de escribir llegó un poco tarde después de otros muchos trabajos. En todos los planos de la vida, Elsa se lanzaba con entusiasmo, casi sin respirar, y hasta el final a cada una de las oportunidades que se le aparecían. Habían sido muchas y muy diferentes.

Cuando le parecía que ya había encontrado sus pilares, como observaba le pasaba al resto de personas, volvía aparecer de nuevo esa señal. Esa con el fondo azul, que tiene forma de T en rojo y blanco, cuyo significado es calle sin salida. Acompañada por preguntas que azotaban su cabeza: ¿Por qué ella cada cierto tiempo perdía el interés por la vida y por las cosas que hacía?, ,¿cómo era posible que algo que le apasionaba tanto dejase de hacerlo casi de repente?,¿por qué no podía ser un poquito más normal, más serena, más resignada…?

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Por más que la señal se le hubiese presentado varias veces, no podía evitar esa sensación que iniciaba con desasosiego, que la transportaba dentro de una noria con sus subidas y bajadas y que en ocasiones desembocaba en fuerte angustia. Aparte de agarrarse fuerte en el cochecito, sobre todo en las bajadas, no sabía que otra cosa hacer, más que pedir que como en otras ocasiones, detrás de la señal “sin salida”, apareciese algo. Algún hilo del que tirar, por pequeño que fuese, algo sobre lo que apoyarse después del mareo de la noria, algo que le devolviese el aliento y el entusiasmo para volver a arrancar.

En una web de empleo encontró un anuncio. Buscaban una editora en una revista femenina,no hablaban de experiencia, simplemente pedían una relación de historias cortas para evaluar a los candidatos. Tenía muchos relatos archivados en casa, así que fue fácil. Preparó el material, lo envió y se quedó a la espera de noticias de la publicación. Pasados unos días fue avisada para realizar una entrevista personal. Le asignaron una columna semanal donde publicaba sus historias cortas. Esta vez la T le había enseñado que todo lo que había intentado hasta la fecha lo había hecho con el anhelo escondido de demostrarse y de demostrar, como si hubiese alguna meta o algún punto a donde llegar. Cargando cada paso de unas expectativas demasiado altas. Ese había sido el mensaje, iba a estar bien atenta, para evitar recaídas. Su columna le permitiría escribir las historias que vivían dentro de ella. Podría vivir todas esas vidas y serian las que la sacarían de la monotonía y del aburrimiento que le provocaban las cosas cuando perdía la paciencia y sentía que se alejaban de la vida que había soñado para ella.

El día es gris, la lluvia cae sin parar desde hace un buen rato. La ciudad envuelta en el caos y en ese ruido incesante que sin saber muy bien porque provoca la lluvia en las ciudades. Los peatones igualmente caminan acelerados para no dejarse empapar a pesar de que llevan paraguas , gabardinas chubasqueros e incluso algunos botas de agua, chocan unos con otros, chocan los paraguas entre si, algunos por las prisas, por ir mirando el móvil salpican a los que pasan a su alrededor o les meten los paraguas en los ojos, sin inmutarse siguen adelante sólo preocupados por salvarse cuanto antes de la lluvia, como si manchase, o quemase, o algo peor, como si matase.

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En medio a todos ellos camina una mujer. Vestida también con una gabardina marrón, sin paraguas ni botas de agua, sin importarle la lluvia ni como va chorreando su ropa. Lleva debajo de la gabardina a medias de abrochar un tutú de bailarina y unas zapatillas empapadas. El moño se ha ido deshaciendo con el agua y el pelo le chorrea sobre la gabardina marrón. Camina lenta, con la mirada pérdida ,la zarandean algunos de los viandantes pero ella parece no enterarse, es como si no estuviese allí .No es capaz de ver ni de sentir lo que ocurre a su alrededor, ni siquiera la fuerte lluvia consigue abstraerla de su mundo. Su único pensamiento: irse lejos, dejar atrás el teatro y la imagen del coreografo, su pareja desde hacía unos meses, besando a una de las bailarinas.

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Los músculos en la cara de Elsa se tensan, se lleva la mano a la boca ,mira a un punto fijo,se muerde los labios, unas lágrimas caen de sus ojos, los aprieta, no por evitar las lágrimas sino para retener ahí fija la imagen, para que le siga contando, no quiere que se escape. No hay manera, se ha ido , se ha borrado Contrariada y aún en la vida de la bailarina cierra el ordenador, se pone de pie para colocarse el abrigo encima del tutú rosa. Paga la cuenta y sale del café sin rumbo, sólo necesita caminar para despejarse la cabeza.

Después de quince minutos está delante del teatro, mirando el cartelón gigante de la publicidad del cascanueces. Compra una entrada. Sabe que tiene la historia, que la bailarina sigue con ella y que juntas van a llegar a tiempo para su columna semanal, sólo necesitan seguir hablando, Elsa tiene que saber que pasó.

images_(4).jpg FIN

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