Amor en «Sueños»

Amor en «Sueños»

Mila Clemente

28/08/2023

Como cada mañana en la Panadería “Sueños”, Paula amasaba el pan con energía. Todavía con sus puertas cerradas, el obrador ya irradiaba vida; la luz de los hornos alumbraba como luciérnagas en la noche, la harina surcaba el lugar como una tenue bruma, y el aroma a hogazas recién horneadas, inundaba la tahona de sueños cumplidos. De ahí que Paula denominara a este maravilloso lugar como “Sueños”, porque sentía que a cada cliente le otorgaba ese pedacito de alegría para complacerle durante el día.

Mientras Paula amasaba, enharinaba y decoraba sus hogazas, sonreía y recordaba lo que la señora Pepita le dijo el día anterior.

—Este domingo iré a pasear al campo con mis nietos, les voy a enseñar donde yo jugaba cuando era una niña. Qué recuerdos tan bonitos tengo de ese lugar. Volaban mariposas de todos los colores —.

—¿Le gustan las mariposas señora Pepita? —le preguntó Paula mientras le guardaba el pan en su bolsa de tela.

—¡Me encantan! Pero llevo años sin verlas. Sin contar las polillas que vuelan alrededor del fluorescente de mi cocina claro —.

    Esas palabras brotaban en su cabeza, avivándole el impulso de elaborar una hogaza especial para su fiel clienta Pepita, decorándola indudablemente, con mariposas. Con greñadora en mano, se dispuso a ilustrar aquel pan con pequeños cortes, con todo el cariño del mundo, hasta lograr esculpir dos hermosas mariposas sobre la masa fermentada. Era uno de esos momentos en los que su trabajo le concedía un instante de placer y satisfacción. Era consciente de lo laborioso y agotador que era su trabajo, sin embargo, intentaba disfrutar de esos momentos en los que manipulaba el pan para mostrar su arte, y ver también cómo los clientes agradecían gratamente su labor al verlos marchar con una sonrisa en su rostro.

    Paula abrió las puertas de la panadería, dejando que el delicioso aroma a pan se deslizara hasta alcanzar los sentidos más selectos de los transeúntes. El olor a pan manaba con una mezcla de trigo, espelta y centeno mientras que Paula sonreía a sus primeros clientes.

    —Buenos días Elisa ¿un bollo de centeno? —preguntó imaginando que desearía lo de todos los días.

    —Sí cariño, y ponme también una baguette que hoy viene mi hijo a comer. Dame esa tostadita.

      En cuanto se despidió de Elisa, vio entrar a la clienta más indecisa de todas. Respiró hondo para colmarse de paciencia y la saludó educadamente.

      —Buenos días señora María. ¿Qué le pongo?

      —Ay no estoy segura, porque me han dicho que el pan de espelta sienta mejor y me gustaría probarlo pero también quiero la hogaza pequeña para las tostadas.

      —Pues te pongo la hogaza y si quieres media de espelta para que la pruebes…

      —No sé. ¿Tienes pan de maíz?

      —Todavía no. Hasta la semana que viene no me traen la harina.

      —Creo que cogeré la hogaza, córtamela al 15…no no…mejor al 20, ay no sé, bueno sí al 20. Y en vez de espelta me pones uno de centeno.

      —De acuerdo.

      —Otro día cogeré el de espelta.

        Paula agradeció que ese día, la señora María anduviera con prisas y sus dudas se redujeran en comparación al resto de días.

        Más tarde, cuando el tiempo parecía estancarse entre silencios y reflexiones, acudieron los clientes del medio día, que con sus peticiones y saludos, el tiempo volvió a desfilar apresurado. Una preocupación comenzó a rondarle por la cabeza, la señora Pepita se había demorado según su hora habitual ¿le habría surgido algún inconveniente para no poder entregarle su hogaza ilustrada?

        Con escoba en mano se dirigió a la entrada del establecimiento para barrer las migas de pan que los clientes dejaban caer involuntariamente. De pronto, una presencia le obligó a voltearse para averiguar de quién se trataba. Su mirada se cruzó con unos ojos color miel, los cuales le produjeron un escalofrío que le recorrió por todo el cuerpo. Segundos después, cuando apareció la señora Pepita, se percató de que el palo de la escoba se había deslizado entre sus dedos hasta golpear el suelo.

        —Buenos días querida, hoy vengo acompañada de mi hijo ¿has visto qué guapo es? —comentó la señora Pepita con una gran sonrisa.

        —Mamá por favor… —contestó su hijo mientras le ayudaba a recoger la escoba.

        —Buenos días…eh…sí sí…gracias… encantada, yo… yo soy Paula —dijo con la voz entrecortada.

        —Yo soy Jorge, encantado —.

          Se apresuró a tomar la hogaza de su correspondiente cesta, sintiendo un calor en sus mejillas a la vez que su corazón latía fuerte, sintió volar entre mariposas al acariciar el pan y mostrarlo para que pudieran observar su obra de arte.

          —Hoy he horneado una hogaza especial para usted señora Pepita ¿Qué le parece? —preguntó tratando de disimular su entusiasmo por aquel chico que tanto le había cautivado.

          —¡Ooooh, qué maravilla Paula! Ay, me encanta, muchísimas gracias —agradeció doña Pepita mientras le abrazaba con cariño.

          —Muchas gracias, eres una artista, la verdad que nos va a dar pena comérnoslo —dijo Jorge con una atractiva sonrisa.

            Ese día Paula cerró su negocio creyendo volar entre nubes y algodones. Había crecido un sentimiento nuevo en su ser del que le causaba temor y deseo a la vez. Tanta felicidad en su alma parecía enfermar por momentos.

            Tras dar vueltas y vueltas en la cama, logró dormirse anhelando la presencia de Jorge.

            A la mañana siguiente, elaboró el pan con tanto amor que cada hogaza ilustraba una imagen distinta. Colocaba el pan horneado tarareando una canción, hasta que alguien llamó delicadamente a la puerta. Al mirar hacia la entrada pudo comprobar que se trataba de la persona que menos se esperaba, Jorge.

            —Buenos días, venía a comprar el mejor pan del país para desayunar —manifestó Jorge sonriente.

            —Buenos días. Vaya, gracias. Aunque todavía está cerrado —.

            —¡Oh! Pues me alegro, así puedo invitarte a un café —.

              Aquella mañana Paula tomó el café más delicioso que había saboreado nunca, y antes de que «Sueños» abriera sus puertas, un beso enharinado reafirmó un nuevo amor. 

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