“He visto el futuro. Fui más allá de la modernidad y he de deciros que nada tiene que ver con lo que pudisteis imaginar”.
Ya en mi madurez, volvía al principio. En esencia todo parecía igual pero a medida que me acercaba al local no daba crédito a lo que mis ojos veían. Un sij coronado de impecable turbante color albaricoque, me recibió con una amable sonrisa.
-Pase, pase, señor.
Melodías hindúes revoloteaban armónicamente en el ambiente, haciendo danzar los aromas dulzones de cientos de especias.
-¿Qué busca, señor?
– Buena pregunta… Pues la verdad, no lo sé…o sí , contesté con una sonrisa forzada. Vuelvo de un viaje en el tiempo. He de ver, reflexionar y asimilar lo que observo.
-¿Cómo?, perdone, yo no entender…
-Oh, nada, disculpe. Tonterías mías. A veces hablo en voz alta. Si le parece voy mirando, a ver si encuentro lo que busco.
-Sí, sí, adelante, contestó el tendero, disimulando su desconcierto con un amable gesto de bienvenida trazado al aire.
Me abrí paso entre las estanterías de víveres. Multicolores bolsas de snacks tachonaban mi recorrido, entremezcladas con multitud de alimentos de dispar procedencia. Toqué las paredes, miré al techo y reconocí los plafones con focos circulares empotrados en ellos. Sí, no estaba loco, aquel chiringuito era, o mejor dicho, fue, la fábrica de los sueños efímeros , una peculiar factoría de historias contadas de veinte en veinte segundos.
El estudio Tony White alcanzó su plenitud a finales de los setenta. En tiempos, dicen, de transición, cuando el celuloide aún reinaba vanidoso sin intuir que sería destronado por el implacable píxel. ¡No podéis imaginar lo que era aquello! La efervescencia de una época bullendo entre cuatro paredes de un local irrelevante. Ideas descabelladas y desorbitados presupuestos nos proyectaban a menudo más allá de sus muros para cruzar las más exóticas fronteras.
Allí descubrí remotos paraísos, modelos de cautivadora belleza, sofisticados manjares y sorprendentes personajes. Ah…¡ Y además cobraba!
-Disculpe, ¿aquí no había una puerta?
-¿Puerta? No sé…
– Ya…, ¿Tiene gengibre?
-Sí, ahí al fondo, a la derecha.
Canastas con gengibre, cardamomo y tamarindo, descansaban sobre un ajado mueble funcional de madera de cerezo. Sí, era el mísmo donde 35 años antes habían reposado entre sesiones las F1 y Arriflex, con sus míticas ópticas “Barry Lyndon”, de precio estratosférico. Entremezclados entre ritmos orientales, resonaban aún los ecos de jingles y voces de grandes estrellas que pasaron por allí.
Miles de breves historias en forma de spots salieron de aquél pequeño reducto de la calle Deulofeu 45, inundando el país de deseos. Fue la época de oro de la publicidad y el esplendor de aquel plató.
-¿Cuánto le debo?
– Uno con veinticinco.
-Aquí tiene.
-Buenos días, señor.
-Adiós, hermano.
Lancé la raíz al aire para atraparla al vuelo mientras abandonaba el local. Una bici me pasó rozando. Se acabaron los sueños, se marchitó el glamour. Volvía al futuro.
¡Qué lejos quedaban los tiempos gloriosos del estudio Toni White!.
TONI WHITE STUDIO (BARCELONA)
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