A Laura una sonrisa malévola se le dibujó en los labios cuando sus alumnos le preguntaron por qué había decidido ser orientadora para ganarse la vida. La contestación salió inmediata y automática de sus labios: «Estudié psicología para comprender mejor el comportamiento de las personas y decidí hacerme orientadora porque la niñez y la adolescencia son etapas del ser humano que me apasionan». Pero les estaba contando una gran milonga. La verdad del cuento sólo la sabía ella y empezó un sábado de agosto de hacía más de veinte años.
Laura acababa de terminar la carrera. Era verano, tenía 23 años y muchas ganas de divertirse. No quería pensar en el futuro. Estudió psicología pero no tenía claro que trabajar en ello le gustara. No quería marcharse de su ciudad, no se sentía preparada para poner una consulta y mucho menos quería prepararse las oposiciones a orientador de secundaria a las que la mayoría de sus compañeros se presentarían. Tan solo quería pasar la mañana en la piscina y la tarde en los bares con sus amigos. Pero ese plan no convencía tanto a su madre que la tenía machacada con sus charlas sobre el porvenir y lo malo que era el no hacer nada de provecho. Por eso, por evitar sus charlas, Laura aceptó aquel trabajo de cajera de supermercado. Además, el dinerito le vendría estupendamente para el viaje a Ibiza que querían hacer todas las amigas al final del verano.
Pero aquel sábado de agosto, casi a las diez de la noche, Laura estaba ya más que harta de su vida laboral. Miraba continuamente el reloj, esperando que así la hora del cierre llegara antes. Y en estas estaba cuando el pitido del arco de seguridad hizo que tuviera que levantar los ojos del reloj. Una jubilada muy bien arregladita y muy amable estaba pasando por su caja. «Vuelva a pasar señora, seguro que ha saltado por casualidad» La señora volvió a pasar y el arco volvió a pitar. Hasta cinco veces se paseó la señora por el arco, y cada una de las veces el chivato soltaba un terrible pitido. Hasta las luces rojas se encendían con saña a cada paso de la jubilada. La señora le dijo a Laura que estaría estropeado el aparato y que ella se iba, que tendrían prisa por cerrar. Laura la iba a dejar ir cuando de repente lo vio: en el bolsillo izquierdo de la chaqueta de la señora se dibujaba claramente la silueta de una tableta de chocolate. Entonces se oyó la voz de Laura: «Señora, saque lo que lleva» Era la primera vez que pronunciaba esas palabras, pero le salieron tan bien como a una policía de Wisconsin. Y casi sin darse cuenta, la amable ancianita empezó a sacar cosas de su pequeño cuerpo: pintauñas de las mangas, latas de berberechos del escote, suavizantes de debajo de la falda… Parecía increíble que de un cuerpo tan pequeño pudieran salir tantas cosas. Y el arco seguía aullando de placer al paso de la mujer. «Señora, no se lo digo más veces, saque todo lo que lleva» Laura seguía empecinada con la tableta de chocolate que continuaba en el bolsillo, amenazando sus cuatro esquinitas con romper la tela de la chaqueta de la mujer. Y venga a salir aceitunas, desodorantes, pastas de té y pomelos de entre las ropas de la mujer. La cinta se llenaba de mercancía robada y el arco continuaba con su canción acusadora. Desesperada, la jubilada ladrona dijo: «Señorita, me acabo de operar el pecho, y a lo mejor las prótesis mamarias son lo que están pitando» Laura miró hacia todos los lados en busca de la cámara oculta, pues lo que estaba pasando no podía ser más que una broma de su jefe. Pero no, allí no aparecía nadie con un ramo de flores. Y no pudiendo aguantar más, Laura miró a la señora y le soltó: «Mire señora, las tetas falsas no pitan, así que ya está sacando del bolsillo la tableta de chocolate si no quiere que llame a la policía» Y por fin, entre aplausos del personal allí presente, la tableta apareció como un milagro en las manos de la mujer. Después de esto, la jubilada salió del super con la cabeza gacha y cinco kilos menos en su cuerpo y Laura tomó en ese preciso instante la decisión más importante de su vida: dejaría el trabajo de cajera, dejaría la piscina y los bares y se pondría a estudiar como una loca el temario más aburrido que cayera en sus manos, o sea, el de orientador de secundaria.
Y hoy, más de veinte años después, sus alumnos se preparan concienzudamente para elegir bien la carrera a estudiar, el plan a seguir cuando acaben los estudios, se apuntan a cursos… y todo ello animados por la mujer que decidió su futuro laboral gracias a una jubilada amable, con tetas falsas y ladrona de supermecados en su tiempo libre.
(Historia basada en hechos reales)
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